1. Ilegal vs Legal

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—¡Mierda no! —grité y me levanté de un salto del sofá, llevándome la mano a la boca. 

No podía creerlo, había enviado el mensaje y me arrepentía muchísimo, lo escribí con mucho enojo, en un intento de sacarme toda la frustración de encima, no tenía la intención de mandarlo pero, como toda una adicta al teléfono, presionar la tecla de send era tan monótono para mí, que terminé haciéndolo sin siquiera pensarlo y unos segundos después caí en la cuenta de la estupidez que había cometido. Miré el teléfono en mi mano, aún con la conversación abierta y lo aventé al hueco que había dejado mi trasero. No tenía sentido pero tenía muchas ganas de esconderme del móvil, sentía que si lo tenía cerca la persona detrás de la conversación lo sabría

—Porque miras el sofá como si te hubieses sentado sobre ginger —me sobresalté y alejé a trompicones del sofá.

Fruncí el ceño con disgusto cuando vi a mi hermano Axel con su sonrisa socarrona habitual y el tatuaje de mandalas sobresaliendo por su cuello. Hacia dos semanas que el troglodita se había emborrachado y perdido el conocimiento lo suficiente como para ir a una tienda de tatuajes y hacerse uno diseñado por Laura, su ex novia hueca, no hace falta contar con detalles lo asustado y perturbado que estaba cuando despertó a la mañana siguiente, el pobre estaba que no se lo creía y se molestó mucho con Laura, pues ella aùn sabiendo que él no quería tatuarse nunca, lo instó a hacerlo cuando ella estaba sobria y él en un momento de debilidad. Obviamente terminó con ella.

Los novios y novias idiotas dominaban a los Narvaez, todos en la familia teníamos la desgracia de toparnos con ellos.

Después de haber repasado el tatuaje subí la mirada para encontrarme con su rostro divertido, fue así como olvidé mi aún conmoción y fui consciente de lo tonta que posiblemente me veía, traía el pijama puesto, el cabello desordenado por no haberlo cepillado desde que me desperté de mi sieste unas horas antes e iba descalza. Me había visto justo cuando tenía los ojos abiertos como platos y era difícil mantener inédita mi expresión de arrepentimiento, además que veía de una forma poco favorable a mi pobre móvil, aunque para él debía de parecer que mi vista estaba en el sofá. Me morí de vergüenza.

Puse mis manos en mis caderas y fingí una tranquilidad que no estaba sintiendo.

—Solo observaba el color, es muy bonito —le dije a mi hermano e intenté sonreír.

Abrí los ojos con sorpresa cuando sonó una risa que conocía perfectamente, detrás de mi hermano, Nico se alzó y era muy difícil de ignorar lo mucho que se sentía su presencia.

—Estabas fusilando al sofá con la mirada ¿Seguro que es muy bonito? — bromeó.

Tomé mi teléfono con duda y rodeé el sofá para poder huir antes de que la situación se pusiera incómoda pero como estaba tan entretenida viendo con fijeza a mi hermano, con una indudable sonrisa falsa y el rostro enrojecido por la molestia y vergüenza, terminé golpeándome el pie con el borde del sofá y lo peor era que mi dedo pequeño había recibido la parte más dura. Solté un alarido de dolor, brinqué en mi sitio un par de veces hasta que me incliné para sostener mi descalzo pie y sobé el dedo, en un intento de que el dolor desapareciera. Todos saben que los golpes en los dedos pequeños duelen casi tanto como uno en la teta, o en la cadera. Duelen de una forma tan intensa que durante los pocos segundos que duran te cuestionas todas las acciones que te llevaron a tener ese accidente, juro que vi mi vida pasar. Cuando levanté la vista ambos muchachos mantenían una expresión divertida y preocupada a la vez, y yo tenía ganas de cavar un hoyo en el piso y meterme dentro durante los próximos cincuenta años.

La vergüenza que sentía era mucha, emoción que ya había vivido en bastantes ocasiones pero que no importaba la cantidad de veces pues era imposible acostumbrarme a tan bochornosa sensación. Atraía situaciones vergonzosas tanto que incluso me hacía pensar que en mi otra vida asesiné a un duende, porque de otra forma no comprendía cómo era posible tanta mala suerte. 

