Capítulo 38.

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Christian descansa a mi lado, su respiración lenta hace que su pecho suba y baje suavemente con mi mano apoyada justo en el centro.

Es tan guapo.

Y es mío.

Me aparto con cuidado y salgo de la cama para comenzar mi rutina de belleza de la misma forma en que he hecho los últimos días: lavar mis dientes, una ducha rápida, cabello arreglado y algo de rímel en las pestañas.

Cuando estoy lista para volver a la cama, Christian da la vuelta y vuelve a dormir, exhausto. Cumplió su promesa y me llevó a la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, los campos Elíseos y al museo.

Luego viajamos a Niza. Por eso, en lugar de volver a acostarme, decido salir a comprar algo para él, un regalo o un  recuerdo para su oficina. Una buena esposa estaría pendiente de sus necesidades.

Tomo la tarjeta que me dió, mi dinero y mi bolso con el móvil. Si encuentro algo en la zona cercana al hotel, volveré a tiempo para el desayuno, ni sabrá que me he ido. No me molesto en llamar a Taylor o a Gail para que me acompañen puesto que será una salida rápida.

Bajo al lobby y salgo del hotel, yendo primero a las calles de la izquierda sabiendo que está zona es turística y estará repleta de comercios. Y cuando lleguemos a nuestra siguiente parada me aseguraré de comprar algunos recuerdos más.

—¿Disculpe? —detengo a una mujer en la acera—. ¿Hay alguna joyería en la zona?

La mujer frunce las cejas y niega, pero dudo que comprenda algo de lo que he dicho. Cuando se aleja, intento con un hombre con traje de negocios.

—¿Scusi? —toco su hombro.

El hombre también me dedica una mirada extraña antes de apartarse.

¿Scusi es francés o italiano? Carajo, será más difícil de lo que pensé. ¿Qué tan difícil es encontrar a alguien que hable mi idioma?

Las personas van de un lado a otro, algunos con prisa, otros admirando el paisaje. Al fin encuentro a un policía, o al menos espero que lo sea por el uniforme.

—¿Si, hola? —balbuceo—. Yo, compras. ¡Mucho dinero!

Señalo mi bolso para que el hombre entienda, y supongo que lo hace porque señala otra calle más adelante, al tiempo que sonríe.

Esperaba encontrar una tienda de recuerdos como adornos y camisetas, pero lo que encuentro es una hermosa joyería de lujo junto a otras tiendas de ropa.

—¡Si! —chillo cuando veo los logos—. ¡Quiero unos aretes! ¡Y un...!

Me detengo a mi misma cuando recuerdo la razón por la que estoy aquí, y voy a usar mi dinero así que tendré qué ajustarme al presupuesto.

Espero encontrar algo lindo.

Apenas pongo un pie en la tienda, la vendedora viene a mi con una pequeña sonrisa que se extiende cuando nota la costosa sortija en mi dedo. Y todavía no ha visto mi tarjeta Amex.

—Disculpe, busco un reloj para mí esposo.

Supongo que ella tampoco habla el idioma, porque otra chica más joven sale de detrás del mostrador central.

—Por supuesto que si, señora.

—Señora Grey —corrijo.

—Por aquí, señora Grey, ¿Busca algo en particular?

Algo que cueste menos de 1000 dólares.

—Solo un recuerdo de nuestro viaje —me acerco a las vitrinas con los relojes. Carajo—. Tal vez unos gemelos para sus camisas.

Mi vista salta de un precio a otro, sabiendo que necesito ajustarme al presupuesto de mi efectivo, o comprar algo de calidad con la tarjeta que me dió. Pero entonces no sería realmente un regalo.

La empleada me mira ir de vitrina en vitrina, hasta que señalo un par de gemelos plateados con una pequeña flor. ¿Es eso demasiado llamativo? ¿Será su estilo?

Se ajusta a mi precio y lucen bonitos, así que le indico a la mujer que los llevaré y pago en efectivo con mi dinero, quedándome apenas un par de dólares. Pongo la caja en mi bolso y voy de nuevo al exterior.

Me siento más tranquila ahora que tengo el regalo para Christian, por eso me doy permiso de ver las vitrinas cercanas con la última moda en vestidos y telas de colores.

—Debería hacer aquí las compras de mi guardarropa —suspiro pegada a la vitrina—. Es un crimen venir a Francia y no comprar algo.

La siguiente vitrina de otro local atrae mi atención, zapatos de tacón de marca y cristales Swarovsky tan brillantes que ni siquiera tengo qué mirar el precio. Valen una fortuna.

—Podrían ser mi regalo de aniversario adelantado, seguro Christian querrá darme algo cuando vea los gemelos.

Una vitrina, otra, y otra más, cada una con algo más hermoso que la anterior. ¡Me encanta!

De cualquier forma no puedo hacer compras ahora, tengo qué volver al hotel para desayunar con mi esposo.

Giro hacia la acera, dándome cuenta que no reconozco el lugar. Incluso las calles son diferentes y no recuerdo cómo llegué aquí.

—Ay no, ¿En donde estoy? —chillo—. ¡Tengo que volver al hotel!

Camino a la derecha, tratando de recordar algo, ¿Tal vez las vitrinas? Ni siquiera recuerdo haber cruzado la calle por la emoción de comprar algo nuevo qué estrenar.

Y ahora estoy perdida. En Niza.

¿Quién se pierde en Niza?

Tomo el móvil de la bolsa para enviarle a un mensaje a Christian pero la pantalla marca que no hay señal.

—Mireda, mierda —digo porque nadie me escucha—. Tal vez si camino otro poco hasta que vea algo que me resulte familiar.

Es decir, ¿Qué tan difícil puede ser? Pero no recuerdo el nombre de nuestro hotel, ¿Cómo se supone que vuelva?

—Eres tan tonta, Anastasia —me regaño—. Perdida. Sin saber siquiera como llamar a Christian.

Me doy por vencida unas cuadras más adelante, sentándome en una jardinera a compadecerme de mi misma. No podría avergonzarme más.

—Soy una pésima esposa —las lágrimas comienzan a formarse en mis ojos—. ¿Cómo voy a demostrar que estoy a su altura si es obvio que no presto atención? Debí memorizar el nombre del hotel, en lugar de preguntar si había tiendas cerca.

Entonces me quedo ahí, esperando a que Christian venga a rescatarme como siempre hace, deseando que no se decepcione de mi.

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