I

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No estaba la noche para andar perdida. El cielo caía en toda su relente; las encinas silbando el silencio y la sangre empapando en el musgo. No estaba la noche para andar perdida. La vi pasar la primera vez, pero aquí el tiempo es largo y extraño y no le eché cuenta. A la segunda pasada me convencí. Y ¿por qué no? Todos terminamos perdidos en alguna coyuntura. Tal es la vida. Aunque tal vez esté proyectando. Me decidí a seguir su pista. La duda era punzante y debía aseverar mi razón. Temblaba y daba respingos a cada roto aullido. Miraba a cada lado pero sus sentidos no la correspondían. Verán, Pedro era un muchacho flaco y taciturno según escuché. Su madre rezaba y su padre le corría a hostias. Se escondía tras los rizos de su flequillo y olvidaba como respirar cuando el borracho llegaba borracho, como diría el mariachi. Un invierno cogió y se escapó con un pintor. Ahora regenta un restaurante con su marido, Julio. Su padre terminó aquí buscándolo y cada noche, desesperado, clama su nombre en un rugir cada vez menos humano. Parte de este polvo, supongo. El ensordecedor delirio de un niño febril; la sombra de una sonrisa desquiciada y bellas armonías disonantes compuestas para necios y enfermos. Todos estamos aquí por algo. De eso estoy seguro. Su pelo se enredaba con las ramas espinadas haciendo esquejes de sus negras ondulaciones. Me sorprendí murmurando su nombre otra vez. Sortijas de una memoria deshecha. Parte de este polvo, supongo. La seguía desde los surcos de los robles y los mochuelos en las cavidades, preguntándome que habría en su mente en esos inciertos instantes. Los hongos tomaban con sus redes el pulso de sus pasos y el rocío se mezclaba con su mirar. Un siluro asomó sus bigotes y el bosque rompió en llanto. Ay, Pedrito.

"¡¿Quién anda por ahí?!"- comenzó a desgañitar-. "¡Por favor! ¡Estoy perdida!"

Nada cambió en el aire. Descuida, el ululato no tarda en fundirse con las sombras. Durante un tiempo viví frente a las vías del tren. Las primeras noches me levantaba bruscamente con el pulso atacado. Con el tiempo todo ese ruido se integra y se olvida que existe. De todas formas jamás volvería a vivir en un lugar así aunque pudiera. Parte del polvo, supongo. Hay una voz en alguna parte que habla, divertida, en lo que creo que es alemán. No sé a quién pertenece. A veces me parece que conversa con el llanto del padre de Pedro. Nunca pregunté su nombre. Nunca he hablado con él. Tal vez sepa a quien pertenece esa voz. ¿Hablará alemán? Las flores quieren saber quién es la nueva huésped. Paciencia, pequeñas que aún es pronto. He olvidado el tabaco bajo el sauce. Cuando volví, el perro de Brezo jimplaba bajo un álamo por su patita herida. Por encima el trémolo de una mandolina que una vez fue mía rebotaba en la panza de un sapo. Pero ni rastro de la muchacha. Me senté a fumar, acariciando a Machango tras las orejas. No podemos estar perdidos para siempre, supongo. Burro cargado encuentra camino. Supongo. Parte del polvo, del polvo, del polvo.

Ese ruido. Pero ese puto ruido ¿Qué coño es? El viento no suena así pero no viene de ninguna parte. Algo así como un rebuznar bizarro. ¡Ayuda! ¡Por favor! Joder. Joder. ¡Lucía! ¡Joder, Lucía! ¡¿Dónde coño está el camino?! ¡Joder! Y así pasé un rato y cuando me di cuenta se había hecho de día y no había dormido y el bosque estaba en las mismas pero el aullido lamentoso había terminado y la luz se filtraba por los aires y realmente era bonito pero ahí no había nadie y tenía hambre. La noche había sido espantosa, como una pesadilla de spiz. Tenía sed y me agaché en el arroyo a beber pero pensé que tal vez enfermaría y entonces saltó un pez gato y me caí dentro del agua. Cuando salí tenía frío y las orejas bloqueadas y bostecé y bostecé y luego no pude parar y pasé el día bostezando pero di saltitos y se me salió el agua y entonces por encima del ululato escuche algo así como el llanto de un niño y pensé que a lo mejor había una cabaña o algo cerca y una madre o padre o abuelo con su pequeño pero cuando encontré lo que lloraba joder cuando lo vi dios no creo que hubiera podido ser real tendría que ser otra cosa y se me estaban confundiendo los sentidos eso no podía estar llorando y menos ahí tirado gelatinoso y la pringue y grité, joder como grité y salí corriendo y me caí con las raíces de un sauce y había sangre tenía que ser sangre chorreando en el musgo y un perro la lamía y alguien se reía en un idioma que no entiendo y los lamentos en el aire se acercaban tiritaba joder si tiritaba con el frío y el viento y me puse a llorar en el suelo y creo que vi a un chico y el perro se fue con él pero tenía miedo y no grité tendría que haberle gritado y pedido ayuda. Ahora estoy sola otra vez y no hay nadie y no encuentro el puto camino.

