Especial San Valentín (Segunda Parte)

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Caín trató de hurgar en la mente de Adramelech para averiguar si le estaba tomando el pelo, pero el demonio no mentía. Es más, pudo ver la repetición de su hazaña y cómo se había arrojado al río sin más reparos en pos de la pequeña. Desconcertado evaluó todas las posibilidades que se le ocurrían, cada cuál más disparatada que la anterior. La esencia de Amara se hacía palpable por todas partes: en el aire que se filtraba por sus pulmones contaminándolos y corrompiendo su mente, en los menudos granos de arena que el viento arrastraba pegándose a su piel húmeda y haciendo que sus poros absorbieran su fantasiosa esencia y así algo en su cabeza se conectó y comprendió que sólo existía una única explicación: se encontraba atrapado en una ilusión de Amara y no sólo él sino que parecía ser que los había atrapado a todos.

—¡Que sepas que esto no tiene ninguna gracia! —le gritó al aire.

—Va a ser más grave de lo que pensaba —se preocupó Adramelech.

—¡Estoy perfectamente! —le espetó enojado para seguir y continuó gritando al despejado cielo azul que se extendía sobre sus cabezas—. ¡Ya estás haciendo que todo vuelva a la normalidad!

Nada ocurrió. Iba a tener que interpretar el papel que se le había asignado con resignación hasta quién sabía por cuánto tiempo. Volvió a examinar a toda el barullo de gente que le vitoreaba y un flash le deslumbró.

—¡Una foto para los periódicos! —anunció el que reconoció como uno de los irritantes amigos de Nathanael.

Sherezade y él completamente empapados quedaron inmortalizados en las tripas de una gran y antigua cámara de fotos.

—Está prohibido sacarme fotos —les regañó, malhumorado.

—No seas así…

—He dicho que está prohibido. Ya estabais en sobre aviso por tráfico de sustancias ilegales y aún así seguís haciendo caso omiso desafiando las leyes. ¡Arrestadles!

Adramelech obedeció instantáneamente desenfundando una pistola y esposándoles. Los dos chicos protestaron aunque al final se impuso la voluntad de Caín porque él era el sheriff de aquel pequeño y pacífico pueblo.

Por fin en su pequeña comisaría pudo poner en orden las ideas y terminar de comprender la situación. Durante el viaje de vuelta se le había adherido a su cuerpo demasiada arenisca y no disponía de mucha ropa de recambio. Afortunadamente el sofocante calor evaporó las gotas de agua rápidamente. Ancel y Yael no paraban de protestar en sus celdas mas no les prestó atención alguna.

—Así que eres mi ayudante.

—No, soy una bailarina de salón. ¿A usted que le parece? —replicó Adramelech.

—Y todas estas minas de oro me pertenecen —continuó Caín señalando los mapas y documentos que se extendían sobre la mesa.

—En cierto modo, sí. Por cierto, va siendo hora de salir a patrullar.

Caín desenfundó su pistola y apuntó con ella hacia su intendente. Tras un instante de silencio apretó el gatillo provocando un chasquido fallido. Al haberse tirado al agua tan repentinamente la pólvora se había echado a perder. Como no tenía nada mejor que hacer se colocó un pesado abrigo negro que le llegaba hasta por debajo de las rodillas, sus mitones y unos cartuchos de municiones cruzando su pecho.

Cuando llevaban un rato cabalgando Caín volvió a romper la monotonía de las herraduras trotando sobre la caliente arena.

—Oye, Adramelech, ¿por qué no nos pasamos por la taberna? No parece que tengamos mucho trabajo…

—Hacia allí nos dirigimos, como es habitual en nuestra ruta.

Dejaron a un lado los caballos asegurándose de que estaban bien amarrados y que disponían de agua para reponerse. A Caín le apetecía adentrarse en un lugar como aquel, donde las bailarinas con cancán se mostraban agradables y provocativas, el alcohol corría a raudales y un mal perdedor arrojaba la mesa y acababa a pistoletazos con los demás por mirar de más a su chica. El diablo cruzó la doble puerta de madera completamente metido en su papel, como en las películas mas su decepción aumentó cuando no atisbó ni rastro del pícaro susurrar del movimiento de las faldas, ni jaleo de ningún tipo. La taberna parecía un lugar tranquilo y medio vacío donde unos pocos hombres se hallaban sentados en la barra esperando su whisky y en una mesa del fondo cuatro conocidos jugaban amistosamente a las cartas. Lo único que animaba un poco el ambiente era un tipo tocando aficionadamente el piano. Se esperaba otra cosa y más mujeres.

—¿Las prostitutas en este pueblo qué lugares suelen visitar?

Le apetecía echar una partida al póquer o al black Jack pero también le atraía la idea de molestar a Amara. Adramelech le señaló con la cabeza una esquina y Caín nuevamente se sorprendió al reconocer a Claudia abrazándose a un tipo con pintas de rufián más borracho que una cuba.

—¿Claudia es la única puta de todo el pueblo? —preguntó para cerciorarse. Su intendente asintió.

—Ésta es una localidad tranquila y de buena reputación donde las familias más acaudaladas se asientan para gozar de una vida apacible y sosegada.

—¿Soy el sheriff de una respetable y aburrida localidad? —bufó.

—No sólo eres su sheriff. También eres su héroe, como esta mañana cuando ha salvado a la pequeña.

Caín echó a andar hacia la barra.

—¿Ha cambiado de idea? La chica no está mal…

—Si es la única eso quiere decir que todas las poyas del pueblo han pasado por ella y me niego a meter la mía ahí.

Sus esperanzas se renovaron cuando se materializó frente a sus ojos una hermosa espalda coronada por una cascada de cabellos plateados. Caín se dirigió muy decidido hacia ella y la tabernera se volvió hacia él con una radiante sonrisa de carnosos labios carmesí. Todos los músculos de Caín se paralizaron cuando pudo reconocer bajo la capa de maquillaje y de la bisutería barata a Serafiel. La cara se le desencajó y los pulmones se detuvieron debido a la estupefacción.

—¿Qué le pongo de beber, guapetón?

Obviamente Caín no reaccionó.

—Lo de siempre, Serafina —respondió Adramelech por él.

La tabernera se puso manos a la obra ampliando su sonrisa aún más. El ver al serafín sonriendo le traumó incluso más.

—Se ha quedado completamente en blanco —observó Adramelech.

—Vámonos—logró susurrar.

—¿Por qué?

—Tenemos que seguir patrullando —se excusó el diablo y tiró de él con la intención de desaparecer de aquel lugar lo más deprisa posible.

"Estás fatal, Amara. Cuando todo regrese a la normalidad te va a odiar eternamente. Ahora no podré tomarme mi venganza en serio."

—Hoy está muy raro —le hablaba Adramelech cuando salieron del bar. Caín sin embargo no le prestaba atención pues se había fijado en un joven que llevaba sus finos cabellos rosados recogidos en una perfecta cola de caballo. Le había costado reconocerlo con aquellas ropas de cowboy y sin toda la parafernalia con que acostumbraba a adornarse. Chamuel se encontraba apartado del camino principal contemplando las flores, las musarañas o quién sabía qué. Los labios de Caín se curvaron en un gesto malicioso que Adramelech interpretó como que ya iba a hacer de las suyas.

