Capítulo 5

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Sostengo el teléfono entre el hombro y la oreja, apegando mi cabeza a mi brazo.
Mientras tanto, voy recogiendo la compra en las bolsas y esperando que la cajera termine de hacer las cuentas.
No pienso ir al cine. Odio esperar dos horas para que te griten en la cara "¿palomitas pequeñas?" Claro que si, pedazo de idiota. Nadie me quiere ¿o es que no lo ves?

Suelto una carcajada y la chica que me está atendiendo me mira con cara de susto.
—Yo te quiero. —Le digo y oigo un bufido por su parte.
Mentirosa, sólo me quieres por mi cerebro prodigioso.
—Lloriquea. Pongo los ojos en blanco y termino de colocar las cosas.

—Te dejo que las bolsas pesan.
—Me quejo y cuelgo el teléfono, introduciendo éste en mi bolsillo delantero.
La máquina marca el dinero total, saco los billetes de mi bandolera y se los entrego.
—Gracias. —Articulo antes de agarrar todas las bolsas y salir de allí.
Grito con todas mis fuerzas "taxi" pero ninguno para ni me oye.
Ruedo los ojos y me acuerdo de mi primera visita al hospital.

Suspiro y niego antes de caminar hasta adentrarme en la carretera y ponerme en el medio del trayecto de un taxi que viene en mi dirección.
Maldita Jane suicida Master, vas a morir joven.
—¿¡Otra vez tú, niña?! ¡cómo si no hubiera más taxis en esta ciudad! —Otra vez el viejo refunfuñón.
—Calle y ayúdeme, se me está cortando la circulación.
—Lloriqueo.

El pobre hombre agarra las cosas y las introduce en el maletero. Me abre la puerta trasera y accedo al taxi.
Le doy la dirección de mi casa y dejo escapar el aire con suma tranquilidad.
El conductor me da alguna que otra mirada de vez en cuando y yo sólo ruedo los ojos.
Últimamente todo el mundo me mira como si estuviera loca.

Lo estás, Jane, lo estás.
—Hemos llegado. —Informa saliendo de su vehículo, apresurado.
Parece como si quisiera deshacerse de mí cuanto antes.
Abre el maletero y deja mis cosas en el suelo.
Le doy el dinero justo y sin siquiera decir adiós, se monta en su coche y se larga de allí.

—Será amargado el viejo.
—Bufo.
Solo me queda que recorrer el pequeño camino que hay desde la carretera hasta mi casa pero ya en la distancia puedo reconocer que hay alguien en mi porche.
—Esto se te está haciendo costumbre. —Becca se levanta y sacude sus vaqueros azules para fulminarme con su mirada de color miel.

—Si vengo siempre a tu casa es porque eres muy poco caballero y nunca vas a buscarme a la mía. ¿¡qué clase de relación es esta?! —Dramatiza.
Esta chica ha pasado demasiado tiempo sola.
Igual que yo, para ser honesta.
—El clase de caballero que lleva todas las bolsas. Así que quítate de mi camino o te estampo los huevos en la cabeza.

Que agresiva estoy hoy.

—Crema de café. —Pide. Saco una botella pequeña y marrón que tiene una pinta deliciosa y se la entrego.
Rebecca y yo hemos decidido que ir al cine era una mala opción y preparar chupitos resulta más divertido de lo que parece.
El timbre suena de repente, me limpio las manos en el delantal y ando hasta la puerta.

—Donuts recién hechos y un formulario de inscripción al gimnasio. —Moira mece ambas cosas en el aire.
—¿Y el formulario para qué...?
—Indago. Pone los ojos en blanco antes de estrellar ambas cosas en mi pecho y poner sus brazos en jarra.
—Para bajar los donuts, claro está. —Me responde con ese tono de "era jodidamente obvio".

—Es verdad. He oído que el batido de formulario con hierba buena es de lo mejor para bajar de peso. —La pelinegra aparece por la puerta de la cocina y mira a la rubia y a mí de forma alterna.
Es cómo ese justo momento incómodo donde presentas a dos amigos y tienes miedo a que no se lleven bien.

—Becca. Moira. Moira. Becca.
—Las señalo a ambas y me aparto para que se saluden.
Y por la forma en la que se sonríen con la mayor de las complicidades, sé que van a llevarse muy bien.

Cuatro horas después, empiezo a creer que fué mala idea quedarse en casa.
Empezamos jugando al "chupito cada vez que..." pero ahora parece que se ha convertido en una competición por ver quién aguanta más sin entrar en un coma etílico.
—¡Dale a tu cuerpo alegría Macarena! Que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena... —Mis manos agarran un cojín que encuentro en mis cercanías y se lo lanzo con todas mis fuerzas.

