28 El castigo

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Hola a todos, aquí Coco, quien está pensando seriamente en ir al psiquiátrico también, ya que se está volviendo loquita en el buen y en el mal sentido... Naaaaah XD No creo llegar a tanto, aunque definitivamente si debería tomarme unas gotitas para los nervios. Aquí reportando. Las cosas en casa van mejorando mucho, al punto que he podido darme el tiempo de volver y traerles un nuevo capítulo esta noche. Muchas gracias por el apoyo de todos durante esta difícil situación, ustedes y el melizabeth son la cucharada de azúcar que necesito en mi amarga vida. Cosas buenas vienen pronto, yo lo sé, lo siento en mi corazón. Y espero poder seguir un tiempo más con mis cocoamigos para compartirlas y gozarlas juntos <3 Ya saben qué hacer.

Posdata: algunas de esas cosas son el estreno de la última temporada de NNT en Netflix, y la llegada de la película en octubre. ¿A qué también están emocionados? fufufu. 

***

En cuanto Elizabeth despertó, sintió que había abierto los ojos dentro de una pesadilla. Estaba desnuda, atada a una cruz de madera, amarrada por las muñecas y los tobillos. Se encontraba dentro de un cuarto negro con luces de color rojo, y una música espectral sonaba en el fondo de la habitación. Intentó liberarse tirando de sus muñecas, la desesperación le subió por la garganta, y cuando estaba a punto de soltar un grito, este se le atoró al ver que había una persona en medio de esa oscuridad.

—¿Qui... quién anda ahí? —Intentó ajustar sus ojos a la penumbra, miró dentro de las tinieblas, y cuando por fin pudo reconocer la pequeña silueta en la silla, no supo si sentir alivio o miedo—. ¡Meliodas!

El rubio estaba sentado en una postura extraña, como una muñeca rota que alguien dejó abandonada. Sus brazos colgaban a los costados, la barbilla le descansaba sobre el pecho... y estaba prácticamente desnudo. Tenía el pecho descubierto, solo llevaba puesto unos ajustados pantalones de cuero negro con el botón desabrochado, e iba con los pies descalzos. El corazón y las entrañas de Elizabeth se contrajeron, su cuerpo aún reaccionaba inevitablemente al de él, pero justo cuando aquella llama comenzaba a encenderse nuevamente, tuvo un horrible presentimiento que la apago por completo. Algo muy malo le ocurría a su amado. Estaba más pálido que de costumbre, tenía ojeras que eran como dos círculos negros sobre su cara, y la mirada estaba vacía, ausente... casi como si estuviera muerto.

—No por favor. ¿Cariño? ¿Cariño, estás bien? —Aquellas palabras trajeron de vuelta a la vida a aquel muñeco inanimado que era su novio, y cuando finalmente alzó la mirada, ella supo definitivamente que lo que sentía era miedo. Los ojos de Meliodas eran como el abismo.

—Vaya, ¿así que sigo siendo tu "cariño"? —El demonio se levantó de forma lenta y sensual, con el mismo andar pesado de un depredador a punto de devorar a su presa—. No me lo parecía, desde que decidiste largarte y abandonarnos. —El recuerdo de todo lo que vivió la noche pasada volvió a Elizabeth de golpe, y al hacerlo, un poco de valor y enojo regresaron.

—¿Y qué querías que hiciera? No podía seguir contigo desde... —Miró como él caminaba hacia una mesa que antes no había visto, y luego siguió hablando con algo de torpeza—. Desde que... que me enteré de "eso". —La albina trató de penetrar la oscuridad para entender lo que veía, y casi se desmaya al comprender lo que había sobre el mueble de madera: parecían instrumentos de tortura. El rubio levantó uno, algo que parecía un plumero, y comenzó a observarlo como si fuera lo más interesante del mundo.

—¿Y qué es "eso" de lo que hablas? —Solo pensarlo casi hace que vuelva a llorar, pero ella sabía que tenía que ser directa y valiente si esperaba sobrevivir a lo que estaba pasando.

—Que en realidad aún estás con Liz. Por favor Meliodas, déjame ir. No merezco esto, yo...

—¿Ya lo decidiste, no?

