Tengo el alma desgarrada,
hecha añicos,
rota en mil pedazos
desde el día que partiste.
Quiero buscar señales
en el viento,
en el agua,
o en las plantas que sembraste;
señales que prometan que estás bien,
mas solo obtengo ecos solitarios
que martillean mis pensamientos nocturnos
y no me dejan entrar
en aquel mundo de sueños y fantasías
donde todavía te puedo encontrar.
Te extraño,
extraño aquella sonrisa que no podré contemplar más,
aquellos versos que recitabas audaz,
aquellos tangos que no volverán.
Y ahora el tiempo sigue,
corre y no espera,
y ya nada es lo mismo:
faltas en las fotografías nuevas,
en aquel lugar de la mesa ausente,
en aquella voz que antes escuchaba
y ya no podré oír más que en los recuerdos y grabaciones.
Estarás en las mañanas,
en el cantar de las aves que amabas,
en la emoción de un viejo piano
reviviendo una melodía inolvidable
con nostalgia y pasión.
Y es que para la muerte
no se halla consuelo
más allá del gran anhelo
de que te encuentres en alguna parte
acompañándome desde el cielo.

Te amo, abuelo