Capítulo 19.

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—¿Cuáles te gustan más, Anastasia? ¿Marrón claro o color arena?

Carla pone de nuevo la servilleta sobre el mantel blanco y gira la cabeza para obtener un mejor ángulo.

—Los dos se ven igual. —gruño cruzada de brazos.

—¿Iguales? Serás tonta, cariño. Hay un mundo de diferencia entre ambos. —vuelve a tomar el catálogo de colores y chilla—. ¡Mira! ¡Este lila es precioso!

No, no lo es.

—No me gustan, mamá. Es deprimente.

Ella sigue ignorándome, interrumpiendo mis palabras.

—Aún creo que es un color fabuloso, incluso creo que tu ramo debería llevar lilas para que le dé un toque de color, ¿no te parece glamoroso?

—No.

Pasa la página, mirando más servilletas en tonalidades diferentes, manteles y cubiertas para sillas. Empiezo a creer que quien va a casarse es ella y no yo, ya que sigue ignorando mis peticiones y sugerencias.

—Eres tan difícil, Anastasia. Tienes suerte de que Paul quiera casarse contigo.

Dios.

—Papá dijo que es él quien tiene suerte de tenerme. —me quejo.

—Es tu padre, por supuesto que lo dijo —se ríe—. Y tienes suerte de ser hermosa... de nada por eso.

Suficiente, no puedo seguir escuchando todo lo que dice sobre mí, como si yo fuera tan estúpida que no puede esperar lo suficiente para deshacerse de mí. ¿esa será mi vida? ¿elegir colores para servilletas y quejarme de mis hijos?

De cualquier forma, ¿por qué solo yo estoy escogiendo los detalles de la recepción? Paul debería estar aquí, ayudando y aguantando a mi interesada madre. Me alejo de ella, dejándola en el comedor con todos los catálogos y voy directo a mi auto porque necesito salir de aquí.

Si tengo que pasar por esta tortura, Paul también lo hará.

Me detengo un momentoen la plaza comercial por un batido de fresa antes de dirigirme a la casa de mi prometido para una buena charla sobre responsabilidades matrimoniales. Paso a los guardias de seguridad y estaciono afuera de su casa, segura de que está ahí porque veo su auto.

Y el auto de Kate.

¿Qué carajo hace Kate aquí?

No quiero adelantarme a los hechos, así que tomo mi teléfono y marco su número esperando que esto sea solo un gran malentendido. Muchas personas de este vecindario tienen Porches, la gente rica los compra como si fueran baratijas.

—Vamos Kate... contesta el maldito teléfono.

La llamada pasa al buzón después de varios tonos, mi furia encendiéndose con cada segundo que pasa. ¿Mi novio y mi mejor amiga? Eso es tan cliché.

Debería irme, debería terminar con él y no volver a hablarle en lo que le resta de vida, jamás rebajarme a su nivel. Pero no es lo que hago.

Salgo del auto con el móvil en la mano y apenas puedo llegar a la puerta antes de comenzar a golpear con toda la palma sin importarme el escándalo.

—¿Si? —la sirvienta de los Clayton abre la puerta—. ¿Señorita Steele?

Casi la empujo cuando paso por su lado.

—Paul está esperándome, no te molestes en anunciarme.

Ignoro a la figura de Elizabeth Clayton en la sala con una taza de té mientras me dirijo a las escaleras. Solo una vez he estado en la habitación de Paul, el día que celebraron el cumpleaños de su padre y pudimos escaparnos durante 10 minutos.

En lugar de golpear su puerta, giro la perilla y entro para sorprenderlo, siendo yo la sorprendida. Paul está sentado en la silla secándose el cabello rubio llevando solo un pantalón de chandal. La maraña de cabello rubio sobre la cama lleva su camiseta.

—¡Tú! ¡Zorra! —le grito.

—¿Annie? —chilla Paul—. ¿Qué haces aquí?

La rubia se levanta de la cama para esconderse de mi, demasiado bajita y delgada para ser Kate.

¿Lilian Templeton? ¿La otra mejor amiga de Kate?

—Annie, déjame explicarlo.

—¡Cállate! —gruño.

—Nena...

—¡Que te calles, imbécil!

Ambos se quedan inmóviles, mirándome mientras mi vida y mis planes de desmoronan, la furia tomando el control de mi.

—¡Quédate con tu puta, tu estúpido anillo y tu estúpida boda con manteles color arena!

—¿Muñequita, por favor? —intenta acercase.

—Se acabó, Paul. —lanzo su costosa baratija contra el vidrio de su tocador—. Dijiste que era la última vez, ¡Lo prometiste!

—¡Es un error! —señala a la incrédula rubia que lo mira con la boca abierta—. ¡Es una trampa para separarnos!

—¡Y caíste, maldito idiota! —chillo más fuerte soltando todas las malas palabras que aprendí de Taylor—. ¡Tú, jodido...! ¡Agh!

Ahora sí giro sobre mis pies y salgo de la habitación de Paul dispuesta a alejarme, cuando mi móvil suena en mi mano.

Kate.

—¡Hola Ana! Oye, ¿Qué...?

—¡Traidora! —la interrumpo—. ¡Tu lo sabías, ella tiene tu auto!

—¿Qué?

—¡Tu amiga Lili viene en tu auto a acostarse con mi prometido! ¡Y no me lo dijiste!

Kate se queda callada y es toda la confirmación que necesito. No más prometido, ni mejor amiga. Todo mi esfuerzo por recuperar el anillo no sirvió de nada.

Subo de nuevo a mi auto, lista para volver a casa. Giro en la misma calle y pongo la reversa con una pequeña idea en mente. Presiono el acelerador tan fuerte que las llantas rechinan mientras retrocede y golpea el Camaro SS aparcado fuera del garaje.

—¡Annie! ¡Mi auto! —chilla Paul desde la ventana de su habitación.

Pero no me importa, ni me detengo mientras abandono su lujoso barrio, sus mentiras y a mi mejor amiga traidora.

Necesitando refugio y consuelo, conduzco de nuevo hasta mi casa con las luces traseras de mi auto destrozadas. Y supongo que la metiche de Elizabeth Clayton llamó a mi madre, que me espera en la entrada con las manos en la cintura.

—¡Anastasia! ¿Qué rayos hiciste?

—¿Yo? —chillo, bajando del auto—. ¡El imbécil me engañó!

—¿Y? —hace una mueca de ofensa—. ¡Tú eres quien se va a casar con él!

No puedo creerlo.

—¡Ya no! ¡Terminamos! No me voy a casar con Paul.

—Entonces dejas que la otra gane, ¿vez? Ella no es nadie y tú serás la señora Clayton.

—¡No quiero! ¡No así! —me detengo frente a ella, soltando un suspiro antes de hablar—. Yo quiero... Quiero a alguien que solo tenga ojos para mí. Que disfrute mi compañía, que no le importe como luzca y que sea divertido. Quiero a alguien con quién pueda ser yo.

Miro a mi madre esperando que comprenda mi enojo, pero ella se ríe con burla y niega con la cabeza.

—No seas ridícula, Anastasia. Necesitas un hombre que te mantenga y cubra tus necesidades, que ponga un techo sobre tu cabeza y la de tus hijos, que pueda darte tus gustos y jamás tengas qué preocuparte por el futuro. Eso es lo que necesitas. Ahora llámalo y discúlpate con Paul por el berrinche.

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