6. No solo somos compañeros

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NICO

Es viernes. Hace dos días que estuve toda la tarde con Laura de compras. Ayer y hoy me he vestido con ropa nueva. Y todos en la oficina me dicen que menos mal que por fín dejo salir al verdadero Nico. Laura ha evitado todo contacto conmigo.

El miércoles sentí una conexión con ella por encima de la que he sentido con nadie en el mundo. Y eso me da un miedo que te cagas. Porque claro. Yo tengo novia. Aunque Laura no lo sabe. Y ahora más que nunca evito que lo sepa. Leila se enfadó muchísimo porque cancelé nuestra comida el miércoles y no le cogí el teléfono en toda la tarde. Pero es que me salió solo. Era una necesidad centrarme en ese momento en Laura. Y dejarme llevar por lo que mi cuerpo me demanda. Más tiempo con ella.

Pero mi cabeza me frena. Eso y que ella, de verdad, evita todo contacto conmigo. Al menos ayer lo hizo todo el día. Hoy espero al menos poder hablar un poco con ella. La sensación de malestar que tuve ayer por no estar bien con ella, me ralla la cabeza de tal manera que me siento más nervioso de lo habitual. Es como si todo me fuese a ir como el culo. Y no me gusta. Quiero volver a estar bien.

Aparece como todos los días en mi campo de visión, miro el reloj, las ocho en punto. Ni un minuto antes ni uno después. Finjo estar mirando el ordenador, pero de reojo veo cómo va saludando a todo el mundo con esa sonrisa pegadiza que tiene. Llega a la mesa y da un escueto buenos días. Y ahora es el gran momento.

— Oye, Laura, ¿podemos hablar un segundo? —me levanto y estiro la camisa que sé que es la que más le gustó. Si algo he ido a prendiendo estas semanas es a observar como ella lo hace.

Veo que me mira de arriba abajo. Una leve sonrisa asoma en la comisura de sus labios. Está ahí, no hay indiferencia, lo sé. Pero la borra al segundo para mirarme a los ojos.

— Sí, claro dime.

— Señor García, señorita Villanueva —la voz del jefe Jr arrasa mis ilusiones y me giro para mirarle— ¡Vaya! Veo que ha entendido el mensaje de la vestimenta señor Gracía —me mira y luego mira a Laura arqueando una ceja y con una sonrisa en la boca. Ella le sonríe de vuelta y le asiente.

¿Qué ha sucedido?

Luego se borra cualquier resto de sonrisa y se dirige a ella.

— Por su parte señorita veo que...

— No se preocupe por mí. Yo lidiaré con mis problemas. Y el lunes estaré vestida de forma que no dañe la imagen de la empresa.

— Espero que así sea. De todas formas, quiero verla en mi despacho en diez minutos. Señor García que tenga un buen día.

Veo como Laura comienza a beber su café, el que trae todas las mañanas en la mano.

— ¿Va todo bien Laura? —le pregunto poniéndome frente a ella.

— Claro —se encoje de hombros— ¿por qué tendría que andar algo mal?

— Bueno, me has ayudado con esto de la ropa, pero veo que tú...

— Tranquilo —pone sus manos sobre mi pecho y sonríe— como le he dicho a él puedo lidiar con esto. Lo tengo todo bajo control.

Me guiña un ojo y me gustaría que mantuvieses este contacto, pero mira su reloj de muñeca y se separa de mí.

— Debo irme grandullón —le frunzo el ceño ¿no puede ponerme un solo mote que cada día me llama de manera distinta?

Se incorpora y se va en dirección al ascensor. Imagino que al despacho del jefe.

Cuando me siento me vibra el teléfono. Es leila. Desde el otro día me llama a todas horas por tonterías. Dice que ando raro o movidas así. Y la verdad es que por mi cabeza rondan muchas cosas. Bueno solo una. Laura. Pero necesito averiguar si lo que me pasa con ella es una tontería del momento, que está buena o si es algo más profundo. No puedo mandar a mi novia de dos años a la basura por un calentón estúpido. ¿No?

— Hola Leila —le digo.

— Hola ¿has llegado al trabajo?

— Eh —miro mi reloj— Claro. Sí, son las ocho y cinco.

— Ah, estaba en la puerta por si llegabas, para darte un beso.

Frunzo el ceño ¿Qué qué?

— ¿Qué qué?

— Es que el miércoles no te vi, ayer solo te vi cinco minutos y porque te insistí mucho. Y te echo mucho de menos.

— Ya te dije que me estoy llevando algunos casos a casa para revisarlos. Y entre eso y el abuelo no me sobra mucho tiempo. Además, deberías estar estudiando.

— Sí, bueno, he salido a pasear... y eso.

— Ya, pues tengo mucho jaleo aquí —miro mi alrededor y la verdad es que no tengo nada entre manos.