—Ser sheriff no está tan mal. Todo el mundo me respeta y cumplen mis órdenes sin rechistar.

Dicho esto se acercó al distraído arcángel. Caín extrajo unas esposas y desenfundó su pistola. No sintió la necesidad de sacar la placa ya que todo el mundo le conocía.

—Quedas arrestado —proclamó, triunfante.

—¿Por qué? —trataba de defenderse Chamuel, incrédulo, tras ser arrancado súbitamente de sus pensamientos.

—Está prohibido quedarse parado en medio del camino. Obstruyes la circulación y los pobres caballos pueden salir heridos por tu culpa.

—¡Pero si no estoy en el medio!

Caín señaló hacia su sien con la boca de su pistola y su dedo bailando sobre el gatillo, poniéndolo más nervioso a pesar de que el arma de fuego no estaba cargada, aunque eso el arcángel no lo sabía.

—Y además desobedeces a la autoridad. Te condeno a pena de muerte.

—¡Eso es injusto! —seguía reclamando sin conseguir nada aparte de aumentar el ego de Caín.

—¿Qué prefieres: morirte deshidratado en medio del desierto hasta que un escorpión te inyecte su veneno y los buitres rebañen tus huesos o la horca?

Los ojos de Chamuel se dilataron al oír aquellas palabras pronunciadas con cierto placer y crueldad a partes iguales.

—Con la picadura de escorpión al principio apenas notarías un hormigueo. Después las náuseas y los temblores comenzarán, el color de tu piel se quedará en la arena y sentirás una maraña de cortantes pelos en tu garganta seca por el asfixiante calor…

—Al fin le encuentro, sheriff —le sacó de sus sádicas fantasías una voz que le resultaba familiar. Tenía miedo a volverse por si se topaba con una Raphaela. A pesar de todo reunió valor y se giró. Raphael iba elegantemente vestido para la supuesta época en la que se encontraban, típico en él, y no parecía estar pasando por un buen día.

—Ahora estoy ocupado.

—Esto es mucho más importante —le aseguró—. Han secuestrado a mi prometida.

—¿Quién? —intervino Adramelech.

Raphael les mostró dos carteles con el famoso "Se busca vivo o muerto". Caín les echó un vistazo olvidándose del pobre Chamuel. Desde uno de ellos le saludaba el inconfundible Gabriel con su típica sonrisa de cowboy de telenovela acompañado debajo por un montón de números y muchos ceros. El del otro cartel era Nathanael. A él no le habían sacado en una pose tan buena, más bien parecía que le habían pillado desprevenido y salía con una cara bastante ridícula.

—¿Y quién se supone que es tu prometida? —se interesó alzando una ceja.

—Iraia. Nuestra boda se celebra dentro de una semana.

* * *

El sol a aquellas horas era una bola de fuego ardiente refulgiendo en lo alto de su cenit y el calor en aquellas tierras resultaba abrasador. Por eso se encontraban cerradas todas las ventanas y en penumbra aquella cabaña escondida en un recóndito lugar. Gabriel estiró los músculos mientras bostezaba y se levantó de su duro lecho. Al incorporarse sus largos cabellos castaños resbalaron por sus hombros, encuadrándole el semblante. Pegó un largo trago a una cantimplora que no contenía precisamente agua y vertió sobre su cabeza un cubo de agua limpia que se había mantenido más o menos fresca desapareciendo rápidamente los restos de soñolencia. Con el agua chorreando por su torso desnudo se dirigió a un rincón donde yacía una mujer atada a una silla.

—Buenas tardes, querida —la saludó besándole la mejilla. Ella apartó su cara, malhumorada.

—Veo que no te has comido la comida que hice con todo mi cariño para ti. Sé que no soy el mejor cocinero del mundo y que no tiene muy buena pinta —habló llevándose un bocado a la boca—pero por aquí sólo hay roedores y reptiles.

—No pienso comer nada que hayas tocado con tus asquerosas manos —respondió Iraia en tono desafiante.

—Lo normal sería dejar que pasaras hambre, pero así no podrás atravesar el desierto y te necesito sana y salva para tu rescate. Si bajaras esos humos habrías dormido en la cama conmigo en vez de Nathan —dijo señalando a su compañero que aún dormía profundamente sobre la única cama que tenían.

—Antes preferiría dormir sobre el fango.

Gabriel sacó de la cartuchera su pistola de la que no se desprendía ni para dormir y la apuntó con ella.

—Cuida tu lengua. No eres precisamente un huésped de honor.

Iraia no se amedrentó tras esta amenaza sino que se mantuvo firme y serena.

—Sé que no vas a hacerme daño. No puedes si quieres que mi prometido te pague.

Gabriel se inclinó sobre ella y uno de sus húmedos mechones se pegó a la mejilla de Iraia.

—Siempre puedo darte en un lugar que no sea visible —le siseó al oído. Su voz no sonaba amenazadora pero sí insinuante—. ¡Vamos, holgazán! Se acabó la siesta al no ser que quieras perderte el espectáculo—le gritó a Nathan.

Éste se sacudió la cabeza medio dormido mientas buscaba a tientas las botas para calzárselas.

—¿Qué espectáculo?

—Nuestra invitada nos va a bailar.

—¡¿Qué?! —exclamó ella.

Gabriel cortó sus cuerdas con un cuchillo sin dejar de apuntarla con el arma de fuego y la obligó a colocarse en el centro de la habitación. Él se recostó sobre una silla y Nathan se sentó a su lado.

—Venga, báilanos. De momento con ropa, ya veremos como acabas luego.

Iraia le lanzó una mirada fulminante pero los dos hombres se echaron a reír. Contempló la idea de tratar de escapar, pero Gabriel seguía apuntándola y resultaba bastante fuerte y corpulento y Nathan tampoco parecía débil físicamente. Examinó rápidamente su alrededor en busca de algo que pudiera servirla de arma, pero lo único que se vislumbraba a su alcance era la cazuela oxidada sobre la que habían cocinado. Resignada, hizo apócope de valor y se dirigió con decisión hacia Nathan moviendo suntuosamente las caderas. Nathan se puso tenso bajo ella pero no se movió y podía sentir cómo Gabriel no le quitaba ojo de encima. Ella siguió bailando, ignorando por completo al mayor y pasado un rato se alejó de Nathan.

—Ya he cumplido con lo mío—anunció.

—¿Y cuándo llega mi turno?—protestó Gabriel.

—Has dicho que bailase y eso he hecho.

—Nathan, ve a ensillar los caballos. Se está haciendo tarde y a este paso nos va a sorprender la noche.

El muchacho obedeció sin rechistar dejándoles solos. Gabriel empujó a Iraia arrinconándola contra la pared. Ella chilló, asustada y temiéndose lo peor.

—No tengo buena fama y mi honor está por los suelos así que no tengo problemas en violarte si me apetece…

Agarró la tela de su falda y la rompió, creando una franja por la que asomaba la pierna. Por ella introdujo la mano mientras no separaba sus labios del cuello de ella. Sabía salado mas aún quedaban restos de una cara fragancia floral.

