CapituloXIX: "De ahora en adelante son libres"

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Abrió los ojos y bostezó.

Estuvo desorientado un breve instante en el que miró el tocador y los adornos sobre él. Luego recordó.

Sonrió al sentir el peso de un brazo que lo sujetaba con fuerza de la cintura y el calor de otro cuerpo detrás de él. Continuaba en su habitación en el Dragón de fuego, tumbado de costado en la cama. Karel se había quedado a dormir a su lado y era la primera vez que la presencia de alguien diferente a su hermana en el mismo lecho no lo disgustaba.

Acarició el brazo con parsimonía. Al poco tiempo sintió contra su nuca un suspiro adormilado que le erizó el vello. El brazo que lo mantenía ceñido se movió y comenzó a acariciarle el pecho en círculos, apenas con la yema de los dedos. Lysandro se mordió el labio y cerró los ojos para disfrutar de las caricias.

Poco a poco el calor del cuerpo a su espalda se incrementó así como otra cosa que comenzó a hacerse notar pegada a sus nalgas. El joven esclavo se mordió mas fuerte el labio en la medida en la que las yemas se tornaban ardientes y la cosa mucho más dura.

La caricia que descendía, peligrosa, por su abdomen se perdía en los vellos de la línea media. La mano del hechicero iba y venía sin atreverse a tocar esa parte de su cuerpo que comenzaba a despertar con vigor, sorprendiéndolo.

Se le escapó un suspiro; lo recorrió un escalofrío cuando sintió los labios húmedos posarse en su nuca. De manera inconsciente se pegó más al bulto caliente en su trasero, entonces fue el hechicero quien suspiró.

Cuando la mano traviesa se aventuró en el descenso y antes de que escapara de nuevo sin llegar a tocar lo que parecía anhelar, Lysandro la atrapó y la llevó a posarse en su miembro, totalmente despierto.

Karel jadeó detrás de él y el aliento cálido se estrelló contra la sensible piel de su oreja sacándole un estremecimiento.

El esclavo se giró y se encontró con los ojos entre verdes y ámbar que lo miraban impregnados de lujuria. Sin decir nada atrapó los labios entre los suyos y aventuró la lengua en la fogosa cavidad del otro.

Empezaron a besarse sin prisas, degustándose en el proceso. Lysandro deslizó la camisa de seda por encima de la cabeza del sorcere para adueñarse de la piel que cubría los músculos torneados del pecho. Karel se volvió un cúmulo de gemidos y temblores y más cuando él comenzó a bajarle el pantalón y tomó entre sus manos tersas el miembro erecto y goteante.

Lysandro gateó hasta colocarse entre sus piernas, bajó la cabeza y se lo introdujo en la boca. Lo acarició con la lengua sintiendo la piel suave y caliente del hechicero, que no dejaba de temblar y enterrarle los dedos en la cabeza.

Poco tiempo después dejó la labor de saborearlo y lo observó con ternura. Karel mantenía los ojos apretados mientras unas lagrimillas se asomaban por las esquinas de sus ojos sin atreverse a abandonarlos.

Le sonrió cuando abrió los ojos. Lysandro se quitó el pantalón, luego la camisa de lino crudo y se sentó a horcajadas sobre él.

El joven esclavo se inclinó sobre el sorcere y lo besó en los labios. Levantó las caderas y poco a poco se introdujo el miembro, impregnado de su propia saliva, ahogando con su beso los gemidos de Karel.

Echó la cabeza hacia atrás una vez que lo tuvo todo adentro. Cerró los ojos y empezó a balancearse de adelante atrás y luego en círculos. Apoyó las manos en su pecho y entonces comenzó a cabalgarlo, primero lento hasta ir aumentando el ritmo y acabar haciéndolo frenético.

Cada vez que subía para luego dejarse caer con fuerza, la punta del pene de Karel chocaba con ese lugar recién descubierto que lo hacía alucinar. El hechicero llevó las manos a su cintura para ayudarlo en el proceso.

Sí, era mágico, Karel estaba lleno de una magia cálida y hermosa que lo transportaba a otro mundo.

La respiración se le desacompasó, el corazón comenzó a golpear con más fuerza cuando su cuerpo pareció encogerse y expandirse. Todo él se volvió agua, luz, calor. Sintió las manos del sorcere apretarle las caderas, lo hacía subir y descender con fuerza para penetrarlo más profundamente. Había caído en un remolino de placer del cual no quería salir. Jadeó un par de veces y sintió el pene de Karel dentro de él contraerse. El líquido caliente inundó su interior y el propio bañó el abdomen del hechicero.

