8. Las cosas, mejor como están

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NICO

— ¿PERO HAS VISTO ESO? —Grito como un descosido cuando la cafetería está vacía y el señor Sánchez se ha ido.

— Oye, ¿has visto como vestían? Se nota a leguas que esa chica no es para ti —asegura mi amigo que parece estar a lo suyo— Seguro que tiene mucho más dinero que tú, se codea con la flor y nata. ¿Quién eres tú? Por dios, has estado a punto de romper una relación de dos años con Leila por una chica que a leguas se ve que es superficial y estúpida.

— ¡JODER! Es que... —me tiro del pelo— es que... no me lo puedo creer. Ayer era otra persona. Ella no viste así, no habla así, no se pavonea así. Es como si la chica que tenía delante fuese otra persona.

— ¿Has visto a su madre? Otra pija. Ya te digo, Nico, ten los pies en la tierra. Esa gente no se mezcla con los mindundis como nosotros. Esa chica te ha engañado y ha jugado a la seducción contigo. Seguro que lo único que quiere es camelarte para luego quedarse en el puesto que salga en el bufete.

— Pero ella ni siquiera está interesada.

— ¿Estás seguro? Esa te ha embaucado para que creas eso —mi amigo me mira y arquea una ceja.

— No lo sé. Ahora mismo no sé una mierda. Solo sé que jamás he sentido esta necesidad con nadie. Que... ¡Joder! Lo que hice ayer con ella fue especial. Sentí una conexión como nunca. Te lo juro tío.

— ¿Y de qué sirve esa conexión colega? Ella te ha menospreciado delante de su amiga y su madre. Te ha montado un numerito. A su amiga le ha dicho que eres su compañero, el friki. Y es más ha dicho que el servicio aquí es pésimo ¿Hola? ¿Qué más quieres?

— No lo sé —me siento en una de las sillas derrotado.

Ya es tarde y vamos a cerrar. Son como las dos de la mañana. Y llevo toda la tarde en un estado de nervios de mierda. Hasta ahora no hemos tenido ni un hueco para hablar tranquilamente de lo que ha pasado.

He mirado mi móvil con ganas de llamarla infinidad de veces. Necesito que me diga que lo que sentí no fue mentira. Que lo que sentimos juntos estuvo allí y no son castillos de naipes construidos por un soñador loco. Pero Rober ya me ha dicho que lo olvide. Si ella quiere darme explicaciones que lo haga ella.

Pero en toda la tarde no he recibido nada. Y ahora solo puedo volver a casa con el rabo entre las piernas y lamerme las heridas que por iluso tengo a flor de piel. Y mañana hablar con Leila. Iba a dejarla, lo tenía tan claro que no veía otra opción. Pero si todo ha sido un espejismo debo valorar que lo que ha pasado es una mentira. Que no ha pasado en realidad. Leila no tiene por qué enterarse nunca. Y haré como que no ha pasado nada.

Miro su contacto de nuevo. Con mis dedos sigo cada una de sus letras. Son como si estuviese enganchado. Y eso que solo lo he probado una vez y ni siquiera del todo.

Tiro el teléfono con rabia. Me siento engañado, ofendido, dolido, humillado y no sabría decirte cuantas cosas más.

— Mira —Rober viene ya sin delantal— vamos a casa. Duerme y piensa bien las cosas. Mañana quedas con Leila. Le pides disculpas por tenerla tan abandonada. Y te olvidas de lo que ha pasado con esa... sanguijuela.

Le miro con una ceja alzada ¿sanguijuela?

— ¿Qué? Es una sanguijuela. Y lo sabes. Solo quería chuparte la sangre y dejarte seco.

Me río por no llorar, pero le hago caso.

Nos vamos a casa. Mañana será otro día.

Entro en casa y Katherine está dormida, tumbada en el sillón con Voldemort encima de su regazo. Apago la televisión y la arropo un poco con la manta. Aunque ahora no hace frío, porque es verano, no quiero que pueda coger frío al dormir. Y menos después de hacerme el favor de quedarse con mi yayo para que no esté solo mientras regreso del trabajo.