Me siento el peor novio del mundo. Me siento un cobarde y un gilipollas. Así que como lo que soy, me arrepiento.

— Espérame un segundo. Bajo enseguida.

Llamo al ascensor y bajo a la planta baja. Salgo por la puerta y ahí está. Con un chándal, una coleta mal cogida y sin maquillaje. Que no es que tenga algo de malo. Siempre he valorado que sea tan natural. Pero no sé, un poco de rímel de ese, no le viene mal a nadie. ¿O sí?

— Hola amor —ella se lanza a mis brazos y la recojo haciendo casi malabares. Miro a todos lados, no es plan de que me puedan ver de esta guisa, estoy en el trabajo. Junta sus labios a los míos y la separo rápidamente.

— Estoy en la puerta del trabajo Leila. Debo guardar un decoro.

Me mira y me remira poniendo caras extrañas.

— ¿De qué vas disfrazado? Pensaba que solo tenías un traje y...

— Me han adelantado algo del dinero de la beca para poder comprarme ropa, para que parezca un abogado de 22 años —me viene a la mente la imagen de Laura mirándome a través del espejo. Yo con ese calentón de los mil demonios que me dio. No sé cómo no se dio cuenta. Y diciendo que parecía un abogado de 22 años. Sonrío y mi novia vuelve a fruncir el ceño.

— Pues no lo entiendo. ¿Tan importante es la imagen?

— Claro. La semana que viene vienen unos asociados del extranjero y me han pedido que cambiara el traje por algo más... moderno.

— Ya —se rasca la barbilla—. Bueno, tendré que acostumbrarme a verte así.

— Sí, tendrás que hacerlo. Oye, me tengo que subir ya —miro mi reloj. No quiero que Laura vuelva y yo no estar. Seguro que hace alguna elucubración sobre dónde estoy.

— Vale —me giro para irme, pero, su mano me toma del brazo y me giro un poco— ¿Ni un besito de despedida?

— Claro —le doy un leve pico— Hasta luego.

— ¿Nos veremos el finde? —me dice con un tono triste. Estoy pasando demasiado de ella últimamente, pero es que no me nace pasar más tiempo con ella. Me aburre estar en su casa o en mi cuarto. Y me aburre que no hagamos nada más.

— Esta tarde llevo al abuelo a revisión y mañana trabajo en el bar por la tarde noche. Aprovecharé el día para hacer la casa y cocinar para la semana. Pero si eso hablamos para ver si podemos vernos el domingo ¿Vale?

— Claro, me tendrá que valer ¿no?

— ¡Joder! Leila, no me lo pongas más complicado.

— ¿Yo? Pero si estoy todo el día disponible. Eres tú que no haces más que poner excusas estúpidas.

— No voy a discutir, en serio tengo que subir. Hablamos ¿va?

Me doy la vuelta y sin esperar una réplica subo a mi mesa. Laura parece no haber vuelto todavía.

— ¿Dónde estabas? —pego un bote ante su susurro en mi oreja.

— ¡Joder! —me pongo la mano en el pecho que se me ha acelerado cosa mala.

— ¿Tan fea soy que te asusto? —sonríe y como siempre le sonrío.

— Casi me matas del susto, pero no por fea.

— ¿No por fea? Eso está bien —asiento, pero no me muevo—. ¿Café? —me planta un vaso frente a la cara que le cojo y doy un sobo sin perder mis ojos de los suyos. Lo que me pasa con esta chica no es normal. Y encima ya se me ha olvidado que acabo de dejar a mi novia en la puerta.

Algo cortocircuita en mi interior, me giro y me siento en mi lado. Esto que hago no está bien. Tengo una maldita novia a la que le debo un puto respeto.

Veo como ella toma asiento y sonríe.

— Gracias Laura —finge hablar como yo y suelto una carcajada.

— Tienes razón, soy idiota. Gracias por el café, como siempre está a mi gusto.

— Lo sé —me guiña el ojo y parece que vuelve a ser la Laura de antes.

— ¿Qué quería el jefe? —le digo como si no me interesase.

— Nada importante. Quiere que le busque no sé qué en el archivo. Luego cuando bajemos a por tus trapicheos podría buscarlo.

— Claro. Luego vamos.

La mañana pasa entre llamadas de mi abogado asignado y dos reuniones con él para ver que estrategia va a llevar en su próximo caso. Nada importante. Pero bueno algo interesante sacaré de él. Aunque es bueno, es algo zoquete y creo que no vería una aguja, aunque se la pincharan en la mano. Pero bueno.

— Son las doce —Laura me lo dice como cantando y se sienta sobre la mesa a mi lado. Miro de reojo, la veo mirar al techo y mover las piernas. Me gustaría cogerla y besarla así tal cual está.

