Capítulo 7.

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La oficina de Grey es más impresionante de lo que pensé.

Los cristales van del piso al techo, mostrando un vista espectacular de Seattle y de todas las personas que viven sus pequeñas vidas allá abajo.

—Impresionante, ¿Verdad? —Andrea sonríe.

Asiento sin poder apartar los ojos. Ella carraspea un poco para atraer mi atención y vuelve a señalar el librero en la oficina.

Carajo, si. El mueble que debo mover.

—¿Debo colocarlo contra aquella pared? —señalo.

—Eso dijo el señor Grey.

Mierda. El librero es más alto que yo y está lleno de libros sobre economía y otros temas aburridos. ¿No pudo ordenarle al perro viejo que lo haga?

Agh.

—Es la hora del café del señor Grey, ¿Quieres uno?

Mis cejas se arquean en automático.

—Ni siquiera tienes qué preguntar, —chillo. Mierda, se me olvida el asunto del disfraz. Borro la sonrisa y frunzo las cejas—. Si, un café estaría bien. Gracias Andrea.

La chica rubia sonríe y sale de la oficina, dejándome sola con su jefe que sigue lanzándome miradas por encima de la carpeta en sus manos cuando cree que no me doy cuenta.

Carajo.

Apoyo las manos en el extremo lateral y comienzo a empujar con todas mis fuerzas, usando incluso mi hombro para hacer algo de presión extra.

—¿Todo bien ahí? —pregunta con su voz ronca.

—Si... Jefe... —jadeo por el esfuerzo y el estúpido mueble no se mueve.

—¿Necesitas ayuda?

Exhalo con frustración mientras me enderezo para mirar a mi jefe. ¿Te parece que necesito ayuda, pedazo de culo arrogante?

—No, señor. —digo en cambio.

Me tomo un minuto para pensar, sabiendo que es mejor quitar los estúpidos libros del estante para aligerar la carga, luego volver a acomodarlos aunque eso me tome mas tiempo.

Tomo los libros y los coloco poco a poco sobre la mesita, sintiendo todavía la mirada curiosa de Grey sobre mi. Los apilo sin preocuparme del orden hasta que queda vacío para intentar moverlo de nuevo.

Como supuse, sin el peso de los libros, el librero se desplaza fácilmente hasta la pared opuesta donde mi jefe lo quiere. Una vez que ha quedado en la posición correcta, comienzo la tarea de volver los libros a su lugar.

—¿Seguro que ese va ahí? —susurra a mi lado y doy un pequeño brinco.

—¡Ah! —grito. ¿En qué momento llegó hasta acá que no me di cuenta?— ¿Se refiere al libro? ¿Acaso importa?

—Si.

Su expresión se mantiene seria mientras sus ojos me observan con detalle. Soy Andrew, soy Andrew...

—No creí que el orden fuera importante, y tal vez así usted mismo podría motivarse a releerlos.

Sus cejas se fruncen ligeramente.

—El orden siempre es importante, señor Morrison. —luego sonríe. —Y no necesito releerlos, sé todo lo que debo saber para manejar mi negocio, gracias por preocuparse.

No me importa.

—Como usted diga, jefe.

Estamos tan cerca que puedo ver sus ojos grises bajando a mis labios, así que tengo que girar sobre mis talones para traer otra pila de libros. Alejarme de Grey es todo lo que quiero porque debería estar buscando mi anillo.

Alguien golpea la puerta una vez y empuja, atrayendo la atención del hombre a mi lado. Andrea lleva una bandeja con dos vasos de café y deja uno en el escritorio.

—Traje uno para Andrew, —me señala.

—Por supuesto.

Grey carraspea y se aleja de vuelta a su escritorio y a los documentos que finge leer desde que llegamos está mañana. Andrea sonríe cuando se detiene a mi lado para entregármelo.

—Creí que un capuchino estaría bien, ¿Quieres más azúcar?

—Estoy bien, gracias. —sonrio porque ella sonríe.

—Tienes unos ojos increíbles, Drew. ¿Puedo llamarte Drew?

Eww, no. Bate sus pestañas de esa forma coqueta que las chicas usamos, así que digo lo primero que viene a mi mente.

—Soy gay.

La chica rubia arquea las cejas y se sonroja, más discreta que su jefe que tose su trago de café sobre los documentos.

—¡Señor Grey! —chilla, con la perfecta excusa para alejarse—. ¡Déjeme limpiar su escritorio!

Evito mirarlos a ambos mientras tomo un sorbo de mi café caliente y lo dejo en la mesa para tomar otra pila de libros. No voy a preguntar el orden, así que los coloco por tamaño.

Cuando termino y Andrea a limpiado el desastre, pregunto.

—¿Algo más, señor? —evito mirarlo.

—No... Si... No. —gruñe—. Espera a fuera mientras hablo con Taylor.

Carajo, ¿Ahora qué?

Salgo de la oficina de Grey, manteniendo mi atención en la pared de cristal porque incluso Andrea evita mirarme, aunque puedo ver sus mejillas rojas de vergüenza.

Pasos fuertes retumban desde algún lado y un mal presentimiento me eriza completamente la piel. Y como el horrible monstruo que es, Taylor pisotea hasta que entra en la oficina de Grey.

—Mierda, eso no puede ser bueno.

Apenas unos minutos después, Taylor asoma su fea cabeza de nuevo. Cierra la puerta antes de venir hacia mi y tomar mi brazo.

—¿Qué mierda hiciste, chico? —me arrastra hacia el ascensor.

—¡Nada! —chillo en mi defensa—. Hice lo que él me pidió, moví sus libros.

—¡Pues algo hiciste mal! Y ahora tengo qué deshacerme de ti.

¡Carajo!

—¡No! —me sostiene mientras las puertas se cierran para que no escape—. ¡Soy muy joven para morir!

Taylor me suelta de pronto y me tambaleo hasta el otro extremo de la caja metálica mientras sigue bajando, para tratar de ponerme a salvo.

—Nadie va a matarte, chico idiota. Vas a volver a la mansión de Grey a ayudar a la señora Jones.

—¡Si! ¡Puedo hacer eso!

Por fin, puedo buscar tranquilamente mientras Grey está ocupado en su oficina con sus estúpidos muebles pesados y su secretaria coqueta.

Cuando las puertas se abren en el vestíbulo, Taylor me hace una seña para que camine con él hasta la entrada del edificio y me extiende un billete.

—Toma ésto y paga un taxi que te lleve a Broadview. Llamaré a la señora Jones para que sepa que estás en camino.

—Entendido. —sonrío, feliz de poder alejarme de él.

—Una cosa más, chico. —detengo mis pasos para mirarlo—. Estoy observándote. Un jodido error y estás fuera.

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