—…Pero prefiero que nos llevemos bien —alegó separándose de ella y poniéndose un guardapolvo como el que siempre llevaba él pero marrón en vez de blanco. A Iraia le latía el corazón desbocadamente y no se atrevía a despegarse de la pared.

Gabriel hizo ademán de auparla. Ella se resistió e intentó golpearle con una sartén.

—No compliques las cosas. Si no nos vamos de aquí llegarán los hombres del sheriff y no quiero devolverte tan pronto.

Por algún motivo desconocido para el famoso bandolero, Iraia se doblegó.

—¿A dónde piensas llevarme?

—A mi ciudad natal, a unas millas de aquí. Quiero que Raphael vea algo con sus propios ojos.

Iraia se dirigió hacia los caballos sin añadir nada más. Nathan ya les había colocado las herraduras y las sillas de montar. La mujer se recogió las faldas para montarse en el caballo más alto de todos, uno de suave pelaje caoba. Gabriel la tomó por detrás de la cintura y la sentó sobre el corcel, de lado. Él se sentó detrás de ella tomando las riendas.

—¿Por qué me habéis secuestrado? —le preguntó cuando llevaban un rato cabalgando.

—Uno necesita dinero para sobrevivir y digamos que tu prometido no me cae muy bien así que no me siento mal chantajeándole.

—No pareces como los demás delincuentes —dejó caer como si nada, y después dejó su vista perderse en el horizonte.

—Yo soy más simpático y mucho más guapo —presumió esbozando una amplia sonrisa. Le quiñó el ojo aunque ella no estaba mirando.

Iraia hizo rotar la cantimplora entre sus manos, agitándola para comprobar cuánto agua quedaba.

—Si estás sedienta puedes bebértela toda.

Iraia no volvió a abrir la boca durante el resto del trayecto hasta que el sol comenzó a ocultarse tras las altas montañas.

—¿Por qué eres tan buscado? —le formuló al fin la pregunta que le llevaba rondando por la cabeza todo el día.

Gabriel dejó que Nathan tomase la delantera, mientras no se pediese el rastro de las huellas en la arena no habría problema.

—Se debe a un incidente que ocurrió hace mucho tiempo.

—Tuvo que ser horrible para ofrecer tal recompensa por tu cabeza.

—Lo fue. Todo mi pueblo natal ardió. Yo fui el único superviviente.

Iraia pudo sentir cómo Gabriel se había tensado y tiraba con más dureza de las riendas.

—¿Perdiste a toda tu familia en el incendio?

Gabriel asintió silenciosamente.

—Mi hermana, mis padres…Ya te he dicho que fui el único superviviente.

—¿Causaste tú ese incendio?

Gabriel no respondió de inmediato. Picó espuelas y obligó a su montura a pasar al galope para alcanzar a su compañero.

—Si te refieres a que si todo fue culpa mía, sí. Lo fue.

De pronto un corto pero intenso disparo resonó en el cielo, espantando a los buitres carroñeros y una bala acertó en una de las patas delanteras del caballo blanco de Nathan, haciéndole caer. Gabriel se puso en sobre alerta. A lo lejos, de entre una neblinosa nube de arena apareció Caín cabalgando un brioso corcel negro. De la boca de su pistola surgía un aliento humeante.

—¡El sheriff!—bramó haciendo dar media vuelta a su caballo.

Por detrás tampoco había escapatoria pues Raphael y Adramelech les cercaban el camino.

—Devuélveme a mi prometida.

Como respuesta Gabriel apretó el gatillo sin vacilar, pero Adramelech fue igual de rápido y él también disparó, haciendo que su bala desviase la de Gabriel.

Caín ya se había echado sobre Nathan, echándole una lazada por encima y asegurándose de que las cuerdas estaban bien anudadas. Gabriel bajó de su montura, desenfundando su segunda pistola y apuntando a ambas direcciones.

Iraia aprovechó ese momento para hacerse con las riendas y le obligó al caballo a salir corriendo.

—¡iraia! —gritó su prometido.

Ella no le hizo caso sino que apremió más al caballo, rumbo a la ciudad fantasmagórica y en ruinas que se vislumbraba al fondo, que intuía que era la ciudad natal de la que Gabriel le había hablado. Gabriel también se había quedado un poco desconcertado, oportunidad que Caín aprovechó para lanzarse contra él. Raphael fue a intervenir pero Adramelech le retuvo.

—Deje que se encargue de él el sheriff.

Ambos pistoleros forcejearon rodando por la arena hasta hallarse al borde de un precipicio. Caín le hundió en la pantorrilla la punzante estrella de su bota, rasgándole la carne. Gabriel gimió, pero no se achantó sino que aprovechó su corpulencia extra para colocarse encima de su enemigo, atestándole dos puñetazos en la cara. Ambos se aferraron a sus armas de fuego apuntando al mismo tiempo a la sien del otro. Se quedaron en silencio, escuchando sus jadeantes respiraciones.

—¿A qué no tienes lo que hay que tener para apretar el gatillo?-le provocó Caín maliciosamente.

—No te odio tanto como para morir contigo.

Los gatillos titilaban en aquella atmósfera de tensión. Si uno de los dos disparaba y el otro no era lo suficientemente rápido, el primero se alzaría victorioso. La otra opción era la doble muerte.

—Si Raphael ama tanto a su prometida, ¿por qué no dejas que sea él el que sude la camisa y la rescate?

—Soy el sheriff. Mi deber es proteger a los habitantes.

Esperó a que Gabriel fuese a replicar para tomar un puñado de arena y tirársela a la cara. Gabriel se llevó las manos a la cara en un acto reflejo y Caín le apartó de encima suyo, cambiando posiciones. Ahora era Caín el que se erguía victorioso. Le golpeó en la muñeca, justo en el hueso y del dolor, Gabriel tuvo que soltar la pistola, quedando desarmado y a la merced de Caín. Medio cuerpo de Gabriel sobresalía del borde. Unas piedras se desprendieron. No las escucharon entrechocar contra el fondo.

Apenas Caín había cantado victoria que un halcón que volaba por los alrededores del acantilado se echó sobre sus ojos, atacándole súbitamente. Para deshacerse del ave retrocedió hacia atrás, haciendo aspavientos con los brazos. No calculó que justo detrás de él sobresalía una roca resbaladiza, tropezando con ella y abalanzándose sobre el acantilado. Gabriel logró sujetarle de un brazo a tiempo.

—No te hagas el héroe conmigo. Suéltame. Así tu recompensa ascenderá aún más.

—No soy un asesino.

Gabriel hizo apócope de todas sus fuerzas y tiró de Caín, logrando subirlo nuevamente a tierra firme. La frente de Gabriel brillaba perlada por el sudor. Se ayudaron mutuamente a ponerse en pie y Caín esperó el momento justo en que Gabriel le dio la espalda, confiado. Caín le empujó, haciéndole perder el equilibrio hacia atrás. Éste se aferró a Caín y ambos cayeron.