¿He pensado en besarla? ¿Pero qué me pasa?

— Bien, es la hora —me levanto y dejo las tonterías de mi cabeza— ¿Tienes lo que necesitas del informe para el jefe? —me muestra un papelito y lo mueve frente a mí—. Listos entonces.

Bajamos en silencio hasta el S1. Llegamos a la puerta donde estaba el último informe que cogí prestado para dejarlo en el mismo sitio.

— ¿De qué año es el tuyo?

— 2012 —me dice mirando el papel.

— Vale, vayamos.

Miramos por las puertas y la encuentro.

— ¡Aquí! —le grito y la oigo venir a paso rápido con sus tacones. Me pone nervioso escucharla taconear. Nervioso y curiosamente excitado.

Entramos en una sala algo más grande que las demás.

— Aquí está el año —le digo—.

Ella viene y comenzamos a mirar en las distintas baldas.

— Aquí está —dice ella y me giro para ver donde dice. Pero ella ha debido hacer lo mismo y quedo frente a ella. Su mirada se encuentra con la mía.

Es curioso, porque encontrar ese informe es lo que menos me importa. Doy un paso para pegarme más a ella. Es como si yo fuese una mosca y ella las luces fluorescentes que ponen para atraparlas. No puedo dejar de ver esos dos ojos verdes, brillantes, que me miran con tanta intensidad que me siento abrumado.

Me apoyo con ambas manos en el estante frente a mí, con una amano a cada lado de su cara. Me acerco algo más. Mi pecho roza ligeramente el suyo y lo noto tan acelerado como el mío. No son imaginaciones. Ella está tan nerviosa como yo. Seguro.

Mi díscola mano retira un mechón extremadamente fino que cae por su frente. Lo enrollo en mi dedo y lo suelto de nuevo. Lo cojo una vez más y lo meto tras su oreja, rozando con la yema de mis dedos su lóbulo. Me arde ese contacto y mi corazón quiere salirse del pecho.

— Dime lo primero que se te pasa por la cabeza Nico —me susurra haciendo que note su aliento sobre mis labios. Me relamo y ella hace lo mismo.

— Quiero besarte —¿Qué? ¿Yo he dicho eso? Como pued...

— Hazlo —me corta y sus labios se pegan a los míos.

Mi mano acuna su mejilla y mi pulgar acaricia la piel de su cara mientras abro la boca para dejar que su lengua y la mía se conozcan. Ella agarra mi camisa con sus manos y me acerca más a ella. ¡Joder! Me encanta este beso. Es el mejor de toda mi vida. Jamás me he sentido tan unido a alguien y a la vez me he llenado de tanto miedo de que ella no quisiera. Sus manos tiran de mi camisa y la sacan de la cinturilla del pantalón. Sus fríos dedos se cuelan bajo la misma y noto como tiemblan mientras recorre mi espalda.

Su contacto me enciende como jamás me he encendido. Ella gime en mi boca y no aguanto más. Mis manos bajan por su espalda y la tomo de los cachetes del culo. Los estrujo y hago que se levante liegamente. Ella abre sus piernas y rodea mi cintura.

¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!

Aprieto el agarre de sus nalgas más fuerte estrujándola y haciendo que mi miembro esté más duro que una puta piedra, embisto contra ella y golpeamos fuertemente la estantería.

Sus manos suben, se enredan en mi pelo y tira de él con una fuerza increíble, lo que hace que necesite mucho más. Una energía desconocida me recorre de arriba abajo. Nada importa ahora mismo excepto nosotros dos.

Con mi cuerpo presiono contra el estante para sujetarla, suelto sus nalgas y cuelo las manos entre nosotros. Levanto su camiseta y ella levanta sus brazos. Torpemente consigo librarme de ella y Laura aprovecha para desabrochar mi camisa.

El contacto de nuestras pieles se vuelve fuego puro, llamas, infierno. Ardo en el puto infierno en este momento. No existe una vida, solo los dos. Ella y yo. Aquí y ahora.

Mi camisa desaparece y sus manos se mueven rápidas desabrochando cada botón de mi pantalón. Yo comienzo a besarle el cuello y se lo muerdo un poco haciendo que su gemido sea más fuerte. Consigue meter su mano bajo mi bóxer y rodea mi miembro.

Y no sé describir lo que siento en este momento, solo que mis dedos buscan bajo el sostén. Lo levantan y amaso sus pechos mientras mi boca sigue jugando por su cuello y sus hombros.

— ¡Joder! —me dice ella echando la cabeza hacia atrás— Es mucho más grande de lo que pensaba.