—¿Eh? —Por fin eligió el objeto que quería. El demonio tomó un cuchillo largo similar a uno de cocina y, tan rápido que ella apenas pudo verlo, lo clavó sobre la cruz de madera a unos pocos centímetros de su cara.

—¡¿Ya todo está claro no?! Soy un bastardo, un perro infiel y fornicador que te engañó con la esposa de su hermano. Eso es lo que crees, ¿no es así? —Ella se quedó muda, simplemente no podía parar de temblar—. Soy un traidor, un lunático, un maníaco que no puede mantener el pene dentro de los pantalones, ¿eso es lo que piensas? —Ella se le quedó viendo con las pupilas dilatadas de miedo mientras el corazón se le rompía en pedazos—. Soy un enfermo mental que lo único que hace es coger con cierto tipo de mujer, y da la casualidad de que tú eres ese tipo, ¿o me equivoco?

Lo último lo había dicho con una voz quebrada, y la peliplateada se animó a volver a mirarlo tratando de comprender lo que estaba pasando. Por fin la energía había cambiado y, aunque aún llevaba el arma en la mano y fruncía el ceño furioso... la albina se dio cuenta de que estaba sufriendo. No. Estaba muriendo. Temblaba y empalidecía, daba la impresión de que el que estaba a punto de desmayarse era él.

—Elizabeth, ¿cómo pudiste creer eso? —Ahí estaba su amado bibliotecario. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, se jaló los cabellos con desesperación, y soltó un grito tan profundo que hasta a Elizabeth le dolió—. Después de todo lo que pasamos juntos, sabiendo todo lo que significas para mí, ¡¿cómo pudiste pensarlo?! —El rubio siguió avanzando hasta volver a quedar frente a frente, y cuando el azul celeste quedó bien fijo sobre sus esferas color esmeralda, le soltó su confesión—. ¡No es verdad!, ¡yo jamás te engañaría! —El silencio se instaló entre los dos por un minuto entero y, cuando al fin su respiración se estabilizó, siguió—. Fue mi culpa por no explicarte, por no decirte a tiempo. Liz, ella... está enferma. Enferma no como un insulto, sino realmente enferma, diagnosticada por un psiquiatra —Elizabeth quedó tan impactada por la revelación, que toda su ira y miedo se desvanecieron—. No come, no duerme, no quiere nada. Sé que no debería ser mi problema, pero cuando ella amenazó con suicidarse si no iba a verla, tuve que ceder.

—¡¿Intentó suicidarse?! —El rubio se le quedó viendo aún más intensamente, y entonces su demonio sonrió de lado en una mueca burlona.

—¿Qué? ¿Tenías tanta prisa por dejarme que ni siquiera leíste los mensajes completos? —Era cierto. En realidad, ella no había intentado encontrar una explicación, sencillamente pensó lo peor y asumió que había sido engañada.

Oh diosas. ¿En verdad todo este asunto se habría evitado de haber leído todo?

—Bien, el punto es que fui. Aquella noche, cuando te dije que hubo problemas en casa de mi padre, y luego cogimos sobre el escritorio de nuestro estudio, ¿recuerdas?

—¿Pero por qué no contarme de inmediato? Meliodas, ¿por qué no me lo dijiste?

—¡Tal vez porque sabía que podía pasar esto! —El pecho del rubio subía y bajaba como si le costara respirar, y la voz pasó de ser la del demonio a la del bibliotecario otra vez—. Tal vez porque temía tu reacción. Tal vez temía que me abandonaras o... o tal vez, solo no quería hacerte daño con toda la mierda que conlleva el estar conmigo —Las lágrimas seguían cayendo sin control, y el agarre sobre el cuchillo fue haciéndose más débil—. Le pedí ayuda a Merlín después de eso. Un colega suyo, un tal Barzard, está haciéndose cargo del caso. Solo fui una vez a verla, luego de eso no me he acercado. Y solo para que este punto quede perfectamente claro: ¡ella y yo no cogimos! —El silencio se extendió en la habitación de nuevo, y esta vez, fue Elizabeth a la que le tocó sincerarse.

—Pero aún te ama. Meliodas, ella debe pensar que eres el amor de su vida. Liz es sofisticada, hermosa, y sabe todas esas cosas del BDSM que tanto te gustan. Yo no sé darte lo que deseas, yo...

