15. Una partida al Tute

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LAURA

— ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACÍAS DE LA MANO DE ESE MINDUNDI? —me grita Martín fuera de sí, cuando entramos al despacho.

— No me grites, imbécil —le digo y me cruzo de brazos.

— ¿QUÉ NO TE GRITE? ERES MI PUTA PROMETIDA.

— NO SOY UNA MIERDA TUYA —Le grito yo también. ¿Pero quién se cree?

— Laura, no me jodas. Todos los socios, saben quién eres, saben lo que eres. Y saben que tú y yo nos vamos a casar.

— ¡Que no nos vamos a casar! —le grito desesperada— ¡Antes muerta! ¿¿Me oyes?? —le empujo todo lo fuerte que puedo.

— Me da igual lo que digas Laura. Ese acuerdo se cerró hace tiempo. Tu padre perdió y tú estás destinada a acabar conmigo.

— ¿Martín qué ganas casándote con una mujer que no te va a querer nunca?

— No busco una mujer que me quiera Laura. Busco una mujer, abogada como yo, que lleve el peso del bufete como yo. Unificar los apellidos y cuando llegue a casa echar un par de polvos con una mujer atractiva. Y tú lo tienes todo.

Se acerca y me echo hacia atrás hasta que no puedo más chocando con la pared.

Su asquerosa mano me toca la cara.

— Estás buena —me agarra del culo y le suelto un manotazo, me giro y salgo por el pequeño hueco lateral— tienes carácter y eso me la pone muy dura...

— Eres un cerdo.

Corro hacia la puerta, pero el subnormal la ha cerrado con llave. Siempre lo hace porque sabe que no le soporto.

— Seré un cerdo y todo lo que quieras Laura. Pero las mujeres hacen cola para acostarse conmigo. Porque les hago las guarradas que a todas os gustan. Ese idiota de ahí fuera, no sabe hacer la "o" con un canuto y no me llega a la suela de los zapatos.

— Eso no lo tengas tan claro. Te da mil vueltas.

— ¿Disfrutas follándotelo? Pues te va a durar poco, porque me voy a encargar de que se largue de aquí cagando leches.

— No se te ocurra hacerle nada —le digo señalándole con el dedo—, como lo hagas atente a las consecuencias.

— Vaya, la gatita saca las uñas. Creo que me voy a correr solo de ver cómo le defiendes. ¿Sabe quién eres? ¿Sabe que estás prometida conmigo?

Entrecierro los ojos y resoplo.

— Lo sabía —me dice de repente— ¿Qué pasará cuando sepa que eres la jefa de más de la mitad de esta empresa? ¿Qué pasará cuando sepa que debes casarte conmigo para mantener la empresa de tu familia? ¿Cuándo sepa que te has reído de él en su cara?

— Déjame —le grito y le empujo de nuevo— no voy a casarme contigo.

— Entonces tu familia perderá la empresa, cielo.

— ¡Eres un hijo de puta!

— Puede, pero soy el hijo de puta con la suerte de follarte todas las noches cuando seas mi mujer y yo mismo me encargaré de decírselo a eses don nadie en cuanto llegue el momento.

— No le dirás nada me oyes —le grito histérica. He perdido los putos nervios— Trago el tener que verte la cara la mitad de los días por petición de mi familia, pero no te consiento que te acerque ni un solo centímetro a Nico.

— ¿Nico? ¿Así se llama? Mmmm —se rasca la barbilla— Nico. Interesante.

— Lo sabes de sobra Martín, no te hagas...

— Vale, tranquilízate ¿quieres?

Dos toques en la puerta paran los gritos y me intento calmar.

Mi padre abre la puerta y nos mira a ambos con cara de perro.

— ¿Se puede saber qué pasa aquí?

— Tu hija, resulta que se codea por ahí de la mano de tu nuevo becario.

— ¡¡Serás bocazas!! —le empujo desde la espalda.

— ¡YA ESTÁ BIEN LAURA! —Mi padre me sujeta del brazo y me aparta— Y tú Martín, te calmas. Me da igual lo que creas que tienes con mi hija, pero la respetas. Al final ella tiene la última palara.

— ¿Entonces dejarás que ella escoja a otro y tu pierdas todo lo que has construido estos años?