Yo solía escribir, recuerdo. Cuentos, principalmente. Chuscos y torcidos, unas veces. Tiernos y sentidos, otras. Ya de eso... bueno, tal. Hay que leer el cielo y obedecer los ciclos. El verano estaba cerca y Brezo volvía a pintar en los árboles. Una suerte de signo de exclamación cortado en su extremo superior por un guion. Solía usar carbón o algo así para ello. Brezo y yo nos conocíamos de antes. Tenía unos años más que yo y a menudo le veía por el pueblo. Fumaba muchos porros y rara vez se encontraba en sí pero siempre fue muy cándido y agradable. No tengo muy claro cómo ha terminado aquí. Parte del polvo, supongo. No hemos hablado mucho pero en ocasiones su perro, Machango, me acompaña en mis paseos. Seguí navegando las raíces pero sin mucho resultado. La única prueba en las últimas horas de su existencia fue la de un chillido incierto. Fui presto tras el origen. Tarde. Volví a perderla. Debió asustarla. No sé de quien puede ser. De alguien tiene que ser. Una cosa tan pequeña. Jimplando contrahecha. Una masa de carne palpitante. Los nudos purpuras de sus tendones retorciéndose legamosos. Mi sombrero le hizo de cuna. Tal vez la Barnacla lo quiera. Es buena y maternal.

La Barnacla vivía en las cuevas galindas donde tenía una ermita. A veces sala pescado ahí y los Kinzos que viven en las madrigueras se acercan a gumiar. Creemos que la Barnacla una vez fue pájaro pero desde que está aquí es una mujer aunque hay días que la veo y tiene barbas. Le gusta cantar sobre las golondrinas y el mar y tiene un silbido precioso. Es una mujer peculiar. Siempre ha sido muy buena conmigo. Cuando llegué aquí me guió y enseño los secretos de la tierra y los manantiales; donde tumbarme pancho y reposado y donde la hierba son pedazos de vidrio. Algún día cuento con que me hable sobre su vida como ave.

La criatura y yo pasamos la noche envueltos en mi manto metiditos en la cavidad de un roble. Era muy viejo y las ramas le colgaban pesadas de las hojas, llegando hasta la tierra y creando una suerte de carpa arbórea. Me desperté antes de que saliera el sol. Miré dentro de mi sombrero pero solo quedaba un rastrito de presencia. Alguien - o algo, pues nunca se sabe aquí - se había llevado a la criaturilla mientras sobaba. Tal vez haya vuelto con su madre, pensé. Me sosegué. El sentido del deber está cruelmente desleído en este bosque. Vi brillar los pelitos plateados de Machango bajo el manto del amanecer y salí a jugar con él. Brezo tenía unos hábitos extraños y solía dejarlo campando a sus anchas. En otro tiempo me habrían molestado esos huevazos que gasta pero ahora me contento con el tiempo que su negligencia me permite pasar con mi cánido amigo.

Volvimos juntos al sauce. Había una energía extraña. Tal vez lo imagine. Me pareció que Machango también lo sentía. Es difícil matar a un Jincho. No tengo muy claro cómo puede hacerse. Pero ahí estaba anoche, roto y retorcido bajo el sauce, en toda su raquítica languidez. Los Jinchos, como todos aquí, tienen un pacto sacro con el bosque. Solo matan para comer. Kinzos, principalmente. Alguna vez los he visto, encorvados sobre una hoguera, mondando sus deformes cráneos con uñas rotas. Me miran con sus ojos muertos y algo en su quietud paraliza el corazón. Luego vuelven sus diminutas cabecitas a su tarea. No creo que puedan hablar. Todo lo que tienen de humanos es el recuerdo de su forma. Algo lo había tenido que matar. Nada que yo conozca. Esa enorme barriga flácida y gris, abierta para los pájaros en su líquida putrefacción. Me senté a fumar con el cuerpo. Una inquietud trepando por mis vertebras. No consigo sacudirme esa inmarcesible mirada. El cuerpo ya no está. Algo se lo debió de llevar mientras curioseaba. ¿Qué andaba haciendo anoche? Este lugar juega de forma peculiar con la memoria de uno. Algunos han olvidado completamente quien eran antes. Yo lo recuerdo. Solía escribir. Cuentos, principalmente. Chuscos y torcidos, unas veces. Tiernos y sentidos, otras. Ya de eso... bueno, tal. Hay que leer el cielo y obedecer los ciclos.

Decidí ir a ver a la Barnacla.

Era un día agradable y el camino estaba visible. A veces las zarzas se molestan y hacen por cambiarlo pero hoy todo estaba en sus sitio. Uno sabía cuando se acercaba a las cuevas galindas. La temperatura va bajando y la humedad te trepa por las piernas. No me imaginaba a la Barnacla a los pies del monte, con las alas atrofiadas por la humedad. Tampoco le había visto nunca las alas pero debía de tenerlas. De todas formas no es el lugar más agradable para una persona de su edad. Vamos, creo yo.

Una niebla espesa, como agua gris, se concentraba sobre la falda del monte. Oí cantar a Pavel, pero solo se distinguía el vals de su macuto. Una vez me senté con él a cenar un sotocorzo que se había encontrado muerto. Me contó de la noche que llegó aquí mientras lo deshojaba. Antes de que todo se nublara había estado jumiando por la estación de bus de algún pueblo extremeño. Había un colchón enroscado, envuelto en plástico y le pareció que se lo podría quedar. Olía a muerto, me dijo, y un señor apareció de las sombras, casi le da un infarto, me dijo, y le comentó que era suyo y que dejara de romper el plástico. El hombre sudaba como febril y le vio susurrarle cosas al interior del colchón. Se marchó a buscar cobijo bajo algún roble en la dehesa y cuando despertó estaba aquí. A veces creo que estoy muerto, me dijo, que todos lo estamos. Yo no creo que sea el caso. El sigue bailando con su macuto y cantando sus canciones. Siento que está muy solo.

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