CAPITULO XXXIII: "Y siempre vuelve a levantarte"

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Tercera lunación del año 105 de la Era de Lys. Castillo de Aldara, reino de Vesalia.

Lysandro cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella con una mano en la boca para ahogar el llanto. Cada vez dudaba más de qué era lo correcto. ¿Y si lo que tenía que hacer era creer en Karel, que lo amaba?, ¿huir con él y olvidarse de todo lo demás?

No.

No se dejaría arrastrar por melifluos sueños y falacias. Un príncipe destinado a cosas grandes no merecía enlodarse con un esclavo que arrastraba tras de sí un pasado nauseabundo. Si se iba con el hechicero, estaba seguro de que, más temprano que tarde, este se arrepentiría.

Avanzó inmerso en sus luctuosas cavilaciones por las galerías del castillo que se encontraba en silencio. Parecía que hacía mucho había terminado la juerga. Se preguntó dónde estaría descansando Jensen, debía continuar con sus obligaciones de escudero. Jakob y el resto de los compañeros que participaron en la celebración (los sobrevivientes de aquellos cien hombres) estarían en el edificio de la guardia, pero el general debía estar en alguna de las habitaciones del castillo.

De pronto alguien lo asaltó por detrás, le tapó la boca y lo estrelló contra la pared. Sus ojos se abrieron con terror cuando vio el rostro de Fingbogi muy cerca del suyo, separados por la mano sobre sus labios.

—Me preguntaba dónde estaría mi hermoso escudero, y mira si los dioses son benévolos conmigo, que te han puesto en mi camino.

El pánico desencadenó un aturdimiento repentino, el cual le nubló el pensamiento. Lysandro quería decir algo, apartarlo, pero no podía, el miedo no se lo permitía. Fingbogi se pegó más, su aliento a licor chocó contra el rostro del escudero. Lo asió de la cintura y caminó con él hacia atrás, hasta llegar a una puerta que se abrió cuando la empujó.

Era una habitación similar a donde había dormido con Karel. Lo único diferente era que en lugar del hechicero se encontraba el coronel indeseable.

Lysandro, sin mirarlo, intentó apartarlo para salir, pero Fingbogi le cerró el paso.

—Esto de jugar al gato y al ratón fue entretenido, pero ya me cansé. Hora de que el gato se coma al ratón.

El hombre avanzó hacia él mientras Lysandro trataba de huir con movimientos vacilantes, pero cada vez que lo intentaba Fingbogi lo acorralaba.

—¿Por qué no te tranquilizas? —le dijo abrazándolo—. No sucederá nada que no hayas hecho en el Dragón de fuego, así que deja de huir, de hacerte la niña inocente.

El hombre le desató la correa que sujetaba la espada y la arrojó a un rincón, luego hundió el rostro en su cuello y empezó a besarlo con lujuria. Cuando sintió la lengua recorrerle la piel, Lysandro lo empujó.

—¡No! —le dijo temblando.

El joven intentó de nuevo correr, pero Fingbogi lo jaló por el cabello y lo aventó a la cama, después, muy rápido, se subió sobre él.

—¿Cómo que no? Toda tu vida has sido una puta, no puedes negarte ahora. ¿O es que de verdad piensas que te has convertido en soldado?

La risa burlona se estrelló contra la piel de su cuello mientras se acercaba para lamerlo y mordisquearlo.

No podía ser posible, nada de eso estaba pasando, no de nuevo. Tenía que ser una de sus frecuentes pesadillas. Quería levantarse, quería correr. Se imaginó así mismo haciéndolo, huyendo lejos de él, pero las piernas le pesaban como piedra. Lo embargaba un pánico atroz, sabía lo que iba a suceder y aunque deseaba evitarlo, no podía.

Tenía el chaleco de cuero abierto, así que, para Fingbogi quitárselo no fue gran problema, romper la camisa de lino crudo tampoco. Las manos ásperas del coronel comenzaron a acariciarlo. Al igual que había tenido por costumbre con sus clientes del Dragón de fuego, Lysandro hizo amago por evitar que lo besara en la boca; no obstante, Fingbogi le sujetó las mejillas con una mano, inmovilizándolo, y le metió la lengua entre los labios.

