Ducha para dos

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—Lo sentimos, ssseñor. El… vagón está equipado con una sola ducha; la que está en su habitación. No contábamos con este imprevisto —trataba de explicar el guardia con un claro nerviosismo.

—Está bien, despreocúpese. Ya nos las arreglaremos. —No había señal alguna de molestia en el rostro de Zalazar. Era increíble la fría serenidad que conservaba en todo momento.

—El resto de los vagones ni siquiera tienen, porque este tren no…

—Dije que está bien —puntualizó—. Que no se preocupe.

  Hizo un gesto en el aire para despedir al guardia, que prácticamente salió a trompicones de allí.

—Bien. —Zalazar se giró hacia nosotros, apoyando los codos en la mesa del salón—. Vayan ustedes primero. Nosotros iremos después. —Nos señaló a Daniel y a mí.

—Ah, no, no, no, descuide. —Sacudí la cabeza—. En este clima uno ni suda. Puedo volar turno hasta mañana que lleguemos a Fairbanks.

La carcajada de Martín me hizo removerme en la silla. El tipo no había dejado de comerme con los ojos en todo el trayecto. Estaba empezando a incomodarme.

—¿Cómo que volar turno, bella? —intervino Tania—. Todavía puedo oler a los animales del parque en nuestras ropas. Vayan, quítense ese olor, y pónganse algo bonito para esta noche.

  “Ay Tania, Tania, que no se noten los intentos alcahuetes de propiciar una reconciliación en la ducha”. Era obvio que esperaba con ansias el segundo capítulo del drama que habíamos montado en el autobús.

Daniel fue el primero en ponerse en pie.

—Tienen razón, y les agradecemos el privilegio que nos están dando. —Me tendió la mano y arqueó una ceja—. ¿Vamos, mi amor?

Miré la palma extendida, la misma que la noche anterior había estado sobre mis pechos y mi trasero sin pudor alguno, y luego fui consciente de todas las miradas expectantes sobre mí. No tuve más remedio que aceptar su ofrecimiento.

                             ***

   El aparato emitía un ruidillo monótono y fastidioso.

—¿Y bien?

—Shh... —Era la tercera vez que me silenciaba.

Me desesperaba verlo mientras pasaba meticulosamente el detector de micrófonos por cada rincón de aquel minúsculo baño.

—¿Tuviste eso contigo todo el tiempo? —pregunté, cruzándome de brazos y recostando la espalda a la pared.

—Sí —respondió sin mirarme.

—¿Y por qué no lo pasaste cuando estábamos en el hotel, en nuestra habitación?

—Sí lo hice.

Apreté los labios.

—¡¿Lo hiciste?! ¿Entonces por qué me cargaste hasta el baño aquella vez con la excusa de que podían haber puesto micrófonos cuando obviamente sabías que no era así?

—Eso fue solo para que dejaras de gritar como una histérica.

Descrucé los brazos y lo enfrenté con las manos en la cintura.

—Histérica tu abuela.

—Está limpio —dijo, agachándose para guardar el dispositivo.

—Claro que está limpio. No sé a quién se le ocurriría poner… —Descendí el tono ante su seña de tocarse los labios con el índice—. No sé a quién se le ocurriría poner un micrófono en un baño.

—A mí. Mis mejores reportajes salieron por cosas que se soplaba la gente en un baño, precisamente porque todos piensan que nadie pondría ahí un micrófono.

—Y la ética periodística por los suelos.

Se puso en pie y quedó a pocos centímetros de mí, sacándome una cabeza de altura.

—¿Has conseguido tú algo con esa “ética periodística”?

  Aparté la vista. Después de lo que había sucedido en el jacuzzi, dos segundos era lo máximo que podía mantener el contacto visual con él.

  Respiré aliviada cuando retrocedió unos pasos, solo para volver a quedarme sin aire segundos después cuando comenzó a subirse el suéter para sacárselo por encima.

—¡Oye, oye, oye, ¿qué estás haciendo?! Yo no me voy a meter en la ducha contigo. Ni muerta.

—¿Y qué propones? —El roce de la tela le revolvió el cabello, confiriéndole un aspecto más salvaje y desenfadado—. ¿Tomar turnos? ¿Salir como mismo entramos, apestando a reno? Además —Pasó la vista descaradamente por mi cuerpo—, el bikini que te pusiste ayer…

—Ni se te ocurra insinuar esa ridiculez de “No tienes nada que no haya visto ya” —imité el tono grave y baboso de un hombre—. Las cosas son así: Si ayer me dio la gana de que me vieras con ese bikini, hoy no me da la gana. 