Le impacta justo en la cara.
Gracias Mamá por dejarme en herencia tu maravillosa puntería.
—¡Aguafiestas! —Me grita la muy borracha.
—Moi, baja ya de ahí.
—Déjala, Jane. Desde mi posición tengo buenas vistas... —Frunzo el ceño tanto que mis cejas se han convertido en una. Mis iris van hasta Becca, la cual está intentado ver bajo la falda de la rubia.

Pero lo peor de todo es que la ojiverde está haciendo un número de baile picante.
Sólo a mi se me ocurriría unir a una borracha y una degenerada en un mismo lugar y esperar que eso salga bien.
Malditas seamos mi inocencia y yo.

Sigo observando la triste escena que se sucede delante de mi y que ahora además quedará grabada en vídeo.
—¡Eso es, nena. Mueve tus encantos! —Vocifera la ojimiel buscando un mejor ángulo con su móvil.
Si eso es lo que hace estar borracha, dios me libre de aquella pesadilla.

Entre todo el ruido, logro distinguir el tono de mensajes de mi teléfono y a pasos rápidos, cojo éste y leo un texto de Drew. Dice que nos veremos en una hora en la puerta de HeladoWorld.
Miro hacia mis amigas y muerdo el interior de mi mejilla antes de tomar aire y gritar a todo pulmón: —¡Drew quiere quedar en una hora!

Y entonces, todo sucede a cámara lenta.
La gogó rubia salta a pesar de llevar unos tacones más grandes que mis piernas. La pelinegra gira su cuello como la niña del exorcista y abre la boca tanto como puede.
—Vamos a vestirte. —Articula a velocidad reducida y casi puedo oír esa voz tan graciosa y siniestra que ponen en las películas.

Al final, les doy un vaso de café a cada una y tomo por mi cuenta lo primero que encuentro.
Al final resulta ser una camisa color limón sin mangas y unos vaqueros negros.
—Al menos usa tacones o parecerás un minion con esa ropa. —Se burla la ojimiel.
Alcanzo mi almohada y se la lanzo.
—¡Para ya! —Río al observar como se soba la frente.

Tomo mis llaves, dinero y el móvil y me dispongo a salir de casa.
—Deseo que te pida matrimonio. —Suelta la rubia. Le golpeo el hombro y ella sonríe.
Becca y yo compartimos una mirada cómplice y articula un "buena suerte" antes de montarse en su coche.

Suspiro. Levanto el cuello y comienzo a caminar con la máxima firmeza.
Pienso en como las chicas han encajado a la perfección a pesar de sus diferencias.
Moira suele vivir rodeada de gente, sin miedos ni complejos. Mientras que Rebecca prefiere estar sola y su mundo está lleno de angustias.

Son cómo las piezas de un rompecabezas.

Tardo apenas unos minutos en llegar allí, miro el móvil y sólo son las 17:48. Chasqueo la lengua y abro un juego en el aparato, me tocará esperar.
Pero eso cambia cuando me acerco del todo y Drew ya está allí.
Ha llegado más de diez minutos antes. Sonrío. Esto está saliendo a la perfección.

Supongo que él imagina que mi sonrisa es para él puesto que imita mi gesto, se separa de la pared y camina hacia mí.
Todo su conjunto es rojo.
—Jane. —Dice, a modo de saludo.
—Drew. —Se la devuelvo.
—¿Qué tal ha ido tu día? —Bufo y le oigo reír.
—¿A parte de tener que cuidar de dos borrachas? todo ha ido fenomenal, gracias. —Suelto con sarcasmo.

Tira de sus labios hacia arriba y niego. Me fijo en que lleva las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y camina de esa manera.
—Has llegado a las... —Observa su muñeca. —17:48:36. —Exacto. También me ha dicho los segundos.
Frunzo el ceño y pestañeo dos veces antes de sonreír en respuesta.
—Soy una mujer puntual, Stype. —Presumo.

Seguimos charlando durante un rato hasta que llegamos a un bar y decidimos entrar.
—¿Qué van a tomar? —Un camarero de pasados treinta años nos observa de forma alterna mientras limpia la barra. —Nuestro tequila es el mejor, lo recomiendo.
Miro por el rabillo del ojo como Drew arruga toda la cara y niega en seguida. Añade además un:
—Ni muerto.