Raphael y Adramelech llegaron al lugar donde instantes antes se habían estado peleando y miraron, aprensivos, hacia el fondo.

* * *

Gabriel no se lo podía creer pero había conseguido salir ileso. De alguna forma el río había suavizado el impacto y no se había golpeado con ninguna roca. Por el contrario, Caín presentaba una fea brecha en la cabeza y había perdido el conocimiento. A pesar de que el sheriff le había traicionado, Gabriel no se sentía capaz de dejarle ahogándose por lo que le cargó sobre su espalda y luchó a contracorriente por llegar a la orilla. Cuando lo hubo conseguido se tumbó en el suelo, boca arriba y con los brazos extendidos. Aunque no estaba herido gravemente, tenía el cuerpo molido. La caída contra el frío agua le había sentado como cientos de cuchillos atravesándole. Estaba tan exhausto que no percibió que le estaban vigilando y antes de que pudiese reaccionar una veintena de afiladas flechas le apuntaban en un círculo. Pieles Rojas o más vulgarmente llamados indios. Eran demasiados y en la situación en la que se encontraba no tenía ninguna posibilidad así que alzó los brazos en señal de paz. Les escuchó comentar y discutir entre ellos. Le pareció entender que hablaban de Caín.

Sus sospechas se confirmaron cuando dos de ellos se adelantaron y levantaron a Caín. Las flechas no cesaban de apuntarles. Uno de los arcos se tensó, el que estaba más próximo a Gabriel y justo cuando se preparaba para recibir el flechazo, alguien le retuvo. Gabriel no tenía ni idea de lo que estaba aconteciendo pues no entendía nada de su idioma. El que le había salvado la vida, al menos momentáneamente, les enseñaba el cartel de su recompensa y señalaban con énfasis a Gabriel. Tras asegurarse que el de la foto era él uno de ellos le dirigió unas ásperas palabras:

—Tú venir con nosotros.

Después le ataron las manos y le examinaron para asegurarse de que no llevaba armas. También le vendaron los ojos y le hicieron caminar a tientas por espinosos caminos hasta que llegaron al campamento base.

Cuando le quitaron la venda ya había oscurecido por completo y habían encendido varias hogueras. Gabriel se encontraba firmemente atado a un palo mucho más alto que él y le habían dejado solo, probablemente porque habrían ido a buscar al jefe del clan.

—¡Gabriel!

—¡Iraia! —exclamó sorprendido al verla atada también a otro poste.

—Lo siento. Traté de escapar pero me pillaron desprevenida.

Así que a ella también la habían atrapado. Examinó los alrededores pero no había ni rastro de Caín. Sea lo que fuese que le fueran a hacer a Gabriel no le gustaría encontrarse en su pellejo.

—Sólo dime una cosa. Cuando escapaste con mi caballo, ¿a dónde pensabas ir?

Las danzantes llamas de la hoguera más próxima dibujaban sombras de fantasía sobre la piel de la mujer, dotándole un aspecto de embrujada belleza.

—A la ciudad abandonada. ¿Es allí donde me llevabas, no? Intuí que se trataba de tu pueblo natal y que allí tendríais la guarida oficial.

—¿Por qué querías ir allí? Raphael recorrió medio desierto para rescatarte.

—¿Sabes? —dijo ella contemplando el cielo estrellado—. En realidad te estoy muy agradecida por haberme secuestrado y espero que la boda se atrase lo máximo posible.

Aquellas palabras le pillaron de improvisto a Gabriel. Ella liberó una risueña carcajada ante la expresión de desconcierto de éste.

—Entre Raphael y yo no hay amor, no es más que un acuerdo social. Me obligan a casarme con él y había intentado convencerme de que era lo mejor y que a la larga merecería la pena. ¡Tonta de mí! Ahora gracias a ti me he dado cuenta de muchas cosas. Hay alguien con quien sí sería feliz, y ese alguien no es Raphael.

Cuando terminó de hablar dejó los labios entreabiertos y Gabriel se los habría besado si no fuese porque estaba atado.

Los nativos regresaron y al llegar ante los dos prisioneros se abrieron para dejar paso a su líder. Una mujer de cabellos castaños claro adornados por un gran penacho de coloridas plumas se acercó a ellos. A Iraia le pareció que tenía la piel demasiado blanca para tratarse de una del clan. A Gabriel se le había ido todo el color de la cara y la expresión se le había petrificado. Los Pieles Roja nunca se habían llevado bien con los Piel Blanca como ellos les llamaban. Seguro que Gabriel ya habría experimentado la crueldad de los salvajes con anterioridad y de ahí esa mirada desencajada.

—No podía creerlo hasta que no lo he visto con mis propios ojos —les dijo la Gran Jefe sin ningún tipo de acento.

Dos de sus hombres desataron a Gabriel y le obligaron a que siguiera a la Gran Jefe. Iraia intentó detenerles sin que le hicieran caso alguno hasta que los vio desaparecer tras una de las tiendas de campaña.

Una hora después más hombres fueron a por ella, cortando las ataduras sin hacerle ni un rasguño. Iraia se frotó las muñecas adormecidas y preguntó por Gabriel más no la dieron respuestas. Iraia echó a correr hacia las afueras del poblado, nadie se esforzó en seguirla. Siguió adentrándose en la enmarañada foresta hasta que escuchó voces: varias risas y el chapotear del agua. Decidió acercarse a la orilla a espiar y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando reconoció a Gabriel bañándose con la jefa de la tribu. Los dos reían y jugaban a salpicarse. Iraia no sabía qué hacer, si apartarse de ahí, pero la dolorosa sensación de que había sido engañada le bullía a través de la sangre, encrespándola el vello. Salió de entre los matorrales y se dejó ver. En cuanto Gabriel notó su presencia acudió a reencontrarse con ella.

—¡iraia, estás bien!

Con los ojos llorosos le abofeteó.

—He sido una idiota. Tenía que haber supuesto que eras como todos los demás. Te daba igual una que otra, ¿vedad? Si con una no puede ser no pasa nada, ya tienes otro reemplazo.

Gabriel suspiró aliviado al comprender la procedencia de su enfado.

—No es lo que piensas, déjame explicarte.

—No hay nada que explicar. La culpa que es mía que malinterpreté las cosas. Me hice ilusiones y…

—No has malinterpretado nada —Gabriel apoyó sus manos sobre los hombros de ella y la atrajo hacia sí, obligándola a mirarle a la cara—. Me gustas mucho. Nadie podría reemplazarte esta noche —le confesó—. Ni esta noche ni quizás ninguna. Ella es Selene, mi hermana.

—¿Tu...tu...hermana?

Se había quedado muda de asombro.

—Sí, la que te conté que había muerto en el incendio. No sé cómo, aún no me lo creo, pero el caso es que sobrevivió. La encontraron los miembros de esta tribu y el anterior Gran Jefe la acabó adoptando.

—Llevo buscando a mi hermano desde entonces. Los carteles de recompensa me han ayudado mucho.

—¿Entonces entre vosotros…?

—¡Qué va! De hecho… —En esos mismos momentos apareció Caín con unas vendas sobre la herida de la cabeza y rodeó a Selene con los brazos, besándola en el cuello—. …es Caín su amante —completó la frase.

