Capítulo LVIII: "Vuestros días están contados"

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Décimo día de la octava lunación del año 105 de la Era de Lys. Castillo Real, Eldverg, capital de Vergsvert.

—Es una suerte que el embarazo de Jonella haya suavizado la mala impresión que dejaste en lars Hagebak. —Lara Bricinia caminaba junto al príncipe Karel por las galerías del palacio. La radiante luz del día entraba a raudales a través de los cristales coloreados de las amplias ventanas, formaba arcoíris artificiales que madre e hijo atravesaban al andar. Los corredores estaban concurridos por multitud de esclavos, que deambulaban de aquí para allá con los preparativos de la celebración que se llevaría a cabo por la noche, así que a cada momento se cruzaban con reverencias y miradas sumisas.

—Creo que dejé en claro que no me importa lo que mi suegro pueda suponer, madre. —Karel bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Por favor, no insistas, no puedo comprometerme en una guerra para socorrer Augsvert.

Lara Bricinia exhaló exasperada y entrelazó las manos por delante de su regazo.

—Te equivocas con tu decisión de hacer esto solo. Siempre supuse que llegado el momento nos uniríamos. —Después de un rato en silencio, la mujer volvió a hablar en voz muy baja—. Viggo está tan dócil que es sospechoso.

—Tal vez ha aceptado que otro deba ser el rey. Quizás todos deberíamos hacer lo mismo y obedecer el designio de padre.

Lara Bricinia rompió en una primorosa risa, igual a como sonaría un arroyo en el deshielo de la primavera.

—Ese niño no nacerá. Verás que pronto se desatará el caos y tú te arrepentirás de tus malas decisiones.

Karel resopló por la nariz, un poco cansado del tema.

—Mis hermanos mayores no se han sublevado, ¿debo suponer que serás tú quien lo haga, madre?

—Una madre es capaz de todo por su hijo.

Karel la miró de reojo, tenía muy presente las duras palabras que ella le dijo en la casa de Jensen. Él no creía que su madre fuera capaz de arriesgar todo por el bienestar de su vástago.

Ambos se detuvieron frente a las puertas del salón. Lara Bricinia le dedicó una sonrisa llena de dientes antes de girar y continuar avanzando por el pasillo. Karel la contempló un breve instante mientras ella se alejaba.

El día anterior, una vez él cruzó las puertas del palacio real, su madre se mostró la misma de siempre, como si aquella discusión en la casa del general no hubiese ocurrido jamás; sin embargo, el príncipe no la había olvidado y no desperdiciaba la oportunidad de dejarle en claro que él no solicitaría el apoyo del ejército negro de Augsvert y que no se comprometería en la guerra que el reino de su madre tenía con los alferis.

Sus dos hermanos mayores se habían mudado a la corte de Eldverg una lunación atrás, tal como era el deseo del rey. Arlan y él eran los únicos que permanecían en sus residencias habituales y solo se habían trasladado al castillo para participar de la celebración.

Karel se anunció ante el guardia de la puerta, un instante después las gruesas hojas de madera se abrieron para dejarlo pasar.

—¡Las flores de Lys desciendan sobre vuestra cabeza, Majestad! —Saludó el príncipe mientras entraba.

Dentro de la recámara solo se encontraba el rey Daven. Era de mañana y el monarca aún no estaba apropiadamente vestido, todavía tenía la ropa de dormir y sobre esta una lujosa túnica negra de seda y brocados dorados, abierta al frente. Se hallaba recostado en un diván con varios pergaminos a un lado y sobre el regazo. Al escucharlo, el rey se levantó.

—¡No pierdes vuestras costumbres augsverianas, incluso la forma de saludar! —El rey sonrió ampliamente—. ¡Hijo mío! Disculpadme por no habeos recibido a ti y a vuestra esposa cuando llegasteis anoche.

Karel se acercó al rey y le tomó el brazo hasta el codo en un afectuoso saludo.

—No os preocupéis, padre.

—La situación en Eldverg no es fácil. —El rey suspiró con cansancio y volvió a sentarse en el diván—. Hay una organización apodada La sombra del cuervo, se ha dedicado a crear revueltas. Hace poco tuvieron la osadía de agredir a una de mis concubinas cuando ella paseaba por el mercado. —Señaló varios de los pergaminos que tenía a un lado—. Han enviado amenazas.

Karel tomó el que su padre le ofrecía.

«La dinastía Rossemberg es escoria, vuestros días están contados.»

—Es pergamino ordinario.

—Así es.

—¿Cómo sabéis que es La sombra del cuervo? —preguntó el príncipe mientras examinaba otras notas, cada una con mensajes similares.

—Todas van acompañadas de esto. —El rey le mostró varias plumas negras que reposaban en la mesita—. He escuchado que los sorceres de Augsvert pueden rastrear la energía. Tal vez podéis averiguar quién está detrás de las revueltas.