Voldemort sale detrás de mí, se cuela en el cuarto de mi abuelo y se sube en la cama con él.

Yo entro en mi cuarto. Me desnudo y me quedo solo con el bóxer. Me miro al espejo y miro mi casada cara, después de la mierda de día que he tenido. Observo la marca rosada casi imperceptible de los dientes de Laura. La rozo con mis dedos. Fue tan real que el dolor por la forma en la que me ha humillado hoy es aún mayor.

No puedo perder más tiempo pensando en esa niña estúpida. Me acuesto y solo un pensamiento recurre a mí. Laura. Doy cientos de vueltas en la cama intentando conciliar el sueño, pero solo ella puede incluso arruinarme esto. Mi descanso.

¡Joder!

¡Joder!

Sin darme cuenta se me hace de día. Me levanto y miro mis enormes ojeras. Mi abuelo ya está con Katherine desayunando en el salón. Miro el teléfono. De Laura ni rastro.

— Hijo —me dice mi yayo— me alegro que puedas desayunar con nosotros —Me siento en la mesa.

— ¿Está bien? —noto la mano de Katherine en mi frente— Tiene una carita de enfermo.

— Es que anoche llegué tan cansado y con el calor y eso he dormido fatal. No es nada.

— Espero solo sea eso mi niño.

— Lo es —me sirvo un café y un par de tortitas que ha hecho Katherine.

— ¿Qué vas a hacer hoy, hijo? —mi abuelo me observa mientras sorbe su tazón de leche.

— He quedado para comer con Leila. Y luego venir a casa a descansar. Mañana regreso al bufete.

— ¿Por qué no dejas tu trabajo en la cafetería? Con lo que ganes en el bufete podemos apañarnos.

— Abuelo ¿y si luego en el bufete no me quedo? Necesito tener algo seguro. Y el señor Sánchez me ha prometido que, si voy los sábados y algún día que me necesite como extra, cuando termine la beca me contrata de nuevo a jornada completa. Al menos no me quedaré sin nada.

— Pero si te van a coger. Van a ver que eres excepcional —mi abuelo me guiña el ojo—, pero, es que si no, vas a acabar por enfermar.

— Lo dudo yayo.

Miro mi teléfono. Efectivamente Leila ya me ha escrito. Quedo con ella a las doce. Y son las diez.

Debo ducharme y vestirme. Bajar a comprar el pan y el periódico para el abuelo y luego irme.

Me ducho, me pongo unas bermudas, las converse y una camiseta. Mis gafas de aviador, para disimular las ojeras y me cercioro que la marca de Laura en mi cuello ya no se ve.

— ¡Abuelo! —me asomo al balcón donde mi abuelo está con Kathy jugando al dominó— Me bajo a por el pan y el periódico ¿Tiene crucigramas? ¿O te subo uno?

Mi abuelo mira en el revistero que tiene a su lado y frunce el ceño.

— Tengo de todo hijo.

— Entonces subo enseguida. ¿Kathy, necesitas algo además del pan?

— Nada mijo. En casa tengo de todo para comer hoy.

— Genial.

Bajo y voy primero a la panadería, compro un par de barras. Si sobra lo congelaré por si necesito otro día. Y un par de pasteles, para disculparme por no comer con ellos hoy. Luego el periódico y un par de revistas de coches que a mi abuelo le chiflan.

Regreso y dejo todo en casa. Miro el reloj, las once y media. Tengo el tiempo justo para llegar a casa de Leila.

— Me voy yayo —le doy un beso a mi abuelo y él me acaricia los rizos, esa es su manía.

Me despido de Kathy y me voy a casa de mi novia.

Llego a casa de Leila bastante nervioso. Yo nunca la he mentido ni la he engañado y no sé si se dará cuenta de que pasa algo. Tampoco sé si decirle la verdad de lo que me ha pasado con Laura y que decida ella qué quiere hacer.

Esa opción, Roberto me dijo anoche que no la veía. Y yo, la verdad tampoco.

Llamo al timbre y Leila aparece con un pantalón cortito y una camiseta de tirantes.