Aquello no tenía mucho sentido. Entre blancos e indios siempre había enemistad, ¿cómo era posible que esos dos estuvieran juntos?

—Mi provincia es la única que no tiene problemas con las tribus. Soy un buen relaciones públicas —explicó Caín en un tono presuntuoso.

—Aún no me creo todo esto, hermana, pero me preocupa Nathan. Le dejé solo…

—El mocoso estará bien. No pueden hacerle nada sin mi permiso —le tranquilizó Caín—. Pero sí, yo ya debería volver. Vosotros… —clavó sus fríos ojos grises en Iraia—. Tú tendrás que venirte también. A Gabriel le perdono por ser mi cuñado.

—Dejadme sólo una noche más —le pidió Iraia.

Caín comprendió perfectamente el anhelo que escondía su voz.

—Haced lo que queráis.

Volvió a tomar a Selene de la cintura y desaparecieron para dejarles disfrutar al menos de una única noche.

* * *

A la mañana siguiente ya estaba todo predispuesto para que regresasen. Tenían preparado un caballo para Caín e Iraia y lo habían abastecido con víveres.

—Lo he decidido—anunció Gabriel. Voy a retar a Raphael a un duelo.

La expresión de la cara de Iraia se llenó de terror.

—¡Eso es una locura! —protestó.

—No puedo perderte así como así, no sin luchar. Si no lo hiciese me arrepentiría toda mi vida.

—Estás loco—le dijo Caín montándose en su montura.

Le prepararon otro caballo a Gabriel.

—Yo también os acompaño —proclamó Selene.

Consiguieron regresar a la ciudad pasada la hora de comer. La llegada de Caín causó mucha expectación, casi tanto como la presencia de Gabriel y Selene. Que no estuviesen en guerra contra su tribu no quería decir que se llevaran como hermanos de sangre. Se dirigieron directamente a la comisaría donde se encontraron con Adramelech y Raphael. Nathan estaba en una de las celdas, separado de Yael y Ancel.

—¡Sheriff! Me alegro que estés de vuelta —exclamó Adramelech.

—¿Y mi prometida? —preguntó Raphael con impaciencia.

—Estoy aquí —le saludó muy seria.

Él acudió a abrazarla, pero ella se apartó. Por fin recayó en la presencia de Gabriel que le había pasado desapercibida hasta ese momento.

Gabriel dio un paso adelante y golpeó estrepitosamente la mesa haciendo que los papales se descolocaran un poco.

—Si quieres casarte con ella tendrás que hacerlo por delante de mi cadáver.

Raphael pasaba de uno a otro con la indignación brillando en sus ojos verde oliva.

—Si quieres dinero te daré tanto como quieras. Dame un cheque en blanco y te lo firmaré.

—No es dinero lo que quiero, sino recibir el amanecer todos los días junto a ella.

Los puños de Raphael se cerraron con tanta fuerza que por un momento Caín temió que estallara en llamas.

—De acuerdo. Saldremos afuera a solucionar esto como hombres de honor. Y tú, furcia—le dijo a la nerviosa pero firme Iraia— ya puedes rezar porque gane él.

—Ahora no es momento para estas cosas—les interrumpió Adramelech.

—Es cierto —dijo una voz más.

Samael se hallaba sentado en un sillón de cuero con un puro encendido entre los dedos.

—¿Qué está haciendo él aquí? —le espetó Caín a su intendente.

—Os he dado el tiempo que me pedisteis, Adramelech. Ahora que el sheriff ya está aquí podemos debatir los detalles importantes.

—Es sobre el derecho de las minas—le aclaró el intendente.

—¿Qué coño pasa ahora con las minas? —Caín ya se estaba comenzando a hartar de todo esto. Le entretenía más presenciar el duelo entre los otros dos idiotas.

—Este pueblo va a comenzar a ser evacuado dentro de seis días, seis horas y seis minutos exactamente—anunció mirando un elegante reloj de oro.

—Me temo que eso no es posible.

—Yo creo que sí—insistió muy calmadamente.

—¿Qué tienen que ver las minas con todo esto?

—Los niveles más superficiales se están agotando y es necesario cavar más hondo. Caras investigaciones han descubierto que justo donde más oro hay es debajo de este montón de casas. Hay que hacer nuevos túneles y la dinamita puede causar diversos derrumbamientos. Es peligroso para la gente permanecer aquí.

—No puedo aceptarlo.

—Tengo todos los permisos firmados por el gobernador—le dijo tendiéndole varios documentos. Caín pudo apreciar en todos ellos la firma de Metatrón.

"Esto es de locos"

Para empeorar las cosas un fuerte alboroto se formó afuera, en la plaza. Salieron de inmediato a averiguar lo que pasaba. La gente corría despavorida de un lado a otro. Los tacones de dos pares de botas resonaban en el empedrado haciendo que una persona entrase en pánico por cada paso que daban. La silueta de dos mujeres que Caín sabía identificar muy bien hizo retumbar los cimientos de aquella tranquila localidad.

Amara y Luxuria llevaban dos trajes de cowgirls bastante insinuadores y disparaban al aire para asustar.

—¡Ahora los chicos de este pueblo están bajo nuestro control! —proclamaba Amara.

—Rendiros ante las Chicas Explosivas. Os daremos mucho dolor y placer.

Las mujeres corrieron a abrazar a sus maridos, pero ya era demasiado tarde, todos habían caído bajo la belleza subyugante de aquellas dos despampanantes chicas.

—¿Y vosotras qué queréis ahora? Sabes que tengo muchas ganas de hacerte cosas perturbadoras y ofensivas, ¿no? —le amenazó Caín a la joven—. Y tú, Viento, pareces una niña. "Chicas explosivas" Es lo más ridículo que he escuchado en mi vida…

Luxuria le acalló haciendo retumbar su látigo.

—Tú eres el sheriff.

Amara dio unos pasos hacia él, moviendo descaradamente las caderas y apuntándole con la pistola. Los flecos de su traje bailaron. Caín tragó saliva y retrocedió, chocándose contra la pared. Amara extendió sus manos y entrelazó sus dedos entre la melena del diablo.

—Ya eres mío —le susurró al oído y sus palabras le hicieron estremecerse. Después todo se volvió confuso.

Sin saber exactamente cómo había dejado que eso pasara todos los hombres fueron encerrados en la cárcel. Todos no, porque no había sitio para tantos, pero sí los de mejor ver. A las mujeres las habían encerrado en la casa de Raphael que era la más grande, incluida a Selene. Luxuria le había aconsejado que a la Piel Roja la encerraran en lo más profundo, las Chicas Explosivas no querían compartir con nadie más sus deliciosas víctimas.

Tras saquear el bar y beberse unas cuantas botellas acudieron a visitar a sus chicos que las miraban muy desconcertados.

—¡Si está aquí mi pequeño! —exclamó Luxuria cuando vio a Nathan, propinándole dos suaves cachetes.

—Perviértemelo, por favor —le pidió Amara.