—Podemos hacerlo solo con la energía mágica, padre. Esta deja una huella y es esa la que percibimos y rastreamos.

Karel encendió su poder y la diestra que sostenía la pluma brilló en plateado. No había rastros de magia, la pluma había sido manipulada por personas comunes.

—No hay ninguna huella, lo siento.

El rey suspiró.

—Tengo a la guardia de la ciudad desplegada en cada calle, en cada mercado y en cada esquina. En cualquier momento, esos miserables alborotadores darán un paso en falso y los atraparé.

—Escuché que esa organización fue desmantelada antes de la caída del rey Thorfinn II —mencionó Karel, imprimiéndole a sus palabras un tono indiferente.

—Hace más de diez años, igual que ahora, esa organización se dedicó a promover disturbios —comenzó a explicar su padre—. El rey Thorfinn acusó a un general de ser el líder. El general fue condenado; sin embargo, muchos pensamos que la acusación había sido injusta. Era un buen hombre, amado por todos. Nos rebelamos para vengar su muerte. La situación fue escalando y terminó en el derrocamiento del rey Thorfinn.

Karel caminó por la habitación mientras su padre hablaba. Se detuvo frente a un estante donde se exhibían diferentes adornos, algunos eran obsequios de reinos vecinos, como dagas en cajas de cristal, cuernos raros de algún animal exótico y miniaturas de espadas. Karel examinó estas últimas y recordó aquellas que tenía Lysandro en la habitación que usaba en el Dragón de fuego. A diferencia de la colección que poseía el escudero, en la que faltaba la representación de la espada del dios Saagah, la de su padre estaba completa.

—Si ese general injustamente ejecutado no era el culpable, ¿quién sí lo era? —preguntó el príncipe de espaldas a él.

El rey dio un suspiro apesadumbrado antes de responder:

—Jamás se descubrió. Después de la ejecución ocurrió la Revuelta de los generales y nunca más se supo de La sombra del cuervo hasta ahora.

—El nombre del general era Elverh Torlak. Fue el maestro de espada de Viggo, ¿no es así?

Cuando Karel giró, su padre le dedicaba una mirada intensa.

—Así es. Creí que no lo recordaríais. Estabais en Augsvert en aquel entonces.

—Es que escuché la historia mientras estaba en la campaña de Vesalia. Una historia desafortunada, sin duda. El general tenía dos hijos. ¿Qué fue de ellos? —preguntó manteniendo el tono casual.

—¿Dos hijos? —preguntó el rey con extrañeza—. Lo había olvidado. Creo que un familiar se hizo cargo de ellos.

—¿No lo recordáis? —preguntó Karel intentando no demostrar el enfado que sentía—. Creí que el general Thorlak era vuestro amigo, después de todo fue el maestro de Viggo.

Karel tomó en sus manos la miniatura en plata de La Segadora, la espada del dios Saagah, en la hoja tenía labrado el nombre de su padre.

—Fue hace mucho tiempo —se excusó el rey—. Ahora que lo pienso, sí, Thorlak tenía dos hijos. Muchos nos angustiamos por ellos, pero cuando preguntamos nos dijeron que los habían entregado a sus familiares sobrevivientes. Espero que hayan tenido una buena vida.

Karel tenía el estómago revuelto, un sabor amargo le ascendía hasta la garganta, sentía los músculos de la cara contraídos por aparentar tranquilidad.

—Padre, debo prepararme para la noche, si no me requerís para nada más, me retiro.

—Me gustaría que os trasladéis también a la corte, deseo tener cerca a todos mis hijos, debemos estar unidos para luchar contra La Sombra del cuervo.

—¡Pero no puedo mudar mi residencia para acá, padre! ¿Quién se hará cargo de las salinas?

—Ya pensaremos en eso. Vuestras habilidades mágicas son más útiles en la lucha contra La Sombra del cuervo, debemos mantener a Vergsvert unificado.

Karel no dijo nada más, apretó la mandíbula, se inclinó frente al rey y se retiró de los aposentos.

¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de los hijos de su amigo, del que fue el maestro de Viggo? Su padre no tenía idea de la desgracia que cayó sobre ellos y nunca se preocupó por verificar el bienestar de aquellos niños. Por culpa de la indiferencia de su padre, Lysandro había sufrido un infierno.

Estaba molesto y le hubiera gustado gritarle a la cara cuál había sido el destino de esos niños, pero comprendía que al rey poco le importaba y no ganaría nada con recriminarle. Batallaba con la rabia camino a sus aposentos cuando escuchó un llamado que lo hizo voltear sobre su hombro.

