Capítulo 5.

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Jamás había estado tan cansada en mi vida. Estúpido Taylor y su estúpido auto que no se limpia.

Lanzo de nuevo la esponja dentro de la cubeta, mojándome el pantalón en el proceso y desatando la risa del hombre rubio que va en su tercer cigarrillo.

—Recoge todo y sube al auto, es hora de traer el almuerzo de Grey.

¿Nosotros?

—¡Pero estoy mojado! ¡Cómo un perro! —chillo, hasta que recuerdo mi fachada de chico. —Quiero decir, no quiero mojar los asientos del auto.

Él sonríe divertido, aunque pareciera que se burla de mi y disfruta mi sufrimiento. ¿Es eso? ¿No me soporta y quiere que renuncie?

Recojo la tina y la esponja, dejando todo en una esquina apartada mientras Taylor sube al asiento del conductor. Señala la puerta del copiloto, así que no me queda más remedio que arrastrarme hasta el asiento con el pantalón pegado a mis piernas por la humedad.

—Nadie me dijo cuáles eran las funciones de mi trabajo, —me quejo. —Creí que ayudaría a la señora Jones con actividades pequeñas.

—Asi es, pero todos los empleados firman ese documento. Además, aún no confío en ti, pequeño.

—¿Pequeño? —me vuelvo a quejar. —Puedo hacer lo que sea necesario, y si no puedo, encontraré la forma.

Me mira con la expresión en blanco, luego estaciona el auto y destraba los seguros de la puerta.

—Ve al restaurant y dile que vienes por el pedido del señor Grey. Andrea ya lo pagó, solo tienes que traerlo sin derramar nada.

—¿Así? —Hago una mueca por mi ropa, que él ignora.

Los enormes pantalones grises están mojados del borde inferior, igual que mis zapatos. El saco está arrugado y sucio, igual que la camisa blanca que apenas se sostiene por dentro y de la corbata ni hablamos.

—¡Que vergüenza! —chillo, caminando con la ropa sucia. —¡Si Paul pudiera verme, cancelaría nuestro compromiso!

Todas las personas en la acera me miran, lo mismo pasa en el vestíbulo del Fairmont y luego dentro del restaurante.

Una camarera me mira con curiosidad y se acerca antes de que pueda llegar con el gerente.

—¿Puedo ayudarte con algo? —me mira de arriba a abajo con la coleta rubia perfecta.

—Vengo por el pedido del señor Grey. —la veo fruncir las cejas y agrego. —Soy su empleado, y he tenido un horrible primer día.

—Puedo ver eso.

Presiono mis labios con fuerza para evitar quejarme del perro viejo y su jefe, la chica sonríe por mi incomodidad.

—Traeré el pedido. Por cierto... Lindos ojos.

¿Acaba de coquetearme? Ahora entiendo lo de Paul. Guapo, bien vestido y con dinero... ¡Interesadas!

La chica vuelve con unas bolsas y me las entrega, su sonrisa es más amable que al principio.

—Me agradas más que el otro tipo, —se ríe. —¿Cómo te llamas?

Dios.

—El otro es mi papá. —la miro con los ojos entrecerrados. —Y soy gay.

Salgo de ahí lo más rápido que puedo hasta el auto, teniendo cuidado con lo que sea que Grey haya pedido para su almuerzo.

—Tienes razón, te ves como la mierda. —puedo notar la diversión en su voz. —Volvamos a Grey House, veamos si ponemos conseguir un jodido par de pantalones para ti, chico.

Maldito viejo, si me enfermo será su culpa.

Taylor estaciona en el mismo puesto dentro del garaje de GEH y toma los contenedores con el almuerzo de Grey.

—Llevaré esto a su oficina y veré si consigo un uniforme de intendencia mientras se seca tu ropa.

Se mete dentro del ascensor pequeño que asumo es el de personal. El asiento está húmedo por mi ropa y el tapete delantero lleno de lodo, así que abro la puerta para intentar solucionarlo.

—No voy a estar aquí congelándome mientras su culo viejo se sirve una taza de café. —gruño.

Bajo del auto y lo rodeo para que me cubra en caso de que otro auto entre al garaje, y sin nadie a la vista, comienzo a desvestirme. Primero el saco, que extiendo sobre el capó del auto.

Arremango la camisa blanca, me quito los zapatos y tomo uno de los tapetes para pisar mientras ando en calcetines. Luego es el turno de los enormes pantalones grises porque la humedad comienza a subir por mis piernas.

Lanzo el pantalón sobre el techo del auto para que se extienda, confiando en que la camisa blanca es lo suficientemente larga para cubrir mis bragas de algodón blanco.

—Dios, hace frío. —Chillo tratando de alcanzar los calcetines.

Me quedo inmóvil por un ruido, un ligero golpe y un timbre. No es el ascensor de servicio, ¿Entonces...? Las puertas metálicas del ascensor principal se abren.

—Taylor, necesito que... —Grey se detiene cuando me ve.

Mantengo mi vista en él mientras dejo ir mi pie, sus ojos grises siguen mis movimientos. Puedo sentir su mirada atenta en mis piernas.

—¡Señor Grey! —chillo, tirando más abajo de la camisa y haciéndolo saltar.

—Lo siento, —mira hacia el muro. —Creí que Taylor estaba aquí.

—No señor, él subió. —apunto con mi dedo índice hacia arriba. —Llevó su almuerzo.

Grey frunce las cejas.

—¿Y qué te pasó, Andrew?

—Yo... Me mojé cuando lavaba el auto.

Eso provoca que él me mire todavía con el ceño fruncido.

—¿Y por qué lavaste el auto tú? —dice confundido. —Taylor llama a un chico del autolavado de la otra calle para que venga a hacerlo.

Ese maldito viejo.

—Quería ser útil, señor Grey. —miento.

De nuevo sus ojos se mueven a mis piernas y rápidamente gira la cabeza para disimular, su mirada yendo de un lado a otro.

—Dile a Taylor que suba a mi oficina, ¿Está bien?

—Si, señor.

Mete las manos a los bolsillos y vuelve a mirar el desastre de agua, lodo y mis prendas sobre su auto.

—Estoy seguro que en intendencia tienen una lavadora, lleva ahí tu ropa para que... —su dedo apunta de nuevo a mis piernas.

—Si, señor Grey.

Se da la vuelta para volver al ascensor, pero antes de que lo haga se detiene y me mira sobre su hombro.

—Andrew, ¿Qué edad dijiste que tenías?

—No lo dije, —presiono mis labios para esconder la sonrisa. —Pero tengo 21 años.

—Entendido. —asiente y entra al ascensor.

Cuando escucho que el aparato se aleja, sonrío sin saber exactamente por qué.

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