—Eso está hecho —le prometió con un guiño. Luxuria siguió examinando a los presos hasta que dio con el que buscaba—. Y tú también eres mío. Tenemos que terminar lo que empezamos antes —le susurró a Gabriel, aproximando peligrosamente su boca la suya. Amara le pareció ver que sacaba tres lenguas, pero apartó la vista rápidamente. Si ella era la lujuria, seguro que tenía más sorpresas por ahí escondidas.

Caín la miraba embelesado desde el fondo. El sheriff estaba haciendo verdaderos esfuerzos por apartar la vista de los dos turgentes pechos que asomaban por la tela vaquera, no quería quedar tan en evidencia. Sus esfuerzos no sirvieron de mucho. Amara solía ocultar buena parte de sus virtudes, pero Caín sabía muy bien que las tenía y en ese momento le había quedado más que confirmado que no se equivocaba.

—Sabes que eres mío.

—En qué maldita hora te habré conocido.

Amara le sacó de la celda asegurándole bien con cadenas y lo condujo con una patada en el trasero hasta la modesta cama que le pertenecía al sheriff. La nuca de Caín golpeó suavemente contra la pared y sus bocas se entrelazaron. Sus lenguas se encontraron excitadas e intercambiaron alientos. El de Amara sabía a Baylis con mora y algo más que Caín no supo identificar. El diablo logró apartarse antes de perder completamente el control. Si había algo que le incomodaba era que le dominaran.

—He tenido una buena idea. Estás guapísimo —dijo refiriéndose a su atuendo de cowboy mientras híperventilaba. Caín pudo percibir el rubor de sus pómulos, al fin y al cabo seguía siendo la misma chica inocente al borde de dejarse poseer por la depravación.

—Supongo que todo lo anterior ha merecido la pena por este momento, pero pienso que estas cadenas te quedarían mejor a ti.

—No voy a caer.

Amara le quitó el sombrero y se lo puso ella. Los negros cabellos de Caín oscilaron como delicados pétalos de dientes de león.

—Juguemos primero —sugirió Caín. Amara había bebido y quería aprovecharse de esto.

De algún lugar de entre su chaqueta extrajo un cuchillo. Amara maldijo su error, no sabía cómo le había pasado desapercibido eso.

—La próxima vez te desnudaré primero.

Caín apoyó su mano derecha sobre la mesa, separando los dedos. Su piel protestaba al entrar en contacto con el metal de las cadenas, pero lo supo sobrellevar. Con la mano libre asió firmemente el cuchillo y lo hizo pasar velozmente a través de cada hueco entre sus dedos. Cuando terminó, seis agujeros habían aparecido en la madera descorchada como prueba de su osadía.

—¿A que no te atreves a hacer lo mismo? —la retó.

Amara le arrebató el cuchillo y repitió la operación. Cunado terminó, victoriosa, acercó el cuchillo a la entrepierna de Caín.

—¿Por qué no probamos ahora a hacer lo mismo pero con otra parte más íntima?

—De acuerdo, nada de juegos peligrosos por hoy —le tenía demasiado estima a su órgano reproductor.

—Tú eres en sí peligroso, por muchas cadenas que lleves. Es sólo que… —su voz se le entrecortó y se abalanzó sobre el cuerpo de Caín, colocándose a horcajadas sobre él y hundiendo la cabeza en su pecho. La chica jadeaba descompasadamente.

—¿Estás bien?

—Sí…Bueno… ¡Oh, Dios! No sé que me ha dado de beber Lux…

—No nombres ahora a ése.

Amara se separó del fibroso torso y buscó aquellos ojos grises que la miraban con aquella intensidad sofocante y que tanto anhelaba.

—Hazme ahora el amor, Caín. Si no me desvirgas hoy enloqueceré.

Caín iba a vanagloriarse de tenerla a su merced pero lo cierto era que él también estaba tan loco por ella o más aún así que simplemente la atrajo hacía así y volvió a besar sus labios.

—Nuestros actos tendrán consecuencias —le susurró mientras la mordisqueaba el lóbulo de la oreja.

—¡Al Infierno con las consecuencias! Nunca mejor dicho —pronunció mientras le desnudaba. Sería un maldito diablo, ¡pero qué cuerpo tenía!

"He creado un monstruo. Un monstruo sexual. Soy mejor que Metatrón y Samael."

Caín sonrió y volvió a pegarse a ella. El vientre lo llevaba completamente al aire y el más mínimo roce con su piel le encendía.

—¿Qué habéis hecho con Ireth? —preguntó mientras recorría con libertinaje aquellas curvas de ensueño.

—Nos hemos encargado de que no pueda interferir.

Caín pasó sus brazos por detrás del cuello de ella, rodeándola con las cadenas y cortándole la respiración.

—Si algo malo la pasa…—tensó con más fuerza las cadenas.

—Ella está bien. No soy tan mala…—alcanzó a decir la joven luchando por aflojar las cadenas. Finalmente el alivio llegó pues Caín la soltó para besarla súbitamente. La piel le quemaba donde le había puesto las cadenas, pero poco a poco la pasión fue llevándose consigo cualquier resto de dolor.

—¿Por qué has tenido que mencionarla? —le reprochó con un ronroneo.

—¿Acaso tú no estás pensando ahora en Nathan?

—¡No! —se ofendió—. El que me pone eres tú, no me hallo ahora en condiciones de pensar en tantas cosas.

Caín había aprovechado aquel despiste por parte de ella para deshacerse de las molestas cadenas y colocarse sobre ella. A pesar de todo Amara no tenía miedo porque sabía que en esos momentos, bañados por la mágica luz de la luna y poseídos por la lujuria y una fuerza ancestral irracionalmente incomprensible, Caín era más vulnerable que nunca.

* * *

Amara había tenido que dejar solo a Caín para salir a tomar un poco de aire. Tenía que andarse con cuidado o el poder de la ilusión se rompería. Si fuese fumadora se habría ventilado media cajetilla. Ahora que por fin había obtenido de Caín lo que quería no sabía comprender esa avalancha de sentimientos. Él amaba a la tal Ireth y siempre lo haría por mucho que esperase a que dejara de hacerlo así que no tenía sentido demorarlo más. Él no la estaba mintiendo, siempre le había dejado muy claras las cosas. Si quería estar con él tenía que aceptar las condiciones.

—Sé que estás ahí—le dijo a una sombra que se ocultaba detrás del edificio.

Samael apareció de entre la penumbra con su aspecto radiante de siempre.

—Sí que tienes un poder fascinante. Serás la mujer de mi hijo. Ya lo creo.

—Él no permitirá que me utilices

Un disparo penetró la húmeda atmósfera de la noche. La bala le había rozado el hombro al Caído, produciéndole un pequeño hilo de sangre. Samael la evaluó con el semblante muy serio. No permitía que nadie le alcanzase a hacer el más mínimo roce y ese ángel le había hecho sangre.

—Le tienes mucho estima. Se nota que estáis muy enamorados.

—¡No estamos enamorados! Lo de antes fue por culpa de los anillos.

—Tendríais que agradecérmelo. Si no se hubiesen roto ahora seríais mucho más felices.