— Pensé que ya no venías —se tira a mis brazos y la cojo.

— ¡Qué exagerada! —me miro el reloj —solo llego dos minutos tarde.

— Te he echado tanto de menos. Llevo casi toda la semana sin verte.

Se separa de mí y se pone de puntillas para besarme los labios. Nos damos un pico y me incorporo para entrar.

Ha sido raro. No es que haya sido raro de... raro. Porque siempre nos saludamos con un pico sin más. Es que no sé. Me siento como si necesitase más.

— ¿Estás bien? —miro a Leila por su pregunta ¿Se me nota lo nervioso que estoy? — Tienes como mala cara.

— Ya, es que anoche no dormí bien. No sé, será el estrés.

— Eso será. He pensado pedir tailandés y ver una de Harry Potter después. ¿Cuál quieres?

Miro a mi novia. Porque eso es lo que es, no ha dejado de serlo. Lleva el pelo recogido en una coleta mal hecha. No está maquillada, como siempre y va vestida de estar por casa. ¿Hace cuanto que no salimos? ¿Hace cuanto que no se arregla y vamos a dar un paseo?

— ¿Por qué no salimos por ahí mejor?

— ¿Salir? —me arquea una ceja— Prefiero aprovechar que tenemos la casa para nosotros solos.

Respiro hondo.

— Ya Leila, pero es que no sé. Las parejas hacen cosas en pareja, no solo están en casa y ven pelis.

— Eso es porque tienen dinero para hacerlo ¿recuerdas que soy más pobre que un mandril?

— Leila, yo te invito. Venga, vístete y salimos por ahí. Hace un día precioso y te viene bien que te dé el sol.

— Nico ¿A qué viene este interés repentino? Sabes que odio salir, odio el sol y el calor. Cuando llegue el invierno saldremos. Ahora prefiero disfrutar de la casa y del aire acondicionado.

Sé que en invierno tampoco querrá salir, porque habrá que hacerlo en un sitio cerrado y eso cuesta dinero. Y para encerrarte en otro lado te encierras en casa. Ya me conozco este cantar.

— Anda, venga, voy llamando para pedir la comida, que como ahora hay empleados de vacaciones tardan un montón.

Me siento en el sofá y miro la tele un rato mientras Leila pide la comida. La miro y remiro y hay algo que no me encaja. Es como si me faltase algo estando aquí. Es todo muy raro.

Cuando termina de hablar viene corriendo y se lanza sobre mí. Ella se ríe y yo me agobio y me tenso. Pero parece no darse cuenta así que me recoloco para estar más cómodo.

— ¿Sabes lo que se me ocurre mientras esperamos? —me levanta ambas cejas y bueno. Puede que acostarme con ella me devuelva esa chispa que parece que he perdido por el camino en este último tiempo.

Meto las manos bajo su pantalón y la aprieto contra mí.

— ¿Dónde vas semental? —entrecierro los ojos sin entender— Venga, vamos a la cama.

Se levanta y entrecruzando nuestros dedos me guía hacía su cuarto.

— Estaría bien hacerlo en el sofá para cambiar un poco —le susurro.

— ¿Qué? —se gira— ¡Que tontería! Donde se ponga mi cama que se quiten esas tonterías ¿Has visto alguna peli de esas de comedia romántica últimamente?

Me sorprende su pregunta y ella se da cuenta. Cierra la puerta de su cuarto y comienza a desvestirse.

— Es que no sé qué fijación te ha dado últimamente con hacer las cosas distintas. Esas posturas, jugar con la comida, y esas tonterías solo salen bien en las pelis. Nosotros somos más tradicionales. Las cosas si funcionan así ¿Por qué cambiarlas?

— No sé.

Comienzo como siempre a quitarme las zapatillas, las bermudas y la camiseta. Miro a Leila y ya se ha tumbado boca arriba y se ha abierto de piernas mostrándome su sexo. Me tiende un preservativo. Lo tomo y me quito el bóxer. Cuando voy a ponérmelo la miro y le brindo una sonrisa ladeada. El otro día noté que a Laura le excitó en el probador y también en el trabajo.