Miro a mi padre que se calla.

— Lo imaginaba —me señala de repente—. En cuanto a ti, más te vale que después de dos polvos sepas que se tiene que acabar. O el que saldrá perdiendo es él.

Mi estómago se retuerce con fuerza. Siento nauseas. Odio al gilipollas de Martín y aunque sé que debo buscar una maldita salida a esa boda que no se producirá. No voy a poner en riesgo a Nico. Ni su carrera ni su integridad física.

Este es mi problema y lidiaré con él, en el momento correspondiente. Necesito pensar. Mi padre me rodea los hombros con el brazo.

— Mi bichito, vete a casa. Descansa. Hablamos luego.

Salgo del edificio con un ataque de ansiedad de la leche. Martín sabe que he estado con otros hombres, como yo sé que él está con quien le da la gana. ¿A qué han venido esas amenazas? ¿Porque Nico se puede convertir en una verdadera amenaza para él? Noo. Cojo un taxi, no tengo ánimos para irme a mi casa, así que me voy a casa de mis padres. Necesito de mi madre.

Llego a casa y mi madre como siempre está en el salón, con sus revistas leyendo. Le encanta el cotilleo.

— Nena —me dice nada más verme con sus gafitas de ver— ¿Qué haces a estas horas aquí?

— Mami, he discutido con Martin. ¿Qué voy a hacer con eso?

— Hablar con tu abuelo —me dice como si nada. ¿Qué fácil no?

— No es tan fácil.

— Hija, debes entender que tu padre hace lo que hace por su familia. Pero también se equivoca. Y aunque no te lo diga, él sabe que vas a pagar las consecuencias de sus errores. Tu abuelo puede revocarlo todo.

— Papá, no me lo perdonaría.

— Tu padre jamás se perdonará si te hundes en el camino por salvar algo que no debería depender de ti.

Miro al suelo. La vida a veces es tan injusta.

— ¿Qué lees?

— Cotilleos del corazón. Si toda esa gente trabajase, este país iría mucho mejor —me muestra la foto de dos conocidas señoras de la alta sociedad española, en una cafetería mientras hablan. Una de ellas va a divorciarse. Y claro el acuerdo de divorcio es espectacular, aunque a ella le parece poco.

— No aguanto a todas esas arpías de las revistas.

— A mí, también, pero me evade de mi mundo por un rato. ¿Quieres quedarte a comer?

— Bueno. ¿No tienes planes?

— Andrea y Sofía están en el club y a mí hoy me apetecía quedarme aquí. Algo me decía que mi hija adorada iba a venir.

Ambas reímos. Mi madre se levanta, me da un abrazo y muchos besos por la cara.

— Mi pequeña niña consentida.

Pasamos la comida y parte de la tarde en el jardín, porque hace un día estupendo. Me anoto lo de hablar con mi abuelo. Él hace años cerró una puerta que me llevó a prometer unirme a los Valedoliva. Una decisión que debo evitar a toda costa, si no quiero ser una muerta en vida. Mi madre tiene razón. Él puede acabar con eso. Pero mi padre no me lo perdonaría jamás. No puedo pensar solo en mí ahora mismo. Toda la familia y los trabajadores del bufete se verán arrastrados por mis decisiones.

Debo pensar muy bien en las decisiones a tomar.

Me voy de casa de mi madre y miro el teléfono. No dejó de sonar, pero no quise ni mirarlo. Veo que tengo muchísimas llamadas de Nico y una de mi hermano Roy. No pienso contestar. Quizá mañana que es otro día, vea las cosas desde otra perspectiva.

Pero mis pies, me llevan y guían hacia un lugar que no es mi casa y sin darme ni cuenta, estoy bajo las escaleras de emergencia de la casa de Nico.

Subo las escaleras infernales, hoy, algo complicado, ya que llevo mi falda de traje y mis tacones.

Me asomo a la ventana donde ya sé que él duerme, pero no hay nadie. La ventana está abierta igual que la puerta. Si entro sin invitación, es allanamiento de morada. Ilegal, lo mires por donde lo mires.

Me siento bajo su ventana y me quito los zapatos. Miro al cielo, es una noche preciosa.