Se derrumbó, agotado, sobre el pecho cubierto de sudor. Karel lo abrazó y así permanecieron en silencio sin darle importancia al paso del tiempo.

—Parece que esto cada vez se torna mejor —le susurró el sorcere en el oído—. Creo que me vuelvo adicto a ti.

Lysandro sonrió complacido. Se sentía bien poder cumplir con lo que se esperaba de él y mucho más disfrutarlo como lo había hecho.

—¡Cómo quisiera poder quedarme aquí, contigo!, pero debo buscar el dinero que le prometí a "La Señora." Estoy impaciente por llevarte a mi casa, si aceptas, claro.

La sonrisa en el rostro del joven se volvió más amplia. ¿Cómo podía preguntarle si aceptaba? Claro que lo hacía, no había nada en el mundo que deseara más. Aun cuando Karel no le diera la libertad, no importaba. Estaba seguro de que el hechicero jamás lo lastimaría. Además, ya era su esclavo, pero esta vez por decisión propia.

— Te esperaré ansioso. ¡Quiero conocer tu casa!

El hechicero se desperezó y levantó. Desnudo, caminó hasta el rincón donde estaba la bañera y la palangana con agua y empezó a asearse. Mientras lo hacía, Lysandro se apoyó en un codo para mirarlo. Dejó escapar una risita al notar el sonrojo del joven.

—¡No me mires de esa forma! Me pones nervioso si lo haces.

Lysandro rio mas fuerte.

—Solo admiró lo hermoso que eres.

—No soy hermoso —le respondió Karel dándose la vuelta—. Tú eres hermoso. Eres tú quien es digno de ser admirado.

Ahora fue él quien se sonrojó y no supo qué contestarle. En silencio lo observó terminar de vestirse, preguntándose si de verdad los dioses existían y de ser así cuál de ellos lo había auxiliado al colocar a ese hombre en su camino.

—Intentaré no demorar. —Karel se inclinó sobre él y le dio un beso de despedida en los labios.

Una vez que el hechicero se hubo marchado, Lysandro se aseó y vistió para buscar a su hermana y darle la maravillosa noticia de que pronto serían libres.

A la luz del día, el Dragón de fuego era diferente. No había música incitadora, ni antorchas creando juego de luz y sombra, mucho menos incienso perfumado, nada más las criadas limpiando el desastre de mesas y platos sucios. Los esclavos dormían después de las noches extenuantes y solo dos guardias vigilaban la puerta de entrada.

Todavía con la sonrisa en el rostro, se encaminó a la salida que daba al patio donde se hallaba su pequeña choza. Se sentía liviano, como si el peso que llevó durante los últimos ocho años se lo hubiera llevado Karel con su magia.

Ya deseaba ver la expresión incrédula en el rostro de Cordelia cuando le dijera que por fin serían libres.

Aporreó la puerta con los nudillos y esta se abrió al primer contacto.

Lysandro se extrañó de que se encontrara sin la tranca, cuando esa era la recomendación más importante que siempre le daba a su hermana antes de irse por las noches.

—¿Cordelia?

El joven avanzó. En la pequeña salita, el fogón que solía recibirlo por la mañana encendido y con un caldo humeante cocinándose, estaba apagado.

—¿Estás en el huerto? He regresado y tengo una maravillosa noti... —Descorrió la cortina del cuarto que compartían y sus ojos se llenaron de horror.

De la viga de madera colgaba, cual muñeca de trapo, el cuerpo de su hermana.

El vestidito blanco la cubría hasta la mitad del muslo, a partir de allí era posible ver caminos de sangre seca que se extendían casi hasta los tobillos.

Lysandro se apresuró a sostenerla de las piernas, mientras alcanzaba con una de las suyas el banquito de madera que yacía derribado muy cerca.

Enderezó la banqueta y subió a ella. Con desesperación observó el rostro lívido y amoratado, los ojos hinchados y cerrados. ¡No podía ser cierto! ¡Tenía que ser una pesadilla!

Las manos le temblaban mientras intentaba desatar el nudo.

—¡Cordelia, Cordelia, ya voy! ¡Por favor, no te mueras! ¡¿Quién te ha hecho esto?! ¡Mataré a quien te haya lastimado!

Por fin pudo deshacer el nudo y el cuerpo de su hermana cayó sobre su hombro, tumbándolo de la banqueta. En el suelo, Lysandro le dio vuelta para encontrarse de nuevo con el rostro amoratado de la pequeña. A pesar de que en el fondo sabía que era inútil, se afanó en intentar reanimarla.