Todo se repetía, volvía al inicio, jamás escaparía.

No era un soldado, nunca lo fue.

En su mente escuchaba el batir de las panderetas y el rítmico golpe de los tambores, al igual que los aplausos y las risas.

¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando? No entendía lo que sucedía.

Fingbogi deslizó una mano dentro de su pantalón sin dejar de besarlo, después le desató el cordón de la cintura.

El Dragón de fuego, estaba en el Dragón de fuego. Pero... ¿No se quemó? Él lo quemó, huyó cuando murió Cordelia.

Fingbogi le había quitado ya el pantalón y se bajaba el propio.

Cordelia. No pudo protegerla. Su dulce hermanita colgaba de una viga. Tenía que ir y bajarla, debía tener tanto frío.

—¡No! —volvió a suplicar entre lágrimas, removiéndose para quitárselo de encima, pero Fingbogi lo hundió de nuevo en el colchón. Su mano le presionaba la garganta impidiéndole respirar—. ¡Basta!

Lysandro le arañó las manos tratando de que aflojara la presión. El coronel lo soltó y se inclinó para besarlo, agresivo, impidiéndole recuperar el aliento. Otra vez se sacudió debajo del fornido cuerpo, le faltaba el aire, pero Fingbogi lo inmovilizaba con su peso. Cuando por fin se separó de sus labios, le agarró las muñecas y se las puso por encima de la cabeza, sujetando ambas con una sola mano.

Le separó las piernas con las suyas y se acomodó entre ellas, luego le susurró en el oído:

—Ahora me doy cuenta de que quieres. Si hubiese imaginado que toda tu resistencia no era más que una farsa, habría hecho esto hace mucho.

¿Su resistencia no era más que una farsa? ¿Acaso si quería? No. Él no quería, pero no hallaba cómo evitar que pasara. Después de todo estaba allí para eso, era uno de los hoors del Dragón de fuego y eso era lo que había hecho desde siempre.

Cuando Fingbogi comenzó a empujar dentro de él, el dolor lo atravesó como una lanza. Al tiempo que el sonido de los tambores y las panderetas se incrementaba, también lo hacían las risas y el ruido de los clientes. Sintió cómo las lágrimas le bañaban el rostro.

Otra vez se removió en un pálido intento de detener aquello, el coronel pareció no notar su incomodidad, los clientes nunca lo hacían.

No, no, no.

Sacó fuerzas de lo más profundo de su ser y se sacudió de encima al hombre que lo penetraba. Se lanzó de la cama para escapar; no obstante, trastabilló al enredarse con las sábanas. El coronel lo jaló del pelo y lo azotó contra el piso alfombrado, después lo pateó en el torso y la cara. La patada en el tórax le revivió el dolor de los golpes de la batalla y volvió a quedarse sin aliento.

—¿A dónde vas? Apenas empezábamos a divertirnos.

De nuevo lo jaló del cabello para posicionarse encima de él, esta vez dejando a Lysandro con el pecho contra el suelo. Lo tomó de las caderas y lo penetró de un solo empujón.

—Ahora compórtate, que lo vas a disfrutar, verás que te gustará. —Volvió a embestirlo, lo mordió en el hombro y exhaló un suspiro de placer—. ¡Te deseo tanto!

«¿Qué está pasando?», pensó confundido. «Esto no está bien». 

¿Cuánto tiempo había transcurrido? Detrás de él, el coronel continuaba embistiéndolo entre gemidos complacidos, pero Lysandro no podía recordar cómo había acabado en esa situación. Apretó los dientes y dejó que las lágrimas corrieran por su rostro.

—¡Basta! ¡No más, por favor! —susurró sin fuerzas.

Sintió otro fuerte jalón en su cabello, tras lo cual, Fingbogi se quedó quieto detrás de él, vaciándose. Finalmente, el general salió de su cuerpo y Lysandro se derrumbó en el suelo, aovillado.