Embisto un poco y la hago reír mientras comienza un vaivén, arriba y abajo con mi miembro, el cuál se hincha por segundos. Con mis manos también busco su pantalón, lo desabrocho, pero como no quiero que pare de hacer lo que está haciendo, cuelo mis manos por su trasero dentro de su ropa interior. Tiene su braguita empapada. Mis dedos juegan entre sus pliegues y con su boca ella busca la mía.

Nuestros besos son ansiosos, necesitados de más. Son violentos. Como jamás lo han sido. Nunca he sentido tanto ardor como con ella. Una de mis manos se cuela como puede por delante, meto dos dedos en su interior y con el pulgar froto su monte de venus donde su punto más sensible ya está hinchado.

Seguimos así un poco más mientras nos bebemos los gemidos del otro. De repente ella gime muy fuerte, separa un poco su cara y con su boca busca mi cuello y me muerde.

La noto temblar bajo mi cuerpo. Mis dedos comienzan a embadurnarse de una cantidad de fluido ardiente, increíble. Sigue temblando cuando yo también exploto y la imito mordiendo su cuello.

Creo que hoy he descubierto que me he corrido muchas veces, pero nunca he llegado al éxtasis más puro.

— ¡Joder! ¡Joder! —digo entre jadeos.

Ella busca mi boca de nuevo. Nos besamos un poco más, cada vez más relajados. Sus pezones se rozan con los míos mientras nuestros pechos suben y bajan cada vez más lento. Saco los dedos de su interior y me lamo uno de ellos cuando ella coge el otro dedo y lo lame por mí.

Nunca he visto una imagen más erótica. En mi vida. Miro su boca, mi dedo dentro, veo como lo lame despacio, una vez, dos, tres y luego lo dirige por su pecho. Roza con él su pezón y da un pequeño gemido aumentando su sonrisa.

— Ha sido la hostia Nico —mis labios la callan otra vez. Mi lengua necesita saborearla de nuevo. Es una necesidad. Es un vicio. Nunca me he hecho adicto a nada. Pero a esto... uff, a esto me hago adicto desde ya.

— Ha sido la hostia —pego mi frente a la suya. Cierro los botones de su pantalón y la insto a que baje las piernas. Ella con sus manos me abrocha la camisa. Me la remete por dentro del pantalón y lo cierra, muy, muy despacio.

Una vez vestidos los dos, la veo colocarse el pelo. Luego con sus dedos se toca los labios y sonríe.

— Eres increíble Nico.

— Tú eres increíble —con mi mano acuno su cara y ella se lanza a darme otro beso. Esta vez más suave. Sin lengua.

— Debo encontrar mi informe. Estaba por aquí, pero no sé dónde.

Nos reímos como adolescentes. Mi móvil vibra y lo saco del bolsillo.

Leila. ¿En serio? ¿Leila? ¿Ahora? ¿Es que me ha visto por alguna cámara oculta? Veo como Laura se gira y saca una carpeta del estante.

— ¿Nos vamos? —pregunta. Su cara se ha vuelto seria de repente. Imagino que para disimular.

— Claro.

Subimos en silencio. No me atrevo a besarla de nuevo. No sé cómo reaccionar a su cercanía ahora. Cuando salimos Laura me mira, sonríe, se estira la camiseta un poco y mira al frente seria de nuevo.

Quiero girarla y besarla antes de salir. Pero no es el momento ni el lugar.

¿En qué nos convierte esto ahora? ¿Somos compañeros? Somo algo más. ¿Y Leila? ¿Qué hago con Leila? Debo aprovechar el fin de semana que trabajo para pensar con claridad. Rober me ayudará. Él me dirá el siguiente paso a seguir.

¿Le he puesto los cuernos a mi novia? Esa pregunta se instala en mi cabeza el resto de la mañana mientras seguimos trabajando. La respuesta es clara. Sí. No hemos follado como tal, pero de toda la vida, lo que ha pasado entre Laura y yo, se consideran relaciones sexuales. Un asesinato a mi relación con Leila, claramente y, además, ha habido ensañamiento y alevosía. Porque no puedo dejar de pensar en, cuando volverá a pasar. Condena a pena de muerte. Alevosía y ensañamiento es poco, y por eso tengo claro que debo hablar con Leila y cortar por lo sano. No es justo jugar a dos bandas. Cuando claramente Leila es la perdedora.

Nos despedimos como cualquier otro día. Llego a mi casa paseo con mi yayo, cenamos, juego con el gato y me voy a mi cuarto. Juego online con mis colegas virtuales y con Leila. Pero hablo poco y me dedico a jugar sin destacar demasiado. Leila me habla un par de veces, pero finjo estar concentrado en el juego y me disculpo por ver sus mensajes tarde.

Pero hablamos de vernos el domingo cuando salga del trabajo. Necesito hablar con ella. Porque Laura y yo ya no somos solo compañeros de trabajo. Y eso me gusta más de lo que quisiera.

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