🎖️Capítulo 31🎖️

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Junio

Alberobello

Una semana antes de que Alan cumpliera años y en vez de un festejo en la villa se hiciera un evento al aire libre en el pueblo de Ostuni y así entregarle una insignia, la pareja tuvo una invitación a un concierto nocturno al aire libre en tributo a Ennio Morricone.

Esa noche Celeste se estrenó los aros que le había regalado su marido y un bonito vestido de verano. El evento duró dos horas de música clásica que dejó encantada a la chica y con una sonrisa en su rostro. Los invitados aplaudieron de pie y luego de una reverencia ante el público, se despidieron. Los demás comenzaron a dispersarse, a saludar a otras personas y a quedarse tras un cóctel servido.

Gemma que estaba invitada también al evento se acercó a ellos con intenciones poco amistosas, ya su sonrisa denotaba cinismo y Celeste la vio cuando se aproximaba a ellos.

—Apareció de nuevo —acotó la argentina masticando un bocado salado.

Alessandro giró la cabeza en dirección a la mujer y revoleó los ojos ante lo inevitable.

—Buenas noches, Alessandro —se dirigió a él, pero no a la joven porque no la tenía en cuenta.

A Celeste ya no le molestaba como antes, tan solo se limitaba a escucharla y si debía decirle algo, lo hacía. Después del encuentro en el festival de Bari catando vinos, tuvieron dos enfrentamientos más, pero parecía que a la italiana le gustaba quedar humillada porque volvía otra vez para molestarlos.

—Buenas noches —el hombre fue bastante cortante.

—Preciosa noche para tener un caluroso encuentro íntimo, ¿no te parece? —Lo miró con atrevimiento.

Al barón no le movía un pelo desde que había roto con ella para casarse con Celeste y estaba agradecido a su padre y al padre de su esposa de haber acordado aquel matrimonio porque se salvó de varias cosas si se hubiera casado con Gemma. Principalmente porque era una arpía y pretendía que todos estuvieran alrededor de ella.

—¿Es lo único que se te viene a la cabeza cada vez que nos ves? —la pregunta del barón fue tajante—. Sinceramente me agobias, no solo a mí, sino que a mi esposa también.

—Antes no...

La interrumpió él de nuevo.

—Antes era otra cosa, Gemma, ahora es el presente y va siendo hora de que pases la página y te fijes en alguien más para molestar o intentar cazar. Todos sabemos que estás en busca de alguien con dinero para acrecentar tu poder, creíste en algún momento que podías todavía manipularme o dejarme confundido para hacer una estupidez, pero tu juego ya lo conozco desde hace rato y lamento decirte que no funciona más en mí.

—Me cambiaste por alguien que ni siquiera tiene un título o una cuenta bancaria abultada —manifestó molesta.

—¿Crees que eso es lo más importante para poder ser feliz? —cuestionó con intriga y frunciendo el ceño—. Mi madre tampoco era adinerada o llevaba un título, así que, deberías cuidar las palabras que salen de tu asquerosa boca porque si me cabreas más, te pediré que te vayas del país y no lo pises más. Y sabes tan bien como yo que una palabra mía es sinónimo de poder y respeto.

Fue el turno de Celeste abrir la boca.

—Si no querés que me salga lo latina cabrona y te deje en ridículo como una rata, vas a tener que obedecer el pedido del barón, porque me sobran las ganas de agarrarte de los pelos y arrastrarte por el piso.

Gemma quedó petrificada con lo último que escuchó de la baronesa y aunque le parecía insulsa, estaba más que segura que le haría eso sino dejaba de molestarlos, prefería desaparecer de sus vidas antes que ser humillada por la esposa del barón. Para Gemma el orgullo y la apariencia eran lo primero en su vida de noble y aristócrata.

Dio un paso hacia atrás, se giró en sus talones y desapareció entre la multitud de personas. Celeste suspiró de alivio y miró a su marido cuando este la estaba observando también.

—No necesitaré contratar un guardaespaldas —se rio por lo bajo y se acercó a ella.

—Aunque había mucha gente cerca, tenía un poco de miedo igual por si se le ocurría hacer algo inapropiado.

—De eso nada porque Gemma vive de apariencias, prefiere mantenerse callada cuando sabe que la están humillando antes que armar una escena y salir perjudicada.

—¿Crees que volverá a molestarnos? —cuestionó preocupada.

—Lo dudo mucho —negó con la cabeza—, esa mujer te aseguro que no nos molestará más con las cosas que le hemos dicho. Se buscará a alguien más para molestar o en todo caso conseguirá un ricachón para continuar viviendo entre lujos y apariencias.