Escuchó al coronel vestirse, después vio sus botas cuando caminaba frente a él para salir. Antes de hacerlo se inclinó sobre él:

—Sé un buen chico, este será nuestro secreto. —Le acarició el rostro, secó con el pulgar sus lágrimas y le besó la frente—. Sé que te gustó, te quedaste tan quieto. Si te portas bien te recompensaré. Te daré dinero, evitaré que te lastimen en batalla, cuidaré de ti.

No le contestó, no comprendió muy bien nada de lo que le dijo, en su mente seguían sonando los tambores, las risas y los aplausos.

Cuando el ruido cesó, Lysandro se encontró solo. No estaba en el Dragón de fuego, continuaba en el suelo de una de las habitaciones de la recién conquistada Aldara, en la misma posición en la que lo dejó Fingbogi, sin saber cuánto tiempo había pasado desde que se fue.

Se puso a gatas, sintiendo el dolor extenderse desde en medio de sus nalgas y hasta los muslos. Empuñó las manos hasta clavarse las uñas y hacerse daño, apretó los ojos y numerosas lágrimas cayeron al suelo.

¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué no lo evitó? Era tan débil que le permitió a Fingbogi hacer lo que quiso.

Gritó con fuerza, como si de esa manera pudiera exorcizar todo su dolor, sacar de dentro de sí el fango que lo ahogaba. Pero no se iba, aunque se deslizara por el interior de sus piernas, se quedaría adherido a su alma, corroyéndola hasta que no quedara nada.

El joven se levantó mareado y con la vista borrosa. En el rincón, alcanzó a ver la espada de su padre. ¿Por qué no la uso? ¿Por qué no degolló con ella al coronel? Caminó hasta ella y la desenvainó, en el acero pudo ver sus ojos enrojecidos, los ojos de una puta.

Colocó el filo en su cuello y apretó los párpados.

Pensó en Cordelia, en lo solo que estaba desde que ella se fue, en lo miserable que era su vida.

La mano le temblaba, desesperado, se dio cuenta de que no podía hacerlo. Dejó caer la espada y él también se derrumbó en el suelo. Tomó su cabeza entre las manos y lloró con más fuerza.

Tan patético.

No era nada. Ni siquiera tenía el valor de suicidarse.

¿Cuánto tiempo lloró?

El vacío era inmenso dentro de su pecho, aun así se puso de pie cuando también la voluntad de llorar se acabó. Se vistió, anudó el cabello, ató la espada al cinto. Se secó el rostro con la sabana y se dirigió a la salida, sintiendo el dolor lacerante con cada paso que daba.

El pasillo continuaba desierto.

Si se encontraba a Fingbogi, ¿sería capaz de acabar con él o dejaría que lo tomara de nuevo? Se dio cuenta de que tenía pánico de averiguarlo.

Bajó las escaleras y escuchó la voz de Jensen. Recompuso la expresión en una que pretendía ser adusta, lo que menos deseaba era la vergüenza de que el general se diera cuenta de lo sucedido.

—¿Cuándo partiréis? —le preguntaba Jensen al príncipe Viggo—. Esos bosques dicen que son peligrosos, llenos de magia antigua, de criaturas extrañas y desconocidas.

—Quiero irme lo antes posible, al amanecer.

Lysandro se acercó y los dos hombres voltearon hacia él.

—Chico, ¿dónde has estado? —El general frunció el ceño al detallarlo—. ¿No has dormido? ¿Estás bien?

Lysandro asintió, desestimando la pregunta.

—¿A dónde irá Su Alteza? —preguntó dirigiéndose a Viggo.

—Quiero explorar los bosques de Naregia —le respondió, detallándolo con extrañeza.

Tal vez Viggo podía ver más allá, quizá le llegaba el olor nauseabundo que Fingbogi dejó en él, a lo mejor el general también lo percibía. Se mordió el labio inferior reteniendo las lágrimas. Tenía que controlarse. Era un soldado, quería ser un soldado. Quería morir luchando en ese peligroso bosque.

—¿Me aceptaríais como escolta? —le preguntó al príncipe y notó como la extrañeza en su rostro se agudizaba—. Antes dijisteis que queríais que luchara a vuestro lado.

