Prólogo

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Los aullidos de rabia brotaban por todo el claro.

Un musculoso joven de pelaje blanco, permanecía agachado y con la mirada perdida. La furia del Clan ahogaba todo.

Una gata moteada se alzaba contemplándolo con frialdad y rabia. Mientras el Clan se arremolinaba gritando cosas al gato, éste no hacia nada más que sacudir la cabeza.

El miedo por todo aquél escándalo, asustó a Pequeño Fuego. Su compañera de guarida, Pequeña Enlodada, contemplaba todo con los ojos muy abiertos.

Habían conseguido escaparse de la vigilancia de Perlada, que había estado cuidándolos cuando Flor de Ceniza abandonó la maternidad para salir a la reunión.

El alboroto y gritos que abrumaban el claro, había sido suficiente para que su curiosidad picara lo suficiente.

Su pequeña mente de cachorro, apenas le permitía pensar en qué estaba ocurriendo.

Conocía al gato que estaba en el claro con la cabeza gacha, era Acecho Veloz, el guerrero que él siempre había deseado que fuese su mentor.

No entendía por qué todo el mundo le gritaba y lo trataba tan mal. Quería salir en su defensa, sin embargo no se atrevía a salir de su escondite. Si Tormenta de Fuego lo veía, acabaría regañandolo como la vez que había intentado cazar un pez y había estado a punto de ahogarse.

Vió a su amiga, Pequeña Enlodada. Los ojos de ésta brillaban al contemplar la escena. Examinaba todo con cautela y cuidado.

Ella solía ser la más valiente de todos, pero no sólo eso. Zarpa de Halcón siempre decía que ella sería una poderosa guerrera y algún día líder, aunque no podía ver a su amiga liderando.

Un aliento le acarició la oreja con suavidad, susurrandole con calidez.
– Cachorros… hora de descansar es…
La voz se desvaneció suavemente. Intentó adivinar de nuevo quién era, pero no lo consiguió.

No era la única vez que aquella voz lo llamaba, incluso él había pensado que había perdido el sentido, pero había comprobado que estaba equivocado cuando Pequeña Enlodada le dijo que también lo había oído.

Con un bostezo decidió obedecer a la voz. Tenía mucho sueño, y sus pequeñas patas de cachorro le dolían por estar caminando tanto tiempo sobre la fría nieve.

Empujó suavemente a su compañera de guarida.

La cachorrita marrón siguió mirando con curiosidad, sus ojos relucían con emoción y picardía.

Al final la cachorrita se separó metiéndose entre los arbustos apretujados para salir por el otro lado hacia la maternidad.

No quería que alguien los descubriese o se llevarían un buen regaño.

Sacudiendo su corto pelaje bostezó una vez y seguido de la cachorrita de ojos azules, entró a la maternidad.

Se escabulló por los frondosos lechos de musgo de la guarida, esperando pasar desapercibido por Perlada.

La reina tenía los ojos cerrados, sin embargo estaba a punto de ovillarse para simular estar dormido, cuando Perlada murmuró.
– ¿A dónde han ido ustedes dos? –.

– Hemos ido a ver que ocurría en el claro –. Respondió Pequeña Enlodada con toda la seguridad y confianza del mundo.

Esa era una de las cosas que admiraba de su amiga. Ella era tan valiente y segura que incluso podría estar frente al guerrero más temible y no temblar.

El ruido del claro fue cesando poco a poco hasta que se transformó en silencio. Se perdió la respuesta de Perlada a su pequeña hija, pero sabía que obtendrían un castigo por eso.

Flor de Ceniza emergió por la guarida con la cola a rastras.
Se acercó con cuidado a Perlada y le susurró algo con los ojos llenos de pesar.

A Perlada se le pusieron los ojos a simples rendijas, pero luego volvió a la normalidad y le devolvió una respuesta a Flor de Ceniza en voz baja.

Perlada se incorporó. – Volveremos pronto, quédense aquí y no salgan –. Ronroneó la reina con dulzura.

Asintiendo se dispuso a obedecer, no necesitaba recalcar que había desobedecido las órdenes.

Pequeña Enlodada ya se había acurrucado cerca de su hermano Pequeño Soleado.

Con sueño se recostó al lado de su hermana Pequeña Tormenta.

Antes de quedarse dormido, pudo escuchar una suave voz susurrar.
– Los Cuatro han llegado…

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