—Pobre del hombre que se case con ella.

—No si es igual que Gemma —admitió bebiendo un sorbo del licor Sambuca Molinari que tenía en el vaso.

—Bueno, eso es cierto.

La joven pareja se quedó disfrutando del cóctel casi hasta el final y luego regresaron a la residencia para entrar a oscuras mientras se besaban y reían. Alessandro cerró la puerta del dormitorio y la arrinconó contra una de las paredes al tiempo que la besaba con más pasión que antes. Aun vestidos, la levantó para poner sus piernas alrededor de la cintura.

—Abrázame por el cuello —expresó entre susurros ahogados sin dejar de hacer lo debido para penetrarla de aquella manera.

Celeste quedó en blanco cuando sintió que de a poco iba entrando en ella. Las oleadas de calor que comenzó a sentir la chica fueron el fuego interno que estaba sintiendo Alessandro en aquel instante mientras se movía con lentitud dentro de su mujer.

—Aless, qué intenso es esto —declaró con la voz entrecortada de deseo.

—Bambola, disfruta de esto —le sonrió—, ¿sabes algo? Hoy al mediodía me llegaron al banco unos papeles desde Buenos Aires.

—¿C-cuáles? —le preguntó intrigada intentando concentrarse.

—Los papeles de tu departamento, ese hijo de puta de Martín no te va a joder más. Le ofrecí una cuantiosa suma de dinero y acepto como el aprovechado e interesado que siempre supe que era —rio por lo bajo y le dio un beso para que no pensara.

—¿Por qué lo hiciste? —Se quedó sorprendida.

—Porque no quiero que te moleste más, el departamento es tuyo, él ya no tiene más nada que hacer en tu vida. Puedes hacer lo que quieras con él, venderlo, tenerlo como lugar para cuando vayamos o rentarlo —le emitió, embistiéndola una vez más.

Celeste suspiró cuando se sintió extasiada.

—M-me gustaría alquilarlo y con esa plata ahorrarla para Alan.

—Bien, es una buena idea. Le abriré una cuenta en el banco y luego tramitaré los papeles.

—Gracias —le dio un beso—. ¿Y qué pasó con el abogado?

—Le he depositado en su cuenta quinientos mil euros, es una buena cifra si la sabe administrar bien y con el cambio de moneda, vivirá como un rico.

—Es una locura —quedó pasmada al saber el monto.

—No lo es sabiendo que a ti dejará de molestarte. Te amo, Celes.

—Te amo yo también, Aless.

La pareja continuó entregándose al otro hasta llegar al clímax juntos, así fueron a la cama y entre besos y caricias, volvieron a hace el amor vestidos.


A la mañana siguiente y despertándose atravesada en la cama, pero tapada, comprobó que tenía puesto lo de ayer, pero sin las sandalias. Alessandro no estaba y se estiró rodando en la cama. Frutilla saltó para lamerle la barbilla gracias al barón que le había abierto la puerta. Celeste se puso de costado para abrazarla y darle besitos.

Pronto se levantó de la cama y entró al baño para darse una ducha. Luego se vistió y salió del cuarto junto a su perrita que la tenía en brazos.

Dio los buenos días a los demás y se sentó al lado de su hermano dejando a Frutilla en el piso.

—¿Cómo la pasaron anoche? —preguntó Vitto que los había ido a visitar.

—Muy bien, el concierto fue muy bueno, salvo por Gemma —acotó su hijo.

—Supe que todavía no se había ido.

—Estoy seguro de que hoy o en estos días regresará donde tiene residencia. Después del altercado que tuvimos con ella anoche no le quedarán más ganas de molestarnos.

—¿Otra vez los molestó?

—Sí, pero la esposa que tengo le mostró sus garritas —rio ante el comentario.

—Ya lo creo que las sacó, es lo que tienen las argentinas, muestran las garras cuando sienten que es necesario para proteger lo que quieren —admitió su suegro.

—No lo dudo.

Tocaron el timbre y Sabina fue a atender y enseguida se apareció en el comedor para llamar a Celeste.

—¿Quieren hablar contigo?

—¿Conmigo? —Alzó las cejas—, ¿quiénes? —Se levantó de la silla para ir con ella.

—Los empleados que renunciaron cuando ustedes llegaron —le comentó la italiana.

Celeste se los quedó mirando a todos y estos a ella, ninguno hablaba, pero fue la joven quien rompió la incomodidad.

