Parte 13: Vyshenve

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Al día siguiente de dado el reto, tras finalizar con las clases de la tarde, el Club del Terror se reunió nuevamente para ponerse en marcha a Vyshenve. Era relativamente sencillo ir hasta allí, por lo que sus preocupaciones estaban concentradas en lo que harían al llegar. Por ello, luego de tomar el tren interestatal que necesitaban, se sentaron en la zona más apartada del último vagón con la intención de proponer ideas útiles.

―Nos quedan algunas horas de viaje por delante ―comenzó Lilian―. Pero realmente debemos tener algún plan concreto antes.

―Yo tengo una pregunta crucial ―dijo Edward, quien seguía enfurruñado por la idea de combatir a sus revolucionarios héroes―. Si vamos a meternos de cabeza a situaciones peligrosas, ¿por qué has venido vestida así, Lilian?

La chica ladeó la cabeza, ligeramente confundida. Traía una ligera blusa blanca de manga corta que resaltaba sus formas, junto a una minifalda plisada rojiza y unas sandalias de tacón de la misma tonalidad.

―¿A qué te refieres? Me he vestido como usualmente lo hago.

Edward soltó una risilla.

―Piensas seducir a nuestros enemigos, ¿eh? Buena idea.

Lilian se sonrojó, mientras fruncía el ceño con rabia. Los demás suspiraron, resignados a tener que presenciar una inevitable y violenta discusión.

―Es suficiente ―cortó Hans de súbito, con un tono de voz inusitadamente serio―. Edward, si no piensas tomarte esto en serio mantén la boca cerrada.

El aludido alzó ambas cejas, tras lo que lanzó otra carcajada.

―¿Desde cuándo hablas tanto? ¿Repentinamente te crees un hombre?

Hans meneó la cabeza en silencio, como si no considerara necesario continuar hablando con alguien de mentalidad inferior. Aquella reacción, lejos de apaciguar la situación, hizo que la mueca burlona de Edward se transformara en un gesto de creciente exasperación.

―¡Por favor, cálmense! ―exclamó Sia―. Somos amigos, debemos estar unidos. Por favor...

Edward desvió la mirada y chasqueó la lengua, pero silenciosamente aceptó no seguir causando discordia.

―Entonces, debemos pensar en lo que haremos al llegar a Vyshenve ―retomó Ericka, luego de unos segundos de muda tensión.

―Será igual que en Belarus, ¿no? ―consideró Joseph―. Buscar un lugar donde alojarnos y luego encontrar algo de comer.

―Y después... ¿Cómo contactaremos a la gente que nos va a ayudar? ―preguntó Sia.

Todos comenzaron a cavilar sobre el problema. El Embaucador no les había especificado la manera de reconocer a sus supuestos aliados, y tampoco tenían claro cómo tendrían que presentarse para obtener su apoyo. Ya que recorrer la ciudad llamándolos a gritos parecía ser una pésima idea, les resultaba prioritario pensar en una forma viable de conseguirlo.

―El Embaucador debe haberles hablado de nosotros ―opinó Lilian tras recordar vagamente lo que Envy y Eshu les habían explicado.

Ericka asintió.

―Entonces supongo que tendremos que esperar a que ellos nos contacten.

Si bien no parecía ser la solución más inteligente, todos estuvieron de acuerdo en que no les quedaban más opciones. Decidido eso, utilizaron las horas restantes en discutir las posibles acciones que podrían tomar para derrotar a los Hijos de la Democracia. Cada uno, con excepción de Edward, brindó sus propias ideas, pero todas resultaron ser demasiado irreales o increíblemente complicadas.

―Ahora nos convendría tener a Liline y su extraña forma de pensar ―suspiró Ericka.

―Dudo que esa serpiente pudiese aportar algo útil ―masculló Joseph.

―Ya estamos cerca ―informó Hans, mirando por el ventanal del tren.

Tras unos minutos, finalmente el vehículo se detuvo por completo y todos pudieron descender a la estación. Luego de estirarse y reponerse del agotador viaje, salieron de la terminal para buscar un lugar donde hospedarse y dejar su equipaje.

―Elijamos un lugar menos llamativo que en Belarus, ¿sí? ―pidió Sia dulcemente mirando a Lilian y Hans.

―Tiene que ser así ―apoyó Ericka―. Creo que el Lord nos encontró aquella vez justamente por atraer demasiado la atención.

―Pero ahora lo que queremos es atraer la atención de nuestros ayudantes desconocidos ―opinó Joseph.

―Comportarnos como burgueses alertará a los Hijos de la Democracia que estén rondando por la zona ―gruñó Edward, saliendo por fin de su silencio autoimpuesto.

Lilian suspiró.

―Está bien, pero al menos tiene que ser un lugar agradable.