"Miau... miau... grrrr miau"

Escucho al gato de Nico y miro hacia la ventana. Me mira con sus enormes ojos grisáceos y le sonrío.

— Hola Vol —le digo y se baja para colocarse sobre mi regazo.

— ¿Vol? —la cabeza del abuelo de Nico asoma por la ventana— ¡Oh! —me mira sorprendido— ¿Qué haces aquí jovencita?

— Nada, necesitaba pensar.

— Mmm, un buen sitio para pensar. Mi nieto no está —le miro ¿Dónde está?, miro mi reloj, son cerca de las diez—. Ha salido con su amigo Rober a cenar. No llegará muy tarde ¿Quieres esperarle dentro?

— Yo... —dudo

— Venga, necesito que alguien me dé de cenar. Y ya que mi nieto no está...

— ¿Quiere que lo haga yo? —le miro sorprendida.

— Claro. Me conformo con poca cosa, ya ves —se encoge de hombros y una preciosa y sincera sonrisa se dibuja en su cara.

Me levanto, me estiro la falda.

— Está bien. Veremos qué puedo hacer. No se me da bien cocinar, ya le aviso.

— No te preocupes. No he sobrevivido todos estos años para morir a manos de una chef inexperta.

Nos reímos y como puedo me cuelo por la ventana seguida del gato.

— Si quieres ponerte más cómoda, no creo que a mi nieto le importe que urgues en su armario y te pongas una camiseta suya.

— No sé... quizá es demasiado. Puede que hoy esté algo molesto conmigo.

— ¿Puede? —me arquea una ceja y es clavado a su nieto ahora mismo, pero con tropecientos años más.

— Puede —me encojo de hombros, pero ya estoy abriendo el armario.

— No suelen durarle muchos los enfados, te espero en la cocina.

Cojo unas bermudas de chándal y una camiseta de Metallica, creo que es un grupo de rock. Pero no estoy segura de haber escuchado nada de ellos. Me cambio y dejo mi ropa doblada sobre la cama de Nico. El bolso también lo dejo ahí. No creo que nadie importante me llame. Al menos nadie con quien quiera hablar. Y Nico vendrá a su casa.

— Bueno, ya estoy —digo entrando en la cocina. Me he hecho una coleta alta despeinada y me he desmaquillado en el baño antes de entrar en la cocina.

— Vaya, así estás incluso más guapa que con tanto retoque —me río ante la ocurrencia del señor.

— Gracias —le digo casi tímida— ¿Qué quiere cenar?

— Creo que mi nieto me ha dejado una tortilla en la nevera.

— ¿Tortilla?

— Sí, mi nieto cocina estupendamente.

— Ya veo —abro la nevera y efectivamente, hay una tortilla entera en un plato tapado con film transparente.

La saco y la pongo en la mesa rectangular. El señor Gregorio se ha sentado en uno de los lados. Le pongo un plato, cubiertos que rebusco por los cajones y una servilleta.

— Listo —le digo, aunque, ya lo sabe porque me ha observado moverme.

— ¿Me das agua también? —me dice.

— Claro —me giro, miro en dos armarios hasta dar con los vasos. Miro en la nevera, hay una botella y echo medio vaso. Abro el grifo y lleno la mitad que queda.

— Uuuu, ¿Por qué has hecho eso? —me dice cuando voy a darle el vaso.

— No sé, me ha salido sin querer. Mi abuelo cuando viene a verme, es como le gusta que le sirvan el agua. Y lo hago inconsciente. Pero...

— Está bien, no me gusta el agua tan fría ¿Tú no te sirves cena?

Miro la tortilla que tiene una pintaza para morirse, pero me parece exagerado abusar de esa manera.

— Yo...

— No me mientas. Venga siéntate y cena conmigo.

Me sirvo un vaso con agua y me pongo un plato y cubiertos para mí.

— ¡Que aproveche! —le digo y el hombre me asiente — ¡Está deliciosa! —le digo relamiéndome tras el primer bocado— Nico es un artista de la tortilla.

El hombre se ríe a carcajadas y seguimos cenando.

Después, recojo y friego los cacharros. Veo que no hay lavavajillas. Y recuerdo que Nico es de clase media tirando a baja.

