Capítulo 2

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Jacob intentó prestar atención a cada respuesta de los demás panelistas, de verdad lo hizo. Pero, aunque sus oídos registraron y entendieron todas sus palabras, sus ojos fueron incapaces de despegarse de la silueta del pintor, y en específico de su rostro tallado por los ángeles, y bendecido por el mismísimo Dios. El hombre, a cambio, lo encaró de vuelta cada vez que terminó de hablar, como si estuviera tan fascinado por su presencia como él.

El profesor se sentía hipnotizado por su presencia.

—Realmente la contribución de Jonathan Silverman al imaginario nacional es muy importante, pese a que su existencia en la historia de nuestro país es muchas veces ignorada y menospreciada... —El entrevistador, quien resultaba ser el director del museo, comentó así que el biógrafo invitado para la charla finalizó su turno de habla—. Pero hay otro tema que suele ser ignorado cuando este increíble autor es mencionado o discutido, y que en los días de hoy ya no debería ser un tabú mencionar... su sexualidad —Jacob notó a varios de los visitantes sentados acomodarse en sus sillas, y a los que estaban parados, mover el peso de su cuerpo de un pie a otro. Algunos de los presentes parecían curiosos y contentos, ya otros, un poco molestos por la aparición del asunto—. Quiero hacerle una pregunta a usted, monsieur Moran, sobre ello... Y lo menciono a usted en específico, porque ya ha afirmado varias veces que Jonathan Silverman era gay...

—Así es.

—E incluso ha tenido un puñado de discusiones públicas con el propio monsieur Quinet, aquí presente, respecto al asunto... Díganos, ¿por qué cree con tanta certeza que tiene la razón?

Moran se rio.

—¿Ya ha usted ido a la habitación de Jonathan Silverman? Está aquí arriba —El pintor acercó su micrófono a la boca con una mano y usó la otra para apuntar al techo—. Hay una pintura gigantesca del barón de Charmont colgada al frente de la cama de Silverman. Y en la habitación de visitas que está al lado, Silverman puso su propio retrato. ¿No encuentran eso un poco raro? ¿En especial considerando el hecho de que el barón pasaba más tiempo aquí que con su propia familia?... ¿Por qué los dos querrían irse a dormir viendo una pintura de su "mejor amigo"?... Además, tenemos muy pocas cartas completas escritas por los dos. Pero sabemos que el barón le dio instrucciones a Silverman de quemar casi toda su correspondencia en conjunto, para "mantener segura su privacidad"... ¿Habrá realmente sido por eso? ¿O tal vez los dos querían sentirse más tranquilos al ocultar su amorío?... —La autora a la derecha de Charles asintió, encontrándole sentido a su razonamiento, pero el biógrafo a su izquierda carcajeó, como si la idea fuera más que absurda, ofensiva—. Y ¿qué hay del hecho de que ambos murieron juntos? Sabemos por documentos históricos preservados en este mismísimo museo, que los soldados del ejército revolucionario solo querían matar al barón... Y Silverman era amado y respetado por el pueblo. Él podría haber abandonado al hombre y escapado ileso. Pero se quedó junto a él hasta el final. Y también hay reportes de que murieron abrazados...

—Eran como hermanos...

—Monsieur Quinet, con todo respecto, yo no le escribiría "La escarcha de mi corazón se convierte en brasas todas las veces que nuestros ojos se encuentran y nuestras manos se tocan" a mi hermano.

El público se rio. Incluso los que no estaban de acuerdo con el pintor no pudieron evitar hacerlo.

—Antiguamente la manera de comunicarse era otra, más florida, más intensa...

—Sí, se nota —Charles siguió molestando al hombre, al alzar sus cejas y prensar sus labios en una línea recta.

—Pues yo estoy de acuerdo con monsieur Moran —Juliette Bassett comentó a seguir, cruzando sus piernas—. Porque mientras escribía "Todos los besos que no te di", usé algunas de las cartas aún tenemos preservadas entre Silverman y el barón como inspiración para redactar el romance de Alain y Patrice. Y les juro que no les vi nada de platónico o fraternal en esos textos. Esos dos se amaban de verdad.