Soltó un bufido mientras pasaba la vista por la habitación.

—Qué difícil me pones las cosas siempre, Oriana —masculló con fastidio mientras aplicaba la fuerza para desencajar el trozo de madera que sostenía las toallas.

Mi reacción inconsciente fue pegarme a la pared buscando desesperadamente algo con lo que defenderme. Pero mis defensas cayeron cuando él ubicó un extremo de la madera en la hendidura de la jabonera y el otro encima de la pequeña repisa con productos de aseo. Puso una toalla por encima, justo bajo la regadera del techo, para dejar dividida la ducha en dos perfectas partes iguales.

  —¿Así… te parece lo suficientemente privado?

  De pronto me sentí mal por haber pensado que había tomado el trozo de madera para golpearme en la cabeza, pero es que ya no sabía qué esperar de la persona que tenía delante. A veces creía conocerlo, pero luego hacía algo que lo convertía en un completo extraño.

—Sssí, así está bien —murmuré antes de quitarme las botas y refugiarme en ese pequeño espacio que había dispuesto para mí.

Él entró detrás y se dio media vuelta para quedar de espaldas.

  Las manos me temblaban un poco cuando empecé a desabotonarme el blazer oscuro. Pero qué tonta era. La misión era la prioridad, fingir que éramos una pareja que compartía la ducha también lo era; no mi absurdo orgullo herido, ni mis problemas personales con Daniel que solo podrían importarle a una lectora de romance. Estuve a punto de tirarlo todo por la borda por un simple berrinche de niñita malcriada.

  Arrojé el blazer fuera de la ducha, al lado del suéter bien doblado de Daniel, antes de pasar a mis jeans. La barra de madera se sostenía apenas un poco más abajo de mis hombros, pero seguía siendo una frontera insegura entre nuestros cuerpos, sobre todo cuando podía escuchar tan cerca el tintineo de la hebilla de un cinturón y el deslizamiento de una cremallera.

   “Sé racional, Oriana, sé malditamente racional”.

  Mi ropa interior se unió al resto del conjunto en el suelo, y traté de no mirar mucho el bóxer que estaba justo al lado. Por todos los santos, que era un hombre desnudo; no había ningún secreto del universo ahí. Solo un hombre al que había tenido debajo la noche anterior.

—¿Puedes levantar la llave?

—¿Eh? —Di un salto.

—La llave. —Su voz se escuchaba demasiado cerca—. Está de tu lado.

—... Ah, sí.

  Con una mano temblorosa, tiré de la manija y una lluvia refrescante cayó del cielo, acariciándome el cabello y la piel acalorada. El agua fría me dio el alivio que necesitaba, al menos temporalmente. En unos segundos el aire se mezcló con el olor a jabón, champú y esencias. Sonreí con pereza. Hubiese sido bonito si hubiéramos sido una pareja de verdad. En otra vida, quizás.

  Los roncos sonidos de satisfacción que escuchaba de vez en cuando no me ayudaban mucho. Estábamos casi espalda con espalda, solo separados por una toalla empapada, y mi mente se llenaba de imágenes de él pasando sus manos jabonosas por sus brazos, pecho y abdomen, e incluso más abajo. Instintivamente mi mano rodeó mi cuello, para luego deslizarse por un camino resbaladizo hasta mis pechos.

“No, mierda, en qué estaba pensando —Aparté la mano como si ardiera—. Firmeza, firmeza. Piensa en cosas no placenteras, Oriana, piensa en cosas que no te exciten”.

A ver…

Las películas de terror, Francisco, las canciones de reggaetón, la politiquería, los discursos…

  “Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado…”

  Sentía que el espacio dentro de la ducha se reducía un centímetro por cada segundo que pasaba.

“… Es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera…”

—Oriana, ¿estás rezando?

Mierda.

—¡¿Qué?! Ah, no. Estoy… —Apreté los párpados y me mordí el labio, pero ya no me quedaban fuerzas para inventar mentiras—, estoy recitando el concepto Revolución de Fidel Castro, para no pensar en que estás desnudo detrás de esa toalla.

El sonido de su carcajada me provocó un cosquilleo. 

—¿En serio? ¿Y está funcionando? —dijo con la voz risueña.