¿Quién la colgó de esa viga? ¿Por qué había sangre en sus piernas? ¿Por qué su hermanita no abría los ojos? ¿Por qué no se levantaba para ofrecerle una taza del delicioso guiso con el que solía recibirlo por las mañanas?

Una terrible explicación cruzó su mente.

Lysandro se incorporó y vio el vestido blanco a través del cual asomaban las piernas manchadas de sangre. Temblando lo levantó.

En los muslos blancos podían verse marcas de dedos y arañazos. La sangre seca era mas abundante entre sus piernas.

El joven gritó mientras se arañaba la cara, volvió a abrazar el cuerpo de su hermana contra el pecho. No podía ser real, nada de lo que estaba viviendo podía serlo. La acunó y acarició su pelo negro, besó sus mejillas hundidas mientras gritaba desesperado. Le había fallado, a ella y a su padre. No la pudo proteger.

La noche anterior mientras él charlaba tonterías con Karel, mientras él reía, a su hermana la violaban.

Tal vez esa misma mañana cuando él, muy feliz, gemía y recibía caricias y besos, su único tesoro se quitaba la vida.

—¡Malditos sean todos quienes contribuyeron a esto! ¡Y maldito sea yo que no pude protegerte!

Después de que ya no le quedaron mas lágrimas que derramar, se levantó. Tomó la palangana con agua y el trapo y empezó a limpiarla. Le ató el pelo en dos trenzas y la cargó hasta dejarla sobre el lecho.

Luego Lysandro, sin expresión alguna en su rostro, tomó la azada con la que él solía preparar la tierra para el huerto, fue hasta la parte de atrás de la choza y cavó un profundo hoyo.

Al regresar al interior de la casa el sol ya comenzaba a ascender. Tomó el cuerpo de su hermana y lo envolvió en mantas. Con cuidado, como si la persona en sus brazos solo durmiera, la depositó dentro del agujero y lo cubrió de tierra. Ninguna lágrima salió de sus ojos oscuros mientras, una a una, colocaba piedras sobre el túmulo, solo palabras tiernas y cariñosas, súplicas de perdón y la promesa de que algún día volverían a estar juntos con sus padres; beberían vino en el Geirsholm y escucharían a las Basiris tocar la lira y la flauta. Allí, con la última piedra también dejaba su corazón.

El joven volvió al interior de la vivienda sintiéndose otro muy distinto a quien en realidad era, tenía la impresión de que la tragedia que vivía no le pertenecía. Completamente ausente sacó de entre los utensilios de cocina cuerdas de cáñamo y el cuchillo mas grande que encontró. Lo miró por un momento fascinado. Su rostro se reflejaba en la hoja de metal y por un instante le pareció ver en su lugar la carita tierna de Cordelia.

Deslizó el filo en su antebrazo e hizo un corte muy superficial. A medida que aparecía la línea roja, Lysandro cerró los ojos y paladeó el dolor físico como si fuera un bálsamo. Hizo un segundo corte un poco más profundo, por encima del primero. Ese tipo de dolor a menudo le traía un poco de alivio. Cerró los ojos y dejó que el ardor se esparciera por su cuerpo, devolviéndolo a la realidad.

Ella se había ido y nunca mas volvería.

El odio y la desesperación le quemaron por dentro. Estaba seguro de que la sangre que deseaba no sería suficiente para dar tranquilidad a su alma, jamás podría hacerlo. Lo habían llevado al límite, a cruzar una línea detrás de la cual ya no había regreso. Tomó las cuerdas y el cuchillo, los escondió entre sus ropas y salió hacia el burdel.

Con la mirada vacía entró al Dragón de Fuego por la puerta de atrás. Todavía las criadas se afanaban en la limpieza y no le prestaron atención, ninguna se imaginaba que entre ellas deambulaba alguien mas parecido a un fantasma que a una persona. Caminó con calma hasta detenerse frente a la puerta de la habitación donde dormían los guardias. Agarró una de las cuerdas y la ató fuertemente en el cerrojo donde debía colocarse el candado.

Después fue al despacho de Sluarg, allí lo encontró contando las ganancias de la noche.

—¡Florecita! ¿Viniste a despedirte? —El hombre apenas si levantó los ojos de las monedas que contaba y volvió a su labor—. Sé que te irás con ese rico hombre, el que viene por ti todas las noches.