Imágenes de lo que hicimos vienen a mi mente y se me pone muy dura al instante.

— Vaya, hoy vienes con ganas ¿eh? —asiento a Leila, me pongo el preservativo y antes de tumbarme sobre ella como siempre me pongo de rodillas y comienzo a darle besos por el muslo subiendo hacia sus pliegues.

— ¿Qué haces? —me sujeta la cabeza y me insta a que la mire.

— Pensé... que te gustaría —le digo y vuelvo a sonreír. Pero ella frunce el ceño.

— En serio, estás muy, muy raro. Esas cosas me parecen una guarrada. Vamos a hacerlo como siempre. ¡Venga, entra!

— ¿Venga entra? —de repente mi prominente miembro se viene abajo y se me corta el rollo— ¿De verdad no quieres ni siquiera probar?

— No. Por ahí —se señala la entrepierna— hago pis. Es una cerdada. Listo. Igual que yo jamás te haría una... de esas —señala mi pene flácido.

— ¡Joder Leila! Todas las parejas sanas lo hacen, no es algo raro.

— ¿Con qué parejas normales has hablado tú? Y tu amigo Rober y su mano no valen como pareja. Él es un salido asqueroso que se lía con cualquiera. Yo no soy una cualquiera.

— Leila, he leído en internet que los preliminares, el sexo oral y esas cosas son normales. Y he hablado con parejas reales. Del trabajo —una imagen de Laura mientras se corría viene a mi maldita cabeza. ¡Joder! Me siento en el borde de la cama y me cojo la cabeza con las manos.

— ¿Del trabajo? ¿En serio? ¿Llevas menos de un mes allí y ya hablas de sexo con ellos?

— Bueno, las personas normales hablan de sexo.

— Nico, de verdad que estás muy raro. Tú no eres así. Te gusta el sexo tranquilo, como siempre lo hemos hecho. Venga anda —se levanta y me tumba boca arriba, se sienta sobre mí a horcajadas y pone mis manos en sus pechos.

Se mueve sobre mí y consigue que mi miembro resurja un poco. Poco a poco me voy poniendo duro. Cierro los ojos y la cara de Laura cuando estuve con ella viene a mí. Entonces cojo a Leila de las caderas y entro en ella con fuerza. Dejo que me cabalgue lento, delicado, pero necesito más. Mucho más. Necesito sus besos desesperados, sus gemidos, necesito sus labios sobre los míos, cómo ella exigía más de mí.

¡Me voy a volver loco de remate! Sigo cada vez más rápido sujetando con fuerza sus caderas para que sea más duro mientras me muerdo el labio pensando que es Laura quien lo muerde. Poco a poco voy cayendo más en los recuerdos y soy menos consciente de donde estoy. Estoy en el archivo, Laura me rodea con sus piernas. Sus besos me devoran hasta el alma.

Estoy a punto y entonces gime alto, abro los ojos para ver sus ojos verdes pero solo veo a Leila sobre mí con sus ojos cerrados y cara de concentración, cabalgandome y me lleno de rabia. De dolor. Todo ha sido una maldita mentira. Leila es mi novia. Estoy aquí con ella. Porque ella me quiere.

Me corro en su interior mientras ella gime y tiembla sobre mí.

Quiero besar sus labios, pero Leila me saca de su interior y se marcha al baño. Como siempre. Y me quedo mirando al techo como un panoli. Amargado y ofuscado. Esa rubia me acaba de joder la vida. Porque ahora esto no es lo que quiero.

Quiero más, mucho más.

— Ves, cielo —oigo que Leila entra y me incorporo para mirarla. Se comienza a vestir—. Las cosas, mejor como están.

Y mi vida se sentencia. Pero en algo tiene razón. Las cosas, mejor como están. Laura ha sido un bache en el camino, Leila es mi camino. Y jamás debe saber que le fui infiel. Y jamás volveré a serlo. Porque la aventura ha llegado a su fin. Me quitaré sus recuerdos como sea, aunque tenga que irme al infierno.

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