Desde que tenía 7 años supe que mi suerte era nula. Era mi fiesta de cumpleaños y mi mamá había mandado a hacer un bonito pastel de Rapunzel, al principio; el día parecía ser bastante favorable, jugué con mis amigos toda la tarde y cuando llegó el momento de partir el pastel, me emocioné tanto que corrí a toda prisa, en el camino me topé con una de mis primas e intenté frenar pero ya era tarde, me impacté con ella y cayó directo en el pastel. No hubo pastel. No hubo dulces para mí y me castigaron sin posibilidad de abrir mis regalos hasta una semana después. Es muy tonto, pero recuerdo eso como uno de mis momentos más tristes y humillantes, en la reuniones familiares me lo seguían recordando, sobre todo tomando en cuenta que la prima involucrada quedó más que un poquito traumada. Y lo entendía, para mí también sería difícil.

Pero a pesar de mi indudable mala suerte, siempre intenté mantenerme positiva e ignorar las malas rachas que vivía a diario, pero ese día fue especialmente bochornoso. Tenía un par de meses que terminé mi relación con mi novio, yo había sido la que había propuesto la ruptura pero con el pasar de los días lo comencé a extrañar más de lo que me gustaría admitir, la cosa es que no era en plan romántico, al contrario, era un amigo increíble con el que podía hablar sin inhibiciones y precisamente ese era el problema, no lo veía con una pareja, para mí tenía más material de amigo, pero a partir de nuestra separación, compartir espacio con él era muy incómodo y en una plática con mis amigas en la que les comenté la forma en la que me sentía, ellas me recomendaron no hablarle otra vez hasta que él me hubiera superado pues a simple vista parecía que estaba más que un poco coladito por mì y forzar las cosas empeoraría todo. Prometí que no lo haría y estaba muy dispuesta a cumplirlo pero un momento intenso de debilidad y frustración a mi sentimiento de soledad, no pude evitar redactar un mensaje hipotético, sin intención de mandarlo, en mi chat con él, solo que no había previsto que se enviara por error de dedo y cuando lo hice no soporté. Lo mandé, y pensé que no todo estaba perdido, todavía tenía chance de eliminarlo pero cuando lo intenté, presioné sin querer la opción de eliminar para mí y supe que estaba jodida. Y que mi hermano y su amigo presenciaran mi colapso interno hizo de la situación un caos más dramático.

—¿Qué hacen aquí? —pregunté, ignorando el calor en mis mejillas.

—Venimos por las cuerdas de la guitarra, necesito cambiarlas —respondió Axel viendo mi pie —¿Estás bien?

—Lo estoy, no fue nada —hice un ademán con la mano —bueno, suerte en su ensayo

Me moví para salir de la habitación pero Axel me frenó con su mano.

—¿La banda puede venir mañana? —preguntó jugando con el piercing de su labio. 

—No planeo hacer nada, no es por ser descortés pero no sé qué pintarían ellos aquí —respondí mirando de reojo a Nico, él era miembro de la banda de mi hermano y esperaba que no se ofendiera por mi comentario.

—Es tu compleaños dieciocho, tendrías que haber montado una fiesta por todo lo alto —abrí la boca para refutar pero él continuó antes de que siquiera pudiese— pero como no es lo que quieres, aun estamos a tiempo de organizar una pequeña reunión, para que no te la pases solita —completó.

Lo miré con los ojos entrecerrados, porque estaba muy convencida de que no era precisamente por eso, más que nada era su pretexto para saciar a la bestia fiestera que traía en su interior y no estaba en mis planes cumplir con su capricho. Amaba mucho a mi hermano pero ese lado de él me frustraba demasiado, el choque en nuestras personalidades se hacía notar con potencia.

—Agradezco tu preocupación pero no es necesaria, mis amigas vendrán esta noche para armar una pijamada y mañana pasaremos el día juntas, eso es lo que quiero —intenté convencerlo y funcionó pues suspiró con resignación.

