Aparta la mirada
muy lejos de aquel
rostro callejero
y sube la ventanilla polarizada,
sin ver que la muchacha,
está repleta de tristeza
como un río
donde ya no queda vida.

Finge asqueado que ella no existe,
no repara en lo joven
que en realidad es,
ni en que en sus brazos
hay un niño descalzo,
o que su rostro
está bañado de moretones.

Y solo sigue su camino
hacia la comodidad
de su mundo privilegiado
de colores pasteles
y deliciosos bocados;
¡qué culpa tiene él
si hay gente ignorante
que descuida su vida
y toma malas decisiones!

Entonces, ya en su hogar,
suena su teléfono,
y en una llamada decide
incendiar un bosque,
para sembrar soja,
contratar máquinas
para no pagar tantos sueldos
y subir un impuesto
solo porque puede.