—Lysandro, no creo que sea lo más conveniente —intervino el general.

—Señor, os debo tanto —declaró el escudero—. Si me permitís acompañar a Su Alteza, os serviré toda mi vida.

Jensen exhaló y luego negó con la cabeza.

—No hay necesidad de hacer semejante promesa, no soy el dueño de tu vida. Si Su Alteza acepta, puedes acompañarlo.

Viggo continuaba con la sorpresa dibujada en el rostro, parpadeó varias veces y luego asintió.

—Sí, claro, Lysandro, puedes acompañarme. Aunque debes saber que será peligroso, nadie conoce muy bien que hay en esos bosques.

Peligro, eso era lo que necesitaba. Tomar su espada, adentrarse en ese bosque y olvidarse del mundo.

—Daré mi vida protegiendo a Su Alteza.

—Vamos, vamos —habló Jenssen—, deja eso, chico. ¿Por qué te empeñas en ofrecer tu vida a otros, como si no valiera? Ve con el príncipe Viggo, y regresen ambos sanos y salvos, que todavía no nos enfrentamos al rey Severino de Vesalia.

Lysandro asintió y siguió a Viggo, dispuesto a seguir sus órdenes. Ojalá el peligro fuera verdadero, tanto que le hiciera olvidarse de sí mismo.

Sabía que Viggo caminaba a su lado; sin embargo, no podía estar seguro, continuaba aturdido por lo que recién había vivido. Lo miró de soslayo y comprobó que, en efecto, el príncipe, meditabundo, iba con él.

Lysandro continuaba reprochándose su inacción ante Fingbogi. Tenía ganas de correr, de huir muy lejos. ¿Por qué no lo hacía? Debía irse.

—Lysandro. —lo llamó Viggo. Al volverse se dio cuenta de que lo había dejado atrás, frente a una de las habitaciones—. Espera, por favor.

El escudero volvió sobre sus pasos. Viggo lo invitó a entrar, era la recámara que el príncipe había escogido para sí, mientras estuvieran en Aldara. Se detuvo en el umbral y sintió el corazón acelerársele y la mente nublársele cuando vio que era muy parecida a donde Fingbogí lo violó hacía tan solo un instante. De manera inconsciente dio un paso atrás.

—¡Estás muy pálido! —Viggo lo detalló con los ojos en rendijas—. Pasa un momento, quiero darte algo.

El muchacho sentía el corazón martillarle en el pecho, otra vez la vista se le nublaba. Quería marcharse, pero, en cambio, continuaba clavado en el umbral. Lo único que alcanzó a hacer fue negar con la cabeza.

—De acuerdo. —Viggo le dio la espalda y se adentró en la habitación—. Espera allí, entonces.

—¡Maldita sea! —susurró para sí, Lysandro, cuando el príncipe se perdió adentro—. ¿Qué me pasa? Estoy temblando.

Un instante después, el príncipe regresó, traía un pequeño frasco de vidrio en la mano.

—Ten. —Le dio el frasco—. Me ayudó después de mi primera batalla. No es fácil matar a alguien. Cuando tus manos se manchan, las pesadillas suelen atormentarte por días. Imagino que es por eso que estás así. Bebe un poco, te ayudará a dormir y a olvidar.

Lysandro miró el líquido blanco que contenía el frasco.

—¿Qué es?

—Leche de borag. Es un calmante. Está anocheciendo, descansa bien y ven a buscarme al amanecer.

El chico asintió con la pequeña botella en la mano. Cuando se daba la vuelta para marcharse, Viggo lo llamó otra vez.

—Aprecio mucho lo que estás haciendo de venir conmigo. Vuestro padre se sentiría orgulloso de ti.

Lysandro sintió arcadas, asintió, y a riesgo de ofender al príncipe, hizo una inclinación de cabeza y se marchó lo más rápido que pudo. Caminó por el pasillo, sintiendo el estómago revuelto. En un recodo se detuvo y vomitó. Otra vez sentía deseos de llorar, de correr, de desaparecer. Su padre jamás se sentiría orgulloso de alguien como él, Viggo se equivocaba.

