Capítulo Primero, del pasado de Calatea y la escaramuza a los Trasgos

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Muy pocos recuerdan ya la consolidación de la raza Kuduk. Su origen fue incierto y su pasado carecía de importancia para elfos y hombres, que, ocupados en su lucha contra la Sombra y la Oscuridad, no se percataron de estas diminutas presencias.

De lo poco que aún se recuerda, se cuenta que había tres clases hobbit, de las cuales los albos, de espíritu curioso y guerrero, fueron los líderes por excelencia de su especie y facilitaron a los pelosos y los fuertes, su asentamiento en la Comarca.

Nunca buscaron ningún enfrentamiento con otra especie y mantenían relaciones tanto comerciales como amistosas con los elfos de Rivendell en los bosques de Eriador. No obstante, eso no implicaba que no pudieran defenderse de ataques de las hordas de orcos y de trasgos que a menudo, perturbaban la paz de la zona, asesinando y robando tesoros y cosechas de la tierra.

De hecho, la defensa de sus propiedades, era necesaria. Defensa que durante varios años lideró un hobbit, de apellido Tuk y de nombre, Bandobras.

Este pequeño caudillo que era el más alto de los de su especie, rubio y de ojos azules, se decía de él que podía montar en un caballo élfico con absoluta destreza espantando a los enemigos con un gran pero ligero mazo de púas. Era de esperar que fuera aclamado por los de su condición y venerado por Elrond el Medio Elfo y los demás elfos de su casa.

Sin embargo en toda familia existe un individuo que no va acorde con las tradiciones, generalmente de carácter rebelde frente a sus hermanos.
Bandobras tenía una hermana de este tipo, de nombre Calatea. Alta al igual que él, de pelo negro, largo ensortijado y desaliñado, era el quebradero de cabeza de su hermano. Vestía con ropajes masculinos, bebía cerveza en abundancia, fumaba pipa de manera compulsiva y prefería la soledad umbría de los bosques a la calidez y compañía de los smials bajo la tierra que los Kuduk cavaban para guarecerse de la dura intemperie.

Calatea tenía un carácter arisco y salvaje. Desconcertaba a los hobbits que la tachaban de "bestia" por su mal uso del lenguaje, pobre y soez según sus semejantes. Se había llevado muchas reprimendas por parte de Bandobras, las cuales Calatea ignoraba y prefería discutirlas antes que asimilarlas debido a su gigantesco orgullo.

A pesar de haberla querido como a una hermana más, Bandobras sabía que nunca podría ser una hobbit normal. Cuando cumplió los diecisiete años y realizó su primera excursión hacia las tierras más allá del Brandivino, la encontró cerca de Amon Sul, abandonada a su suerte siendo tan solo un bebé. Y veintiséis años después, con un pasado desconocido y la desconfianza de su gente, las secuelas en el corazón de Calatea eran profundas y marcadas.

Era por eso que prefería correr libre por los caminos, trepar a las copas de los árboles más altos y componer canciones a la tierra por todas aquellas maravillas que brindaba cada día a la hobbit, la cual las disfrutaba con los cinco sentidos.

Poseía un carácter guerrero al igual que su hermano. A veces se armaba con una daga corta y un pequeño escudo circular que había robado a Bandobras, y realizaba pequeñas emboscadas a orcos y trasgos que se adentraban en el bosque para asaltar a los hobbits. Al ser más ligera y hábil en movimientos que su hermano, su táctica no consisitía en atemorizar, sino en desconcertar y robar lo robado, que guardaba en una gruta para ella sola.

Hojas del Valle Largo, pipas, joyas, armas orcas, escudos, lanzas y un sinfín de objetos componían aquel botín que Calatea escondía con celo, como si de una urraca se tratara.
No se daba cuenta de que, con aquellas escaramuzas, ponía en peligro su vida muchas veces. En consecuencia, la preocupación de Bandobras por ella aumentaba, y las discusiones eran más frecuentes y fuertes.

-Con esa conducta pones en peligro nuestro cometido y tu vida. Si sigues haciendo esas fechorías, pronto te prohibiré salir de casa y tu libertad quedara limitada -amenazaba Bandobras.

-Hermano, tu preocupación por mí es inútil. Sabes perfectamente que no escuchare más palabras de tu boca. Soy dueña de mi vida y mi destino, por ello no puedes arrebatarme el derecho a hacer con ella lo que yo considere oportuno-replicaba Calatea- el mal está presente en todo momento. No puedes mantenerme al margen de esta lucha.

-Esto no es un juego, Calatea. La guerra no es para las mujeres hobbit. ¿Es que no ves que lo que busco es lo mejor para ti?

-Harías bien en no mantenerme enjaulada. No puedes obligarme a ser una prisionera de una forma de vida que nunca podré llevar a cabo. ¿A quién querer, cuando nunca he amado? ¿A quién dar a luz cuando a mí me arrebataron la vida nada más nacer? Adiós, hermano y que la vida te sonría en estos tiempos de tempestad.

Después de aquella discusión dejaron de verse y Calatea perdió todo contacto con su pueblo, hasta un día a la hora del crepúsculo, en que un grupo de cinco trasgos habían capturado a un niño hobbit y lo estaban despojando de sus ropas, burlándose de su aspecto y amenazando con quitarle la vida. La joven lo vio desde lejos y corrió al encuentro del grupo, conmovida por el pobre hobbit, que chillaba pidiendo auxilio. Blandiendo su daga, profirió un grito de guerra que desconcertó a los orcos, volviéndose al origen del grito.

-¡Soltad a ese pobre niño y largaos de estas tierras! -exclamó Calatea.

Los orcos rieron ante semejante orden, dejando libre al chico que escapó de sus garras, despavorido.

-¿Quién eres tú para dirigirte a nosotros de esa manera tan impertinente, escoria? -preguntó uno.

-¡Soy Calatea Tuk, el Pavor de Pavor es! ¡No Y voy a desgarraros las entrañas, sacos de estiércol! -dijo ella poniéndose en guardia.

-Pavor será el que sufrirás cuando veas nuestras hojas cortar tu tierna y jugosa carne. -Tras esto los orcos formaron un circulo que rodeo a la hobbit. Pero al ser más pequeña que ellos, pudo escapar escabulléndose entre sus piernas. Ayudada por su daga, realizó varios tajos en los pútridos cuerpos de los orcos, pero no fueron lo suficientemente mortales. Solo consiguió enfurecerles más. Se retiró rápidamente y huyó camino abajo del bosque, seguida de aquellas horrendas criaturas. Puesto que las distancias cortas no eran su estilo de lucha preferido, decidió escabullirse entre la arboleda.

Su objetivo no se vio cumplido. Uno de los orcos la descubrió trepando a un árbol, tiró de su pantalón y la lanzó contra el suelo, desarmándola de una patada. Anunció a los otros orcos su captura y se reunieron con él dispuestos a descuartizar a su presa.
Su fin estaba próximo, pero Calatea no se inmutó. No temía a la muerte.

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