—Hermano. —Era el primer príncipe. Karel inclinó ligeramente la cabeza como saludo y Viggo caminó en su dirección hasta detenerse frente a él—. ¿Venís de los aposentos de padre? Os ha pedido mudaros a la corte, supongo.

—Así es —le contestó Karel, girando del todo para mirarlo con curiosidad.

—Está desesperado. No lo dice, pero la situación con La Sombra del cuervo se le sale de control. —El primer príncipe resopló con algo de burla—. Debe pensar que tus habilidades mágicas lo ayudarán a escapar de la furia vengadora que al parecer alienta a los rebeldes.

—¿Furia vengadora? —Karel se hizo el tonto—. ¿De qué quieren vengarse?

Viggo lo analizó en silencio lo que tarda en consumirse al fuego una brizna de paja. Se remojó los labios antes de hablar.

—La Revuelta de los generales. Cuando solicite tu ayuda, pídele que te muestre las notas que han enviado. Parece que alguien ha vuelto de la muerte y exige venganza por lo que considera, fue una traición.

—¿Una traición contra el rey Thorfinn? —preguntó Karel. La Revuelta de los generales, así llamaban a la rebelión que acabó con la dinastía del rey Thorfinn II y sentó a su padre y la dinastía Rossemberg en el trono.

—Quizás contra el rey Thorfinn, o quizás contra el otro que también lo perdió todo aquella vez. Hay que averiguar quién está detrás de La Sombra del cuervo o las próximas cabezas en rodar serán las nuestras.

Karel sabía que Jensen era quien estaba detrás de la organización guerrillera. En la carta que le entregó pedía perdón por su actuar en el pasado. El general estaba seguro de que el rey era quien antaño había liderado La Sombra del cuervo y quien tendió la trampa para inculpar al padre de Lysandro. Jensen aseguraba que él en aquella época no era consciente del complot que se fraguaba. Apoyó la revuelta que lideraba Daven como una forma de vengar a su amigo Thorlak, pero luego, con la coronación de Daven y analizar todos los hechos, se dio cuenta de que había apoyado la premeditada traición que acabó con la vida del rey Thorfinn, de todo su linaje y de Thorlak.

Al menos eso era lo que aseguraba Jensen en su carta. El general se adueñó de La Sombra del cuervo como estandarte, una manera de decirle al rey que había alguien que conocía los sucios secretos que lo llevaron al poder.

Y Karel, a los motivos de Jensen, sumó otro para querer destronar a su padre: vengar lo que el rey le había hecho a Lysandro y a su familia.

Sí, Jensen estaba detrás de La Sombra del cuervo, Jensen deseaba sacar del poder a los Rossemberg, pero también Jensen le había puesto su espada a la orden, le había jurado lealtad y Karel creía en su palabra.

—Ayudaré como pueda, hermano.

Viggo asintió observándolo con su adusta y oscura mirada de siempre, luego añadió:

—Fui a ver a la princesa Umbriela. Realmente está en cinta, pero su aspecto... No creo que ese embarazo llegué a término.

El primer príncipe giró sin esperar respuesta y continuó su camino, dejando a Karel reflexionando en sus palabras. Realmente hubiera deseado librar a la princesa de Vesalia del cruel destino que impuso su padre sobre ella

Llegada la noche, todos los preparativos estaban listos para la libación de agradecimiento por la concepción del nuevo heredero. Karel se vistió de gala, no con el color de su casa, que debía ser el rojo, sino de negro y dorado, como era la costumbre de los sorceres.

Sentía un gran malestar por todo lo que estaba sucediendo y cada vez más crecía dentro de su espíritu el deseo de hacerle caso a Jensen y tomar el trono por la fuerza.

Cuando salió de su habitación, Lysandro, vestido con el uniforme de gala del ejército de Vergsvert, lo esperaba afuera. Karel estaba consciente de que no era culpable de la tragedia que Lysandro había vivido, pero no pudo mirarlo a los ojos.

De pronto, los dedos enguantados del escudero tomaron la punta de los suyos. Al levantar el rostro se encontró con aquel donde refulgían los ojos negros y los labios se curvaban en una breve sonrisa. Lysandro parecía querer animarlo. Karel correspondió la sonrisa y asintió. Ambos avanzaron por la extensa galería hasta los aposentos de Jonella.

La princesa lucía espléndida a la usanza de Augsvert, con un delicado vestido de seda de araña azul agua que caía suavemente a partir de las caderas y acentuaba el vientre incipiente. Sin embargo, se veía agotada, los círculos oscuros continuaban bordeando sus ojos y tenía el rostro algo demacrado. El príncipe tomó su mano y la llevó a los labios, depositó un corto beso en el dorso.

—¿De nuevo indispuesta? —le preguntó, preocupado.

—Creo que el embarazo no me sienta bien —respondió ella asida de su mano—. No he dejado de vomitar.