—El caso sigue siendo que no tenemos suficiente información para determinar si Silverman era o no homosexual. No nos olvidemos que también le escribió a Lucille Jaune múltiples cartas románticas durante su vida.

—"Durante su vida" es demasiado tiempo, monsieur Quinet —Charles nuevamente abrió la boca—. Le escribió a Lucille hasta sus veinte años, que justamente coincidieron con el momento de su vida en el que conoció al barón.

—Aun así, tuvo a una chica...

—Eso no significa nada, monsieur. Yo también tuve a múltiples novias y ahora estoy aquí, gay y orgulloso.

—Además, la bisexualidad existe —Juliette recordó y el pintor asintió, sonriendo.

Quinet sacudió la cabeza y dio de hombros, rindiéndose.

—Mejor seguimos con las otras preguntas, o esto se volverá una sección de comentarios de Twitter en la vida real —el director del museo bromeó, y continuó con el resto del panel.

Jacob, mientras veía este debate, había cruzado los brazos y adoptado una expresión asombrada. Otra coincidencia rarísima; aquel clon del barón también jugaba para su mismo equipo. Bueno saberlo.

Esperó a que todas las preguntas fueran dichas y todas las respuestas compartidas para acercarse al escenario. Pero, mientras la gran mayoría de los presentes se iba a conversar con Juliette Bassett, la figura más famosa del trío de invitados, él caminó en línea recta al pintor, quién recién había descendido de la plataforma y ahora estaba de pie cerca de una ventana, mirando afuera.

—Me encantó su teoría sobre la sexualidad de Silverman, monsieur*.

El hombre, quién estaba ocupado bebiendo un poco de agua, bajó su botella mientras se tragaba el líquido y enseguida la tapó, llevando su mirada hacia el profesor.

—Gracias, monsieur...

—Jacob Argent.

—Un placer. Charles Moran —Movió la cabeza, en vez de estirar su mano adelante. Era más para seguir los protocolos de Covid que por ser engreído, pero con su actitud reservada su verdadera intención no fue del todo clara—. Aunque, y corríjame si es que me equivoco, creo que usted y yo ya nos conocemos.

—Ah... —El muchacho observó la camisa del pintor, que seguía manchada con el latte de la mañana—. Sí, ehm... Sí. Yo... lo lamento por eso.

—No se preocupe... —Charles dejó la botella sobre el alféizar y recogió su propia mascarilla negra del bolsillo, para ponérsela en el rostro.

Eso le recordó al otro joven de algo:

—Pero, ¿cómo sabe usted quién soy, si en ningún punto me ha visto sin mascarilla?...

—Pues, por tu voz y por la cicatriz en tu tez —El moreno señaló a su cabeza—. La reconocí así que llegaste.

Ah.

AH.

Entonces por eso él no había parado de mirarlo. Quería confirmar si era el maldito desgraciado con el que había chocado en el aeropuerto o no.

Eso hacía bastante más sentido que un enamoramiento repentino, o un interés romántico inexplicable.

—¿Esto?... Bueno, supongo que sí es un poco notable. Tuve un accidente de bicicleta a los once y me quedó el recuerdo.... Aunque a veces se me olvida que la tengo —El docente soltó una risa nerviosa y en ella se hizo claro su remordimiento—. Pero en fin... Lamento haberle estropeado la ropa. No era mi intención hacerlo.

—No, no... yo soy quien debo disculparme. Sí iba apurado y acabé atropellándolo sin querer. Además, no tenía razón para hablarle con tanta agresividad... Perdóneme. Estaba estresado. Tuve una mala mañana.

—Perdonado está, si usted también deja pasar mis ofensas.

—Nunca escuché nada —El pintor pinzó su pulgar y dedo índice y los corrió por la cima de su mascarilla, como si jalaran un zipper invisible sobre su boca.

—Ehm... —Jacob volvió a cruzar los brazos, así que lo oyó reírse—. Déjeme pagarle por el café, por favor...

—No hay necesidad...

—No, eh... ¿Está ocupado ahora?