Lysandro avanzó con el cuchillo de cocina detrás de la espalda hasta pararse a su lado. De un rápido movimiento lo apoyó en la garganta del kona.

—¡Maldito! —siseó el esclavo sobre su cara—. ¡Te dije que si la tocabas te mataría y quemaría este lugar!

—¡Lysandro, en el nombre de Oria, ¿qué estás haciendo?!

—Mi hermana se suicidó y estoy seguro de que tú tienes la culpa.

—Yo, yo no —tartamudeó el hombre—. ¡No es mi culpa! Ella vino a mí, quería trabajar, ganar dinero para ayudarte con los gastos. Solo le dí lo que quería. Dieron muchos sacks por ella en la subasta. ¡Creí que tú lo sabías!

—¡Maldito desgraciado! —la punta del arma se hundió en el grueso cuello hasta que una gota escarlata brotó de él— ¡¿Acaso le dijiste de lo que se trataba el trabajo o la engañaste igual que a mí?!

—¡Tú sabías lo que hacíamos aquí! Nunca puse una venda en tus ojos. No es mi problema si no lo quisiste ver, así como no es mi problema que la mantuvieras engañada. Tal vez lo que la llevó a eso fue sentirse engañada por ti, no me culpes a mí por tus errores. ¡Ahora quita ese cuchillo de mi cuello, niño! ¡Juro que no te castigaré!

—¡Eres un malnacido! ¡Me acostaba contigo, soportaba tu inmunda humanidad sobre mí, con la única condición de que la mantuvieras fuera de esto!

La furia que Lysandro sentía, no le permitió anticipar el movimiento de Sluarg. El hombre lo tomó por la muñeca que sostenía el cuchillo y lo obligó a alejarla de su cuello. Cuando se levantó le torció el brazo. El esclavo gimió de dolor.

—A ver, ¡Florecita mal agradecida! —El cuchillo cayó sobre el escritorio y el hombre obeso lo tomó—. Debería cortarte las bolas. Después de todo, no te sirven de mucho.

Lo agarró por el cuello y lo arrastró hasta sacarlo de la habitación. De un empujón lo arrojó al suelo y le pateó el abdomen una y otra vez. El muchacho se ovilló, pero aún en su posición continuó desafiante:

—¡Voy a matarte, maldito! ¡Voy a hacerte pagar lo que le hiciste a Cordelia!

El kona empezó a reír. Se inclinó sobre él, lo levantó del cabello y le acercó:

—Te irás de aquí, pero sin pito y con una cicatriz en ese bonito rostro, a ver qué hará tu príncipe entonces contigo.

—¡Te mataré! ¡Por tu culpa mi hermana está muerta!

La puerta de la habitación donde los esclavos dormían se abrió, muchas cabezas somnolientas se asomaron.

—¿Qué pasa?

—¿Qué escándalo es ese?

—¿Qué le pasó a Cordelia? —Gylltir había salido del todo y veía con horror la escena— ¡Sluarg suéltalo, le estás haciendo daño! ¡La Señora no consentirá esto!

—¡Él mató a Cordelia, por su culpa se suicidó! —gritó Lysandro.

La chica se llevó las manos a la boca antes de negar. Después, como impulsada por una misteriosa fuerza, se le montó en la espalda al kona y comenzó a golpearlo en la cabeza. Otras mujeres salieron y se lanzaron también contra el protector de los esclavos.

Sluarg soltó a Lysandro para poder defenderse. El cuchillo que llevaba en la mano lo blandía contra las mujeres y logró cortar a varias. Las demás, asustadas, optaron por separarse.

El joven esclavo se levantó y trató de arrebatarle el arma. Ambos empezaron a forcejear. La fuerza del Kona era muy superior, el grueso hombre le asestó un puñetazo en la cara que por poco lo derriba, sin embargo, la rabia que Lysandro sentía le daba arrojo y resistencia. Arremetió contra él haciéndose de una de las antorchas apagadas de la pared.

Los guardias que custodiaban la entrada, al escuchar el escándalo, se apersonaron hasta donde Lysandro y Sluarg se enfrentaban. Desenvainaron sus espadas y cuando ya iban a sujetar al esclavo, Hazel y Nolan, quienes se habían mantenido mirando la escena desde el umbral de sus puertas, tomaron sendos jarrones decorativos y los lanzaron directo a las cabezas de los hombres armados. Solo uno de ellos cayó, derribado.

La espada fue a dar cerca de Lysandro. El joven no perdió tiempo y la tomó. Viéndolo con la larga hoja acerada en su mano, Sluarg palideció.