— ¿Quieres jugar al Tute?

— Al ¿qué? —le miro y termino de fregar la mesa.

— Las cartas —me muestra una baraja—, es un juego de cartas ¿No sabes?

— En mi familia no son de jugar a las cartas. En la universidad, me enseñaron algo del mus, pero se me da fatal —el hombre se ríe.

— Puedo enseñarte.

— Vale —me seco las manos en un trapo y le sigo al salón, donde él se sienta en un sillón encarado a una mesa camilla y yo cojo una silla sentándome frente a él.

— Vale es muy sencillo. Nos repartimos ocho cartas cada uno —empieza a repartirlas—, el resto se quedan en el centro como mazo —asiento y comienzo a ver mis cartas—. Vale, esta partida es de prueba —coloca una carta del mazo central boca arriba y dice —pintan bastos —miro la carta y hay una sota de bastos — eso quiere decir que los bastos valen más que las demás cartas.

— Ajá, lo entiendo.

— Empiezo yo. Tiro mi carta, tres de oros —le miro y miro su carta—, ahora tú debes tirar una carta de valor superior a la mía o si no tienes una inferior o que no me pueda ganar deberás deshacerte de una carta del palo que pinta. El que gane la baza se lleva las dos cartas y se las guarda boca abajo. Luego contamos los puntos acumulados. Las cartas de mayor valor son sota, caballo, rey y el As, que es el que más valor tiene y puede a todas las demás. Si en tu haber tienes un rey y un caballo del mismo palo cantas las 20. Son veinte puntos. Si se te olvida los pierdes. Yo iré anotando todos los puntos aquí —señala un libreto—, si tienes los cuatro reyes o los cuatro caballos en tu haber, cantas las cuarenta y ganas la partida.

— Vale.

— Genial, vamos a hacer esta de prueba y así aprendes.

Lo hacemos y gana obviamente el señor Gregorio. Yo me he olvidado de los cantes.

Echamos como unas diez partidas y he ganado un par de ellas que me han hecho sentir eufórica.

— Esta la voy a ganar también, ya verás —le digo y le guiño el ojo—, voy a remontar. Te haré morder el polvo, que me has engañado y hecho trampas antes.

— Eres un poco rencorosa tú ¿eh?

Nos reímos y de repente en la puerta del salón aparece un despeinado Nico. Lleva las mejillas algo rojas, o ha estado bebiendo de más o ha estado... ¡Ni lo pienso! No quiero imaginar que haya podido estar con otra.

— ¿Qué demonios haces aquí? —me dice bastante seco.

Me pongo de pie como si tuviese un resorte en el trasero.

— Yo... —noto que mira a su abuelo y le levanta ambas cejas.

— ¿Y? —me vuelve a mirar.

— Yo quería hablar contigo, pero no estabas y bueno tu abuelo necesitaba que le pusiesen la cena —veo como Nico resopla y mira de nuevo a su abuelo, esta vez con reprobación—, así que, le he dado la cena y estábamos jugando al tuta.

— Tute —me corrige el abuelo

— Ya, bueno gracias por dar de cenar a mi abuelo, puedes irte ya —me señala la puerta.

Me adelanto y voy a rodearle cuando me sujeta del brazo, el olor a cerveza inunda mis fosas nasales y respiro algo más tranquila.

— ¿Te vas a ir vestida así a la calle?

Bajo la mirada y me veo descalza con la ropa de Nico puesta. La risa de su abuelo se oye de fondo.

— Yo... si mejor me cambio de ropa.

Me suelta el brazo y me dirijo a su cuarto. Me desnudo y cuando estoy en ropa interior oigo la puerta cerrarse. Me sobresalto y miro a un Nico distinto. Los ojos enrojecidos y una sonrisa medio torcida. Que me nubla la razón, mis rodillas tiemblan, está guapísimo a pesar de saber que va algo ebrio.

— Ya me visto.

— ¿Qué haces? —me pregunta y no lo entiendo ¿vestirme?

— Lo siento, yo... solo era una partida de tute. Iba a irme enseguida... —veo la duda en su rostro y de nuevo determinación.

— No te vayas ¿no querías hablar? —asiento— Pues hablemos.

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