—Cuando regresemos a Illgarorg hablaré con nuestro amigo Erick para que nos envíe sanadores desde Augsvert.

—A veces a mi madre la visitaban jóvenes embarazadas que se enfermaban, como Su Alteza —dijo Lysandro con algo de timidez—, ella les preparaba infusiones con...

—¿Qué estás diciendo? —lo interrumpió Jonella en voz baja—. No me vas a recomendar brebajes de campesinos, ¿verdad?

—¡Jonella! —la reprendió Karel.

—Lo lamento, Alteza. —Lysandro agachó el rostro—, no era mi intención incomodaos.

Karel apretó los labios y exhaló. A menudo se preguntaba qué embrujo lo llevó a aceptar a Jonella en su lecho y embarazarla. La quería, sí, y también amaba al bebé por venir, pero sus constantes desplantes hacia Lysandro lo ponían de mal humor.

Avanzó tomado de la mano de ella, seguido a pocos pasos el escudero.

El gran salón estaba adornado magníficamente para la ocasión. Telas rojas con el emblema de Vergsvert se desplegaban por las paredes. Hermosas, las lámparas de aceite iluminaban el recinto y en las esquinas se quemaba resina de borag, la cual perfumaba de manera agradable y delicada la estancia. Varios esclavos vestidos con seda y gasa iban de aquí para allá, repartiendo canapés en bandejas de plata. Los príncipes junto a sus esposas y concubinas ya estaban allí, así como el resto de cortesanos y las esposas del rey. Solo faltaban Umbriela y el monarca.

Jensen se acercó a los recién llegados.

—¡Altezas! —saludó a los príncipes—, os felicito por la próxima llegada de vuestro primogénito.

—Muchas gracias, general —respondió Jonella con una elegante reverencia.

—¿Cuánto tiempo os quedaréis en Eldverg?

—Su Majestad desea que nos traslademos acá definitivamente —respondió Karel. El príncipe por el rabillo del ojo notó el leve gesto de sorpresa en el rostro de Lysandro.

—¡Pero no podemos hacer eso, esposo! —replicó Jonella—. ¿Qué pasará con las salinas?

—No lo sé —contestó Karel, con sinceridad—, hablaremos luego al respecto.

En ese momento el rey y Umbriela hicieron acto de presencia en el salón. Ambos vestían con lujosos ropajes y las joyas que demostraban sus posiciones: él, como monarca, de rojo y dorado. Y ella, como la princesa del derrocado reino: de verde. Umbriela exhibía un vientre discreto, apenas el inicio del embarazo. Miraba al frente mientras caminaba, y aunque se veía hermosa, parecía ausente, más pálida y delgada a como Karel la recordaba en el encuentro que sostuvieron antes de la guerra, incluso, en su matrimonio lunaciones atrás.

«Al menos se ve tranquila» pensó Karel para darse consuelo. Las palabras de Viggo acudieron a su mente, su hermano creía que el embarazo no llegaría a término, ¿sería por la delgadez de ella? ¿O había algo más que él no notaba?

Una vez que la pareja llegó hasta las sillas forradas de rojo y dorado del trono, la suave música de liras y flautas paró.

Los sacerdotes de Oria se acercaron con sus túnicas inmaculadas, listos para comenzar la libación. Los sirvientes se movían diligentemente y en silencio, ofreciendo y rellenando copas con vino de pera y licor del Templo de los Reyes para el brindis. Karel no tenía ninguna en la mano, así que el general le dio la suya para que pudiera brindar con su padre mientras él tomaba la que le daba el sirviente. Jonella, en cambio, rechazó la que le ofrecieron debido a las náuseas que constantemente la torturaban.

—Hoy es un día de inmensa felicidad para mí. —Comenzó a hablar el rey Daven—. Mi querida esposa, Umbriela, ha sido bendecida por la madre de todos, Olhoinna, y dará a luz al que será el heredero de la Gran Vergsvert, porque estoy seguro de que será un varón. Hijos míos, acercaos, este reino os pertenece tanto como al bebé que está por nacer. Es mi deseo que cuando yo ya no esté, vosotros os ayudéis en todo y mantengáis esta gran nación que nos ha costado la sangre de grandes hombres, siempre unida, próspera y gloriosa.

Los cuatro príncipes y las princesas se acercaron hasta el trono y allí una esclava llenó las copas con vino de uvas. Las alzaron como muestra de obediencia a los designios del rey Daven, el grande, y bebieron.

Cuando el vino tocó su garganta, Karel se llevó las manos al cuello. Fuego líquido era lo que descendía por ella. La copa de plata resbaló de su mano e hizo un ruido metálico al tocar el suelo. El mundo se volvió oscuridad, dolor y desesperación.


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