—No te creas. Caín así no me gustaba. Esa aura de chico malo forma parte de su encanto. Dentro de esta ilusión no puedo matarte, pero quiero pedirte algo—continuó hablando.

—Prueba.

—Secuéstrame.

—¿Cómo dices?

—Quiero ver a Caín sufriendo para rescatarme.

* * *

La luz rayaba el alba cuando Luxuria irrumpió en la habitación de Caín algo agitada. Caín no había conseguido pegar ni ojo. Las fogosas caricias y besos de Amara aún perduraban en su esencia. La había sentido escabulléndose en silencio de las sábanas, pero no la quiso retener. Ahora se estaba lamentando pues no había regresado y estaba comenzando a temer que nunca lo haría.

—Esto es importante, Caín.

—¿Qué ocurre ahora?

—Samael ha dejado esta nota.

Caín se la quitó casi antes de que terminara de hablar, y arrugó el papel con saña tras terminar de leerlo.

—Cabrón…

—He buscado a Amara por todos lados y no está.

—Se la habrá llevado a la capital. Es allí donde se ejecutan a los criminales más famosos.

—El primer tren partía a las ocho.

—No hay tiempo que perder entonces.

Caín se vistió rápidamente y Luxuria se dispuso a preparar los caballos.

—¿Nos llevamos ayuda?

—No creo que estén en disposición de ayudarnos…al menos Gabriel…

—¿Qué le has hecho?

—Me provocó. Demasiado. Aunque él también me ha dejado agotada…

Caín pensó en regañarla porque no le hacía ninguna gracia que se juntara precisamente con Gabriel pero ya hablarían de eso en un momento más apropiado.

—Yo también os acompaño. Tengo que salvar a Amara —proclamó Nathan.

—Es este mundo alternativo tú no eres nada para ella.

—Déjale que nos acompañe —intervino Luxuria a favor del elemental.

Entre los tres no tuvieron muchos problemas por colarse en la estación. Caín miró el gran reloj que lo vigilaba todo desde aquella posición privilegiada y respiró aliviado al ver que aún faltaban unos centímetros para que la manilla larga alcanzase la máxima posición. Su alivio duró poco pues un agudo pitido les comunicó lo contrario.

—¡El tren se ha adelantado!

Los engranajes se habían puesto en marcha y la chimenea expulsaba una intensa nube de vapor.

Echaron a correr persiguiendo a la máquina de vapor que cada vez ganaba más velocidad. Si seguían así lo perderían y Amara sería ejecutada. Caín pegó un último impulso y saltó, agarrándose a uno de los salientes. El aire le golpeaba la cara pero no se rindió y consiguió subirse al techo de uno de los vagones. No tenía ni idea sobre en qué vagón estaría ella. Unas balas le pasaron muy cerca. Unos pistoleros le disparaban con sus rifles. Samael había tomado la precaución de contratar seguridad.

Caín echó a correr por los vagones, esquivando los disparos y disparando cuando lo veía oportuno hasta que la nube de vapor se hizo demasiado espesa y no le dejaba buena visión. Entonces apareció Samael. Caín no dudó en arrojarse contra él. Estaba deseando propinarle un fuerte puñetazo desde hace muchos siglos y ahora que no tenían sus poderes sobrenaturales podría hacerlo a gusto.

—¡No vas a salirte con la tuya!

—Eso ya lo veremos.

Mantuvieron una pelea épica digna de las mejores películas del oeste hasta que Samael se cansó y arrojó con una sola mano a Caín, haciéndole que se golease duramente la cabeza contra el suelo metálico. La brecha del día anterior se le abrió.

Caín no lo entendía. Estaba convencido de que su fuerza era superior a la del Caído mas Samael seguía derrotándole con suma facilidad.

—Dejaré que te quedes con el oro, con la ciudad, con lo que quieras, pero a Amara no puede pasarle nada.

—¿Te refieres a estas minas? —dijo enarbolando una pila de papeles. Eran los documentos con los permisos firmados. Samael los agitó en el aire para que Caín los viese bien. Si se los conseguía quitar perdería cualquier derecho a demostrar la validez del proyecto. Por la forma en que Samael sonrió, Caín intuía que había adivinado sus pensamientos—. Voy a salirme con la mía de las dos formas. Soy un hombre ambicioso. El oro será mío y destrozaré tu corazón para que veas que yo tenía razón.

Caín tenía que pensar en algo rápidamente. Fue a incorporarse, pero a lo lejos vio cómo estaban entrando en un túnel y Samael no parecía percatarse de ello.

—Cuando estés de vuelta en el infierno pídele un autógrafo a Kamadeva de mi parte.

Samael se giró para ver lo que estaba pasando. Ya era demasiado tarde. El tren silbó una vez más. El vapor se tiñó carmesí. Los papeles quedaron flotando, muy atrás.

Caín permaneció echado contra el suelo hasta que la oscuridad del túnel se quedó también atrás. Se limpió el sudor de su frente y la sangre que le resbalaba y entró en uno de los vagones sorprendido por su suerte. En aquel compartimento no estaba Amara. Ni en el siguiente ni en el siguiente, y así fue comprobando uno a uno hasta llegar al último. Ni rastro de Amara. ¿Acaso Samael le había engañado y llevaban a Amara en otro tren?

Algo no iba bien, parecía que estaban perdiendo velocidad. Se asomó afuera para comprobar sus sospechas y efectivamente, habían desenganchado los vagones. Caín golpeó el marco de madera barnizada innumerables veces maldiciendo su error.

* * *

El sol estaba a punto de alcanzar su cenit, más no brillaba con la intensidad habitual. La gente se había reunido en torno a la horca, este tipo de espectáculo morboso siempre causaba expectación.

Amara reposaba en el centro de todo aquel ajetreo, con la soga echada al cuello, aguardando su final. Algunos comentaban que era una pena acabar con una chica tan hermosa, otros lanzaban perjurios y los comentarios más ofensivos que había escuchado hacia su persona.

El verdugo llegó y el juez comenzó a enumerar los crímenes de Amara. Ella los escuchaba muy serena, intentando aguantar la risa con algunos de los mencionados.

La cosa se alargó más de lo que esperaba. Miró hacia todos los lados en busca de Caín, pero ni rastro del diablo. Ella quería confiar en que sí que aparecería a tiempo, creía en él con convicción. El juez terminó y el verdugo se preparó para llevar a cabo su trabajo. El suelo de madera desapareció, la cuerda se tensó y sus pulmones reclamaron aire.

La multitud aumentó sus vítores, de un modo incluso fanático, pero algunos comenzaron a apartarse, sorprendidos. Caín se iba abriendo paso entre el gentío cabalgando a lomos de su corcel y si tenía que disparar, apretaría el gatillo sin dudarlo. Sacó la pistola y apuntó. Las balas sesgaron la cuerda, haciendo que Amara cayese desde la altura en que estaba colgada. El camino llegó al final para Caín, una considerable distancia le separaba de la horca. Se asió de las riendas y ordenó al caballo que saltara. Caín pasó por encima de la cabeza de muchos hasta llegar junto a la horca, de forma que Amara cayó entre sus brazos. La ayudó a colocare bien en la montura y escaparon al galope sorteando todos los disparos que le lanzaban.

