11. Un trato con Roy

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LAURA

Aunque no quiero reconocerlo, con Nico quiero tener mucho más de lo que tengo. Quiero contarle quien soy, que odio estar en esta beca, odio ser abogada y sobre todo que adoro pintar y vivir en el estudio de tatuajes.

De momento estamos asentando unas bases para sobrevivir a nuestra química. Porque lo que tengo con ese chico no puede ser normal. Me he tenido que masturbar en el baño del trabajo solo porque Nico me ha traído un maldito café.

El lunes hicimos las paces. Hoy es viernes y estoy deseando que llegue el fin de semana. Sara ha pasado casi toda la semana en casa de su padre, porque su madre está algo pachucha y apenas la he visto. No sabe nada de lo que ha pasado con Nico. Y tengo una necesidad inhumana de hacerlo.

Miro la cara de Nico que está totalmente concentrado redactando un informe para Paul, un abogaducho de poca monta que no merece trabajar aquí, pero, que mi padre mantiene porque su padre ha financiado a mi padre con algunas campañas. Cada día que pasa, le veo más guapo. Sus ojos, además, de un negro intenso, son enormes. Cuando sonríe tiene dos hoyuelos que se le dibujan en sus mejillas, le gusta rascarse detrás de lo oreja cuando está nervioso o estirarse un rizo cuando se concentra en leer un texto.

Miro el reloj y mi hermano ya ha debido llegar, porque hoy tenía que ir a recoger unos resultados de la revisión médica. Creo que debo hablar con él, porque ayer Arthur me dijo que está más raro de lo normal y que su mujer ha ido a casa a hablar con mis padres porque está preocupada por su matrimonio.

¿Ella preocupada por su matrimonio? Creo que más bien le preocupa que mi hermano decida dejarla sin un centavo, porque firmaron separación de bienes y he descubierto que su familia está en la quiebra más absoluta.

Me levanto y voy al ascensor. Subo hasta la planta de los jefes. Cuando llego estiro mi camiseta de Marilyn y la remeto bien por la falda de tubo que traigo. He descubierto que las faldas son cómodas para follar con Nico aquí. Es más rápido y me excita mucho que se desespere por subírmela. Además, en menos que canta un gallo le tengo dentro de mí y me excita solo pensarlo.

Ufff, ¡Qué calorcito!

Llego al despacho de mi hermano y me extraña que su secretaria, la pardilla rubia, no esté. No recuerdo cómo se llamaba. La verdad. Entro sin llamar porque, total es mi hermano y sé, porque puedo acceder a su agenda que ahora no tiene visitas ni reuniones programadas.

Pero mis ideas suelen ser un desastre siempre y esta no iba a ser una excepción ¿no?

La estampa que me encuentro es compleja de digerir. La secretaria de mi hermano está abierta de piernas sobre la mesa donde debería haber un portátil y mi hermano está rojo de la fuerza por empujar para entrar en la muchacha. Mi hermano me mira y abre los ojos de par en par.

— Lo... lo siento —me giro y salgo cerrando la puerta detrás de mí.

¿Pero qué coño?

No, mejor no digo coño ahora mismo. ¿Mi hermano se estaba tirando a su sosa secretaría? Aunque reconozco que la insonorización de las paredes de estos despachos es magnífica. Porque no se oye una mierda desde fuera. Y otra cosa que me viene a la cabeza.

Mi cuñada desde luego tiene razones de peso para tener miedo. Solo espero que mi hermano no sea tan gilipollas de dejar a la arpía por la más sosa del barrio. Porque es sosa de la leche, la jodia.

La puerta la abre una acalorada secretaria que sale colocándose la falda.

— ¿Qué quiere? No tiene programada una reunión con el señor McFarland.

— Ya bueno... —la miro, pobre, no sabe dónde se ha metido— yo necesitaba un día y pensé que...

— Laura —mi hermano grita saliendo del despacho— Entra ¡Joder! María, no me pases llamadas y no dejes que nadie entre.

Mi hermano me coge del brazo y me mete para adentro. Gesto que no le pasa desapercibido a su secretaria. Insulsa, sí, pero lista, también. O eso parece.

— ¿Se puede saber por qué nunca llamas a la puta puerta?

Le miro y me cruzo de brazos. Recuerdo cuando le pillé haciéndose una paja, con una revista guarra que le había robado a mi padre a los dieciséis años. Y me da la risa.

— ¿De qué cojones te ríes?

— ¿Te estás tirando a la sosa?

— ¿Qué?

— Te veía con más gusto. Es más sosa que un pan sin sal, Roy.

— No es sosa.

— ¿Ah no?

— No. Y bueno, tiene un culo... espera no voy a darte explicaciones.

— Deberías porque justo venía a hablarte de esto —señalo la puerta.

— ¿Hablarme de qué?

— Ayer hablé con Arthur, dice que Gabriela, tú mujer, estuvo en casa llorándole a mamá porque cree que su matrimonio se va a pique. Dice que estás muy raro.

— ¡Joder! —se refriega el pelo.

— Te vas a despeinar.

— ¡Vete a la mierda Lau!

— Puedes mandarme a la mierda, pero eso no va a solucionar tu problema. Que es...

Le insto a que me diga qué se supone que hace con su vida. Pero no funciona.

— No pienso contarte lo que me pasa o deja de pasar.

— ¡Venga! —le hago pucheros.

— Hagamos un trato —me encantan los tratos con Roy. Sé que puedo sacarle lo que quiera con esto.

— Perfecto —le tiendo la mano y él me la aprieta— ¿De qué se trata?

— Yo te cuento lo que me pasa, que no sabe nadie, y cuando digo nadie, es nadie, excepto yo, y tú me cuentas algo que nadie más sepa. Y cuando digo nadie, es nadie. Ni siquiera Sara.

¡Me conoce!

— ¿Pero se lo puedo contar a Sara luego?

— Debe pasar al menos un mes.

— Listo. Dispara —le digo haciendo unas pistolas con mis manos.

— He hablado con mis abogados —ambos nos reímos, porque sus abogados pertenecen a un bufete externo, pero, estudiaron la carrera con él y en los que confía plenamente— Quiero divorciarme de Gabriela. Llevo meses sin poder tener relaciones con ella, pensé que era un problema médico, pero yo estoy estupendamente. Anoche volví a intentarlo tras una cena con amigos. Pero el caso es que nada de nada. No se me pone dura —estoy flipando en colorinchis, como dice Sara, ahora mismo—. Así que esta mañana cuando María se ha contoneado frente a mí como todos los días. Porque la muy... lleva intentando seducirme dos meses, lo he visto claro. Necesitaba salir de dudas. Así que le he dicho que entrase y la he abordado. Ella no ha puesto resistencia y he visto que aún puedo follarme a quien me dé la gana. No soy yo, es mi matrimonio. Odio a mi mujer.

— Guau, me dejas de piedra. ¿Casi crees que eres eunuco?

— Eres idiota. ¿Vas a reírte de mí? Si lo sé no te digo nada.

— No, en absoluto. ¿Por qué te casaste con ella? —es una duda que siempre he tenido. Porque, mi hermano y ella no pegan ni con cola.

— ¿Por qué estás medio prometida con el idiota de Martín?

— Touché —le guiño el ojo— ¿Martín te parece idiota?

— Es un gilipollas, retrógrado y estirado. No te pega nada. Y solo espero que ese plan tan elaborado que tienes para evitar esa boda sea tan bueno como dices.

Tuerzo el gesto. No tengo ni un puñetero plan. La verdad. No se me ocurre una mierda para quitarme a martín de encima.

— No tengo plan elaborado aún, pero, puede que lo tenga en algún momento. Solo sé que antes me cambio el nombre y huyo, que casarme con ese gilipollas.

— Genial, ahora —se levanta y va a servirse un wiski— ¿Quieres?

— Puaj —le digo poniendo cara de asco

— No me cambies de tema ahora. Te toca. Cuéntame ese secreto que me debes.

Lo pienso bien. Contarle el único secreto que tengo en estos momentos es complicado. Sobre todo, porque no me atañe solamente a mí.

— Y... No rompas el trato Lau que te veo venir.

— Vale. Me acuesto con Nico.

Mi hermano deja el vaso en la mesa y me mira muy serio. ¡Mierda!

— ¿El becario? —me pregunta y su gesto me preocupa, y mucho.

— Sí, el becario.