—Coca cola sin hielo y una cerveza para el chico sano. —Me giro hacia él y alzo los hombros.
—Sabia elección. —Comenta el hombre ante la sonrisa de mi acompañante.
Como desearía romperle los dientes.
—¿Alguna vez has pensado en toda la mierda que le echan a la coca cola? —Mis ojos se mueven por el lugar y también por su cuerpo, cómo si buscara algo con lo que defenderme.

Miro su rostro y luego su pelo. Bingo. Un cigarrillo alojado en su oreja derecha. Ni siquiera me había fijado en que lo llevaba.
—¿Alguna vez has pensado en la mierda que le echan al tabaco?
—Abre la boca para decir algo pero la vuelve a cerrar.
Touche.
Muestro una sonrisa arrogante y doy un trago a mi bebida.
—No es por vicio, voy a uno por semana. —Señala el no vicio de su oreja. Asiento.

—Entonces deberías dejarlo. No es sano. —Veo como se forma una sonrisa melancólica en sus labios.
—A veces las mejores cosas de la vida no son sanas. —Punto para ti, querido Drew.

Un rato después, la puerta del local se abre con un fuerte porrazo. Un señor mayor con barba, coleta y una chaqueta de cuero entra. Sus ojos me enfocan de repente y sonríe, mostrando sus dientes de oro.
Apreto los dientes y Frunzo el ceño. Levanto la mano en un intento por ser amable pero sus pupilas permanecen incorruptibles.
¿Es que está ciego?
Un momento. Ese motero no me está mirando a mí. Está mirando a Drew.

Me giro sobre el taburete para ver el rostro desencajado de mi vecino de silla. Y juro por dios que esa es la escena más cómica que mis ojos han visto.
El hombre de pelo blanco trota hacia nosotros y se sienta justo al lado del ojiazul. Éste le mira y puedo ver como el señor le sonríe y levanta sus cejas con un bailecito.
El castaño abre los ojos con fuerza y me mira. Seguidamente, arrastra su taburete hasta estar pegado a mí.
Y su brazo está tocándome.
Quiero gritarle que se aleje, que no se atreva a tocarme. Que le odio. Pero no puedo, no puedo.

—¿Jane, estás bien? porque un motero me está poniendo ojitos y tú te has quedado muda.
—Permanezco de la misma manera pero mis retinas captan cada movimiento. El señor roza a Drew -que se pone tenso- y le susurra un "hola guapo" antes de agarrar su camiseta y girarle.

Pero el castaño tira de la parte baja de mi camisa antes de articular un "socorro" y ser girado con brusquedad.
Reconozco que da algo de pena.
No, no es cierto.
—¡Odio las motos, los dientes de oro y a los viejos! —Es lo último que oigo antes de verle correr fuera del local.
Aguanto la risa tanto como puedo hasta llegar a la calle y soltar de golpe todo.

—¡Han estado a punto de violarme ahí dentro! ¿¡y tú te ríes?! —Debo parecer una foca con problemas respiratorios en estos momentos.
—¡Oh por dios, Drew! ¡eso ha sido tan gracioso! —Trato de sofocar mis carcajadas y el calor que se ha propagado por mi cuerpo pero es en vano.

Pero a mi nunca nada me sale bien.
Durante mi ataque de foca retrasada, no me fijo por donde vamos caminando y acabo adentrando mi pie en algo.
Santo cielo. El ojiazul se da la vuelta, abre la boca y se la tapa con las manos antes de doblarse sobre sus rodillas y comenzar a carcajear.

Debajo de mi pie se encuentra la plasta más grande que he visto hasta ahora. Ese animal debía tener un culo enorme.
—¡La vida al final te lo devuelve todo! —Filosofea entrecortadamente. —¡Aunque sea en forma de mierda! — Se carcajea. Pero será cabrón.

Dando pasos similares a los de las tropas militares en los ejércitos, llego a casa.
Stype me sigue de cerca y no evita alguna que otra risa tonta cada vez que nos miramos.
Tiene la boca metida hacia dentro y está conteniendo el aire.
—Vaya día de mierda. —Y ahí está otra vez, desfalleciendo entre risas en mitad de la calle.

¿Pero que he dicho?
Ah, si.

—¿Has terminado? —Cuestiono. Pero la verdad es que yo tampoco evito reír.
—Si. —Hace su mayor esfuerzo por ponerse serio y me mira.
—Ha sido un día... jodidamente genial.
La verdad es que estoy de acuerdo pero no dejaré que lo sepa. Sólo ruedo los ojos en respuesta.
—Hasta mañana, capullo. —Siso sonriendo antes de verle partir.

Y oh también me he dado cuenta de algo; ahora soy su amiga.

El día acaba rápido y me quedo dormida entre pensamientos de bailes picantes, moteros homosexuales y plastas gigantes.

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