—¡¿Y cómo coño sabes lo que deseo?! ¡No lo sabes! No puedes saberlo, porque nunca te tomaste la puta molestia de preguntarme —Parecía un caleidoscopio de energía, sus ojos pasaban de negro a verde a una velocidad tan rápida que ella sentía marearse—. ¿Qué no me escuchaste? Está enferma, ¡no me ama de verdad! Sólo tiene una obsesión. ¿Yo? ¿El amor de su vida?! No me hagas reír. ¿Una mujer sofisticada y hermosa? ¿Y quién te dijo que deseo eso?

—Pe... pero... —Entonces el rubio volvió a acercarse, y está vez, se puso a acariciar su rostro con adoración.

—Yo lo que quiero es a una chica dulce, tierna, algo insegura y completamente adorable —Le dio un suave y veloz beso en los labios, y siguió enunciando la lista de lo que veía en ella—. Quiero a esa chica valiente y atrevida, a la chica silenciosa con dos cucharadas de azúcar en el café, a la que adora leer mientras la abrazo, a la diosa que no teme enfrentarse al demonio, ¡yo lo único que deseo es a ti!

Fue una liberación. Aunque aún estaba amarrada, el alivio que sintió al saber la verdad fue como si las cuerdas ya no estuvieran ahí. Elizabeth no podía estar más feliz. Sin embargo, él tomó el silencio como una mala señal. Se acercó a la albina hasta que sus cuerpos estuvieron pegados uno al otro, alzó el cuchillo, y le soltó la siguiente frase con un hilo de voz.

—Pero no me crees, ¿cierto?

—Meliodas, yo...

—Te hice una promesa.

—¿Eh?

—Te dije que si alguna vez me daba cuenta de que no eras honesta, de que estabas diciendo o haciendo algo que no querías... Es obvio que ya no deseas estar conmigo. Creo que sabes lo que va a pasar. —El rubio alzó el cuchillo, haciendo que el filo resplandeciera con la luz rojiza del cuarto.

—No Meliodas, espera, ¡por favor! —La albina cerró los ojos con fuerza, pero en cuanto los abrió, vio que él no usó el arma contra ella. La usó para cortar las ataduras de una de sus muñecas.

—Te amo demasiado como para matarte. Así que hazlo tú. Mátame, por favor. —Entonces le puso el cuchillo en la mano y cerró los ojos, dejando su destino en manos de la mujer que amaba.

¿Pero qué he hecho? —Se dijo a sí misma sintiendo una tremenda culpa—. ¿Cómo pude ser tan tonta? Dejé que mis propias inseguridades se interpusieran entre nosotros, y ahora... —Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos mientras el cuchillo temblaba en su mano.

Miró lo frágiles que se veían ambos, su hombre y su demonio, y recordó todo lo que habían vivido juntos hasta ese momento: una noche de pasión bajo la lluvia, un beso sabor frambuesa y café, un baile en el bar, la lucha juntos contra su familia, su entrenamiento en destrezas sexuales, y todas las veces que él le dijo cuánto amaba y el miedo que tenía de perderla. Incluso se lo repitió la noche en que lo dejó. Había llegado el momento de corregir su error. Soltó el cuchillo, jaló al rubio de cuello, y le imprimió un apasionado beso en los labios. Con cada segundo que pasaba, la lujuria y el deseo de unirse nuevamente fue tomando el control de sus cuerpos. Sus bocas se fundieron, enredaron sus lenguas en una lucha que ninguno quería perder, y con la misma ira con la que habían deseado hacerse pedazos antes, comenzaron a devorarse mutuamente. Las lágrimas se mezclaron con el sudor y la saliva, y cuando ambos finalmente se quedaron sin aire, se separaron con un grito. Ella cerró los ojos tratando de recuperar la cordura, y tuvo que volver a abrirlos al sentir como él apoyaba la frente sobre su hombro y comenzaba a llorar.

—Perdónanos... Perdónanos, por favor —Meliodas comenzó a dejar besos húmedos sobre su sensible piel, su cuello, su pecho, y siguió bajando mientras susurraba sin cesar esa única palabra—. Perdónanos, perdónanos, perdónanos... —Deslizó la lengua por su vientre, imprimió los labios sobre su cadera, y continuó por sus piernas hasta acabar de rodillas ante ella—. Perdóname...

Puede que Elizabeth siguiera enojada con él porque le hubiera guardado secretos, aún tenía un poco de miedo por ese ambiente tan bizarro, y estaba infartada de que incluso hubiera armado todo un plan para secuestrarla. Pero pese a eso, en el fondo sabía que el error más grande lo había cometido ella. Aunque regresara con él, lo más probable era que su amado no volviera a confiar. Más aún, la peliplateada podía sentir claramente el rencor y la ira contenida en aquel pequeño y hermoso cuerpo. Si quería salvarlo de esa oscuridad, debía ayudarlo a liberarla. Y ella sabía exactamente cómo hacerlo.

—Castígame.

—¿Qué? —El ojiverde alzó la mirada hacia el rostro de su amada, y el arrepentimiento que vio en ella fue justo lo que ansiaba la parte más oscura de su corazón.

—Castígame Meliodas. Por favor, ambos lo necesitamos. —Era obvio que él entendía muy bien lo que ella había querido decir, todos los artículos que estaban en esa habitación eran para eso. Sin embargo, estaba súbitamente aterrado, y no sabía qué hacer o cómo reaccionar.

—Elizabeth, yo...

—¡Castígame! Esa es la única forma en que aceptaré volver contigo. Vamos, ¡hazlo! —Acababa de desatar a la bestia. Él se levantó de golpe, se agarró con fuerza a la cruz, y cuando volvió a mirarla a los ojos... el color negro en ellos era tan espeso como la tinta.

—¿Me das tu palabra? ¿Volverás a mi si hacemos esto? —La albina asintió firmemente con la cabeza, y acto seguido, el más bajo echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reírse a carcajadas. Su demonio acababa de tomar el control por completo—. Lo haré, y no solo porque me lo pides. ¡Te lo mereces, zorra! ¡Es tu culpa! Te daré tu merecido, para que nunca jamás quieras volver a dejarme. —Entonces se acercó nuevamente a la mesa para elegir un instrumento de tortura, y en cuanto lo escogió, regresó con ella para ponerlo ante sus ojos. Era un objeto pequeño y largo, como una bala o como un lápiz labial.

—¿Qué... qué es eso?

—Ya lo verás. —Aquel oscuro ser sonrió de modo maníaco, le puso el pequeño aparato sobre los labios, y tras un pequeño click... este comenzó a vibrar.

—¡Aaaahhh!

—Y es solo el principio —De forma lenta y seductora, el rubio comenzó a deslizar el aparato hacia abajo, por su cuello, luego llegó hasta sus cremosos pechos, y siguió la tortura deslizándolo sobre su aureola, generándole espasmos y escalofríos a una velocidad increíble. Luego llegó a donde en verdad quería. De forma violenta e inesperada, clavó la pequeña arma vibrante justo sobre el pezón de la albina, enterrándolo en su piel y haciéndola gemir y gritar al mismo tiempo.

—¡Ahhh! ¡Aaaaaah!

—¡Cállate! —No tuvo que decirlo dos veces, porque él mismo la silenció al imprimir su propia boca contra la de ella mientras con la mano libre apretaba su otro pecho de modo agresivo. Elizabeth se sentía enloquecer, estaba por llegar a la liberación, pero justo cuando sentía que la estaba alcanzando... él se alejó de golpe, dejándola con una sensación de vacío que le rompió el corazón.

—¿Qué... qué está pasando?

—Pasa que estás recibiendo lo que mereces. Es justo como me haces sentir, lo que me hiciste al dejarme. —Y entonces comenzó el verdadero castigo.

Uso su cuerpo como instrumento de venganza una y otra vez. La bala vibradora viajó por su otro pecho, por su vientre, y cuando finalmente llegó a su perla de placer, todo fue gritos y llanto. Las sensaciones eran demasiado fuertes, la hacía llegar casi al orgasmo, y cuando estaba por alcanzarlo, se retiraba nuevamente, dejándola sin acabar y con una terrible frustración. Esto se repitió hasta que su cuerpo no podía parar de temblar, y cuando finalmente llegó a su límite, se atrevió a volver a mirar a los ojos a su verdugo. Y descubrió que él estaba tan arrepentido como ella. Al castigarla, se estaba castigando a sí mismo. Fue en ese momento cuando supo que había sido suficiente.

—Meliodas... —Su respiración estaba agitada, sus pantalones apenas podían contener su enorme erección, y cuando el demonio volvió a levantar la mirada, se quedó petrificado ante ella—. Te perdono. Amor mío, te perdono. Por eso... perdóname tú también, por favor.

—¡Elizabeth! —Como un niño pequeño, el bibliotecario se lanzó sobre ella para abrazarla. Luego comenzó a desatar sus brazos y piernas lo más rápido que podía, pero la albina estaba tan cansada que no pudo mantenerse en pie al quedar libre. Ambos cayeron de rodillas en el piso, y la escena que representaron se pareció mucho a "la piedad"de Miguel Ángel—. Eli... mi Eli... perdóname por favor.

—Ya lo he hecho. ¿Tú me perdonarás a mi? —Cansada como estaba, la albina volvió a abrir los ojos, y observó un fenómeno extraño y hermoso que nunca había pasado antes. Una de las pupilas de Meliodas era color negro, y la otra, de un verde brillante. Sus dos personalidades la estaban mirando al mismo tiempo, tratando de tomar una decisión. Puede que él no estuviera contestando a la pregunta, pero como ella sabía muy bien que su demonio solo sabía responder de una manera, hizo lo que sabía que sería la liberación de los dos: se zafó de su abrazo, le dio la espalda... y se puso a cuatro, pidiéndole que la penetrara.

—Vamos amor mío, vacía toda la oscuridad que te queda en mi —El dolor en el sexo de ambos era demasiado, habían llegado al límite de su resistencia. Ella meneó el trasero aún más tentadoramente y, sabiendo que solo necesitaba una confirmación más, reiteró su orden con gentileza—. Yo la recibiré. Por favor, tómame.

—¡Elizabeeeeth! —Y por fin, el momento que ambos habían deseado con desesperación llegó. Él enterró su miembro hasta el fondo de sus entrañas y, a una velocidad que era a su vez castigo y cura, comenzó a embestirla con todas sus fuerzas.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaaahhhhh! —Los gemidos de la peliplateada rebotaron por cada rincón del cuarto oscuro, y con cada golpe de su cadera, Elizabeth podía sentir como inyectaba en ella esa energía que había estado conteniendo. Pronto comenzó a ir a su encuentro, proyectando su cuerpo hacia atrás mientras sentía como sus pechos se balanceaban hacia atrás y adelante, apuntando al piso que había mojado con sus fluidos. Se estaba acercando, saliendo del infierno con sus propias alas, y llevando a su amado con ella, gritó durante la liberación—. ¡Meliodas!

—¡Aaaaahhhhh! —Lo hicieron. Por fin, después de una noche de tortura mutua, ambos habían logrado el perdón y la salvación. Arrastrándose por el piso, ella llegó hasta donde se encontraba su hombre, y al verlo nuevamente, supo que lo había logrado. Era él mismo otra vez, por fin estaba en paz. No encontró ni una pizca de rencor o culpa en sus ojos, solo vio el profundo amor que sentía por ella... y lo triste que estaba por todo lo que había pasado.

—¿Cómo es posible que puedas seguir amándome siendo como soy? —Ella simplemente le sonrió con ternura, y con el mismo toque sutil que una mariposa, depositó un suave beso en sus labios.

—Es precisamente por ser tú que te amo. Y nunca más volveré a fallarte. Desde hoy, juro que sin importar lo que pase, voy a creer en ti siempre. Te amo, Meliodas.

***

Uff, que intenso >///< Este ha sido uno de mis favoritos para escribir, fufufu. Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que prácticamente todo lo que hay del ambiente erótico lo saque de ciertas escenas del libro de 50 sombras de Gray? Las personalidades y trama es muy diferente, pero respecto a BDSM y todo lo demás... bueno, solo dejémoslo en que me divertí mucho evocándolo, y espero que ustedes también ^3^

Eso sería todo por ahora chicos. Muchas gracias por seguir acompañándome, y si las diosas lo quieren, nos vemos el próximo domingo para más.





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