Extra Halloween: Exhibicionismo

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*** Antes de que lean, les cuento. Este extra surgió como parte de una dinámica de escritura por el mes de octubre inspirada en el disparador: exhibicionismo. El relato se ubica justo antes de que Viggo cometiera aquella masacre poco antes del final del libro. Espero que lo disfruten.


Habían llegado al castillo de Vergsvert por la tarde y la fiesta daría inicio en la noche. La princesa Jonella, agotada por el viaje, se recluyó en los aposentos destinados para ella casi al llegar, necesitaba descansar dado su avanzado embarazo, así que Lysandro, el escudero, acompañaba al príncipe Karel.

El castillo de Vergsvert era lo más magnífico que sus ojos habían contemplado jamás. Colgaduras con bordados de oro y plata adornaban las paredes, jarrones exquisitos decoraban las esquinas y en los braseros se quemaba resina que esparcía una fragancia exótica y estimulante.

—¿Te gusta? —le preguntó Karel.

—Es muy elegante y refinado, puedo imaginar la opulencia que habrá en la fiesta esta noche.

—Aburrida y desesperante, seguramente. Quién sabe qué sorpresa habrá planeado mi padre. Ven, quiero mostrarte esta habitación.

El príncipe avanzó delante de él, empujó unas puertas grandes y labradas de madera negra muy brillante. Se hizo a un lado y esperó a que Lysandro entrara.

Era un salón espacioso envuelto en luz multicolor, la cual provenía de los enormes ventanales, cuyos cristales tintados eran el origen de la maravilla cromática. Varias estatuas de tamaño natural y esculpidas en piedra blanca se hallaban esparcidas por aquí y allá. Lysandro se acercó a ellas fascinado por la abrumadora belleza que irradiaban. Los rostros, plácidos y hermosos, eran tan vívidas que por un momento imaginó la textura suave del cabello que les caía en los hombros y la seda de las túnicas, las cuales dejaban al descubierto un hombro y parte del pecho masculino. Tentado, acarició la mejilla pétrea y fría de una de las esculturas.

—¡Parecen reales! ¡Son tan hermosas! —exclamó cautivado.

Karel lo observaba con una sonrisa y mirada extraña. Caminó hasta él y a su vez deslizó el pulgar sobre su labio inferior.

—Como tú —dijo—. Representan a los seres que se dice los dioses enviaron a Oria para llevar su mensaje.

Lysandro tragó turbado. Muchas veces le habían dicho eso, que su belleza era como la de esos místicos enviados, que parecía una escultura; sin embargo, nunca le gustaron tales halagos, hasta ese momento que era Karel quien los decía.

El príncipe se acercó más, con delicadeza tomó su mentón, lo subió y lo besó en los labios. El beso se prolongó un instante, al separarse le sonrió.

—Ven.

Karel tomó su mano y lo llevó a una pequeña habitación aledaña, en la que había algunas sillas acolchadas y un escritorio con un libro abierto encima.

—Mira. —El príncipe hechicero señaló el libro.

La página mostraba el dibujo de un hombre joven muy hermoso sentado sobre una piedra en un campo de flores. La piel pálida, el cabello negro.

Lysandro subió el rostro y se encontró con la verde mirada del príncipe, encendida. Este no esperó y se arrojó a sus labios. Los besos candentes lo excitaron casi de inmediato, Karel le desabrochaba la ropa sin dejar de acariciarlo. Le abrió el chaleco de cuero y le desanudó la lazada de la camisa de lino hasta que el pecho blanquecino quedó expuesto, pasó los dedos por su piel y las yemas le quemaron. El escudero gimió.

—Karel, van a descubrirnos —protestó Lysandro con los últimos rescoldos de esa cordura que el príncipe solía arrebatarle con sus besos.

—No lo harán. —Le succionó el cuello—, será rápido.

Lysandro dejó de pensar y decidió complacerlo. Tomó los costados de su rostro y lo besó a fondo, hasta que lo sintió jadear. Se pegó más a su cuerpo y la erección del príncipe contra la suya lo estremeció deliciosamente.

Karel continuó desvistiéndolo, rápido le desató el pantalón e hizo lo mismo con el suyo. El miembro erecto quedó expuesto, el príncipe lo envolvió entre sus dedos cálidos y le ofreció una caricia lánguida que lo hizo gemir.

—Hermoso, como los enviados de Oria —le susurró Karel al oído, antes de besarlo en la boca de nuevo.