—No mucho, la verdad —confesé sin poder censurar mi propia sonrisa.

  Hubo un incómodo silencio que en mi mente se hizo eterno. Estaba a punto de retractarme, de decir que era puro bonche para tomarle el pelo, pero me detuve cuando volví a oír su voz grave:

—“Recuerden… que generaciones anteriores se enfrentaron al fascismo y al comunismo… no solo con misiles y tanques, sino con sólidas alianzas… y firmes convicciones”.

  Me quedé de piedra.

—¿Eso… no es del discurso de Obama? ¿De la toma de posesión? —pregunté, conteniendo la risa.

—Sí… y tampoco está funcionando.

Se me escapó una risa cargada de nerviosismo, éxtasis y genuina diversión, que fue aplastada por las dudas casi al instante. Solté un suspiro.

—No te entiendo, Daniel. —Me rodeé con los brazos formando una coraza—. Tú sí que me pones las cosas difíciles.

A pesar de que no podía verlo, imaginaba que debía de tener aquella expresión abatida, como de alguien que lidiaba con una lucha interna.

—Ni yo mismo me entiendo, Oriana.

Su voz no me engañaba. Tenía la extraña certeza de que decía la verdad.

—Pero… tal vez yo pueda ayudarte a entender —dije con un ligero temblor en los labios—. Anoche estaba encabronada y con razón. Me trataste horrible. Me acercas y me alejas a tu antojo. Y sé que no estamos en un viaje de… autodescubrimiento ni de luna de miel. Lo sé. Sé que nuestras vidas corren peligro y que no son las mejores circunstancias. Pero… creo que en circunstancias normales jamás estuvimos tan cerca como ahora… literalmente…

—Te lo contaré todo. —Sonaba más convencido—. Te lo prometo. Si salimos vivos de esta noche.

  Un repentino temor me retorció el estómago.

—¿A… qué te refieres? ¿Qué pasa esta noche?

Demoró un poco en contestar, y cuando lo hizo, su tono era distinto:

—El despacho de Zalazar. Está en este vagón. Vamos a entrar.

—¡¿Qué?! ¡¿Te volviste loco?! ¡Oye, no tomes estas decisiones tú solo! —Casi me giro para mirarlo por encima de la toalla, pero me aconsejé mejor.

—Te lo estoy diciendo ahora.

El giro inesperado de la conversación me había dejado aturdida.

—¿Y por qué tendríamos que entrar ahí?

—Porque alguien como Zalazar no suele despegarse de la información importante. La suele llevar allí donde vaya. Y sé que su despacho está al final del vagón.

El agua me corría por el cuerpo en cascada, pero yo había dejado de sentirla.

—¿Y pretendes entrar así y ya, como Pedro por su casa? Es…

—No. Tengo un plan.

Comenzó a disertar sobre los pormenores y las fases de la supuesta estrategia, pero unos ensordecedores pitidos me taladraban los oídos.

—No, espera, espera, Daniel. No, eso no. Es… demasiado arriesgado. Si nos cogen ahí nos matan de una.

—¿Y cuál es tu gran plan, Oriana? ¿Quedarte sentada a esperar a que Zalazar nos confiese todo él solo? ¿Emborracharlo?

—No lo sé, pero… debe de haber otra manera, algo que no implique exponernos tanto.

—Si no nos exponemos, no llegaremos a ninguna parte. Entiende eso.

—Bueno, si no llegamos a ninguna parte, ni modo. Abortamos la investigación y ya.

Un resoplido hizo eco en el baño.

—A ti no te importa esta investigación, Oriana. Nunca te importó.

—Sí me imp…

—No. No te importa un carajo. La primera fase de tu plan era llenarte la cuenta de banco con la mitad de la recompensa, y la segunda era pasarte unas vacaciones en Alaska para ver las auroras boreales y después decirle a Francisco que “lamentablemente” y “pese a todos tus esfuerzos”, no habías encontrado nada digno de un reporte. 

“Bueno, no estaba tan lejos de la verdad” —dije para mis adentros.

—Pensé que tú también estabas aquí por el dinero.

—Y lo estoy, pero si empiezo algo, lo llevo hasta el final, o no lo hago. No dejo nada a medias, Oriana. —Su tono empezaba a darme miedo—. Además, no sé qué ideas tienes sobre la conclusión de todo esto, pero desde el momento en que nos presentamos con identidades falsas ante un narco que controla Miami, no podremos volver a poner un pie en la Florida por un largo tiempo.