La ciudad no se caracterizaba por algún atractivo turístico, pero contaba con algunos hospedajes decentes. Escogieron el que menos resaltaba y, tras dejar sus cosas en sus respetivas habitaciones, salieron a las calles para descubrir que el anochecer había llegado. Sin mayores opciones, coincidieron que lo mejor era cenar cuanto antes para luego centrarse en los problemas importantes.

Encontraron un encantador local luego de una corta búsqueda, de modo que lograron saciar su hambre. Tras ello, recorrieron juntos las callejuelas y los alrededores de Vyshenve, pero ninguna de las personas con las que se toparon tenía la apariencia de alguien capaz de combatir terroristas. Resignados, decidieron regresar al hospedaje y continuar con la búsqueda al día siguiente.

Pero, luego de un par de horas de tranquilidad, fueron alertados por Lilian que les pidió por mensaje reunirse en la pequeña sala de estar del hotel. La estancia se encontraba completamente vacía dado lo tarde que era, de modo que podían hablar sin temer ser escuchados por desconocidos.

―¿Qué pasó? ―preguntó Hans, asustado.

―Estaba revisando las cosas que traje... ―dijo Lilian, mientras abría una elegante mochila que llevaba al hombro―. ¡Y lo encontré escondido!

Chesire salió elegantemente del interior, lanzando un maullido a modo de saludo.

―Nos llamaste para ver a tu gato polizón ―masculló Edward, frotándose las sienes.

―¿No sienten que es extraño? Durante todo el viaje se quedó quieto y silencioso ―consideró Lilian―. Esto demuestra que Chesire es muy inteligente.

Edward sonrió burlonamente.

―A diferencia de...

―Bueno, al menos no fue algo malo ―cortó Ericka, decidida a impedir que una innecesaria discusión diera inicio―. Esperen... Sia y Joseph no están aquí.

Los demás se percataron del peculiar hecho. Parecía ser algo sin mucha importancia, pero dado el contexto en el que estaban metidos, decidieron cerciorarse que sus amigos estuvieran bien. Se dirigieron a la habitación de Joseph, que era la más cercana, y en el camino se toparon con una angustiada Sia.

―Suerte que los encuentro ―dijo la chica, sumamente pálida―. Vengan.

―¿Sucede algo? ―preguntó Lilian, contagiada por la angustia de su amiga.

Sia no contestó y se acercó a la puerta de la habitación de Joseph, abriéndola con lentitud. Los demás la siguieron al interior sintiendo una mezcla de temor y confusión. Joseph estaba apoyado en una de las paredes del fondo, con un gesto de inquieta molestia plasmado en el rostro. Además de él, dos personas desconocidas estaban en la estancia: un hombre y una joven.

Él era alto y de piel enfermizamente blanca, lo que contrastaba con el grasoso cabello negro que le llegaba hasta los hombros. Estaba trajeado formalmente, con un pesado saco oscuro que le cubría desde el cuello hasta las rodillas. La chica poseía un estilo igual de sombrío pero de corte más rudo, con una casaca de cuero y pantalones del mismo material complementados por pesadas botas de combate. Su cabello, igual de negro que el de su compañero, estaba sujeto firmemente en una trenza que le caía por encima de un hombro, dejando escapar un mechón azulado.

―¿Y ustedes quiénes son? ―preguntó Edward con desconfianza, aunque creía saber la respuesta.

―Es... ―Hans tragó saliva con dificultad, aterrado―. Él es el Vampiro de Rypriat.

―No me agrada ese sobrenombre, pero es conveniente tener una firma reconocible ―siseó el hombre, con una sonrisa burlona―. Soy Markus Chase. ―Señaló a la chica―. Ella es Jana. Por diversos motivos que ustedes ya deben conocer, estamos obligados a ayudarlos.

―¿Sólo ustedes dos? ―preguntó Ericka.

―¿Te parece poco? ―espetó Jana, frunciendo el ceño.

Markus rio gravemente.

―Decidí venir a conocerlos personalmente para no atraer miradas indiscretas.

―¿Entonces, cuál es el plan? ―preguntó Joseph, muy serio.

―No hay necesidad de apresurarse ―afirmó el vampiro, disfrutando el temor que los chicos expresaban―. Deben haber oído de la secta que me sirve. Están asentados en los márgenes de Crania que es a donde nos dirigiremos ahora.

―Tomen lo que crean necesario y sígannos ―añadió Jana―. Regresarán aquí dentro de uno o dos días, si acaso consiguen sobrevivir.

Todos se estremecieron mientras veían como los dos extraños personajes salían de la estancia sin decir más. Ninguno consideraba sensato hacerlos esperar demasiado, por lo que se apresuraron a ir a sus respectivas habitaciones para hacer los preparativos correspondientes. En menos de un minuto todos estaban listos, incluido Chesire a quien Lilian decidió llevar escondido en su mochila, y se encaminaron a la entrada del hotel, donde Markus y Jana los estaban esperando.

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