—Bien, solo que sí o sí irás al viaje a CDMX, para ese momento ya serás mayor de edad —me dijo, señalándome con un dedo.

Me permití sonreír con emoción, nunca había salido de mi bello barrio en Puebla y ya que estabamos por graduarnos, un grupo de compañeros del bachillerato organizó un viaje a CDMX para poder dar el grito de Independencia con la multitud y ver al presidente aunque sea de lejitos, nunca me consideré una persona muy patriota pero las fiestas patrias lograban ponerme de buen humor, comida típida, música, caracterización de la época y celebrar que muchos años atras logramos liberarnos de la esclavitud impuesta por los españoles era suficiente para alzar los animos. Estaba ansiosa, mis padres me habían dado permiso de ir y planeaba empedarme hasta los codos.

—Obvio iré, no te preocupes. Nuestros lugares ya están apartados —respondí, sonriendo y caminando por su lado con dirección a las escaleras pero me volví a frenar cuando me habló.

—¿Crees que podrías decirle a Jimena que nos aparté un lugar extra? —me giré para verlo con curiosidad —Nico quiere ir —dijo señalando al susodicho, el castaño me veía con fijeza y una leve sonrisa, en espera de mi respuesta.

No comprendía del todo bien su petición o porque el deseo de Nico de asistir a un viaje de estudiantes de bachillerato, es decir, por el lado de Axel lo entendía pues claramente iba por la fiesta pero Nico era muy reservado, no solía salir con frecuencia, pero no expresé mis pensamientos en voz alta y me limitè a asentir con la cabeza y murmuré una promesa de que lo haría.

***

Miramos la tableta que se encontraba en la isla de la cocina, listas para el momento indicado. En la pantalla relucía un cronómetro en retroceso que mostraba que solo faltaba un minuto para que dieran las doce y oficialmente cumpliera dieciocho años. Karla, Miriam y Mayté, mis amigas del alma llegaron unas horas antes para pasar conmigo la noche y disfrutar de este glorioso momento. Yo era la última del grupo en cumplir la mayoría de edad, ellas ya lo habían hecho y el que al fin todas fuéramos legales ameritaba disfrutar del día. Por eso habíamos planeado lo que íbamos a hacer para celebrarlo. Frente a nosotras estaban 7 shots de tequila, dos para mí y uno para cada una de ellas.

Cuando el cronómetro marcó que solo faltaban 10 segundos para que diera la medianoche tomé uno de los shots y un gajo de limón, con ellas animándome y me apresuré a exprimir el limón en mi boca y tomar el tequila de un solo trago. Mi último shot ilegal.

Cuando lo terminé y finalmente sonó el cronómetro, me tomé el segundo shot con una ovación silenciosa por parte de mis acompañantes. Mi primer shot legal.

No me frené para pensar si eso estaba bien, la moral de no beber antes de los dieciocho años era algo importante pero que no todos cumplían y yo no fui la excepción, ya había bebido con anterioridad pero solo pequeños tragos, nunca llegué a emborracharme, eso lo hacía mejor ¿cierto? bueno, quizás no, pero era algo que ciertamente no me puse a analizar.

Mis amigas se tomaron los suyos justo después de mí. Cuando terminamos de ocultar la evidencia, subimos a mi habitación a hurtadillas, pues no queríamos que mis padres se despertaran y nos atraparan. Nos acostamos en las mantas y vimos un maratón de películas de Harry Potter hasta que aguantamos. Después de varias bromas, apapachar a mi gata ginger e ingerir montones de dulces, caímos rendidas, en mi caso sin poder evitar la sonrisa que amenazaba con partir mi rostro por la mitad.

Al fin era mayor de edad, podía sacar mi licencia de conducir, comprar alcohol, entrar a los bares, tramitar tarjetas de crédito y lo que más me emocionaba en ese momento, ir al viaje a CDMX. 

No cabía duda de que las fiestas de ese Septiembre serían particularmente interesantes, todo iba perfecto, ¿Qué podía salir mal?


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