Epílogo 1 El último secreto y la última promesa

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Hora de encargarme del último cabo suelto, fufufu.

***

—¿Necesitas otra almohada Eli?

—No cariño, estoy bien.

—¿Quieres una taza de té u otra manta?

—No, creo que no, no me gustaría quedarme dormida antes de que inicie la fiesta. —Meliodas empujaba la silla de ruedas de la hermosa peliplateada para acercarla más a la ventana y tratar de ponerla lo más cómoda posible en la lujosa habitación. Por fin lo habían logrado. Después de semanas en el hospital y de curarse mutuamente con el amor que tanta falta les había hecho, por fin la pareja había conseguido que los médicos dieran de alta a Elizabeth.

La noticia fue acogida con una alegría increíble por parte de sus familias y amigos, y pese a que los doctores habían dicho que ella necesitaba paz y tranquilidad, el señor Demon no se pudo resistir a hacer una pequeña reunión en su mansión para celebrarlo. Estaban en el cuarto de huéspedes más amplio de la casa, esperando por un evento que ambos sabían sería un nuevo comienzo para su vida, en uno de los días más felices que llegarían a vivir juntos. Sí, la dicha que sentían era demasiada, pero ni siquiera eso impedía a Meliodas continuar con sus labores de guardián.

—¿Estás segura? Bueno, también podría darte un masaje, ¿y no quieres acostarte? Deberías acostarte.

—Meliodas... —Con el mismo cuidado que a una muñeca de porcelana, pero con la misma firmeza con que llevaría una reliquia sagrada, el rubio se echó el brazo de su mujer al cuello y la cargó hasta depositarla en la amplia cama de mullido edredón. Ella no paraba de reír mientras él le sonreía, y una vez que terminó de esponjar las almohadas en su espalda, por fin se sentó a su lado.

—Ya no debe faltar mucho. ¿Hay algo que quieras que haga mientras esperamos, Eli? —Ella se le quedó viendo a sus hermosos ojos esmeraldas y pensó que, incluso aunque hubiera llegado a perder la memoria, con toda seguridad habría vuelto a caer por él.

—Bueno, hay algo que me gustaría.

—¡Lo que sea! Dímelo y te lo traeré. —Las mejillas de la peliplateada se sonrojaron nuevamente y, haciéndole un gesto travieso con el dedo para que se acercara, susurró su petición pestañeando con coquetería.

—Bésame. —Y ahí estaba de nuevo: la ama y el esclavo, la diosa y el demonio, el héroe y la princesa. Y por supuesto, un par de bibliotecarios sencillamente enamorados. Eran un espejo de felicidad mutua, y como el rubio pensó que no hacía daño siempre y cuando no se excediera, se inclinó sobre ella y junto sus labios en una armonía perfecta. Se movió con dulzura, despacio, tierna e intensamente, y cuando al fin se separó, ambos tenían los ojos brillantes.

—Bueno, creo que con eso basta por ahora. Si no, alguno de los dos morirá de infarto —Elizabeth volvió a reír, y tuvo que detenerse cuando sintió un poco de incomodidad en las costillas—. ¿Lo ves? No debemos excedernos.

—Creo que es una forma en la que valdría la pena morir.

—¡Aaaaah no! No me convencerás de ir más lejos que eso esta noche. Aún no estás lista, y si sigues portándote mal, hoy duermes solita —Un adorable puchero, sus dedos de las manos entrelazados, y entonces la peliplateada volvió a sonreír—. ¿Te portarás bien?

—Sí señor.

—Eso —El bibliotecario se inclinó para darle un beso rápido en la frente, y luego caminó en dirección a la puerta—. Iré a ver que todo esté listo. No tardaré mucho, descansa mientras tanto.

Y ahí estaba de nuevo. Ese gesto misterioso que había estado haciendo toda la semana, desde unos días antes de que saliera del hospital. Era el mismo que el de un niño que espera navidad, el de alguien que guarda un secreto, de quien te espera con una sorpresa. Pero ella no quería presionarlo. Por fin estaban juntos, y a partir de ahora, tendrían todo el tiempo del mundo para disfrutarlo. Elizabeth cerró los ojos mientras dejaba que la suave brisa acariciara su rostro, y cuando vio el movimiento ondulante de la cortina, le dio la fuerte sensación de que había vivido algo parecido antes. ¿En un hotel? ¿En otro lugar? Le avergonzaba no acordarse de todo, y había estado haciendo su mejor esfuerzo en que Meliodas no lo notara. Sobre todo porque, en realidad, sentía que no había porqué alarmarse. Ella estaba recuperando rápidamente todas sus memorias.

Cuando despertó aquella mañana en el hospital con la cara de Dayana Goddess ante ella, al principio le costó mucho trabajo entender dónde estaba. Ni siquiera estaba segura de quién era. Pero entonces, recordó el rostro de Meliodas, y sus recuerdos fueron volviendo poco a poco con claridad. Un libro con la tapa azul que dentro llevaba una sorpresa para él. Sexo bajo la lluvia, en cierto lugar escondido de la biblioteca. Un beso sabor frambuesa, una manta cálida, un café por la mañana. Con él como ancla, todos sus recuerdos fueron tomando sentido, y aunque apenas recientemente había recuperado los que le faltaban, de una sola cosa estaba segura: él era el amor de su vida.

Sin embargo, en su mundo recién renacido, fresco y lleno de esperanza, seguía habiendo una cosa que la angustiaba: aún no podía evocar nada relacionado con su accidente. Sabía lo que pasó porque sus hermanas le contaron, y su padre se encargó de explicarle que Meliodas no tenía la culpa de la pelea. Esa que tuvo con Mael Goddess, que resultó no ser una venganza, sino su intento de salvar a Dayana de vivir lo mismo que ella. Elizabeth jamás se habría atrevido a culparlo por eso. Pero entonces, ¿por qué aún sentía que faltaba algo? ¿La sensación se pasaría conforme recordara más cosas? Dejó que su mente divagara sobre estos pensamientos, cuando de pronto escuchó unos toquidos en la puerta.

—¿Sí?

—¿Señorita Liones? —Asomándose por la puerta entreabierta estaba un viejo gordo y de barba verde, que la observaba con una mirada vehemente y gentil—. ¿Puedo pasar?

—Claro —El anciano se adentro al cuarto y tomó la silla vacía a lado de su cama sin decir una palabra, pero como ella aún no confiaba en su memoria y no estaba segura de haberlo visto antes, decidió comenzar su introducción tímidamente—. Esto... disculpe, ¿ya nos conocíamos?

—¡Oh! Lo siento, seguro usted no sabe quién soy. Mi nombre es Chandler, y fui el tutor personal de Meliodas.

—¿En verdad?

—Sí —Hubo casi un minuto de incómodo silencio entre los dos, y cuando ella estaba a punto de hablar, él le soltó una frase que la sacó por completo de balance—. Usted es muy valiente señorita.

—¿Cómo? ¿A qué se refiere?

—Supe que actualmente se ha convertido en el eje de la vida del señorito —Ella se ruborizó al pensarlo, pero como por la expresión del hombre supo que eso no había sido dicho como halago, fue poniéndose más nerviosa a cada segundo—. Me sorprende que esté dispuesta a aceptarlo, con toda esa oscuridad que el señorito lleva dentro. —Recuerdos de la otra fase de su novio se estrellaron como relámpagos en su memoria: ella, amordazada sobre la cama, las manos amarradas de muchas formas, los golpes que dejaban sonrosada su piel. Gemidos, gritos, palabras rudas y movimientos salvajes. Solo que en vez de asustarse o enojarse ante el vívido recuerdo del demonio, lo único que sucedió fue que su amor y deseo por Meliodas creció más.

—Por supuesto. Hace tiempo que su condición de salud no es un problema para nosotros.

—¿Qué? ¡Oh! No me refería a eso —dijo con picardía el hombre—. Me refiero a... lo otro. A que usted tolere su deseo de sangre y violencia, ¡es admirable! —Eso sí que asustó a Elizabeth. La mirada de Chandler era cada vez más extraña. ¿A dónde quería llegar con eso?

—¿Violencia?

—Sí. Como su novia, se que hará lo que pueda para ayudarlo, y estoy admirado de lo valiente que es al no temer que termine ejerciendo esa violencia contra usted.

—Alto, espere un segundo, ¿de qué habla?

—Por favor, no sea modesta. Sé perfectamente que usted supo de su pelea con Mael Goddess. —Elizabeth sintió un profundo alivio cuando el peliverde dijo eso. Claro que sabía, y todo ese asunto ya se había solucionado. Entonces, ¿por qué el viejo parecía un gato a punto de comerse un canario?

—Sí, sé de su pelea. Él no pudo evitarlo, fue en defensa de alguien.

—¿En serio lo cree? —El viejo fingió una cara de inocencia mientras hurgaba el bolsillo de su abrigo y sacaba un celular—. Lo sabía, ¡sabía que no le habían dicho nada! No sería justo que su relación llegara más lejos sin antes saber.

—¿Decirme qué? ¿Qué no quieren que sepa?

—Usted aún no ha visto pelear al señorito, ¿verdad? —Elizabeth se quedó callada mientras se le formaba un vacío en el estómago, y el anciano habló con voz casi dulce para contarle lo que supuestamente le "habían estado ocultando"—. En ese caso, es mi obligación moral decirle, antes de que sea demasiado tarde. Por favor, vea este video. Véalo, y descubra en verdad quien es el hombre que dice amar. —La albina tomó el celular de las manos de aquel viejo demonio, y después de ver el video, el eje de su mundo volvió a cambiar.

*

Meliodas estaba que flotaba de felicidad. Recorrió el hogar de su niñez con una luz completamente nueva, permitiendo que el amor y el calor fueran con él a cada habitación. ¿Cómo se verían aquellas paredes blancas con nuevas fotos de familia? ¿Cómo quedarían esas alfombras si por ellas corriesen unos pies pequeños? ¿A qué sonaría el eco si en esa casa tan silenciosa se oyeran risas infantiles? Pero no, aún era muy temprano para fantasear con eso. Siguió andando, llegó a la cómoda sala, y encontró a su hermano sentado con el celular en las manos. Se acercó a él con una mueca traviesa, y en cuanto los ojos verdes de ambos se encontraron, la expresión se volvió mutua.

—¿Todo está listo?

—Oh sí. Aquí están las llaves, todo está tal y como lo pediste hermano. Por poco creía que vomitaría de tan cursi que fue el preparar...

—¡Oye! —El hermano mayor atrapó al pequeño pelinegro y comenzó a jugar a las luchas con él. Pero ambos estaban demasiado felices como para pelear de verdad, así que terminaron separándose a los pocos segundos, y el rubio expresó su gratitud con un cálido abrazo—. Gracias Zeldris.

—Hey, no te pongas serio. Mejor ve por tu chica para traerla al comedor, el resto de los invitados vendrá en cualquier momento.

Tenía razón, así que el ojiverde se separó de él de inmediato y comenzó el viaje de regreso por las escaleras. Todo sería diferente después de ese día. Sin embargo, cuando estaba por entrar a la habitación, escuchó un ruido que lo dejó paralizado con su mano en el pomo de la puerta. Sus ojos se abrieron como platos, su cara perdió todo el color, y un frío le recorrió el cuerpo poniendo los vellos de punta. Reconoció los ruidos de inmediato. Sonaban a pelea. A su pelea.

—¡Elizabeth! —Entró a la habitación de golpe, y todos sus miedos se volvieron realidad. Ella sostenía un celular a la altura de sus ojos, se le veía igual de pálida que a él, tenía la mirada perdida, y una expresión neutra que resultó incluso más terrorífica que una furiosa. Su maestro estaba a lado de la cama, y él se quedó tan aturdido por su presencia que por un momento no comprendió lo que pasaba. Entonces lo supo. Chandler debía haberle dado la grabación a Elizabeth para que fuera testigo de lo que él había hecho, para que se horrorizara. Estaba mostrándole el último secreto, la última y más oculta faceta del monstruo que era—. No... espera, Eli. Suelta eso, ¡no es lo que parece! —Pero ella no respondió. Iba a dejarlo. Claro, ¿cómo podría justificarse tanta violencia? ¿Cómo podía pretender que ella lo entendiera o aceptara, cuando su forma de pelear era tan... demoníaca? Meliodas sintió que el corazón le latía a mil por hora, tragó saliva con dificultad, y cuando parecía que nadie diría nada más, pasó.

—Sí —susurró ella en un levísimo susurro—, ahora lo recuerdo todo.

¡Crash!

Elizabeth se había levantado de la cama, alzó el celular por encima de su cabeza, y con toda la fuerza que tenía su débil cuerpo, azotó el aparato contra el piso.

—¡Es usted! —Por un momento Meliodas creyó que hablaba de él, pero al ver el resplandor furioso de sus ojos dirigirse únicamente a Chandler, supo de golpe lo que quería decir—. Es usted, ¡usted tiene la culpa!

—Señorita, por favor cálmese, ¿qué está...?

—¡Es el responsable! Ya me acuerdo de todo. Usted es la persona que le ocultó a Meliodas el diagnóstico psiquiátrico de Mael, el que lo convenció para echar a las familias a la guerra —Los tres guardaron silencio, y por el semblante del anciano, se notaba muy bien que sabía de lo que ella hablaba—. Estuvo detrás de todas esas maniobras financieras, era el que le susurraba al oído a Meliodas pensamientos de ira. ¡Y fue quien hizo las reservaciones del hotel! Usted lo preparó todo para que ellos dos se encontraran, para que todo pasara de ese modo. Lo único que ha estado haciendo es tratar de separarnos. —Fue como si un grueso velo de oscuridad de pronto se alzara, y el anciano peliverde abandonó de golpe su falsa expresión pacífica para enfrentarse a la albina.

—No, usted es la que tiene la culpa. Justo cuando el señorito estaba recuperando la salud, justo cuando recuperó su fuerza, trató de apartarlo del legítimo lugar que le pertenece como líder del clan para encerrarlo en esa... esa... ¡biblioteca! —Las mejillas del viejo se ponían cada vez más coloradas, y tanto la albina como él se lanzaban mutuas miradas asesinas—. Un trabajo mediocre, una vida mediocre, ¡una mujer mediocre! ¡Por usted, estuvo a punto de dejar a un lado el orgullo de la familia y la guerra con los Goddess! ¿Y a cambio de qué? ¡De un montón de libros y una puta para coger! ¡No iba a permitir que mi muchacho desperdiciara su vida en...!

¡Plaf!

El viejo de barba verde terminó en el piso por la fuerza de la cachetada que le dio la albina. Estaba tan estupefacto, que ni siquiera intentó levantarse.

—Entonces, se nota que no lo conoces ni te importa su verdadera felicidad.

—Largo —Tanto Chandler como Elizabeth se voltearon al escuchar la voz de Meliodas, apenas lo habían notado ahí, y a pesar de que él tenía una sonrisa resplandeciente, tenía un tono de furia fría que les dio escalofríos a ambos—. Largo, y nunca vuelvas a esta casa.

—Señorito, por favor, no puede creer lo que esta zorra...

—Querido Chandler, ¿acaso niegas alguna de las acusaciones de Elizabeth? —El hombre mayor simplemente se mordió los labios con amargura y negó—. ¿Acaso estarías dispuesto a olvidar el pasado y dejarme vivir la vida que elegí? —El labio que mordía comenzó a sangrar y negó aún con más fuerza—. Pues es una pena. Largo, si no quieres que te saque yo mismo.

—No hace falta hijo.

—¡Señor! —Abriendo la puerta tras él, el señor Demon padre apareció del brazo de Zeldris con una expresión pétrea—. Señor, no pensará que...

—Creo que mi hijo hace una oferta demasiado generosa considerando tus crímenes, viejo amigo. Largo, o la siguiente propuesta no la hará él, sino yo. —Todos se estremecieron ante este tono de voz, pero casi que no hacía falta la amenaza. Toda arrogancia y la actitud violenta de Chandler desaparecieron en cuanto vio la forma en que lo observaban los miembros de la familia, así que tomó su bastón, se calzó el sombrero y salió derrotado por la puerta para no volver. Apenas lo hizo, la albina se sentó en la cama y comenzó a temblar con fuerza.

—¡Elizabeth!

—Zeldris, un calmante de nuestro botiquín. Yo bajaré para asegurarme de que no veamos a ese traidor nunca más, y también para lidiar con los invitados. Meliodas... cuida de ella. —Los dos rubios se miraron con una expresión de entendimiento que no habían compartido desde que su madre estaba viva, y acto seguido, él asintió firmemente con la cabeza.

—Sí papá —En cuanto la puerta del cuarto se cerró, él cayó de rodillas ante la albina—. ¿Eli? Eli, Lo siento tanto, no debí dejarte sola, ¿estás...?

Pero él no pudo terminar de hablar, porque ella se le echó encima, y con sus brazos enroscados alrededor de su cuello, comenzó a besarlo con intensidad. Él aún temblaba de susto y de ira, no podía creer lo que acababa de pasar, pero en un segundo la albina se encargó de borrar toda oscuridad con su profunda y apasionada caricia. No podía, sencillamente no resistió a corresponderle, y antes de darse cuenta, estaba llorando de felicidad entre sus brazos. Era una expiación, era el perdón definitivo por todos sus pecados, era la última paz que estaba buscando. Cuando por fin Elizabeth lo soltó, tenía la expresión de una diosa guerrera.

—Estúpido. Creía que yo te iba a dejar después de verte pelear. Yo ya he visto a tu demonio ya tu yo real, y ambos son míos. ¡Eres mío! Amo todo de ti, y si creía que te iba a culpar solo por ser quien eres, ese monstruo no sabía a quién se estaba enfrentando. Pero bueno, al menos con esta tontería me hizo un favor.

—¿Un favor? —dijo Meliodas, aún atontado por el arranque de pasión.

—Sí. Recordé todas las memorias que me faltaban de golpe, y ahora que he visto lo peor de ti, puedo decirlo con toda seguridad.

—¿El que? —Un beso más, largo y profundo, y al separarse, ella también estaba llorando.

—Que te amo. Te amo Meliodas, por siempre y para siempre. —Esa tarde, Meliodas tocó el piano por primera vez en años y años de silencio en la mansión. Le cantó a Elizabeth desde el fondo del corazón, expresó todo lo que sentía ante su familia y amigos, y cuando la luna se alzó sobre el cielo, el resto de su pasado desapareció, disuelto en el amor que sentía por su mujer.

*

—¿A dónde vamos Mel?

—Ya lo verás, no falta mucho. —Meliodas conducía por la carretera siguiendo la línea de la costa mientras un sol radiante se alzaba sobre el esplendoroso mar. Todo el dolor había quedado atrás, incluso el malestar físico de Elizabeth, quien inhalaba el aire salino sin importarle las costillas ni la innecesaria silla de ruedas en la cajuela del auto. Salieron al alba, tan emocionados como un par de adolescentes que se hubieran escapado, y cuando por fin quedó a la vista el lugar que buscaban, ambos gritaron de emoción.

—¡Es hermosa! —Una bella casa de retiro, pequeña y de color blanco, se alzaba en el horizonte como dándoles la bienvenida. No había nadie más, estaban rodeados de naturaleza, y aunque fue todo un reto que Elizabeth convenciera a Meliodas de dejarla llevar las maletas pequeñas, al final terminaron de instalarse. No había pasado ni una hora cuando se adentraron en las olas para nadar. Se salpicaban mutuamente, correteaban como niños, y cuando el sol comenzó a calentar más, se abrazaron dentro del líquido cristalino—. Meliodas... —La albina enterró sus dedos en el cabello húmedo del rubio, unió sus labios con hambre de él, y antes de que el otro pudiera impedirlo, entrelazó las piernas a su cintura y comenzó a friccionarse contra él.

—Eli, no.

—Meliodas, por favor.

—Aún estás lastimada. No quisiera que...

—No me lastimarás —La peliplateada besó intensamente la comisura de sus labios, y acto seguido, desabrochó los lazos de su bañador, dejando a la vista de su hombre sus hermosos senos, brillantes y resbalosos—. Te deseo. Además, el mar nos ayudará. —No tuvo que explicar lo último para que Meliodas entendiera. Cargarla en el agua era muy fácil, ella ya tenía la postura correcta, y en esas condiciones era casi como si... como si volaran. Él no pudo resistirlo más. Su bañador también acabó en el fondo de la arena.

—Seré gentil...

—No lo seas —Y con estas palabras, entró lentamente en su mujer por primera vez desde que se separaron—. ¡Aaaaahhhh!

Más que un grito, aquel sonido que salió de sus labios fue un gemido mezclado con llanto de liberación. Sus paredes lo apretaron como si fuera virgen, echó la cabeza hacia atrás dejando que su cabello mojado se uniera a las olas, y se aferró a él como si en eso le fuera la vida. Cuando el rubio comenzó a embestirla, fue como si en verdad volara. Cada golpe de su cadera la catapultaba hacia arriba, chapoteaba agua y la hacía inhalar con fuerza, como si ese fuera el aire más puro que hubiera respirado nunca. Y esa fue sólo la primera vez. Ambos estaban borrachos de felicidad, demencialmente enamorados uno del otro, así que solo pararon cuando se trataba de comer, o cuando quedaban tan exhaustos que no podían moverse. Elizabeth se quedó dormida en la tumbona con la sensación de un beso sobre su frente cuando el sol ya se estaba ocultando, y cuando despertó de nuevo para ir a buscar a su amado, se encontró con una escena que la puso al borde del llanto otra vez. Una línea de flores la guiaba hacia una parte inexplorada de la casa, y cuando llegó a lo que había al final del camino, tuvo que cubrir sus labios para no gritar muy fuerte.

—¿Qué es todo esto? —Su rubio estaba vestido de blanco elegante, en una terraza que daba hacia el mar, y todo el lugar estaba lleno de flores. A su lado, había una mesa con toda la comida favorita de los dos, y de fondo, sonaba una canción dulcísima que se perdía en el eco de las olas.

—Bueno Eli, pensé que era el momento apropiado para cumplir mi promesa.

—¿Promesa? —Sin despegar sus ojos verdes de los azules de ella, el rubio se acercó y unió sus frentes mientras la abrazaba.

—La primera vez no estábamos listos. Era demasiado pronto, y yo te lo pedí estando borracho y mojado —Elizabeth sintió que se cortaba la respiración, y comenzó a temblar ligeramente—. La segunda, ya tenía todo listo, pero te fuiste de casa, por culpa de todo lo que te quise ocultar y de la oscuridad que tenía—. El labio inferior de la peliplateada también temblaba, y en sus ojos ya relucían un par de lágrimas—. Creo que esta ocasión será la vencida, y esta vez, lo haré cómo se debe. —Entonces Meliodas se inclinó, y las palabras que le dijo tanto tiempo atrás vinieron a cumplirse.

De rodillas. Rodeados de flores. En un lugar hermoso, con música y comida en la mesa.

—Elizabeth... —dijo mostrándole un bello anillo color plata con un diamante en forma de corazón—. ¿Te casarías conmigo? —Una sonrisa, una lágrima cayendo, y la peliplateada extendió la mano para que él le colocara la joya. Esta se deslizó por su dedo suavemente, encajando a la perfección, y cuando Meliodas volvió a ponerse de pie para mirarla a los ojos, el nudo en su garganta le impidió hablar. Por suerte, al volver a abrir los labios la única palabra que ella necesitaba decir salió con toda claridad.

—Sí.

***

:'D ¡Give me love people! XD ¡Seeeeeee! El final feliz que todos estábamos deseando por fin llegó, y ya no hay secretos ni promesas por cumplir. Bueno, solo la de Coco de un algo especial al final de todo, fufufu °3^ Un pequeño regalo que les revelaré al terminar los epílogos así que, ¿qué estamos esperando? ¡vamos a la siguiente página para alcanzarlo! 



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