Corrió escaleras abajo y salió al patio de armas. Una brisa fresca le peinó el cabello, pero al mirar a su alrededor, se encontró rodeado de los escombros que había dejado la batalla, el suelo todavía estaba manchado de sangre y a lo lejos podía escuchar algún llanto.

Cerró los ojos y pensó en su padre, en cómo sería su vida si él viviera.

«No bajes la guardia, aunque creas estar derrotado, no bajes la guardia y siempre vuelve a levantarte.»

Pero ya no había nada que proteger y él no tenía la fuerza de volver a levantarse.

Cordelia ya no estaba.

«Eres mi hijo, mi legado.»

—¡Papá! —Sus piernas dejaron de sostenerlo y cayó de rodillas—. Te avergonzarías de mí, de lo que soy ahora.

«Si tienes la fuerza de volver a levantarte, el honor y la gloria te pertenecerán.»

—¡Cordelia!

Las lágrimas cubrieron sus mejillas y cayeron en el suelo arenoso. Los recuerdos envolvían su corazón, al igual que el frío nocturno, su cuerpo.

De pronto recordó una promesa que yacía olvidada en el fondo de su mente.

«Prométeme que nunca te rendirás. El honor será tu norte.»

Lo último que le dijo su padre antes de que se lo llevaran y él, con el llanto en la garganta, le había dicho que sí, que nunca se rendiría, continuaría hasta el último aliento. Volvería a levantarse, no bajaría la guardia, viviría por honor.

Aunque no pudiera más, tenía que seguir, debía cumplir su promesa.

Cuando se puso en pie, ya la oscuridad coloreaba de negro el cielo.

Caminó como un fantasma hasta el edificio de la guardia y se echó en un catre que encontró desocupado. Destapó la botella que le diera Viggo y bebió un gran trago, en poco tiempo se quedó dormido.


*** NOTA DE AUTORA***

A pesar de que esta novela está clasificada como madura, alrededor del 20% de mis lectores son menores de edad, es por eso que quiero dedicar unas palabras a lo que Lysandro vivió en este capítulo.

Creo que a estas alturas, ya todos sabemos que Lysandro no está bien mentalmente. ¿Por qué si tiene una espada en la cintura, si es un notable guerrero, si ha ganado masa muscular, no detiene a Fingbogi y permite que él lo viole? Pues, porque Lysandro es una víctima de abuso infantil crónicoy este hecho ha dejado consecuencias. Él tiene baja autoestima, padece de ansiedad y depresión crónica, además, de estres post traumático y fuga disociativa. Fingbogi representa un pasado de abuso, lo que lo paraliza, lo que gatilla el trauma y no es facil luchar contra eso. Cómo aquel que tiene alguna fobia, por ejemplo.

Por qué no dice lo que le pasa? Por qué no denuncia a Fingbogi? Porque siente vergüenza y Fingbogi se aprovecha de eso. ¿Por que vuelve a ser abusado?, puro morbo en la novela. Pues no, aunque pudieran creerlo. Una víctima de abuso es mas probable que sea revictimizada, que se involucre en realaciones abusivas de cualquier tipo, las estadísticas lo dicen. La fantasia tambien puede ser vehículo para mostrar un problemática real.

Yo no quise colocar en esta novela que Lysandro pudiera sentir algún tipo de placer sexual, porque no quiero dar pie a terribles confusiones; sin embargo, una víctima de abuso sexual podría llegar a sentirlo y no por eso quiere decir que sea una relación consensuada o menos violación. SIGUE SIENDO ABUSO INCLUSO SI SE TIENE UN ORGASMO. Una víctima es una víctima y nunca es la culpable.

Me disculpan lo horrible del capítulo y la nota tan larga de autor.

Pasando a ottras cosas, mas felices, quiero pedir disculpas por olvidar dedicar el capitulo anterior de la semana pasada, acabo de hacerlo a MadiDelaRosa porque ha estado casi desde que inicié la publicación de esta historia y es la primera en dejar su estrellita. ¡Gracias por tanto cariño!

Este capítulo está dedicado a ArkangelValeria porque también ha estado desde el principio y por el hermoso comentario que deja en cada capitulo.

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