Con él, abrazado, el príncipe se acomodó en una de las sillas acolchadas, solo se había bajado el pantalón, sonrió y Lysandro comprendió lo que quería. Poco a poco, se sentó a horcajadas sobre él.

Había comenzado a moverse cuando el chirrido de la puerta lo hizo enderezarse.

—Karel, alguien ha entrado —susurró alarmado, girando hacia la puerta entreabierta que daba a la sala de las estatuas.

Se escuchaban varias voces de hombres en la otra sala, alguien le mostraba a otros las estatuas, como había hecho Karel con él antes.

El corazón de Lysandro se aceleró, si los veían estarían perdidos. Iba a levantarse cuando sintió la lengua húmeda y cálida del príncipe, acariciarle uno de los pezones. Se llevó la mano a la boca para no dejar salir el gemido que tenía atorado en la garganta. Tal parecía que a Karel no le importaba que hubiera personas del otro lado que pudieran sorprenderlos, haciendo lo que en todo el reino era prohibido, porque chupaba, lamía y mordisqueaba su pezón totalmente extasiado.

—Van a descubrirnos —lloriqueó casi sin aliento.

—No si no haces ruido.

Iba a ser difícil porque el desvergonzado de Karel, de nuevo, arremetió contra su pezón.

—Esta es la colección —dijo una voz grave en la otra sala—. Cada una representa un momento diferente cuando los enviados llegaron a Oria.

Karel continuaba chupando y lamiendo, además sentía el pene duro y ardiente en su interior, llenándolo. Lysandro se metió el puño a la boca.

—¡Oh, un trabajo magnífico, sin duda!

El príncipe no se movía, él tampoco lo hacía y, sin embargo, no era necesario, la boca de Karel castigando inclemente su pecho estaba a punto de desatarle un orgasmo.

—¿Cuántas son?

—Diez.

Se estremeció cuando le jaló el pezón con los dientes, Karel enterró las yemas en sus glúteos desnudos y sin poderlo evitar, Lysandro se vino.

—¿Qué hay en la otra habitación?

Respiraba entrecortado, temblaba recorrido por las poderosas oleadas placenteras. Tenía la impresión de que afuera seguían hablando, pero no estaba seguro.

—¡Tan bello; ruborizado y tembloroso! —dijo el príncipe mirándolo y acariciando su cintura— ¡Un precioso desastre!

Entonces, Karel se movió. Lo aferró de las caderas y lo impulsó a levantarse un poco, después lo hizo descender con fuerza. Lysandro gimió debido a la sorpresa.

—Libros viejos.

—¡¿Habéis escuchado eso?! —preguntó una de las voces.

—Karel, las personas del otro lado... —advirtió entrecortado, casi sin aliento.

—Te dije que no hicieras ruido, amor —susurró el príncipe.

Si Lysandro pensó que el peligro de ser descubiertos intimidaría a Karel y lo llevaría a detenerse, se equivocó. Lo sostuvo con fuerza y retomó las embestidas, cada vez lo hacía subir y bajar más rápido y profundo. Lysandro no podía contenerse, los jadeos escapaban así él no lo quisiera, no importaba si se llevaba la mano a la boca y la mordía o si apretaba fuerte los párpados, igual su voz continuaba emergiendo de su garganta en gruñidos roncos.

—Hum, sí, lo escuché.

A las voces afuera se le sumaron pasos que se acercaban. Iban a descubrirlos y ni aun así, Karel aminoraba sus movimientos.

Una luz plateada se encendió y los rodeó. El príncipe hechicero los envolvió en una barrera. Lysandro bajó el rostro, Karel sonreía, cuál niño travieso, parecía disfrutar de su nerviosismo y ansiedad. Sintió deseos de matarlo. No obstante, no pudo dar rienda suelta a su instinto asesino, porque Karel rodeó con los brazos su cintura y retomó el ritmo.

Lysandro se abrazó a su cuello y ya sin temor de que pudieran verlos u oírlos, se entregó por completo al placer, en poco tiempo se corrió una vez más.

Apoyó la frente en la de Karel, el príncipe lo observaba todavía abrazándolo.

—¿Por qué has hecho esto? —le reclamó Lysandro mirando los ojos verdes—. ¡Casi muero del susto!

—No veo por qué. —Karel sonrió—, te dije que no nos verían.

—Un día nos descubrirán.

—Hasta que eso pase, déjame disfrutar de mi adorable estatua viviente.

El príncipe volvió a besarlo en la boca, envueltos en la barrera, no había porque temer.

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