Capítulo Cuarto, de la Ayuda de Thorondor y la Petición a Elrond

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Galopando a lomos del caballo, Calatea atravesó una ensenada atestada de trasgos que, al verla, corrieron en pos de ella. Azuzó al caballo, gritándole a la oreja y enseñando su hoja amenazante. Aquel gesto enfureció más a las horrendas criaturas, que comenzaron a lanzar flechas envenenadas en su dirección. Las esquivó gracias a su habilidad y les dio de lado cuando llegó a la planicie del río Mitheithel.

Pero ocurrió algo imprevisto, algo con lo que la joven no contaba. Lobos huargos la estaban esperando en la orilla del río. El caballo se encabritó, tirando a la hobbit al suelo, mientras las criaturas se acercaban lentamente arrinconándola.

Ella se incorporó de un salto, con las ropas desgarradas y la espada en guardia, dispuesta a ensartársela en el vientre a cada una de las alimañas. Esta vez Glorfindel no podía salvarla, él no estaba allí para ayudarla. De modo que si caía, lo haría de la forma más valerosa que un hobbit pudiese alcanzar. Respiró hondo, y dejó que uno de los lobos le asestase un zarpazo en el cuerpo que casi le cuesta la vida. Cayó al suelo, al mismo tiempo que la criatura se lanzaba sobre ella. Pero nunca llegó a tocar el suelo. Un poderoso graznido de ataque resonó en el campo de batalla. Los lobos alzaron la cabeza y contemplaron asustados, la imponente figura del Rey de las Águilas que había cogido a uno de los suyos entre sus garras y lo estaba estrangulando.

Finalmente lo dejó caer para romperle todos los huesos de su cuerpo, causando así, la muerte del animal. Los lobos acuclillados y con el rabo entre las piernas por el miedo, se juntaron para infundirse fuerzas, sin éxito. El águila con un fuerte aleteo, empujó a los lobos hasta el río, que corría bravamente llanura abajo. Éstos se ahogaron al intentar nadar, pero la fuerte y apisonadora presión del agua, quebró sus cabezas en añicos.

El ave se posó cerca de Calatea, que jadeaba de dolor al incorporarse ayudada por su espada.

-¡Aprisa, pequeña hobbit! Éstas no son tierras para cabalgar sola. Súbete a mi lomo; te llevaré a la Casa de Elrond donde podrás guarecerte -habló el águila, con voz profunda.

Ayudada por Thorondor, Calatea se sujetó a las grandes y fuertes plumas del águila que levantó el vuelo, creando una intensa humareda. Voló suavemente por entre las bajas colinas que rodeaban el valle de la Casa del Medio Elfo. Allí, una congregación de elfos, esperaba a Calatea, encabezada por el señor de aquellas tierras desprovistas de todo mal.

Thorondor cogió a Calatea suavemente con su pico y la depositó en los brazos fuertes del elfo.

-Hasta nueva orden, esperaré en la colina más alta de la ciudad, pues aquí, no tengo espacio donde posarme.

-Ve en paz y gracias por todo, Señor de las Águilas -agradeció Elrond, despidiendo al ave que voló desapareciendo del panorama.

Calatea fue transportada por Elrond a un cómodo e inmaculado lecho donde limpió sus heridas y las vendó, mientras Calatea dormía, fatigada, hasta la mañana siguiente. Desconcertada, preguntó dónde se encontraba.

-Estás en Rivendel, Calatea Tuk, hermana de Bandobras. He limpiado tus heridas y ya estás lista para partir de vuelta a donde perteneces -dijo Elrond con gesto de seriedad.

Desconcertada por su apariencia de frialdad, se incorporó de su lecho y enfrentó su mirada penetrante.

-Me temo que voy a tener que tirar por tierra sus planes, Señor Elrond. Glorfindel, aquel de dorados cabellos, está en peligro y he escapado de una horda de trasgos para pedirle ayuda -exclamó Calatea-; no puede negarme el que vaya a buscarlo, ni tampoco puede negarme la ayuda para llevar a cabo tan peligrosa empresa.

-No está en mi mano decidir eso. Se le rescatará, sí, pues es mi culpa que lo hayan secuestrado. Yo lo envié a investigar el paradero de las hordas, y lo he condenado a la muerte. Pero tú no formas parte de este problema. Tienes que volver para que la preocupación de tu hermano por ti, cese.

-Es mi amigo. Es mi misión salvarlo. Sé que mi hermano está asustado por lo que me pueda pasar. Pero entenderá que haga esto por el único compañero que he tenido en años.

Elrond permaneció en silencio unos instantes, reflexionando sobre aquellas palabras cargadas de sentimiento. Luego repuso con una sonrisa.

-En verdad posees un corazón de oro, más grande que el de muchos hombres para tener una constitución tan pequeña. De acuerdo, entonces. Te ayudaré a encontrar a Glorfindel. Estoy convencido de que aún sigue con vida. Golfimbul, el Rey Trasgo amenazó una vez mis tierras, reclamándolas como suyas. Sin embargo, ambiciona algo que es material. Desea, ansioso, ser poseedor de mi corona de plata. Si es así como pide las cosas tendrá su merecido. Calatea, tú montarás a lomos de Thorondor y te escabullirás por una grieta en la cima de la montaña, donde se encuentran las mazmorras de prisioneros. Mientras tanto yo me entregaré y obsequiaré a la alimaña con una corona falsa que crearán mis herreros para la ocasión. El plan funcionará, si y solo si eres sigilosa y manejas el arte del escondite.

Calatea asintió y observó a Elrond salir de la alcoba, ordenando a sus súbditos que trajeran agua, comida y ropajes nuevos para la hobbit.

-No le defraudaré. Esta vez no. Glorfindel me enseñó a responsabilizarme de mis actos. Siento que esta misión es la única cosa seria que he hecho en mi vida -dijo Calatea para sí.

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