Capítulo 1

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Sostengo entre mi mano derecha la manilla de la puerta, tiro hacia abajo y hacia adentro al mismo tiempo que las campanillas recolgantes del techo comienzan a sonar.
Un olor a vainilla se cuela por cada poro de mi anatomía a la vez que un frescor conocido me invade.

Camino dentro del lugar y oigo una voz antes de seguir.
—¿Es que tú nunca te cansas?
—Moira me atraviesa con sus ojos verdes, le sonrió.
—Nunca me cansaré si estás tú aquí. —Me muestra el dedo corazón y sigue caminando meciendo su cintura.

Rodeo la barra y me adentro en la zona trasera del lugar.
Avanzo hasta mi taquilla -la tercera- y la abro despacio.
—¿Qué haces aquí, Jane? —La voz de Tom me hace saltar en mi sitio. Pongo una mano sobre mi pecho y sonrío levemente.
—Trabajar. —Me encojo de hombros. Puedo sentir como rueda sus ojos.

—Es tu día libre. D-í-a l-i-b-r-e. ¿Qué parte de ese concepto no entiendes? —Se cruza de brazos y me regaña con su mirada. Es como un padre acechando a su hija adolescente.
—Necesitas personal, Tom. Y yo me aburro en casa. —Miento. Pero eso no es algo que le interese.
Veo como relaja todo su cuerpo y expulsa el aire con brusquedad mientras niega.
—¿Cómo estás? —Sin querer, mis dientes se aprietan y trago saliva.
—Estoy bien. —Suelto con una sonrisa naciente. Y miento por décima vez en lo que va de día.

Sus iris se mueven hasta dentro de mi taquilla pero los aparta en un milisegundo.
Muerdo mi labio inferior con fiereza cuando me percato de su acción.
Miro hacia la foto pegada en mi taquilla, agarro el delantal y la cierro creando un estruendo nada agradable.
Camino de vuelta a la zona exterior del local.
Escucho el tintineo de las campanas y miro a la puerta, un chico se sienta en la mesa más cercana.
Me dirijo a él.
—Buenos días y bienvenido a HeladoWorld donde el helado es nuestra religión.
¿Cómo puedo refrescar tu mañana?

El día pasa sin grandes sobresaltos, es increíble que este lugar tenga clientes durante todo el año.
—¿Cuando empezarás a estudiar? —Me cuestiona mi compañera. Los tres nos encontramos en la barra del local, charlando sobre temas triviales sin demasiada importancia.
—Para ser honesta, no tengo ni la más mínima idea. —Oigo un par de risitas y doy otro sorbo a mi refresco.

—Hora de irse, chicas. —Nos informa el jefe. Levanto mi mano en forma de despedida antes de agarrar mi mochila y salir de la heladería.
El viento sopla con fuerza, levantando las hojas ya marrones que el otoño ha dejado.
Mi pelo castaño se mueve al compás del viento, lo aparto con suavidad de mi rostro y suspiro.
¿Es así como quiero vivir el resto de mi vida? El otoño me hace pensar.

No puedo dejar de tener la sensación de que me falta algo, no he dejado de pensar en ello.
Pero esa es otra historia.
Mi casa está a un par de manzanas y llego rápido.
Empiezo a creer que necesito un coche, pero por ahora me conformaré con el transporte público y mis piernas.

Introduzco la llave en la cerradura de mi casa y abro la puerta en un par de segundos.
Pero no llego a dar ni un paso cuando mi teléfono suena.
—¿Qué pasa, papá? —Oigo jadeos por la otra línea y un recuerdo se cuela entre mis pensamientos.
Tu madre y yo estamos en el hospital. —Siento como el aire se corta de repente y un agudo dolor encoge mi pecho.

—Envíame la dirección, voy para allá.
A pasos apresurados, camino fuera del edificio.
Grito con todas mis fuerzas un "¡Taxi!" pero ninguno se detiene.
Veo uno con el cartel verde que parece no tener ganas de detenerse.

Así que me adentro en la calzada y me pongo en su camino, oigo su claxon seguido de un par de insultos.
—¡¿Está usted loca?! ¡¿es que quiere morir?! —Una sonrisa arrogante asoma por mi boca.
—No me importaría. —Le suelto mientras me subo a su vehículo.
—Al Hospital Hudson, rápido.

En menos de diez minutos, ya hemos llegado al Hudson.
Le tiro -literalmente- los billetes mientras corro como una descosida.
La rebeca blanca que estoy usando, va cayendo por mis brazos mientras mis piernas se mueven con velocidad.
Cuando llego a la sala de espera, solo unos centímetros de mis extremidades superiores detienen la prenda en su huida al suelo.

—¡Papá! —Vocifero enroscándome en sus brazos cual niña pequeña a punto de llorar.
Pero la verdad es que yo no lloro desde hace muchos años.
—Tranquila, nena. —Me separa tomándome por los hombros para mirarme a través de sus ojos marrones. —Mamá está bien, solo ha tenido un pequeño problema. Se cayó en la ducha mientras imitaba a Shakira.
—Una carcajada le procede.