—¡Vuelvan a sus dormitorios! —gritó el kona sin despegar los ojos del esclavo—. La pena por sublevarse contra un amo es la muerte. ¡Regresen a sus habitaciones y seré condescendiente!

Nolan y Hazel peleaban contra el guardia armado, sin amilanarse ante la espada que él portaba.

Lysandro decidió avanzar con la espada al frente. Hizo una estocada que el kona trató de bloquear con el cuchillo de cocina. Cuando ambas armas chocaron el cuchillo salió volando. Sluarg levantó las manos, desarmado.

—¡Lys, tranquilo! ¡No hagas una locura! Si me matas te buscarán, te apresaran y te colgarán. ¡Te daré lo que quieras!

Lysandro avanzó apuntándole con la espada. Sluarg caminó hacia atrás hasta quedar contra la pared.

El esclavo le apoyó la espada en el cuello y lo miró con odio. No dijo una sola palabra, solo deslizó el filo por la garganta y se recreó viendo como el hombre que lo había torturado por años se llevaba la mano al corte, intentando parar la hemorragia.

Sluarg caminó hacia él ahogándose en su propia sangre, lo aferró del medallón de plata y se lo arrancó al tiempo que caía.

Un grito a su espalda lo alertó. El guardia que peleaba con Nolan y Hazel casi los tenía acorralados. Lysandro corrió hacia ellos y le hundió al hombre la punta de la espada en un costado, entonces Hazel tomó el cuchillo de cocina y le cortó el cuello al guardia.

La puerta que Lysandro había amarrado se sacudía, el resto de los guardias detrás de ellas pugnaban por salir. Las mujeres gritaban horrorizadas viendo los cadáveres mientras que los tres esclavos se miraban a la cara en silencio.

—Cuida de que no salgan— le advirtió Lysandro a Nolan y a Hazel señalando la puerta.

Luego el muchacho enrumbó hacia las cocinas. Cuando las criadas lo vieron bañado en sangre y con una espada en el cinto se apartaron.

—Váyanse —les dijo—, de ahora en adelante son libres. —Al ver qué ninguna reaccionaba les gritó—: ¡Acaso no escuchan! ¡He dicho que se larguen ! Toda esta mierda se va a quemar.

Las mujeres salieron corriendo. Lysandro dejó de prestarles atención y tomó lo que fue a buscar: un barril de aceite y una antorcha, la cual encendió en el fogón. Regresó a donde Nolan y Hazel lo esperaban y sin perder tiempo les dijo a todos:

—¡Tomen lo que puedan y lárguense de aquí!

Hazel y Nolan se miraron y corrieron hacia el despacho de Sluarg, otras tres esclavas mas hicieron lo mismo.

Lysandro levantó el barril de aceite y comenzó a vaciarlo sobre el cuerpo de Sluarg primero, luego caminó por el salón y echó allí también aceite así como sobre la plataforma donde por tantos años bailó y fue vendido una y otra vez. Cuando no quedó un sitio sin rociar arrojó la antorcha al suelo. De inmediato, las llamas se elevaron para lamerlo todo y convertirlo en cenizas.

El Dragón de fuego, igual a una bestia furiosa, escupía sus llamas al cielo.

Los esclavos corrían despavoridos buscando la salida, algunos cargaban con joyas y otros objetos de valor, otros solo con lo que vestían. Lysandro, en cambio, se quedó de pie observando cómo el cuerpo de Sluarg era consumido por las llamas.

Había sentido tanto odio y satisfacción cuando deslizó la espada por la garganta del hombre, pero ahora lo que sentía era un inmenso vacío.

¿Qué haría sin Cordelia?

Avanzó a dónde Sluarg se convertía en antorcha y extendió la mano. El calor del fuego lo acarició, lo tentó.

Dio otro paso.

Sería tan fácil.

El dolor terminaría así como también la angustia.

Una mano lo jaló y lo apartó de las llamas.

—¿Qué haces? ¡Tenemos que salir de aquí!

***Ya sé que deben querer asesinarme, pero en mi defensa diré que ustedes presentían que algo malo estaba por suceder. Ahora inicia una nueva etapa, veremos que le depara Surt, dios del destino, a nuestro Lysandro.

Para calmar un poquito el mal sabor del capitulo, los invito a leer un relato corto de 13 capitulos, cada uno de menos de 1000 palabras, BL tambien y ambientado en el mismo universo. Se llama Despues de nuestra muerte y lo consiguen en mi perfil.

Besos, nos leemos el fin que viene...

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