—Hola, buenos días. Me alegro mucho de verlos de nuevo —les regaló una sonrisa.

—Celeste —habló quien antes era la cocinera—, ¿podemos llamarla así?

—Sí, claro, pero solo si me tratan de tú. No me gusta mucho la formalidad.

—No sé cómo comenzar, pero en nombre de todos, nos gustaría si fuese posible la reincorporación a los puestos que teníamos antes.

La argentina se sorprendió demasiado y supo que había sido su marido quien los persuadió con un sueldo más elevado.

—Alessandro no me dijo que venían.

—El señor Frumento no ha ido a visitarnos. Nosotros hemos venido por cuenta propia.

Cada uno de los que había renunciado estaba allí, teniendo en las manos productos caseros y un ramo de flores el jardinero.

—¿Y quieren volver a trabajar? ¿Por qué? —Sintió curiosidad por saberlo.

—Necesitamos el trabajo, donde hemos estado no nos trataron bien a pesar de que la paga era buena, aparte de que, venimos a pedirle disculpas, aunque sabemos que es demasiado tarde para eso.

—No es tarde si viene con sinceridad —les sonrió y los dejó pasar.

Cada uno fue entregándole un regalo, comenzando por el ramo de flores.

Sabina les regaló una sonrisa estando feliz y sabiendo que ahora iba a ser solo la compañera de Celeste para ayudarla en sus cosas personales.

Los tres varones escucharon los murmullos de varias personas y se levantaron de las sillas para caminar hacia donde estaban los ruidos.

Alessandro quedó sorprendido de ver a la cocinera, la ayudante de esta, el mayordomo, el jardinero, el ama de llaves, la que mantenía por dentro la villa y al que mantenía por fuera esta.

—¿Qué es todo esto? —Alzó una ceja.

—Vuelven a trabajar —le dedicó una sonrisa.

—Buenos días, señor Alessandro, señor Vitto, señorito Alan —les habló el mayordomo.

—Buenos días a todos —repitió el barón.

—La señora de la villa nos aceptó de nuevo en nuestros puestos —admitió Romolo, el mayordomo.

—Me parece bien y me alegra saber que dejaron el odio atrás.

—Nosotros somos los agradecidos de que la señora nos diera de nuevo el trabajo que antes teníamos aquí —notificó Romolo.

—Hemos traído varios productos caseros para que degusten —comentó Luisa, la cocinera.

—Extrañaba los productos de sus huertas —admitió Aless con una sonrisa.

—Pero la mayoría de ellos son para Celeste, productos personales caseros —dijo Chiara, el ama de llaves.

Vitto sonrió ante lo que estaba presenciando, la historia se repetía, pero solo el lado bueno y servicial de las personas que tenían con su esposa.

—En nombre de todos y mío —declaró Chiara—, queremos pedirles disculpas a ustedes también por el comportamiento que hemos tenido luego de lo que se rumoreó sobre la señora Alejandra. No era manera para reaccionar así y sinceramente nos hemos dejado llevar por las habladurías.

—Disculpas aceptadas —comentó Vitto.

—Pueden regresar a sus trabajos, acepto sus disculpas también —manifestó Alessandro.

—Se los agradecemos mucho —respondieron al unísono.

La cocinera y su ayudante se pusieron manos a la obra para acomodar y sacar el libro de recetas caseras que la mujer guardaba con tanto cariño mientras que los demás se dispersaron para ocupar sus puestos.

—Nosotros regresamos a desayunar.

—De acuerdo, cualquier cosa que Celeste nos diga lo que haga falta —contestó Luisa.

—Perfecto —acotó el barón.

—¿Te parece que horneemos dulces de tu país? Necesitaríamos las recetas.

—Me gustaría —les sonrió a ambas—. Gracias.

—Por fin podré estar solo en mi puesto de trabajo —admitió Sabina—, se tardaron mucho en regresar.

—Lo sabemos, pero a partir de hoy no tendrás que hacer otras cosas, Sabi —le dijo Chiara—, iré con Verónica a revisar la residencia por dentro por si hace falta algo.

—Está bien, gracias.

Celeste vio que todos estaban en sus puestos y luego de avisarles que volvería al comedor, Luisa y su ayudante Anna continuaron con las elaboraciones de comidas saladas y dulces.

La chica estaba feliz de que regresaran a trabajar en la villa y con una sonrisa se sentó al lado de su hermano y a la derecha de Alessandro.

Villa Elixir había vuelto a la normalidad en todos los sentidos. 

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