Y la verdad es que puedo imaginarme la escena.
—¿Puedo verla? —Asiente. Cabecea en dirección a la habitación de mi progenitora y yo retiro de mi tronco la prenda blanca. La ato con un desprolijo nudo en mi cintura y me encamino hacia la puerta. Antes de entrar, le doy un vistazo a mi padre. Su pelo es más blanco que negro ya, viste una camisa a rayas azules y blancas, unos pantalones negros algo holgados y una americana color beige.

Lo primero que veo nada más adentrarme en el cuarto, es el bolso color granate de Victoria o como yo prefiero llamarla, mamá.
Lo siguiente que mis retinas captan es a una señora no tan mayor que sonríe desde su posición. Tiene una tirita blanca cubriendo parte de su ceja. Su pelo platino cae hasta un poco antes de sus cejas en un recto flequillo y sus ojos negros me examinan con calma.
Hay bastante maquillaje en su cara pero ella no parece una señora refinada y atractiva.
Sólo una señora.

A pesar de ello, mi madre es el ser más bondadoso que conozco y merece cualquier cosa buena que pueda sucederle.
—¿De dónde narices vienes? Pareces un inglés después de su primer día de playa. —Las risas acompañan su pésimo chiste.
Olvidé comentar que ella no tiene ningún tipo de pudor.
—Si mi loca madre no me diera sustos, no tendría que correr como una posesa. —Me defiendo y la observo arquear una ceja.
—Me harán pruebas y me quedaré en observación un par de días. No quiero que me veas así de modo que fuera de aquí.
—Intento hacerla reconsiderar mi postura pero sus algo arrugadas manos toman la almohada y me amenaza con ella.
Maldita loca.

—Papá pasa. Oh y cuidado con las almohadas voladoras.
—Comento. Su expresión confundida es lo último que veo antes de que abra la puerta.
—¡Auch! ¡Victoria! —Escucho de fondo.
Me siento en una de las muchas sillas que hay a lo largo de la sala.
Mi vida parece algo bello, tengo unos buenos padres, un trabajo bonito y la posibilidad de estudiar lo que desee.

Pero nadie conoce lo que mi pasado oculta.
Humedezco mis labios pensando en como mi familia ha pasado página y sin embargo yo sigo atascada en un capítulo que no hace más que repetirse una y otra vez en mi cabeza.
Si tan sólo me hubiera levantado antes aquel día.
Si tan sólo hubiera perdido menos tiempo aquel día.

Pero y aunque ya no hay vuelta atrás, sigo teniendo la misma sensación.
Mis iris se mueven por la sala, veo a muchas personas desesperadas esperando impacientes por alguna noticia de sus familiares.
Pero me detengo en una pequeña niña rubia que juega. Tendrá unos siete años.

Intento apartar mis ojos pero mi cerebro me traiciona.
Cuando por fin aparto mi mirada, mis orbes se encuentran con unos azules que me inspeccionan.
Es un chico con el pelo color chocolate, tiene los ojos muy claros y la piel algo morena.
Es delgado y no parece excesivamente alto. Pero tengo una pregunta más allá de eso; ¿por qué narices me mira?

Nuestras miradas permanecen conectadas por lo que parecen unos largos segundos y no puedo hacer nada cuando me invade el sentimiento de familiaridad. Le conozco, lo sé. Pero ¿de qué?
Y entonces algo sucede, los puntos comienzan a conectarse al tiempo que su mirada abandona la mía.

Los recuerdos aparecen como dolorosas imágenes sucediéndose unas a otras y clavándose en mi pecho cual puñaladas. Tengo la sensación de que si me concentro todavía puedo oír los gritos y el sonido desgarrador que me lo arrebató todo.

El alma se me encoge y un conocido sabor a vómito se abre paso en mi garganta.

¡Por qué tu coche estaba en el medio! No me pregunta si no me grita. Pero apenas puedo oírlo, la sangre está empapando mis manos mientras intento ver más allá de los cristales rotos.
Me giro despacio y sus ojos azules -que revisan curiosos la escena- se detienen en mi.
Ha sido culpa tuya... —Creo decir antes de hinchar mis pulmones de aire y empezar a buscar a mi familia.

Sus ojos azules me vuelven a enfocar. No hay duda, es él.
Él mató a mi hermana.

Dejo de respirar y lo sé porque al poco tiempo mis pulmones comienzan a arder.
Me levanto de un salto, agarro mi mochila y comienzo a caminar.
No sé a donde me dirijo, no sé que estoy haciendo, solo sé que necesito caminar.
Cuando soy capaz de detenerme a mi misma, estoy fuera del centro médico. La vida se abre paso por mi boca cuando tomo una inmensa bocanada de aire que hace que mi pecho duela aún más.

Mis piernas tiemblan, mis brazos tiemblan. Todo mi cuerpo es una gran gelatina. Tengo que apoyarme en la pared que se encuentra detrás de mi para no acabar en una cama al lado de mi madre.
Es él. Es ese hijo de puta. El mismo que destruyó mi vida, que me quitó lo único que yo amaba.
Veo un par de policías que controlan el centro y la idea de agarrar una de sus pistolas y volver a la sala, me resulta cada vez menos loca.