La cosa no acabó allí porque todo el mundo se puso en contra de los fugitivos, pero entonces aparecieron los Pieles Roja que habían venido a ayudar a Caín. Sin entender cómo, una batalla comenzó y las calles se tiñeron de pánico y sangre.

—Esto no es lo que quería—se lamentó Amara. La culpabilidad la corroía por todo aquel baño de sangre, aunque no fuese real.

—¿Y ahora qué, princesa?

Amara se le quedó mirando fijamente. Caín se reclinó para recibir su recompensa por haberla salvado, mas nunca llegó a producirse el beso. Cuando Caín volvió a abrir los ojos se hallaban de regreso en la aldea. En vez de encontrarse sentado sobre su caballo a punto de besar a Amara se hallaba junto a Adramelech. El intendente le miraba con cara extrañada ante la postura del sheriff. Caín se retiró, algo avergonzado. Se encontraban en medio de un corro contemplando algo: el duelo entre Raphael y Gabriel. Pudo localizar a Amara comentando el espectáculo con Viento y le pareció entender que hablaban de los pantalones y de lo mucho que se les ajustaba. Caín decidió no escuchar más y prestó atención a la contienda.

Iraia se había colocado en primera fila y se la veía muy afligida. Confiaba en Gabriel, pero no quería que la cosa acabara manchándose de sangre. Gabriel le guiñó un ojo para tranquilizarla de forma cómplice.

Caín recitó un pequeño discurso improvisado (en realidad no tenía ni idea de lo que estaba diciendo, pero algunos espectadores incluso aplaudieron emocionados) y ambos duelistas se pusieron de espaldas, codo con codo. Acordaron un único disparo y diez pasos y tras que Iraia anunciase la salida, comenzaron a andar contando los pasos. Raphael hizo bailar los dedos, deseoso por llegar al final y accionar el gatillo. Apenas estaba terminando de contar, su rodilla se flexionó para girarse rápidamente. Desenfundó rápido como un rayo y cuando fue a disparar, una neblina rosa le rodeaba. El polvo rosado se le pegaba al pelo, a la ropa, a la piel…

—¿Qué diantres es esto?

Gabriel presionó el gatillo y Raphael se preparó para recibir la bala, mas ésta le pasó rozando por la cintura. Cuando quiso levantar la cabeza para mirar a su contrincante, éste ya había salido corriendo al galope junto con Iraia. Raphael se dispuso a seguirlos, pero unas risas procedentes del público femenino le hicieron plantearse lo ocurrido. La bala le había roto el cinturón que le sujetaba los pantalones. Entre eso y el polvo rosa tuvo para mucho tiempo de burlas y risas contenidas allí donde quiera que fuese.

Amara decidió que ya estaba bien por lo que hizo que todo volviese a la normalidad.

* * *

Cuando despertaron, se encontraron tal y como habían quedado antes, pero no había ni rastro ni de Caín, ni de Luxuria ni de Samael. Todos se despertaron como si acabaran de tener el sueño más extraño y desconcertante de sus vidas y decidieron que lo mejor era regresar puesto que ya no tenían nada que hacer allí.

Caín y Luxuria no se hallaban muy lejos, de hecho les podían ver a lo lejos si se giraban.

—Después de todo esto se me hace raro volver a la normalidad.

—Bueno, siempre puedes regresar a deshojar margaritas o a recitar poesías amorosas —bromeó Luxuria.

—¿Tan ridículo he estado?

—Si te hubieses visto… De sheriff no has estado tan mal.

—Bueno, la asaltacunas que pervirtió al angelito.

—En serio, aún es San Valentín, todavía puedes aprovecharlo.

—Yo había pensado en aprovecharlo contigo.

—Aún tengo muy reciente todo lo ocurrido. Ahora mismo no me das nada de morbo —le rechazó Luxuria.

—¿Y el metrosexual de Gabriel si te pone más? Por cierto, no vuelvas a acercarte a él.

—¿Estás celoso?

—No es eso, lo digo por tu bien. Será mejor que no te acerques a él.

—Y yo creo que deberías volver y secuestrar a Amara. Me ha caído bien. Me gusta mucho más que Ireth.

—Secuéstrala tú. Creo que tienes razón. Iré a buscar a Ireth.

—Eres cabezota, pero si de verdad la amas ya estás tardando. ¿Cómo es posible que te hayas enamorado?

—Cosas que pasan—dijo encogiéndose de hombros.

—Me pregunto si yo también podré enamorarme alguna vez —proclamó dejando escapar un pequeño suspiro—. Oh, se me olvidaba.

Dio media vuelta e hizo como si lanzara un beso al aire, sólo que de su aliento se formó un pequeño remolino que les removió el pelo a todos e hizo de sus presuntuosas ropas un revoltijo.

Luxuria rió maliciosamente y regresó junto a Caín.

—La próxima vez seré un poco más cruel, ahora estoy agotada.

Caín se detuvo al advertir la presencia de Ireth esperándole a la vuelta de la esquina.

—Te va a tocar volver sola.

—Ya me he dado cuenta.

Caín se dirigió hacia la chica despidiéndose del Pecado Capital con un simple gesto de la mano. Ireth estaba muy nerviosa. No sabía por donde comenzar a explicarle pues lo de las flechas había sido su culpa.

—Caín, ¡lo siento! Yo…

El diablo la miró con ternura y la acalló con un largo beso. No necesitaron intercambiar más palabras.

* * *

Chamuel dejó que la brisa de la tarde removiese sus rosados cabellos. Parecía estar contemplando el horizonte aunque en realidad estaba pensando en muchas cosas. No tardó en sentir la presencia de la materia oscura, tal y como había esperado. Kamadeva se puso a su lado.

—Ya pensaba que te ibas a ir sin despedirte de tu hermano—habló el demonio.

—Sabía que todo esto había sido obra tuya.

—Los demonios vamos por ahí creando un poco de caos, ya lo sabes, es nuestro trabajo.

—Sólo que ése no era tu trabajo inicial—le recriminó su traición.

—¿Qué quieres que te diga? La verdad es que ahora soy más feliz. Puedo dar rienda suelta a mi turbia imaginación y saben valorar mi talento.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque Dios me lo ordenó. Ya lo expliqué en su momento.

—Metatrón jamás te pediría algo así.

—Yo te digo lo que viví. Dios me pidió que hiciera que Zadquiel y Mikael se enamoraran. Si la voz que escuché era de Metatrón no lo sé.

—Si no era Metatrón entonces, ¿quién se supone que fue?

Chamuel no obtuvo respuesta porque su hermano había desaparecido.

El arcángel volvió a concentrar su atención el la fina línea del horizonte, con más dudas que las que albergaba antes. El sol parecía un corazón en llamas. Así de hermoso y romántico se contemplaba el atardecer de aquel día de los enamorados.

**************

Ahora sí que sí, ya está todo lo de DI publicado salvo los relatos cortos -cortísimos- de Fragmentos de Eternidad.

Fue un placer compartirla con ustedes. Ojalá estos personajes queden en uestras cabezas dando vueltas :3

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