—¿Huh?

—Podríamos ir a tomar un café, entre los dos. Si es que usted no está ocupado. Así le devuelvo el Latte que perdió, y puedo oírlo hablar más sobre sus teorías respecto a la vida de Jonathan Silverman. Me serviría mucho ese tipo de contenido, porque así puedo darles una clase a mis alumnos solo sobre él y su obra...

—¿Usted es profesor?

—Así es. Doy clases en Merchant, de inglés y literatura.

—Fascinante... —El pintor metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón—. Y le diría que sí a su propuesta, si no tuviera la agenda tan llena.

—Ah... —Jacob intentó ocultar su decepción, pero no pudo—. Una pena.

—Pero... —Charles dio un paso adelante, percibiendo que había metido la pata—. Creo que sí tengo espacio para una cena. Si es que usted no estará ocupado.

—No, para nada... Tenía planes de comer en mi hotel e irme a dormir, de hecho.

—Pues ahora tiene un itinerario nuevo. Encuéntrese conmigo en el restaurante Étoile Noire, a las ocho. Y tome... —El artista quitó sus manos de sus pantalones y usó a la derecha para sacar una tarjeta de negocios del bolsillo interior de su traje—. Aquí tiene mi número de celular, mi correo y mi cuenta de Instagram. Escríbame cuando quiera.

Jacob, algo asombrado por su carisma y simpatía, asintió y tragó en seco.

—Eso haré...

—Nos vemos más tarde entonces, monsieur Argent —el pintor dijo al recoger su botella de agua y pasarlo de largo—. Disfrute el resto del Museo.

Y con esto, se retiró de la sala junto a una mujer de mediana edad, quién parecía ser su asesora. Jacob lo vio irse con una expresión pasmada, sintiéndose aturdido por lo que recién había pasado. Así que él desapareció, observó la tarjeta con mayor cuidado.

"Charles Moran Norton

Ilustrador, pintor, escritor y músico

Instagram: @Charr.MNT

Número: +2512111862

[email protected]"

Sin nada a perder, lo comenzó a seguir en todas sus redes sociales y confirmó por mensaje, más una vez, que sí iría a su encuentro nocturno. Mientras esperaba por una respuesta recorrió el resto del museo, con la mente perdida en algún lugar lejano, el estómago lleno de mariposas, el mundo girando a su alrededor, y su agarre en la realidad volviéndose cada vez menos firme.

No podía creer lo que hoy le había pasado. No podía creer que estaba caminando por los pasillos alargados de aquella mansión, ni que recién había visto en la carne a una copia fidedigna de su novio imaginario.

Estaba feliz y esperanzado, sí... pero a la vez se sentía profundamente aterrado.

¿Y si estaba equivocado y este hombre en verdad no era el barón? ¿Y si este pobre sujeto apenas se parecía en exceso al noble? Charles no tenía la menor idea de las locuras que sucedían en su cabeza. Lo más probable es que este fuera el caso.

Y Jacob sabía que sonaría demente al intentar explicarle todos los sueños que había tenido sobre el fallecido caballero. Tenía claro que su imagen solo empeoraría si le demandaba a Charles explicaciones por dicho fenómeno —del cual él no era para nada responsable—.

Quería hacerle mil y una preguntas sobre su vida, sus gustos y sus noches, para así descubrir si realmente se había topado con su hombre misterioso, pero... sabía que no podía. Al menos no por ahora.

Tenía la oportunidad de conocer al pintor mejor y esa era la prioridad. Entendería por qué él estaba interesado en la vida de Jonathan Silverman antes de tomar cualquier riesgo. Antes de exponer las aventuras que tenía cada madrugada, y pedirle su ayuda para entenderlas por completo.

"Creo que tendré que aplazar nuestra cena a las ocho y media, si no te molesta." Charles le escribió de pronto, haciendo a su celular vibrar.

"No te preocupes, ocho y media sigue siendo una buena hora."

"Nos vemos entonces."

El profesor suspiró.

—Ojalá él no me deje plantado...


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RECUENTO DE PALABRAS: 1855

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