Lo sabía muy bien. Sabía a lo que estaba renunciando cuando me aventuré en esta misión, pero aun así…

  —Con todo y eso, Daniel, entrar al despacho de Zalazar… por favor, que eso sea el último recurso. Vamos a tratar de sacarle la información de otro modo.

—No vamos a tener otra oportunidad como la de esta noche.

—Por favor, no puedo hacerlo, de verdad, no tengo lo que hace falta. Ni siquiera sé por qué Francisco me eligió a mí para esto.

  Una toalla seca se deslizó a mi lado, y justo después salió Daniel de la ducha con ella rodeándole la cintura.

—Él debe de haber tenido una razón para hacerlo —dijo, peinándose el cabello húmedo hacia atrás con los dedos.

  Corté el flujo de agua y me envolví en una toalla antes de salir yo también. Todo el cansancio acumulado del día se manifestó de golpe, sumiéndome en un estado de repentina somnolencia. El estrés, el miedo, las pocas horas de sueño, la resaca de un resfriado, el dolor en los brazos, y la carga emocional estaban mellando mi resistencia.

  Volvimos a estar de espaldas mientras nos ataviábamos con los trajes que llevaríamos esa noche. La temperatura en el interior del tren se conservaba cálida, así que me permití lucir un vestido negro con una ranura en la pierna bastante parecido al de la ceremonia, con la única diferencia del escote en forma de v, la tela brillosa, y unas elegantes mangas bombachas.

  Miré el amplio espejo del lavamanos para comprobar el resultado y mis ojos hicieron contacto con los de él. Lucía un elegante pantalón negro, y una camisa blanca con los primeros botones libres y sin corbata. El corazón me dio un vuelco. Sin romper la demoledora conexión visual, él se acercó a mi espalda. Frialdad y calidez, invierno y verano, anochecer y amanecer, gris gélido y verde avellana se disputaron el control en aquel espejo durante un lapsus en el que el tiempo pareció detenerse.

  Él fue el primero en descender la vista a mi cuello. Estaba tan cerca que podía sentir el roce de su camisa sobre el escote de mi espalda. Con cuidado, apartó los mechones que me caían húmedos sobre el hombro para dejarme la piel expuesta. Mi espalda se arqueó instintivamente cuando sus labios rozaron esa zona tan sensible en la curva de mi cuello.

—Me encantas, Oriana. —Su declaración me aflojó las piernas y aceleró el corazón—. Es lo único que tengo claro.
 
  No importa si te encuentras en un tren en el fin del mundo, en medio de una misión suicida, en el baño de un peligroso narcotraficante; cuando escuchas esa confesión que has esperado por largo tiempo de la persona que deseas, el mundo a tu alrededor desaparece, y todos los miedos se esfuman. Aunque por desgracia el hechizo nunca dure para siempre.

  Apreté los puños para enterrarme las uñas en las palmas. No. No podía ceder otra vez, solo para que al minuto siguiente él volviera a espantarme como a una mosca. Al menos quería escuchar su versión antes. Me lo merecía. Merecía saber la verdad.

—Creo que… ya deberíamos salir —me obligué a decir—. Zalazar y Tania se deben de estar preguntando por qué no acabamos de salir.

  Juraría que vi un atisbo de decepción antes de que su rostro volviera a ser una máscara de frialdad.

—Sí, vamos.

  Se apartó de mí y se dispuso a recoger nuestras pertenencias del suelo. Me costó horrores salir de la petrificación frente al espejo para ayudarlo con nuestra ropa. Pero no estaba arrepentida. Por primera vez había actuado de manera racional con él.

Sin cruzar más miradas ni palabras, salimos del pequeño cuarto y recorrimos el pasillo en silencio hasta nuestra habitación. Para la cena de esa noche aún faltaban unas horas, que aprovechamos para tomar una necesaria siesta.

   Las últimas luces del atardecer se colaban por el ventanal que sustituía al cabezal de la cama, y hacían brillar mi vestido negro. Estábamos tumbados en el colchón, uno frente al otro. Los párpados me pesaban. Unos ojos grises que se volvían dorados en contacto con los rayos del sol, y que me contemplaban con intensidad; fue la última hermosa visión que tuve antes de rendirme al sueño.

                             🎙❤🎙

            Vestido que luce Oriana👗

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