— Ya

— ¿Ya? ¿Es todo lo que tienes que decirme?

— Me ha pillado desprevenido. La verdad. No me lo esperaba. ¿Te gusta?

— Claro que me gusta.

— No me refiero a eso. Si no te gustase no te lo tirarías, entiendo yo. Quiero decir si te gusta... él —levanta ambas cejas y entrecomilla la palabra mientras baja un poco la cabeza como queriendo que le entienda.

— Me hace sentir bien. Me atrae y puestos a soltar secretos ha sido mi primer orgasmo. Aunque este último Sara ya lo sabe.

— Te he dicho que Sara no podía saberlo.

— A ver es que hubo un acercamiento previo. Pasó algo y nos tocamos. Ahí tuve mi primer orgasmo. Luego yo la cagué y él no quería saber nada de mí. Pero hemos hecho las paces y llevamos toda la semana... ya sabes —él asiente—. Y eso... Sara no lo sabe. Prometo no decirle lo que tengo con él durante un mes.

— Vale. No parece un mal chico.

— No lo es.

Me mira y levanta una ceja.

— Una relación con él puede suponer un problema por esto de que no sabe ni cómo te llamas en realidad.

— Ese es mi problema y yo lidiaré con él.

— No quiero que te pilles por un tío que puede odiarte cuando se entere y te hunda.

— Te repito que yo lidiaré con ese tema. Además, solo es sexo. Del bueno y en grandes cantidades, pero, solo sexo.

— ¿Segura?

— ¿No me crees?

— La verdad es que, visto desde mi posición, te diría que no es un chico para ti. Hasta donde sé no tiene donde caerse muerto. Pero le he visto bajar al archivo y sé que se lleva casos antiguos a casa. Es aplicado, cuidadoso y parece leal.

— ¿Qué sabes qué? ¿Sabes lo del archivo? ¿Desde cuando?

— Tranquila, no diré nada. En realidad, me gusta que lo haga. Además, creo que es bueno elaborando estrategias de defensa por algunos trabajos que hizo durante la carrera. Algún día será un gran abogado. Y puede ser tu complemento perfecto.

— ¿De verdad lo crees?

— Negaré haberlo dicho. Igual que negaré todo de esta conversación.

— Lo entiendo. Hablar de la hombría de alguien no es fácil y contarle a alguien que te acuestas con esa sosa.

— No la llames sosa.

— ¿No lo es?

— Un poquito, pero, para un apaño... ya me buscaré algo mejor.

Ambos nos reímos y me alegro con este ambiente relajado que se ha creado entre nosotros.

De repente la puerta se abre de par en par.

— ¡No puede pasar le digo! —se oye a María gritar.

Mi cuñada asoma por la puerta con cara de pocos amigos.

— Yo le he dicho que al despacho de mi marido paso siempre que se me pegue la gana.

— Ya pero...

— Tranquila María, la señorita Villanueva ya se iba de mi despacho.

— Sí, claro. Gracias señor McFarland.

Paso por el lado de mi cuñada que me mira con su cara de perro. La verdad es que mi hermano me da pena. Cierro tras de mí y me quedo mirando a la secretaria.

— Menos mal que te he pillado yo ahí subida en lugar de esa —señalo entre risas la puerta del despacho de mi hermano. María me mira y se pone colorada— No te preocupes. Si quiero mantener mi puesto aquí, me ha quedado claro, que siempre debo llamar antes de entrar y segundo, que no debo contar nada de lo que he visto. Cualquiera enfada al jefe ¿no?

Le guiño un ojo y me dirijo de nuevo al ascensor. No le dejo contestarme, pero me detengo antes de entrar.

— Por cierto, nadie puede saber que me has visto por aquí. Si hablas, hablo.

No me gusta ser bruja, pero, mi secreto debe estar bien resguardado. Y su secreto es peor que el mío.

Entro al ascensor con una sonrisa en los labios. Que mi hermano sepa mi gran secreto me tranquiliza. Sé que él no pondrá trabas. Siempre, a pesar de todo, de ser el más estirado, de ser el más serio, el más rígido. Siempre ha sido mi mayor apoyo en todo.

Kevin es mi mejor amigo y Roy mi mayor apoyo. Y tener un trato con Roy mi mejor arma.

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