Ambas manos cobran vida propia y tapan mi cara, ahogando un grito que lucha por abandonar mi boca.
¿Qué se supone que debo hacer?
Tal vez debería entrar ahí dentro y golpearle tan fuerte que se arrepienta de haber nacido.
O tal vez debería salir corriendo y entrar en mi cama, tratando de que el dolor se evapore como por arte de magia.

Pero esto no es un cuento de hadas y yo no soy una niña.
Así que cuando mi cuerpo deja de parecer una ciudad en pleno terremoto, saco fuerzas de flaqueza y me pongo de pie.
Alzo mi cabeza en un gesto autoritario como si eso fuera a servirme de algo.
Otra pregunta ronda mi mente. ¿Se acordará de mi?

Camino despacio, como si mi trayecto solo pudiera conducirme a dos lugares; el cementerio o la cárcel.
Poco a poco voy avanzando hasta mi objetivo y el alivio se apodera de mi cuerpo cuando él ya no está allí.
Veo a papá con un par de papeles en la mano y me hace gestos para que me despida de su esposa antes de marcharme.

La habitación se hace un lugar más pequeño y la atmósfera algo más irrespirable.
—Mamá... -Susurro. —Tengo que decirte algo. —Su ceño se frunce y pestañea repetidas veces.
—¿Estás embarazada o loca? Prefiero la segunda opción.
—Cuando se percata de que ni siquiera sonrío, se incorpora más en la cama y me mira fijamente.
—¿Qué pasa?

Medito mi respuesta por unos instantes y al final me decido a responder.
—Que te quiero mucho, mamá
—Miento.
—Oh cariño, me robas el corazón. —Observo con ternura como se burla de mí.
Es la persona más fuerte que he conocido.
—Me voy a casa, imitadora de Shakira, y trata de no caerte.
—Asiente antes de dibujar una sonrisa pícara.

—Hay enfermeras vigilando por lo que tranquila, tu padre y yo no bailaremos el mambo esta noche. No podré caerme de la cama.
—Me toma unos segundos pillar el doble sentido y palmeo mi frente.
Me repito, maldita loca.

Camino de vuelta a casa, no he traído dinero suficiente para volver en taxi y me viene bien caminar para despejarme.
Pero más que despejarme, otra duda se crea en mi cabeza. ¿Por qué le he mentido a mi madre?
Solo tengo una cosa clara y es que no tengo nada claro.

Intento por segunda vez en el día acceder a mi domicilio y esta vez si lo consigo. Lanzo mis bailarinas -que uso para ir a trabajar- al suelo y comienzo a desvestirme.
Comienzo a recrear el escenario perfecto donde mi hermana aún sigue con nosotros. Pero eso nunca sucederá porque él me la quitó.

Me adentro en mi ducha y abro la llave, dejando que el agua se vaya por las cañerías y arrastre el dolor con ella.

¡Jane, Shelby! Moved vuestros traseros aquí, llegaremos aún más tarde. —Vocifera la pesada de mi madre.
Ya llegamos tarde. —Le recuerdo dando un muerdo a mi manzana.
Si y por tu culpa. He tardado más de una hora en despertarte.
—Me reprocha. Ruedo los ojos y le digo por quinta vez que olvidé poner la alarma. Shelby baja las escaleras de dos en dos y se pone frente a mi, goma elástica en mano.
¿Me peinas? ¡Por favor!
—Suplica con su aguda voz de niña pequeña. Pongo -de nuevo- los ojos en blanco pero hago caso a su petición. No quiero tener que oír sus lloriqueos desde temprano. Cuando termino se gira hacia y me abraza con sus pocas fuerzas.

Una pequeña sonrisa se crea en mis labios. Estúpida enana.
Caminamos las tres hacia el coche, nos subimos a éste y hacemos el trayecto en silencio.
Pero un punto de la carretera, el coche se detiene de repente. Retiro mis auriculares y veo la expresión enfadada y preocupada de nuestra progenitora.
¡Maldito coche! —Sisa intentando arrancarlo.
¿Qué pasa? —Cuestiona mi hermana.
Pero no respondo.

Oigo el sonido de un claxon y seguido el rugir del motor de nuestro coche. Me giro y solo alcanzo a ver las luces de un coche que está cerca. Demasiado cerca.
¡ACELERA! Grito a todo pulmón, desgarrando mi garganta.
Pero ya es demasiado tarde.
Y lo siguiente que oigo es metal contra metal y los gritos de una niña.
Un momento, esa niña es mi hermana.

Mientras las gotas ardientes recorren mi cuerpo, mi cerebro se va aclarando despacio.
Siento una abrasadora oleada de furia y dolor embargarme y cuando por fin puedo hacer a mi mente viajar hasta allí sin que las lágrimas aparezcan, lo decido.

Voy a vengarme.
Voy a matarle.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro