24 - "Mentiras verdaderas"

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Con un dolor de espaldas tremendo, desperté sentado y con una mano sobre el cabello dócil de Maya y mis piernas cruzadas.

Ella roncaba como un tren y mis piernas pedían a gritos desenredarse para recobrar la circulación.

La lluvia era impasible; gris plomizo, el día era de los más desagradables desde el inicio del invierno. La habitación se sentía fría y algo húmeda.

Sin querer adulterar la escena del crimen, me dispuse a bajar de la cama y prender los viejos calentadores de hierro de la casa. Asomándome con sigilo, la cocina me entregaba una escena repugnante, no menos desagradable de las que muchas que habría visto en mi vida como oficial.

Esta casa estaba maldita; Maya tendría que deshacerse de ella cuanto antes.

Las sirenas policiales daban cuenta que no podríamos escaparnos por mucho más tiempo del interrogatorio; finalmente, tocaron las manos y me dispuse a abrir. No tendría ni tiempo de desayunar.

—Buenos días, soy el oficial Hunts — extendió su mano el primero de ellos a lo que siguió mi presentación.

—Ex Agente Gustave Steiner —enuncié mi identidad.

—El teniente O'Hara nos ha puesto al tanto del tema. Pero como sabrá, tenemos que proceder con el protocolo —accediendo, los dejé pasar y fui a despertar a Maya.

Diez minutos más tarde estábamos junto a los tres oficiales del departamento de investigaciones especiales de Tennessee; Nigel Hunts, Katrina Robson y Luke Carrera.

Preguntas de rigor, reproducción pormenorizada de los sucesos y fotografías de reconocimiento, danzaron en torno a la mesa.

Maya se mostró afable, dispuesta a cooperar y los oficiales, serenos en su cuestionario. Tras hora y media de asedio, los agentes se retiraron. No obstante, uno de ellos, la mujer, me apartó en el cobertizo.

—Hemos recibido este sobre en el departamento de policía. Está a su nombre.

—¿Un sobre? ¿Para mí?

—En la nota piden discreción.

—¿Ha venido con una nota? ¿Y que decía?

—Esto —obteniéndola desde dentro de su chaqueta, la agente morena y voluptuosa me la entregó secretamente —.Ya hemos hecho la pericia correspondiente. Pero al ser una nota sin rigor caligráfico, nos llevará un poco más de tiempo dar con su pertenencia.

Ese papel recitaba mi nombre, la dirección del departamento de policía de Tennessee y la palabra "discreción". Todo, escrito en letra de ordenador.

—Agradecería que nos informe si tiene idea de quién puede ser. Asumimos que es confidencial.

—¿Por qué no pensar que es una simple correspondencia? —subestimé a mi colega femenina.

—Porque sería muy ingenuo dado los tiempos que corren, Agente Steiner. No obstante, sabe que estamos a su disposición.

Asentí con la cabeza.

Ingresando a la casa, omití decirle a Maya lo que acababa de suceder. Ocultándolo bajo mi chaqueta, abandonada en una silla, simplemente guardé esa evidencia para verla con tranquilidad en otro sitio.

No deseaba seguir exponiéndola a un potencial peligro.

—Han sido agradables conmigo  dijo tomando otro té.

—Somos buena gente —sonreí con la culpa de la omisión quemándome por dentro.

—¿Te vas? —nostálgica, preguntó desde la puerta de su dormitorio.

—Sí, tengo unos papeles en casa que necesito revisar —dejarla con el escenario desastroso de su cocina, con las bandas policiales de no cruzar, el recuerdo de la sangre de Virkin y el aroma a muerte a su alrededor, era molesto.

Inspiré profundo, con la fe intacta de hacer lo correcto.

—Hagamos una cosa —dije, determinante —:¿qué tal si ahora te alcanzo hasta la morgue a terminar los trámites con el cuerpo de tu madre y cuando regreses, te preparas un bolso más grande, me llamas, te recojo y vienes a quedarte en casa? ─enumeré sin darle margen a que pensara.

—¿En serio? —sus ojos verdes fueron dos esmeraldas.

—No quiero que estés aquí sola.

—Ni yo quisiera invadirte...

—Maya, será difícil, pero la única ventaja es que ninguno de los dos tiene otra alternativa y ninguno de los dos quiere escapar del otro —le di un beso generoso en los labios y correteó hasta la habitación para tomar su abrigo e irnos.

Hora más tarde, me encontré en la sala de mi casa, rememorando el momento en que Maya entró con sus pantalones de denim y su camisa llena de volados, el día de ayer. Sus ojos desconcertados, su semblante a gusto y la alegría de pasar conmigo un par de horas más, eran ineludibles para su rostro.

Habiéndome despedido, su coraje y ella estaban en la morgue, cumplimentando los trámites finales para retirar el cuerpo de Felicity Morgan y darle la sepultura correspondiente.

Me serví un vaso de soda, aunque el momento de intriga bien merecía algo más fuerte. Ignoré cagarme en tantos años de corrección y esfuerzo.

El sobre la mesa era de manila y con ninguna escritura superficial. Lo agité con recelo: pesaba casi nada y parecía contener nada más que dos o tres hojas de papel.

Rasgando el papel, adherido molestamente en su extremo, lo abrí y dejé caer sobre mi mesa de vidrio grueso,  un par de fotografías y una carta de puño y letra.

Una caligrafía poco legible pero bastante intimidante por su tamaño y estructura, zigzagueante y filosa, daba cuenta que su dueño era uno Nikolai Virkin.

Las imágenes a color se desperdigaron por la superficie acristalada y la verdad tiñó de negro mi vista. Con asco, con desazón y con la desilusión acaparando mis sentidos, tomé cada una de ellas. Para comenzar mi escrutinio con desagrado.

Eran una decena de fotografías de diferentes tamaños y que no respondían a una misma secuencia (léase, mismo día o evento). En todas aparecía la hermana de Maya, Liz.

Muy parecida a su hermana menor, identifiqué sus mismos ojos. De expresiones similares, un escalofrío recorrió mi cuerpo al recorrer sus labios finos, su cabello oscuro y un bellísimo rostro. En mi mente, tenía más presente su hinchazón, el color morado de sus extremidades y sus rasgos poco definidos gracias al informe de la autopsia.

Elizabeth lucía feliz en todas las tomas, lejos de ser la mojigata que su hermana daba cuenta, ella se rodeaba de muchachos, de bebida alcohólica y de un círculo de gente, que seguramente, Maya desconocía por completo.

Pero yo no era quien para juzgarla y mucho menos compartir los comentarios maliciosos sobre una vida libertina y lujuriosa que merecía un final semejante. Con velocidad, encendí mi ordenador para buscar aquellas imágenes que mi cabeza guardaba: con detenimiento y algo de sopor, una evidencia ignorada por completo, se suscitó frente a mí: una cicatriz casi imperceptible, parecida a la de Jeannette, se ubicaba bajo sus costillas izquierdas, en su cuerpo putrefacto. 

Ella también había sido marcada por Zuloa.

Con el descubrimiento calando hondo en mis huesos, repasé por segunda vez las fotografías de Virkin. Dejé de mirar, para entonces, observar.

Zuloa, Virikin y un grupo de jóvenes aparecían junto a ella. Algunos de los cuales, también lucían un jersey de los Atlanta Thrashers. De perfil, fuera de foco, los personajes secundarios se desdibujaban en torno a la belleza que irradiaba Liz Neummen. Refregué mi mentón, mis sienes y tomé el café número tres. Esas fotos algo demostraban...pero no podía notarlo.

Virkin no las habría enviado por simple azar.

Opté, entonces, por seguir adelante con la otra pista: la carta iba dirigida pura y exclusivamente a mí. Plegada en tres partes, la abrí para leer:

"Agente Mitchell: si me dirijo a usted es porque mi vida corre peligro y soy consciente de ello. Sé que vendrán a buscarme a Poupée; no sé cuándo ni cómo me atraparán...pero la hora me es más cercana.

Las palabras no son lo mío, más bien los actos que involucren armas y puños, cosa con la que usted se sentirá identificado. Pero no es de paralelismos de lo que le hablaré sino de hechos concretos: querrán callarme, silenciarme de todos los modos posibles. Y pues entonces, si me dejo ganar, mi verdad no saldrá a la luz. Escogiendo este modo, poco ortodoxo y solitario, escogiendo a este humilde servidor de la patria, realmente fiel a sus principios y convicciones, es que me despido no sin antes sugerir que desconfíe hasta de su propia sombra. La traición es moneda corriente en un mundo de mentiras e injusticia. He sido un mal hombre, no me retracto de ello, pero jamás podría haber asesinado a la mujer que tanto he amado.

Mire a su alrededor; analice hasta el último de los detalles.

Usted es inteligente.

Usted sabrá leer entre líneas.

Usted...usted sabe, muy en el fondo de su ser, quién ha matado a Elizabeth Neummen.

Mitchell, como bien dijo Tolstoi <<La muerte no es más que un cambio de misión >>; pues así lo tomaré yo.

Espero usted cambie de misión en mucho tiempo más; de este lado aun se necesitan hombres luchadores y de carácter aguerrido como el suyo."

Dejándome con más certezas que aciertos; bebí de aquel renegrido y espeso café para releer la carta unas tres veces más.

Tres veces más de confusión y de sentirme en un callejón sin salida.

Haciendo hincapié en la desconfianza y la traición, en mi inteligencia y mi lectura particular de las cosas, sesudamente me dejé llevar por los pensamientos más cobardes e inesperados, más descabellados y carentes de raciocinio.

Las fotografías, de repente, parecieron hablarme y mis ojos, comenzaron a leer entre líneas tal como me sugería aquel ruso que tanto había amado a Liz...y que tantas verdades terminaría por decir.

___

—Tienes suerte que los jueves continúen siendo mis días libres —enunció Bryan al abrir la puerta de su casa, regañándome por postergar nuestro encuentro.

—Lo mencionaste ayer, al irte de lo de Maya —pasé, dejando el abrigo mojado por la lluvia en una silla de lado y acomodando mi cabello húmedo con las manos.

—¿Continúas odiando los paraguas? —gentil, me ofrecía un café señalando un pocillo de cerámica. Acepté con un movimiento de cabeza.

—No me gusta parecer Mary Poppins —di una de mis respuestas automáticas.

—Pensé que no vendrías—mi amigo se puso frente a mí, mesa mediante. Su apartamento se mantenía bastante más ordenado que lo que estaba acostumbrado a ver —.Supongo que has venido escapando de las garras de tu nuevo juguetito.

—¿Juguetito?

—Vamos, Mitch, ¿ahora me dirás que te has enamorado de verdad? Tú no eres hombre de compromisos. Y menos, con una mujer a la que le llevas tantos años.

—Lamento decirte que estás equivocado —bebí un sorbo de café recién hecho —.Maya me ha cambiado la vida para bien.

—¿Lo dices en serio? ¿En tan sólo una semana? —abrió sus ojos celestes muy grandes —.¡Waw!¡Vaya historia de amor!  —exclamó con ironía.

—Lo ha hecho...y más de lo que hubiera querido —sonreí de lado, con la complicidad de siempre y reconociendo lo inevitable.

—Entonces, ¡brindemos por ello! —levantó su vaso alto de metal, el cual conservaba el calor.

Ingiriendo otro sorbo, hice una mueca de desagrado.

—Has perdido la mano para preparar café —me puse de pie, taza en mano.

—Por qué lo dices?

—¡Porque sabe horrible y está helado! —avanzando hacia la cocina, tropecé con la mesa, arrojando todo el contenido de la pequeña taza por completo, manchando la camisa de mi amigo.

—¡Mierda! Mitch...

—¡Rayos, Bryan! —froté la tela, pero él me alejó, disgustado ─. ¿Te he quemado?

—No...no es eso...pero si no sale el café, tendrás que comprarme otra —apartándose de la mesa, se me adelantó rumbo a la encimera.

—Es que ese color rosa tan femenino que llevas puesto me desconcentró —bromeé.

Limpiando la mancha compulsivamente con un trapo mojado, Bryan dejó su enfado de lado a medida que pasaban los minutos.

—Estas hecho un viejo con Parkinson. No sé cómo esa chica te ha prestado atención. Evidentemente, le gustan los ancianos —dio una carcajada a la que me acoplé —.¿Puedes pasarle esto al piso? No quiero que la madera se arruine —arrojándome el trapeador, se dispuso dejarme con los quehaceres e ir rumbo al sector destinado a su habitación.

Bryan vivía en un confortable almacén restaurado en Nashville, en donde las paredes no existían a excepción de las del sanitario. Rústico, los pisos de madera eran originales y los techos, de concreto en crudo.

Refregando las maderas sucias con el paño limpiador, lo observé por sobre mi hombro mientras se quitaba su camisa rosa a pocos metros de mí.

Las aletas de mi nariz se abrieron de golpe, con la sospecha cayéndome encima. Dejando mi tarea de lado, caminé hacia el sector que oficiaba de habitación. Su enorme cama era el centro de aquel espacio diáfano; revolviendo entre sus cajones, recogió una sudadera gastada.

—Recuerda que aun me debes las cervezas. Tendré que sumarlo a lo de hoy —bufó con gracia y giró hacia mí.

Cruzando de brazos, apoyándome sobre un mueble bajo donde descansaba su laptop y unos auriculares, no le perdí mirada: Bryan elevó sus brazos para pasar la prenda por su cabeza, y el panorama comenzaría a aclararse frente a mí.

Rigidicé mi espalda, con el dolor del descubrimiento.

—¿Qué sucede, Mitch? —notó mi casi imperceptible cambio de semblante. Bryan también sabía de analizar a las personas.

Recrudecí mi paso de saliva por mi garganta.

—Quizás puedas sacarme de una duda  impávido, intenté que no leyese mi próximo movimiento.

—Tú dirás —haciendo un bollo con la camisa mojada por partes, la arrojó sobre la cama tendida.

—¿Por qué le has disparado a Virkin antes que lanzara su confesión?

—¿Confesión?¿De qué hablas?

—Estábamos ante el preciso instante en que Moscú delataría al otro asesino de Liz Neummen.

—¿En serio creíste que diría algo? ¡Solo ganaba tiempo! —chasqueó la lengua.

—¿Tú crees que estaría por darme un segundo nombre?

—En absoluto. Jugaba con tus sentimientos, con tu desesperación por ver a Maya bajo su poder. De seguro aguardaba por un trato contigo: su liberación a cambio de la de tu chica.

—¿Entonces por qué matarlo si sólo querría negociar?

—Mitchell, ¿has estado bebiendo? ¿Por qué me preguntas estas cosas? —frunció el ceño, y su mirada se tornó condescendiente.

—Porque creo que ocultaba algo importante. Y a gente importante.

—Virkin era un pobre idiota, Mitch. Era el amigo tonto de Zuloa, ¿qué tendría para decir de interesante? El que movía los hilos de todo era su jefe y así terminó: volándose los sesos como un cobarde.

—No estoy tan seguro... —descrucé mis brazos, dejándolos al costado de mi cuerpo —.Dime tú qué cosa importante podría tener para testimoniar...

—Mitchell, no me simpatiza el sarcasmo de tu voz, ¿qué mierda te sucede?

Inmersos en un juego de gatos y ratones, nos mecíamos en el límite de la traición: Bryan acababa de mostrar la misma cicatriz bajo sus costillas que tanto Jeannette como Elizabeth tenían en sus cuerpos.

¿Casualidad o extraña coincidencia?

—Conocías a Liz Neummen —afirmé solemne.

—¿A la hermana de Maya? Solo por las fotografías que manejaba la prensa, cuando salió en los periódicos y cuando tuvimos acceso al informe de los forenses —detalló tranquilo.

—No hablo de esas fotos ni de la TV; mi duda es si la conocías desde antes de morir.

—¿Antes de morir? No, ¿por qué? —retrocedió, confundido.

—Te lo preguntaré por última vez, y pretendo que seas sincero, amigo... —mi tono era intimidante y oscuro. Bryan se alejaba yendo hacia los cajones de donde habría sacado su sudadera —: ¿De dónde conocías a Liz?

Él presionó con fuerza su mandíbula.

—Vete de aquí, Mitchell. El alcohol continúa quemándote las neuronas aún después de tanto tiempo —extendió el brazo señalando la puerta, determinante y extremadamente serio.

Dando un paso hacia delante, con lentitud, sin perder mi aparente calma, saqué una foto de dentro del bolsillo de mis pantalones.

—¿Reconoces a este muchacho? —señalando a un joven Bryan, exhibí la evidencia.

—¿Q...qué mierda es eso? —observando con reticencia, se identificó.

—¿Tán fácil creíste que resultaría? —la voz me jugaba una mala pasada.

—¡Dámela! —su zarpazo intentó quitarme la imagen, sin conseguirlo.

—¡No! —impedí que la tomara —.Es mi pasaje a tu condena, Bryan.

—No tienes derecho a dudar de mí —gritó —.¿Precisamente tú? ¡Que no eres más que un pobre alcohólico, un pobre tipejo que abandonó a su familia para ser un viejo huraño y mandón! —se despachó arteramente —.Deberías besarme los pies por todo lo que he hecho por ti aún sin haberlo merecido —el extraño paralelismo entre Virkin y Zuloa refulguró en mi mente como un rayo.

¿Pero quién era quién?

—No mezcles las cosas, no soy yo quien está en el ojo de la tormenta. Dime de una vez por todas, ¿qué relación te unía con Liz?¿¡Qué tenías tú que ver con Virkin y Zuloa!?

Sosteniéndonos la mirada, estábamos frente a un choque de titanes. Mi amigo, mi cómplice, mi lazarillo en momentos de ceguera...Bryan me traicionaba y de un modo vil. ¿Con qué objetivo?

—No tenías que estar metido en esto Mitch —dijo con los ojos grisados por la rabia —.¡Esa estúpida niña metió las narices donde no debía! —en un veloz movimiento, sorpresivo, Bryan tomó un arma de su cajón y disparó.

La cacería comenzaba.

Ileso de milagro, me arrojé sobre él, para terminar forcejeando sobre la cama. Impartiéndonos golpes y olvidando la amistad que en algún momento habíamos sabido construir, funcionamos como dos animales heridos.

—¿Por qué Bryan? ¿Por qué?

—Deja de pedir explicación como un niño —agitado, esto no le fue impedimento para impactar un puñetazo en mi nariz, dejándome casi fuera de combate. Escupiendo sangre, caí sobre la alfombra, ahora, manchada.

Arrastrándome en principio y algo mareado después, logré ponerme de pie. Bryan se friccionaba las costillas por mis golpes y su falta de oxígeno por tenerme sobre él. No obstante, seguía en carrera.

—La puta de Liz tenía ojos solo para el bueno para nada de Virkin. ¡No sé qué mierda le ha visto! —limpió su boca, con rastros de sangre —.Las hermanas Neummen han demostrado tener un pésimo gusto para los hombres —lanzó al piso un borbotón oscuro de sangre desde su boca.

Lo miré con odio.

—La muy putita gemía como un cerdo mientras la follábamos con Zuloa —regodeándose, retrataba, limpiando su sangre de su labio —. Se resistía...aunque no era la primera vez que estaba con nosotros —agregó sumándome disgusto─ . e nos fue de las manos ─levantó los hombros, con una estúpida mueca de inocencia ─, Zuloa apretó mucho su cuello al follarla. Nikolai empezó a llorar como un marrano y nos tuvimos que deshacer de ella. Moscú era tan cómplice como nosotros culpables. Así que sellamos un pacto: la lealtad tiene un precio muy alto. Y el silencio, cotiza en bolsa ─la bilis se me atoraba en el cuello. ¿Yo era amigo de ese canalla? ─.Cada vez que Zuloa se metía en algo, era un dolor de cabeza enorme. Automáticamente debía borrar cualquier registro, cualquier dato que lo incriminase...

—Nos has delatado con Virkin...─nos estudiamos, sin atacarnos más que con palabras.

—No explícitamente; le he dado herramientas para que piense por sí solo.

—¡Eres una inmundicia! ─en una tregua aparente de combate físico, continuábamos con el verbal.

—Inmundicia? ¡Vaya, Mitch! ¿Acaso estar debajo de esas faldas de católica reprimida y frígida te ha convertido en un santurrón?

—¡No te permito que hables así de Maya! —tocó donde más me dolería.

—Debe ser tan puta como su hermana. Y déjame decirte, que son las peores.

Enfrentándonos nuevamente, con el malestar anulado por la impotencia, fui un león enjaulado.

Siendo todo puños, dolor y vulnerabilidad, el desafío llegaría a su punto máximo, a un punto sin retorno. En lados opuestos de la cama, él recogió nuevamente su Magnum para apuntarme al mismo tiempo que yo lo haría.

—¿Quién crees que se cansará primero? —empuñando su arma, Bryan me intimidó —.Recuerda todo lo que hemos hecho juntos, hermano... ¿por qué perder nuestra amistad por un par de polleras insignificantes? ¡Tú no necesitas a Maya! 

—¡Has matado a Liz! —intuyendo su próxima acción, jalé del gatillo... pero fue tarde.

Un ruido hueco, sordo, tapó mis oídos. Luego un segundo, un tercero y un cuarto.

Caliente. Se sentía muy caliente.

Mi camisa blanca se impregnó de color rojo intenso...la mancha era cada vez más grande en la zona de mi abdomen.

Como lava volcánica, un torrente espeso subía a mi garganta. Con algo de sentido, presioné mi estómago: la hemorragia era intensa y burbujeante. Escupiendo, una luz centelleaba a mi alrededor.

Intentando ponerme de pie, buscando sostenerme de la cama, Bryan estaba tendido sobre ella, con los ojos en blanco y sin reacción.

¿Muerto? ¿Vivo? No me permití pensar más allá, focalizándome en la terrible sensación de la desilusión y en el calor de mi cuerpo sangrante.

Relámpagos de mi casamiento con Barbara, de su mirada feliz al decirme "sí, quiero", de su gesto alegre al notificarme su embarazo tras muchos intentos, los primeros balbuceos de Zachary, el te amo de Maya...

Toda mi vida caminaba frente a mi vista opaca, tiesa. Mis párpados aplomados descendían cada vez con mayor pesadez.

Los latidos de mi corazón eran lentos, mudos. Reverberando en la habitación, era lo único que mis oídos escuchaban.

Un hilo de sangre se agolpó en la comisura de mis labios hasta caer sobre el piso espesamente. Reptando, me senté apoyando mi espalda sobre el mueble de madera con cajones con ropa de Bryan, que permanecía sin moverse tiñendo las mantas de una victoria a medias tintas.

Mis piernas se acalambraron, el ardor era intenso y sofocante.

Musité un "ya nos veremos, mi ángel" con la esperanza que Maya me escuchara a lo lejos...con la esperanza de encontrarla en otra vida. El adiós estaba cerca y me maldije por no haberle dicho a Zach y a Maya cuánto los amaba, cuánto significaban en mi vida a pesar de la vorágine vivida en tan poco tiempo junto a ellos.

Cedí con el cansancio  adueñándose de mis músculos. Respiré profundo, con una puntada atravesando mi pecho...me despedí, con el frío de mi cuerpo atrapando a mi corazón agradecido por haberlo hecho renacer, aunque más no fuera, por una semana.

______



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro