CAPÍTULO 27: LA ASESINA

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—¡¡¡Auxilio!!! —grité otra vez entre sollozos, golpeando la puerta tan fuerte, que pude sentir cómo se enfriaba mi piel— ¡¿Alguien puede oírme?! —rugí.

No sé cuánto tiempo llevaba haciendo esto, pero estaba desesperada porque alguien me escuchara. El cadáver de Geneviève se encontraba a mis espaldas, desangrándose, y yo me sentía completamente enferma y ansiosa.

Luego de ver el cuerpo de la adolescente en un charco de sangre, me quedé petrificada por un buen rato, observando lo que yo había hecho; fui incapaz de sentir alguna emoción, ni odio ni dolor. Después desperté del shock y salté de la cama para salir por el lado contrario de la escena del crimen e ir hacia el umbral a pedir ayuda. Mi adrenalina estaba en su punto más alto que seguía sin procesar lo que realmente había ocurrido, pero mi cuerpo bien lo sabía: Sudaba a mares por todos lados, mi ser tiritaba y el nerviosismo no me dejaba pensar con claridad. Tenía que largarme de este mausoleo y suplicar que auxiliaran a la joven. Mi histerismo nublaba todo mi juicio, haciéndome pensar que, de alguna manera milagrosa, Geneviève todavía podía vivir.

—¡¡¡¡Por favor!!!! —exclamé, dándole patadas a la puerta.

La vista se me empañó debido al llanto, llevándome más a la exasperación porque no podía ver nada por más que me limpiara las lágrimas. Estaba azotando mi cuerpo contra la puerta cuando un poco de mi raciocinio volvió. Todos mis movimientos bruscos se detuvieron. Ellos jamás abrirán si no vocifero lo que pasó, pensé, Me quedaré torturándome con el cadáver toda la noche si no grito.

—Geneviève está muerta... —le murmuré con un hilo de voz a la oscuridad.

Casi me desplomé al escuchar cómo la aterradora verdad salía de mis labios. No podía creerme lo que significaba esa simple frase. Yo era oficialmente una asesina..., un monstruo...

—¡¡Geneviève está muerta!! —bramé a todo pulmón, golpeando nuevamente mis nudillos y palmas contra el umbral mientras la culpa me comía los nervios— ¡¡¡Geneviève está muerta!!! ¡¡¡¡Ayúdenme, por favor!!!!, ¡¡¡¡¡mi compañera de cuarto está muerta!!!!!

Mi llanto desgarrador, quemándome las mejillas, comenzó a oírse por toda la habitación.

—¡Geneviève está muerta! —sollozaba cada vez con menos potencia porque la voz se me cortaba. Mis fuerzas se encontraban a punto de fallar y dejarme de rodillas— Geneviève está...

Ya no pude más. Todo mi cuerpo se dobló y tuve que sostenerme de la puerta con las uñas para no caerme. La mucosidad se escapaba de mi nariz sin control alguno.

Debido a mis lloriqueos inconsolables, no pude escuchar cuando el seguro cedió y el picaporte dio vuelta. Caí como un trapo sobre quién había abierto el umbral. Al sentir el contacto humano, abracé como niña al desconocido. La persona se tambaleó.

—¡¿Qué está sucediendo?! —reconocí la voz de Bridget en mi oído.

No me despegué de la enfermera aunque sus movimientos eran algo rudos para apartarme.

—Está muerta... Geneviève está muerta —sollozaba sobre el hombro de la auxiliar, casi tirándola al suelo.

En una veloz maniobra se separó de mí para ingresar a la celda y comprobar si lo que decía era cierto.

—¡¡Noooo!! —volví a encimarme sobre ella al instante que sentí que se alejaba de mí.

Necesitaba que Bridget se quedara a mi lado si no caería en el abismo. Gemía en sus brazos y temblaba de una manera alarmante. No podía soportarlo más. La enfermera me correspondió por un segundo el abrazo para conseguir llevarme del otro lado del pasillo y sacarme de esta escena perturbadora. Ni siquiera sabía si había logrado vislumbrar el cadáver o mis gritos la habían apartado de tal atrocidad.

—¡Deborah, Félice!, ¡necesito ayuda! —exclamó la auxiliar hacia el fin del oscuro corredor.

Yo continuaba desvaneciéndome en el dolor mientras Bridget cuidaba que no me cayera de espaldas o de rodillas.

—¡¡Deborah, Félice!!, ¡¡vengan!! —pidió la enfermera cuando ya no podía aguantar mi peso ni mis lamentos.

Cuando mis gimoteos comenzaron a calmarse un poco, me di cuenta de que varios ruidos se desprendían de distintas celdas. ¡¿Qué había logrado con esto?! ¡Sólo despertar a cada ser viviente de la Sección D!

Las auxiliares, Deborah y Félice, llegaron casi después.

—¡¿Qué pasa?! —se hizo escuchar Deborah entre los gritos.

Mi garganta se había sosegado, mi cuerpo helado se sostenía de Bridget sin emitir ningún ruido más que el de su temblor, pero por mi mente pasaban toda clase de torturas. Otra muerte que había sucedido por mi culpa. La tercera persona que había fallecido por verme a los ojos. Sin embargo, lo que más me martillaba en la cabeza era que la joven había sido la primera persona asesinada bajo mi autoría.

—Emily dice que Geneviève está muerta —susurró la enfermera con frialdad—, compruébenlo; tenemos que actuar

rápido.

Félice se quedó al marco de la puerta y Deborah entró al

lugar. Vi a su sombra agacharse frente a un bulto que supongo que era la adolescente. Cerré los párpados con fuerza, deseando con anhelo mi fin, mientras a Deborah se le salían unos sonidos de horror por la boca; fueron poco audibles, pero pude aislar los demás ruidos del ambiente para concentrarme en ella. Abrí los ojos nuevamente cuando escuché que sus pisadas se acercaban hacia nosotras.

—Es cierto, la chica está muerta —confirmó ella con apatía.

Me derrumbé en el suelo cuando oí esas repugnantes palabras, Bridget tuvo que sujetarme más fuerte de los brazos para que recuperara la compostura.

—Bien —dijo la enfermera cuando ya me había sostenido—. Deborah, ve avisarles a los jefes de lo sucedido. Félice, ve por Bastien y Antoine; los necesitaremos si queremos calmar este alboroto —murmuró—. Yo llevaré a Emily al puesto de enfermería para que se tranquilice y nos reuniremos allá.

Las dos asintieron, Deborah cerró la celda —donde estaba el cuerpo—, y cada una se fue por su lado. Las voces musitando en las habitaciones y el castañeo de mis dientes era lo único que se oía en el lugar. Se me había olvidado cómo vivir.

—Emily, escúchame —pidió Bridget—: Te llevaré a la enfermería y ahí estarás bien. Sin embargo, es preciso que me ayudes. Yo no puedo cargarte. Camina, paso a paso; no importa cuánto nos tardemos.

Yo asentí con las lágrimas contenidas en los ojos y acomodé el pie derecho adelante para partir. No sé con exactitud cómo conseguí llegar al puesto de enfermería en medio de la tempestad, no obstante, lo siguiente que pasó fue que la enfermera me sentó en un banco y me tapó la espalda con una cobija abrigadora. Me estaba muriendo, ya que hasta mi piel se hallaba helada como la de una difunta.

—Tranquila, Emily, tranquila —me repetía Bridget varias veces cuando no podía aguantarme más y comenzaba a sollozar de nuevo.

Me ofreció agua, pero fui incapaz de beberla porque mi garganta estaba completamente cerrada.

—Respira —me dijo, e inhaló y exhaló.

Empecé a imitar sus movimientos, y unos minutos más tarde, mi respiración se encontraba más calmada, pero todo lo demás estaba podrido. Mi cuerpo desprendía un frío que jamás había experimentado en mi vida; era tan gélido, que pude haber muerto si ese nudo en la garganta y el dolor aniquilador en el pecho no hubieran estado allí. Tal vez mi corazón continuaba bombeando para limpiar mi sangre, tal vez mis pulmones seguían funcionando como máquinas perfectas para la supervivencia, tal vez mi cuerpo aún vivía, pero yo ya estaba muerta. Lo sabía bien porque ya no sentía al fuego del alma en el centro de mi ser, se esfumó desde el momento en que Geneviève Abdelbari dejó de existir.

Mi vista se hallaba nublada; hubo ocasiones que hasta la oscuridad absoluta se extendió ante mis ojos, dejándome completamente ciega, sin embargo, después de nerviosos parpadeos, todo volvía a la normalidad. Sólo escuchaba siseos, nada de sonidos nítidos. Nuevamente, las lágrimas comenzaron a quemar mis pómulos como si fueran llamas provenientes del mismo Infierno. No sabía si lloraba por haber matado a la joven o por lo que ella llegó a significar para mí: Era mi esperanza.

—Al cuarto de aislamiento —pude escuchar a Deborah con su voz autoritaria mientras me tomaba del hombro rudamente.

Ahí fue cuando conseguí concentrarme en mi alrededor otra vez. Félice y los auxiliares se dirigían por el pasillo hacia las celdas que hacían un ruido bestial. Iban a poner orden. Bridget estaba al teléfono, creo que hablaba con el doctor Abad; y Deborah me miraba brutalmente, justo como se observa a una asesina. De seguro ella me había llamado más de un par de veces, pero hasta ahora había logrado salir del pozo negro que mi mente estaba preparando para refugiarme de manera permanente.

—¿No escuchaste? ¡Al cuarto de aislamiento! —escupió la enfermera.

No cambié de expresión, no emití algún sonido de disgusto ni rogué para impedirlo; más bien, acepté el castigo para ir a las brasas del Infierno, lugar donde debía pagar por mis crímenes. El monstruo dentro de mí tenía que ser destruido. Mi garganta se hallaba muy seca para dar una respuesta, así que intenté levantarme del banco, pero mi cuerpo estaba entumecido por el frío magnicida. Intenté incorporarme con lentitud; no obstante, mi tardanza le molestó a la enfermera, por lo que apartó con brusquedad la manta de mi espalda. Respingué de dolor. Después Deborah me jaló del brazo y me hizo caminar por el corredor hacia mi fúnebre destino. La auxiliar se movía rápido y a mis entorpecidos pies les resultaba casi imposible seguirle el paso. Al llegar a la frívola puerta de metal, mi cuerpo comenzó a sudar y tragué saliva. La enfermera me colocó con rudeza la camisa de fuerza.

—Aún no sabemos con exactitud si darte calmantes o no, la doctora Claire y el doctor Abad no han dado instrucciones específicas, pero no te matarás para evitar la tempestad que se aproxima por la muerte de la chica, de eso me aseguro yo —comentó severamente, ajustándome la vestimenta.

La justicia me aplastaría con todo su furor, lo sabía. Deborah abrió el umbral y me empujó.

—Entra —espetó y posteriormente azotó la puerta, dejándome sola con mis pecados.

Intenté caminar hacia la pared para recargarme sobre ella, no obstante, mis débiles tobillos no resistieron y caí de rodillas en el suelo. Los huesos me dolieron de manera insoportable, pero mi voz sólo emitió un pequeño quejido. Segundos después, mis rótulas también fallaron y caí de costado sobre mi hombro izquierdo. La caída debió de ser dolorosa, sin embargo, esta vez no sentí pesar alguno. El silencioso, pero desolador e implacable llanto me invadió otra vez.


Nos detuvimos en la recámara que tenía el número 472, aunque más bien, yo llamaría a esto una celda, tenía más aspecto de cárcel que de hospital; qué lugar tan deprimente. Estaba preparando a mi ser para afrontar a la mujer que pudiera encontrarse detrás de este umbral y que ahora sería mi compañera... 

—Geneviève, ¿dónde estás?; tienes una nueva compañera —dijo la enfermera, entrando a la habitación.

Entonces la vi. La chica se encontraba al fondo de la recámara, en una esquina, haciéndose pequeña como si así pudiera pasar desapercibida...

... Tenía el cabello a la altura del hombro: lacio, oscuro y maltratado. Su nariz era muy puntiaguda; los ojos, pequeños y de color café; y piel blanca. Su estatura se hallaba encima de la mía, pero se jorobaba. También se veía muy joven; tal vez de unos dieciocho o diecinueve años. Era la Geneviève Abdelbari del periódico, la Geneviève Abdelbari de mi pesadilla, la Geneviève Abdelbari de la lista de muerte que yo estaba obligada a cumplir... 


—¿Te suena?, ¿bipolaridad? —mencionó con indiferencia, terminando de arreglarse la prenda— Tengo un comportamiento depresivo y después episodios maníacos —no añadí más; sin embargo, sabía de qué se trataba el trastorno bipolar, en la secundaria había hecho un trabajo sobre ello...— Sí, es una mierda —agregó—; al igual que lo tuyo... Esquizofrenia, ¿no?; escuché a los enfermeros decir que tienes esquizofrenia —aclaró.


¿Alguna vez han tenido ese incontrolable deseo de no respirar más porque les resulta insoportable oír el latido de su propio corazón? 


... Había cortes horizontales en los dos brazos, unas ya cicatrizadas y otras no tanto; en el derecho había escrito su nombre, ¿con qué lo haría?; también había quemaduras circulares. Esta chica no quería el cigarrillo para fumarlo, sino para destruirse la piel. 


¿Conocen lo que es la soledad?, ¿maldecir, vociferar y golpear, pero que nadie esté para escucharlos?


—¡¡¡¡No hay nada!!!!, ¡¡¡¡nada!!!! ¡¡¡Nadie viene por ti porque a nadie le importas!!!; ¡por eso estás aquí!

—¡¿Qué te pasa?! ¡¡Maldita hija de perra!!, ¡¡me las vas a pagar!! —brumó con furia.

—¡¡¡Auxilio!!! —grité con una minúscula nota fingida en mi tono de voz—, ¡¡ella quiere matarme!! 

... Cinco hombres tomaron a Geneviève violentamente y la tumbaron al suelo, haciendo que su cabeza estallara fuertemente contra la tierra; ese golpe pudo haberla matado. Después hubo algunas patadas y puñetazos en su cara, provocando que la chica gritara melancólicamente mientras lloraba y lloraba... 


¿Alguna vez han gritado de ira por imaginarse reflejados en el espejo y repudiar lo que ven en él?


... Soy el monstruo que hizo que golpearan a una joven inocente... 


—¿Geneviève?

—¿Sí? —respondió ella, acostada en su cama.

—Perdón por lo sucedido en el jardín —murmuré.

—Ah, eso... No importa, me da igual —dijo y se volteó al lado izquierdo para darme la espalda.

Claro que le importaba, claro que no le daba igual. Seguía muy dolida por aquella situación y sinceramente yo ya no sabía qué hacer para compensárselo...


—Fue muy valiente lo que hiciste y Gauvin te lo agradece —comentó.


—Emily, lo siento —sentenció apenada.

—¿Por qué?

Fruncí el ceño.

—Por lo que pasó hace unas semanas... Yo te acusé con Deborah. No quise hacerlo, pero realmente estaba aterrada con tus cortadas —confesó. 


Bueno, yo lo experimenté cientos de veces en mi vida: 


—Ya sé lo que piensas: Esa niña malcriada se mutila las muñecas todo el tiempo, ¿por qué se asusta? Pero la verdad es que pensé que estabas muriendo. Necesitaba ayuda...

—No te preocupes —la interrumpí—. Esa noche fueron mis acciones erróneas las que causaron el desastre, no las tuyas. Tú salvaste mi vida.


... No tenía ningún sentido que ellos de repente se portaran tan bien conmigo. Más esta niña Geneviève; después de todo lo que le hice, ¿por qué mostraría amabilidad...? 


En la muerte de Sarah Collinwood aquella horrible noche del 26 de junio de 1996, 


Ante su último bramido de suplicio, me senté en el suelo junto a ella y extendí mi brazo para abrazarla. Geneviève hundió su cabeza en mi pecho, y siguió temblando y gimiendo mientras repetía cada vez más bajo Quiero morirme. Después de un rato, dejó de decirlo y se aferró firmemente a mi cuerpo.

Sé que me había prometido no involucrarme en nada personal con esta chica, pero sus chillidos hacían que mi alma retumbara. Nadie vendría a ayudarla, aquí no le hacían caso a los gritos que se oían en la noche; yo era su única esperanza.  


en esos diez años de acoso escolar,


 ... Era muy buena con el pincel y sabía mucho sobre distintos géneros musicales, escuchaba una canción y podía reconocerla casi al instante.


en el asesinato de Amanda Breslow el 12 de noviembre del 2012


... ambas sabemos que terminarás con la sangre de todos sobre tus manos —su voz estaba empezando a distorsionarse en un tono más profundo y lúgubre que me molestaba los oídos. Sus ojos se le tornaron de un amarillo más brillante y aterrador—. Alístate para el siguiente paso...


De repente ya pude sentir el arma con la que estaba apuñalando a Geneviève: Era fría y metálica. Mis brazos se alzaban y regresaban al cuerpo inerte de la chica como si fueran una máquina aniquiladora. Hace un tiempo que la adolescente había dejado de chillar. Luego empezaron los escalofriantes gritos en mi cabeza que amenazaban con destruirme los tímpanos. Nunca pude definir quién había lanzado los aullidos, ¿fue Sophie?, ¿o todo el estruendo había salido de mi condenada alma, rompiéndose en millones de pedazos?


y también esa madrugada de enero del 2013 cuando tuvo lugar mi supuesto homicidio contra Geneviève Abdelbari. Está hecho, Emily; ya terminó... No te preocupes, no irás a prisión; una loca que cometió un crimen, lo máximo que te harán será encerrarte aquí para siempre..., se rio. 


Jamás pude calcular cuánto tiempo estuve en la celda: ¿años, meses, semanas, días...? No lo sé. Sin embargo, cada maldito segundo que pasé ahí adentro fue completamente abominable. Siempre estaba tan mojada, que no sabía si era agua por los descuidos de mi enfermera o se trataba de mi propia excreción. Vomitaba tiempo después de que Angelina ponía la comida en mi tracto digestivo, sacando todo con dolor y repugnancia; el alimento medio digerido se salía por mi boca y nariz, haciéndome sentir asquerosa.

Sé que hubo electricidad involucrada; no recuerdo muy bien, pero estoy casi segura de que me daban descargas porque me iba... Me estaba desconectando de mi cuerpo para huir a ese pozo negro que mi mente había preparado para mí. Si no hubiera sido por esos choques eléctricos, habría caído en estado catatónico. Es en serio, la tortura era tan insoportable, que rogaba porque mi fin llegara. Planeé suicidarme golpeándome varias veces contra el suelo, pero nunca lo pude intentar porque mi frágil cuerpo apenas podía moverse. No tengo idea de cómo este pudo resistir tanto sin el apoyo de mi alma, que ya llevaba un buen tiempo hecha cenizas.


Me hallaba desahuciada, en un trance entre la vida y la muerte, cuando Deborah abrió la puerta de la celda.

—El doctor Abad y la doctora Claire quieren verte —me informó con seriedad.

Tardé mucho tiempo en analizar dónde me encontraba y mucho más en distinguir a la auxiliar entre las sombras que veía. La enfermera y yo ya estábamos afuera del cuarto cuando mi mente se estabilizó. Ella me había quitado la camisa y ahora me limpiaba la cara con brusquedad. De seguro estaba llena de porquería, yo apestaba a porquería, pero la verdad no me importó porque justo así me sentía. Mi corazón se hallaba envenenado de rabia y odio hacia mi ser. Sólo anhelaba que esta guerra entre la Serpiente y yo terminara, ella había ganado.

Deborah me amarró las muñecas con esposas y me llevó del brazo por los pasillos del hospital. Los rayos rosas y naranjas entraban por las altas ventanas del manicomio, consiguiendo que hubiera raras sombras por todo el lugar; supuse que se trataba de la tarde..., ¿una tarde del 2016? La verdad es que no tenía idea. Para mí había pasado una eternidad desde que apuñalé a Geneviève, pero la herida dentro de mi alma seguía abierta como si la chica hubiera dejado este mundo hace unos minutos. Supe hacia dónde nos dirigíamos en el momento en que llegamos al piso dos: la oficina de Abad. 


—Por ejemplo, esta chica Geneviève —observé a la bailarina adolescente— podrá verse muy feliz, no obstante, por dentro su alma sufre y suplica una liberación. ¿No crees que será un acto totalmente humano matarla?


... Yo sé cuál es el siguiente paso: matar a Geneviève.


—Emily —masculló Sophie entre lágrimas—, detente. Tienes que despertar —la mirada de la mujer estaba vacía—. Soy Sophie, la esquizofrenia; el hecho de tenerme no te hace un monstruo, pero si decides continuar con esto, sí te convertirás en uno. No me hagas ser un monstruo, Emily —Sophie lloraba sin remedio—. No permitas que ella nos transforme en monstruos —susurró. 


... Emily agarró los pies de Geneviève y la arrastró hasta el centro de la celda, ignorando por completo las súplicas de la adolescente. La chica intentó aferrarse al piso con sus uñas, sin embargo, eso no evitó lo que iba a pasar. La mujer volteó rudamente a la joven para que se vieran directamente a los ojos. Emily la miró con maldad, convenciéndose de que esto era lo que deseó hacer desde el primer momento en que vio a Geneviève... Después el cuchillo atravesó brutalmente el pecho de la joven..., y luego otra vez, otra vez y otra vez. La mujer empapaba sus vestiduras con la sangre de la víctima. No conseguía detenerse.


Era hora de pagar por mis culpas... No te preocupes, no irás a prisión; una loca que cometió un crimen, lo máximo que te harán será encerrarte aquí para siempre..., escuché la asquerosa risa de la Serpiente y apreté los dientes. 

Deborah abrió la puerta de la oficina con delicadeza, actitud contraria a sus estados de ánimo habituales.

—Adelante, Emily —me pidió educadamente.

Mis nervios se desataron al presenciar que no sólo Angelina, la doctora Claire y Abad estaban en el sitio, sino que había tres personas más que me resultaron irreconocibles. A la mesa se encontraban dos hombres trajeados y una mujer vestida formalmente. Los doctores y la auxiliar se encontraban de pie atrás de los hombres. Apreté mi mandíbula para impedir que mis dientes castañearan y puse los tobillos duros para caminar lo más normal que se pudiera dentro del recinto. Escuché a la enfermera cerrar la puerta.

Deborah me quitó las esposas y pidió que me sentara en el lugar vacío que estaba junto a la mujer de cabello corto, piel oscura y labios anchos. Me costó mucho trabajo jalar la silla para conseguir sentarme, por lo que al final la auxiliar tuvo que terminar la tarea por mí. Tomé asiento y bajé la cabeza por la vergüenza. Comencé a raspar las uñas de mis pulgares una contra la otra para no caer en la negrura.

—¿Está seguro de que la señorita Anderson está bien para el interrogatorio? —preguntó uno de los hombres que se hallaba frente a mí.

—No —escuché responder a Abad—, pero es la mejor opción que tenemos si el doctor Abdelbari desea saber más detalles sobre el fallecimiento de su hija.

Mi corazón dio un vuelco y la carne se me tornó de gallina. Un horripilante escalofrío emanó de mi nuca, extendiéndose hasta el final de mi espalda. Vi con suma atención a los dos hombres que estaban frente a mí. El primero era de piel aceitunada y grandes orejas, creo que era el que acababa de hablar. El segundo estaba demasiado serio, con la mirada cansada y cabello casi blanco. La razón por la que supe que él era el padre de Geneviève fue por sus ojos, eran iguales a los de la adolescente; con respecto a los demás rasgos físicos, no se parecían en nada.

Comencé a temblar y estuve a punto de derramar lágrimas, pero me contuve gracias a que aparté la vista del señor Abdelbari. Su presencia me resultaba insoportable. Poco después, me di cuenta de que tampoco toleraba la mirada de todos los presentes sobre mí, así que volví a mi postura inicial con la cabeza agachada, esforzándome por no llorar.

—Emily —me llamó la doctora Claire—, los dos caballeros que están frente a ti son el doctor Abdelbari, padre de Geneviève, y el licenciado Fleury, su abogado. La mujer a tu lado derecho es la licenciada Voirin, abogada del hospital —me informó—. El licenciado Fleury desea hacerte unas preguntas sobre la muerte de tu compañera, ¿está bien?

Yo asentí con la cabeza sin ver a nadie en específico. Sabía que sólo era cuestión de tiempo para que este tipo me sacara la confesión de la boca. No tenía miedo y mi nerviosismo se había ido. deseaba escuchar mi castigo lo antes posible para poderme entregar al vacío.

—Bien, empecemos —dijo el abogado—. ¿Qué tan bien conocía a Geneviève Abdelbari, señorita Anderson?

—No tan bien... —murmuré para mí.

—¿Señorita Anderson, podría repetir su respuesta, manteniendo contacto visual con el licenciado Fleury, por favor?; es necesario que lo haga durante todo el interrogatorio —comentó Voirin.

Volteé mi vista hacia el abogado con el mentón firme y los ojos impenetrables.

—No tan bien —volví a decir claramente—. La verdad no la conocía en absoluto, al igual que ella no sabía nada sobre mí. Aquí nadie se conoce del todo, licenciado —aclaré con severidad.

—Bueno, pero debió notar cómo era su comportamiento durante su estadía en este hospital —enunció—. Al fin y al cabo, usted era su compañera de cuarto —declaró con una pizca de acusación.

—Sí, lo era —respondí casi al instante—. Su comportamiento era... complejo —afirmé, pensando muy bien en mis palabras—. Como supongo que sabe, ella sufría bipolaridad, así que era normal presenciar sus cambios tan rudos de comportamiento.

—¿Podría describirme cómo fue la conducta de la señorita Abdelbari en sus últimas semanas de vida? 


—¡Quiero morirme! —exclamó—, ya no aguanto más. ¡¡¡Quiero morirme!!!


... Geneviève entró estruendosamente a la habitación. Me levanté de golpe y me hice un ovillo en la cabecera de la cama, sujetando con fuerza mis tobillos. La adolescente ingresó a zancadas y se dejó caer en su camastro con cierto drama en sus movimientos.

—¿Qué tal la comida con tus padres? —le pregunté.

Ella se colocó lateralmente para observarme.

—Muy bien, estuvo muy bien; mis amigos también fueron un rato durante la tarde —respondió, esbozando una sonrisa.

—Me alegro. ¿Cómo están todos?

—Bastante bien. Les va bien en la universidad —comentó cortantemente.

—Qué bueno —dije para finalizar el tema—. ¿Estás bien?

Una leve señal en su rostro, que estuve a punto de pasar por alto, me indicaba que se encontraba algo disgustada.

—Sí —contestó rápidamente.

—¿En serio? —insistí.

—Emily, ¿cómo no voy a estar bien si acabo de ver a mis padres? —soltó con rudeza.

Sus expresiones resultaban indescifrables. Era una actriz tan espectacular, que en ese instante me tragué su respuesta por completo.

—Está bien, te creo —declaré.

Ella me sonrió con ternura de oreja a oreja, enseñándome los dientes...


... Geneviève desprendía un ánimo enojado y melancólico. La adolescente se hallaba cabizbaja y ni siquiera se había molestado en ir por un plato para consumir su merienda. La examiné sin saber cómo actuar, preguntándome a qué se debía su estado.

—¿No comerás nada, Geneviève? —dijo la enfermera Deborah cuando vino a recogerle el plato a Gauvin.

La chica no contestó.

—Bien, entonces vete al puesto de enfermería —ordenó la auxiliar.

La joven se levantó de su asiento y se largó del lugar a zancadas. Deborah le limpió la boca a Gauvin y se fue hacia la barra de alimentos.

—¿Qué le sucede? —pregunté después de que la joven salió de la cafetería.

—De seguro le han negado nuevamente bajar a la visita —respondió Ferdinand.

Otras veces no le han permitido ir a la visita y no se pone así, pensé. 

—Me dijo ayer que estaba molesta porque el doctor Abad le había comentado que este domingo no saldría, los padres de Geneviève le habían informado sobre el ataque que tuvo cuando fue a comer con ellos —habló Dominique casi después de Ferdinand.

En ese momento se me presentó la razón por la que ella se había comportado de manera extraña el martes anterior. Sufrió un ataque de nervios y de seguro sus familiares no lo supieron manejar como se debe. Me sentí mal por la adolescente.

—¿Y?, otras veces no la han dejado bajar y ella está normal —replicó Amélie.

—Lo que le molesta no es que no pueda ir —intervine—, sino que sus padres le contaran sobre su episodio a Abad. Tengo el presentimiento de que ella lo sintió como traición, por eso actúa así.

Todos se quedaron en silencio unos segundos, analizando lo que había dicho.

—Probablemente tengas razón —confesó Amélie. 


Moví disimuladamente la cabeza para alejar los recuerdos.

—Disculpe, pero ¿esto qué tiene que ver con la muerte de Geneviève? —contesté con agresión.

Los presentes me observaron fijamente, la mayoría frunciendo el ceño como si yo hubiera dicho una tontería. Ahí fue cuando mi nerviosismo se desató. Ellos sabían algo que yo no.

—Es relevante dado que la señorita Abdelbari se suicidó... —decía Fleury.

Abrí mucho los ojos y mi corazón respingó. Todos los vellos se me pusieron de punta.

—¿Qué? —lo interrumpí al instante.

El hombre no siguió hablando, sino que se escuchó un prolongado silencio donde todos parecían confundidos ante la situación. Mi estómago iba a explotar, mi corazón latía con violencia y mis pulmones ya no funcionaban.

—Señorita Anderson —comenzó a hablar la abogada Voirin, dándole una rápida mirada a los doctores—, Geneviève Abdelbari se suicidó...

—¡No!, ¡no! —exclamé casi en lágrimas—, a Geneviève la mataron...

En ese momento no tuve el valor de decir: Yo la maté. Estaba tan desorientada y asustada, que lo que menos poseía era coraje. Los espectadores intercambiaron miradas llenas de intriga. Hubo una oleada de murmullos, pero no pude distinguir lo que decían.


—No quiero estudiar —afirmó rudamente—. Ya me harté..., fue suficiente.

—Bien, ¿entonces cuál es el plan?

—Sé que no voy a llegar.

—¿Llegar a qué?

—A eso, no quiero llegar; y perdón si no les gusta a los demás mi decisión.

Se me hizo un nudo en el estómago.

—¿A qué te refieres?, ¿quieres morir?

—Sí, obviamente es lo que va a pasar.

Sentí cómo el enojo desgarrador se plantó en mi pecho de una forma burlonamente sutil.

—¿Por qué?, ¿por qué deseas que sea así, Geneviève? —le cuestioné, acusadoramente, para que viera que estaba molesta con su parecer.

—Pues ya no puedo —respondió con indiferencia.

—Te aferraste a alguien y está matándote —objeté—. Te estás convenciendo de que ya no puedes, pero yo sé que eso es mentira.

Volteó a mirarme. Sus ojos reflejaban el desinterés que representaba la vida para ella... De repente, ante mí, sus rasgos juveniles se consumieron por su aceptación a la derrota. La sangre se me heló, ya sabía qué iba a contestarme.

—Pero es lo que quiero, Emily.


Me tapé la boca con ambas manos para impedir que se hicieran escuchar mis sollozos.

—No, señorita Anderson —seguía hablando Voirin—. A simple vista el cuerpo no presentó signos de lucha alguna para que se especulara de un homicidio, después el doctor Abdelbari pidió una autopsia y los especialistas corroboraron que verdaderamente se trataba de un suicidio. El padre de la joven ha pedido detalles sobre el estado de su hija en las últimas semanas de vida, por eso la estamos entrevistando a usted —confirmó.

No podía mirar a nadie a los ojos. Rasguñaba a la mesa con mis uñas para impedir el descontrol y sudaba a mares. La ansiedad me carcomía las vísceras.

—Eso no es posible... —susurré—, había mucha sangre.

Las silenciosas lágrimas quemaban mis pómulos y las imágenes violentas de mis cuchillazos al pecho de Geneviève se reavivaron en mi cabeza.

—¿Sangre? —preguntó la licenciada.

—¡Lo que faltaba! —refutó Fleury, molesto.

De reojo pude ver que cerró su portafolio con brusquedad.

—Emily... —pronunció la doctora Claire.

—Un momento, por favor —la interrumpió Voirin, alzando la mano—. ¿Usted vio sangre en el cuerpo de la chica?


—¡Hola, Geneviève! —la saludé con entusiasmo.

—Hola, Emily —me respondió con su voz normal, no había ni una pizca de mal humor en su tono.

—¿Qué tal el domingo con tus padres? —pregunté, manteniendo la misma euforia.

—No bajé hoy.

¡¿Qué?!, ¿entonces dónde había estado? ¡Juro que revisé todos los posibles escondites de este sitio!

—Ah, ¿no? —fingí no saber nada del tema.

—No, anduve deambulando todo el día por aquí.

Mi primer instinto fue decirle que la había estado buscando, sin embargo, no lo hice... No sé por qué... 


Me tapé los oídos con fuerza, apretándome el cráneo mientras la mucosidad, la saliva y las lágrimas se salían de mis cavidades. De repente, los recuerdos de mi pelea letal con Sophie y mis apuñaladas a la adolescente me parecieron completamente irreales, como si se hubiera tratado de una espantosa pesadilla...

—No lo sé... —sollocé.

Seguí chillando contra mi voluntad sobre la silla; apenas lanzaba quejidos audibles, ya que me estaba ahogando de dolor. No me atrevía a ver a nadie, así que mi mirada se concentraba en la mesa marrón que reflejaba mi asquerosa cara.

Escuché los resoplidos de irritación provenientes de los abogados y la desaprobación del doctor Abad. No supe si el señor Abdelbari emitió alguna queja, pero estoy agradecida de no haber oído nada. Hubo un interminable silencio donde nadie se atrevió a hablarme..., hasta que Angelina se armó de valor.

—Emily —comenzó y yo me atreví a verla a los ojos con pesar. Ella estaba en la esquina de la habitación y me observaba con compasión—, Geneviève se suicidó en la madrugada del 7 de enero... —me informó. Vi un poco de duda en su rostro, supongo que no estaba segura de decir lo siguiente— Amarró una sábana a su cuello y la apretó hasta que no respiró más. Ni una gota de sangre se derramó esa noche.

—¿De qué año? —quise saber, intentando no tartamudear.

—¿Qué? —me respondió.

—¿En qué año murió?

—Falleció este año: 2013 —contestó, pronunciando claramente las fechas.

—Aún seguimos en enero, Emily —comentó la doctora Claire, giré para mirarla—. Hoy es 17 de enero del 2013.

Sólo pude asentir con la cabeza. Todos me observaban con perplejidad.

—Sarah Lorraine Collinwood: 26 de junio de 1996. Amanda Breslow: 12 de noviembre del 2012. Geneviève Abdelbari: 7 de enero del 2013 —declaré en voz alta para hacerme entender que todo esto era real.


—Emily —habló después de unos segundos. Volteé a verla y nuestros ojos se miraron con cariño—, eres muy especial..., lo sabes, ¿verdad? —no hice ningún gesto para responderle porque seguía preguntándome a qué quería llegar con estas palabras, jamás se había atrevido a decirme algún cumplido— Eres más fuerte de lo que crees. No vivas creyendo que todo el mundo está por encima de ti. Recuerda que nadie tiene el derecho de aplastarte..., ni los de allá afuera —acercó su mano y tocó suavemente mi sien izquierda con su dedo índice—, ni los de aquí dentro.


Me tapé los ojos con las manos para evitar que me vieran llorar abruptamente. Realmente me sentí avergonzada por chillar frente al padre de Geneviève, pero no podía evitarlo..., en serio que no. Mi cuerpo entero temblaba sin control y un frío se apoderaba de mi ser con ferocidad.

—Supongo que ya acabó la entrevista —reconocí la voz disgustada de Fleury.

—Lo lamento, licenciados y señor Abdelbari. La señorita Anderson sufre de esquizofrenia y últimamente ha tenido crisis de ausencia, pensamos que soportaría el interrogatorio, pero creo que sobrevaloramos la fuerza mental que aún le queda después del fallecimiento de la joven —habló la doctora Claire—. La muerte de Geneviève realmente la destruyó.


—Despídeme de todos, ¿quieres?

Quise gritar, pero las fuerzas me estaban fallando y mi cuerpo entero parecía de trapo. Aun así, conseguí sostenerme para tomarla de la muñeca y no dejarla ir. Geneviève volteó a verme con una hermosa sonrisa.

—No te preocupes, Emily, no haré ninguna locura. Mañana temprano me darán de alta y por fin seré libre de marcharme —me aseguró.

No supe si le creí en ese instante, sólo sé que la solté lentamente para que nuestros dedos se deslizaran sobre la palma de la otra con delicadeza hasta que estuviéramos separadas definitivamente. Ella esbozó la misma sonrisa que hizo cuando nos encontrábamos sentadas en la esquina de nuestra celda, hace tiempo atrás, perdonándonos todo el mal que nos habíamos hecho. Después simplemente se alejó.


¡Qué ciega! ¡Qué estúpida había sido! Hubo miles de señales, pero fui incapaz de ver alguna cuando aún había tiempo... ¡¡Te debí haber puesto más atención, pero esa arpía me distrajo!!, ¡¡esa Serpiente!! ¡No debí haberte tratado tan mal al principio! ¡¡¡Te hubiera cuestionado cuando sabía que estabas mal, pero en vez de eso, me quedé callada!!! No puedo estar aquí sin ti. Sarah me condenó a vivir en sufrimiento, Amanda me arrebató los buenos días del pasado —a los cuales me aferraba con ímpetu— y tú me quitaste la esperanza del futuro... Ya no me queda nada, pensé con ira en cada sílaba. Me quité las manos de los ojos agresivamente y apreté los dientes con furia. Ya no me quedaba nada... 

—Emily, ponte de pie, nos vamos —me anunció Deborah.

Supongo que fue suerte porque estaba a punto de maldecir a gritos. La enfermera me tomó de los hombros para levantarme con brusquedad. A pesar de mi odio interior, que me estaba empezando a dar energía, mi cuerpo seguía atontado. Angelina se acercó y ayudó a ponerme las esposas mientras Deborah abría la puerta.

No pude salvarla... Mi auxiliar me condujo hacia la salida, pero antes de retirarme quise expresar algo que había decidido reprimir para siempre hace sólo unos segundos. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas y volteé hacia atrás.

—Lo siento, señor Abdelbari... —hablé, intentado que la voz no se me quebrara, sin embargo, no lo logré— Lo siento. Geneviève era una joven extremadamente talentosa... —el hombre se hallaba a nada de caer en el llanto— Fui incapaz de ver que su hija realmente estaba muy mal en los últimos días de su vida. No pude salvarla... De haber visto las señales, le juro que lo hubiera hecho, pero no fui capaz. ¡No fui capaz! En serio lo siento... —me callé al instante porque si decía una palabra más, me pondría a chillar como loca.

Deborah y Angelina me obligaron a salir de la escena. No miré atrás, sólo escuché perfectamente cuando cerraron la puerta a nuestras espaldas. Después las dos me llevaron por el pasillo, empujándome los hombros.

Entré a esa habitación pensando que había matado a Geneviève Abdelbari y salí de ella con la noticia de que la joven se suicidó..., ¿entonces por qué ahora me sentía más afligida que antes? La melancolía, el odio y la furia se estaban mezclando dentro de mi pecho como ácido letal. El frío amenazaba con ponerme de rodillas y mis titubeos me hacían tambalear. Pude haber caído en las sombras si no hubiera sido por la rabia en mi corazón.

Llegamos al umbral del cuarto de aislamiento. Angelina me quitó las esposas y Deborah me puso nuevamente el chaleco de fuerza. Mi ser iba a colapsar... Abrieron la puerta del endemoniado lugar y me lanzaron hacia él, ya que yo me le quedé viendo fijamente sin mover un solo músculo. Caí de rodillas, después ellas cerraron la entrada.

No tardé mucho en hallarme desesperada, tratando zafarme inútilmente de la prenda entre maldiciones. ¡Imbécil!, no sirves para nada, me repetía una y otra vez en mi cabeza mientras lloraba de ira. Después de un rato me detuve y dejé caer a mis hombros con enojo. Ese asqueroso hoyo en el pecho se apoderaba de mí, impidiéndome respirar con normalidad. Chillé ahogadamente por el nudo de mi garganta. Luego mis pulmones se llenaron de aire y exploté. Mi grito fue tan gutural, que sentí cómo mi alma se desgarraba de agonía; el eco de mi alarido rebotó en las cuatro paredes para regresar directamente a mis oídos. Pero, a pesar de mis lágrimas derramadas y mis bramidos brutales, ese vacío en mi corazón no se desvanecía; incluso sentí que, con cada segundo transcurrido, era más pesado. Me dejé caer sobre mi nuca con la esperanza de desmayarme, pero sólo obtuve un aturdimiento de mis sentidos por unos minutos.

En las penumbras de la soledad, lloré, vociferé, maldije y me revolqué en el suelo atormentada por el hecho de seguir viviendo esta tortura, rezando porque cualquier dios o demonio tuviera piedad de mí y me matara. Poco después, mis oraciones dieron resultado. Lo primero que escuché fueron sus pisadas que hacían al suelo retumbar. Con ellas pude determinar de quién se trataba.

—Viniste... —murmuré.

—Tú me llamaste —dijo con su voz rasposa que me resultaba exasperante.

No me esforcé en levantarme para mirarle el rostro, aunque estaba segura de que había una malévola sonrisa en él por verme así. Continué observando la infinidad del techo con desinterés hacia su presencia, haciéndole caso omiso a todo el odio que sentía por ella.

—Mátame —le pedí con firmeza.

—No —contestó secamente.

Me llevé una gran decepción al escuchar su inflexible respuesta, inmediatamente comencé a reprochar.

—¿Por qué no?; tú me causaste este dolor, sin duda también puedes aplacarlo... Asesíname.

—Sophie podría matarte al igual que yo, pero, aun así, me elegiste a mí... —comentó dubitativa.

A pesar de que no la miraba, me la imaginé más humana que nunca..., más real que nunca. Ya no se trataba de un demonio o un fantasma, sino que se había alimentado tanto de mis miedos, que ahora era una persona íntegra. Por lo tanto, resultaría más difícil vencerla.

—Sí, tienes razón —le respondí con tranquilidad—, la cuestión es que Sophie jamás se atrevería a dañarme... —me reí— Bueno, olvídalo, me ha mutilado varias veces; más bien, ella nunca me haría daño hasta matarme. Siente empatía por mí..., pero tú no; y ambas sabemos que quieres destruirme, así que hagámonos un favor y terminemos con este juego: Mátame. Ya no me queda nada por qué luchar, tú ganaste.

—En eso te equivocas, yo no he ganado —replicó con severidad y agresión—. Aún tienes en tu posesión el arma más poderosa, lo que te hace mantenerte aquí en la luz y no irte a las tinieblas: tu corazón.

Mi sangre hervía de furia.

—¡Yo ya no tengo corazón! —le grité— ¡¿No ves que tú ya me has quitado todo?! ¡¿Acaso no he sufrido lo suficiente para ti?!

—¡¡Nooo!! —rugió— ¡Aún no es suficiente, y hasta que lo sea, esta guerra entre tú y yo no tendrá descanso! —guardó silencio por un momento— Que tengas una larga vida, Emily —se burló.

Sus risotadas ásperas, rebotando en las cuatro paredes de mi soledad, fueron lo último que mis oídos lograron distinguir antes de entregarme al abismo.


—Despierta, despierta —me pedía la voz amablemente mientras unas manos frías me golpeteaban las mejillas.

Logré abrir los ojos después de unos largos segundos. Mi vista se hallaba nublada, así que tuve que pestañear varias veces para tener la visión clara. El rostro de Sophie fue lo primero que visualicé. Estaba tan pálida como de costumbre, con sus ojeras alrededor de sus enfermos ojos azules rey. También tenía su típico cabello desaliñado, no obstante, en su frente pude distinguir rastros de sudor... o agua.

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que estaba todavía en el cuarto de aislamiento y pasó mucho más tiempo para que pudiera percatarme de que la camisa de fuerza aún ataba mis brazos a mi torso. Mi compañera me había arrastrado hasta la pared del lugar para que mi espalda pudiera reposar como las otras veces, debí estar inconsciente cuando lo hizo porque no recordaba nada.

—Sophie... —dije después de unos minutos de aturdimiento. Mi cuerpo se encontraba completamente inmóvil, apenas podía abrir los ojos y para mí realmente había representado un gran esfuerzo el hablar—, ¿qué está pasando?

Me sentía hecha de trapo, sin una pizca de fuerza para poder acomodarme mejor. La sensación de vulnerabilidad estuvo tan presente, que tuve la impresión de que sólo hacía falta un delicado toque del dedo índice de Sophie para romperme en pedazos como si fuera de cristal.

—No recuerdas nada, ¿verdad? —preguntó, y al notar mi silencio, supuso la respuesta— Han pasado algunas semanas desde el interrogatorio..., no sé cuántas la verdad, pero has estado muy mal desde aquel día.

—¿A qué te refieres con mal?, ¿he chillado como nunca y me he golpeado cientos de veces la cabeza? —cuestioné con algo de ironía.

—No, Emily, nada de eso. Habría sido mucho mejor que lidiaras así con la pérdida que sientes, pero en vez de eso, te fuiste...

Fruncí el ceño con los ojos entrecerrados.

—¿Cómo que me fui?

—Sí, Emily, por fin te has entregado a la oscuridad de tu mente: El sitio donde ella te protege para impedir que sufras más.

—Crisis de ausencia —sentencié.

—Así es.

Intenté recordar qué había ocurrido después de las fatídicas verdades de los abogados, pero lo único que venía a mi memoria era la Serpiente y su rotunda negación para matarme. Aunque sí tenía destellos de información, el rostro de Angelina aparecía en casi todos.

—Tu enfermera te ha cuidado estos días —comentó como si pudiera leer mi mente—. Te ha cambiado de ropa, te ha dado los medicamentos, te ha alimentado... Aunque eso no ha salido muy bien porque vomitas casi todo lo que ingieres.

Tuve momentáneas alusiones sobre mis regurgitaciones, sin embargo, la verdad es que no sé si el recuerdo era real o se trataba de una suposición que mi cabeza había creado para figurar cómo mi cuerpo rechazaba la comida. Hasta la fecha puedo asegurarles que no tengo la memoria clara de qué fue lo que sucedió después de las risotadas de la Serpiente.

—¿Por qué me despertaste? —quise saber.

Me enfadé un poco con ella por apartarme de mi lugar seguro en el pozo, aunque no pude expresarlo en palabras debido a mi total falta de energía.

—No lo he hecho en vano si es lo que piensas —se defendió—. He escuchado que tienes visitas. Pronto vendrán a ver si eres óptima para recibirlas, y tienes que serlo.

—No quiero ver a nadie —refuté inmediatamente.

Si antes no deseaba ver a mi familia, en estas condiciones, menos. Mi humor y amabilidad habían desaparecido.

—No importa que no quieras ver a nadie —declaró—. Tienes que hacerlo por el futuro. Tienes que protegerlo de todo esto.

Antes de que pudiera pensar de quién estaba hablando, la puerta se abrió. Angelina me miró con lástima y yo le sonreí lo mejor que mis músculos me lo permitieron.

—¿Te sientes bien? —preguntó con firmeza sin moverse del umbral.

—Me duele el cuerpo, pero mi mente está despejada —le aseguré.

—Tienes visitas y, esta vez, tanto tu familia como los doctores han exigido que bajes a verlos. Es ahora realmente necesario vincularte con un rostro conocido después de lo que ocurrió —sugirió.

—Lo haré —contesté sin pensarlo.

Estaba segura de que Peter se encontraba allá abajo, esperándome. Debía tomar la decisión que había estado postergando desde que ingresé a este sanatorio. Sophie estaba en lo correcto, tenía que hacer esto por el futuro. La Serpiente ya lo había dejado claro: Esta guerra aún no concluía.

Angelina se acercó a mí para hincarse y quitarme el chaleco. Cuando me liberó de ese artefacto, un hormigueo se extendió de la punta de mis dedos hasta mis hombros. Me sentía muy ansiosa. Después me ayudó a levantarme. Tuve suerte de no caer a pesar del temblor de mis tobillos.

En el momento en que la enfermera salió del cuarto para ir por un pañuelo y limpiarme la cara, supe exactamente lo que tenía que hacer con respecto a Peter y nuestra relación. Sophie se paró frente a mí y asintió con la cabeza para asegurarme de que esa era la decisión correcta, después se desvaneció como polvo. Angelina regresó a la habitación con una toalla húmeda y comenzó a frotarla arriba de mi barbilla.

—¿Qué día es hoy? —pregunté de repente.

—Domingo, 24 de febrero —respondió la auxiliar sin dejar de hacer su tarea.

—¿Aún es 2013?

Ella me observó durante un segundo en sigilo, después contestó:

—Sí, aún es 2013.

Me quedé callada un buen rato, analizando cómo el espacio había devorado todo sin piedad a pesar de que yo me había hundido en el mar de la depresión. Toda la catástrofe había explotado en los primeros días del año y, ahora —según el tiempo—, esas fechas estaban muy alejadas del presente, aunque yo seguía reviviendo el momento una y otra vez como si hubiera sido ayer.

—Ha pasado más de un mes desde su muerte... —proclamé secamente, viendo a la nada—, desde su suicidio.

—Sí, más de un mes —corroboró la enfermera.

Hubo un momento de silencio.

—Y aún no puedo creer que ya no esté —confesé con mi postura anterior.

Ella sólo sonrió tristemente sin verme a los ojos, estaba concentrada limpiándome los pómulos. El mutismo volvió a apropiarse de la escena.

—¿El señor Abdelbari se quedó satisfecho con la investigación que se realizó? —pregunté, recordando al pobre hombre a nada de las lágrimas.

Sentí un nudo en el estómago.

—Después de tu testificación ya no hubo mucho que hacer, salvo que los doctores le explicaron detalladamente el estado de su hija en las últimas terapias. El señor no comentó otra cosa, así que, a partir de ese momento, la situación quedó concluida —me informó—. Aunque, ¿piensas que alguna vez el señor Abdelbari realmente esté satisfecho? A pesar del tiempo que transcurra, no creo que tan siquiera logre entender lo que pasó.

—No, nunca lo hará.

Al igual que yo, quise decir, pero no me atreví a hacerlo. La auxiliar me estaba acomodando el cabello cuando me dedicó una mirada melancólica y analítica. 

—Creo que tú y tus amigos de terapia tampoco lo lograrán entender. Ninguna persona que haya conocido a Geneviève lo hará —comentó con pesar.

Intenté no pensar mucho en sus palabras, concentrándome en otra cosa.

—¿Cómo están ellos?

—Tristes y preocupados por ti. Todos los días me preguntan sobre tu avance y cuándo saldrás de aislamiento.

Sonreí con nostalgia. Como es típico en mí, había olvidado que ellos también la habían perdido. Es en serio, a veces mi comportamiento era muy egoísta. No sé cómo había gente que seguía cuidándome a pesar de mi ingratitud.

No deseaba hablar más sobre el tema, y al parecer Angelina lo comprendió porque ya no agregó otra cosa a la conversación. Después de unos minutos terminó de lavarme la cara.

—Vamos —dijo.

Salimos del cuarto, encaminándonos hacia las escaleras para bajar al primer piso. En otras circunstancias habría planeado lo que le diría a Peter, pero en ese momento me sentía tan seca y segura, que sabía perfectamente que las palabras correctas saldrían cuando estuviera frente a él. ¿Me sentía nerviosa? Sí, hace más de tres meses que no lo veía salvo en sueños, así que sí estaba muy ansiosa y aún más por lo que le confesaría.

Llegamos a la planta baja. Sin embargo, en lugar de pasarme a la recepción, como había simulado que sería, me llevaron a un cuarto donde sólo había una mesa y tres sillas alrededor; dos frente a la puerta y una cerca de la pared, del otro lado. Deborah estaba esperándonos en el umbral de este con unas esposas en la mano. Claro, ¿cómo me atreví a pensar que me dejarían andar libremente por ahí si por más de un mes estuve en aislamiento?

Las dos enfermeras pidieron que tomara asiento en el lugar cerca de la pared. Después Deborah me esposó las muñecas a la mesa. Las cadenas eran largas para poner mis palmas sobre el tablero, pero no lo suficiente para alcanzar el otro lado.

—Es una medida de seguridad —explicó Deborah.

Sí, una medida de seguridad para Peter, no para mí, pensé. En serio, después de todo lo que había ocurrido, ¿pensaban que aún tenía la fuerza para agredir a alguien?

—En un momento pasarán las primeras personas —me indicó Angelina, y ella y la otra auxiliar salieron por la puerta, dejándome sola.

¿Qué?, ¿primeras personas? Supuse que sólo sería mi novio, no obstante, más familiares deseaban comprobar mi vida en la desgracia. Traté de averiguar quién más había venido, pero no estaba segura de nadie en particular salvo de Jennifer. Sin duda, sabía que mi hermana estaría presente, ella era la única que había osado visitarme junto con Peter en los meses pasados. ¿Los otros quiénes serían? ¿Jane?, ¿Lorraine?, ¿Jack...?, ¿Edwin...? Moví la cabeza rápidamente para apartar esa horrible idea de mi mente. No me importaba quién más había decidido aparecerse hoy por aquí, sólo anhelaba que no se tratara de mi padre o de Edwin. Ellos eran los únicos dos a los que no sabría qué decirles. Justo después me acordé del embarazo de Lorraine, ¿en qué mes estaba? No sé, hace mucho que había perdido la cuenta, sin embargo, probablemente ella no se encontraría entre los forasteros debido a ello y eso me hacía sentir más relajada.

Me estaba comenzando a impacientar cuando por fin el umbral se abrió. Angelina y Deborah dejaron pasar a dos mujeres jóvenes al cuarto.

—Si llegara a ocurrir algún problema, no duden en pedir ayuda, por favor. Estaremos detrás de la puerta —dijo Deborah.

—Sí, no se preocupe —respondió la mayor.

Jennifer y Jane tomaron asiento frente a mí. Jennifer había entrado al lugar con una sonrisa inquebrantable, estoy casi segura de que era fingida; y, además, la mirada en sus ojos no expresó horror por verme tan mal. La verdad es que no había presenciado mi reflejo, pero supuse que, si había estado por más de un mes en aislamiento, debía lucir terrible.

Por el otro lado, Jane estaba muy seria. Sus ojos me analizaban de pies a cabeza; si llegó a tener alguna conclusión sobre mí, nunca lo supe porque su mirada era indescifrable. Sus labios se encontraban en una fina línea recta. Después de unos segundos agaché la cabeza, se me hizo insoportable seguirla observando... La última vez que la vi, le había prometido que jamás la perdonaría por haberme encerrado en el manicomio. Me puse a pensar por un momento si realmente eso era cierto..., pero no pude determinarlo. Hoy en día admito que estar en Psiquiatría fue devastador, pero no culpo por nada a Jane.

—Hola, Emily —comenzó Jennifer con un tono calmado. No la vi a los ojos. Ella esperó un instante para ver si obtenía respuesta alguna, pero al ver que no, prosiguió—. Nos da gusto verte.

—¿Papá vino? —pregunté al recordar el rostro de Jack cuando herí a Jane.

—No, él está en Milán —contestó Jennifer e inmediatamente después sonó un extraño sonido de su boca, que identifiqué como arrepentimiento por lo que había dicho.

Me armé de valor para mirarla con confusión. Ella aún mantenía la postura sonriente, aunque ahora ya se notaba más falsa.

—¿Milán?, ¿qué está haciendo en Milán? ¿Algo les pasó a nuestros abuelos? —quise saber, angustiada.

Su rostro se perturbó por tantas preguntas.

—Él ahora vive allá —refutó Jane, salvando a Jennifer de responder.

Un mal presentimiento me invadió.

—La bebé de Lorraine nace en marzo, según los médicos —comentó velozmente Jennifer antes de que pudiera seguir con mis cuestionamientos sobre mi familia paterna.

En ese instante me resultaba difícil seguir el hilo de una conversación. Llevaba semanas sin hablar con alguien, así que mi cerebro olvidó relativamente rápido la posibilidad de que alguno de mis abuelos estuviera enfermo para enfocarse en el siguiente tema. Aunque claro, me enteré después de qué fue lo que ocurrió.

—¿La bebé?, ¿es niña? —pregunté con algo de emoción.

—Sí, pronosticaron que nacerá el 6 de marzo —respondió Jennifer.

—¿Marzo? En marzo es mi cumpleaños, ¿no? —dije en voz alta, tratando de recordar si era cierto.

—Sí, Emily, es el 18 de marzo —confirmó Jennifer.

Un incómodo silencio se adueñó de la habitación. Yo intenté pensar en mis pasados cumpleaños, pero sólo destellos de imágenes extrañas venían a mi cabeza. Me costó mucho trabajo acordarme de que tenía veintidós y que —verídicamente— el 18 de marzo cumpliría veintitrés.

—Ahora nos estamos quedando con Victoria y Charlotte, pero pasamos unas semanas en Burdeos..., en la casa —comentó la mayor de las mujeres—. Emily, no entiendo cómo soportaste estar sola ahí por más de un mes. Los primeros días fueron horrendos —me contó, mirando de soslayo a Jane—. Vimos que habías remodelado gran parte de la fachada, sin embargo, no tuvimos más opción que terminarla de arreglar entre nosotras. Lorraine también financió una parte para hacerla más habitable, aunque no ha venido para acá debido al embarazo —y sin que yo se lo pidiera, continuó hablando—. En un principio quisimos incluir a papá, pero él insistía en que la vendiéramos; ninguna de las tres quiso hacerlo, y supusimos que tú tampoco, por lo que decidimos renovarla. Ahora ya está mucho mejor, casi no se parece a lo que fue hace casi diecisiete años.

Tuve la sensación de recibir un golpe en el estómago. Esa maldita casa estaba tan ligada a mi madre y a Amanda, que me resultaba imposible no padecer pánico al imaginármela intocable en medio de los árboles. Me quedé callada ante el relato de Jennifer. Realmente ese lugar me parecía un calvario, pero por alguna razón masoquista, no deseaba que estuviera en venta. Mi hermana se acercó para tomarme la mano, sin embargo, yo me aparté bruscamente. Me acomodé en mi lugar con la espalda recta, puse las palmas sobre mis piernas y la miré con indecisión. Ella ya no hizo más intentos para tocarme, sino que esbozó una sonrisa triste. Yo bajé la cabeza.

—Jane y yo hemos hablado, y creemos que lo más pertinente ahora es sacarte del hospital. Los médicos nos han tenido al tanto de todo lo sucedido —expresó, y en ese instante la vi a los ojos con un sentimiento entre enfado y vergüenza—. Por lo tanto, estamos seguras de que ya no es sano que te quedes aquí. Los doctores concuerdan con nosotras, pero han insistido que te causaría mucho daño si te dan de alta ahora. Has estado en aislamiento por mucho tiempo, y el hecho de regresar al mundo te puede perturbar demasiado. Sin embargo, nos han dicho que a partir de ahora te volverás a integrar con los pacientes del sanatorio, y conforme vean el avance de tu readaptación con las personas, determinarán en qué día saldrás.

Sé que debí estar feliz por aquellas noticias, no obstante, ni una pizca de alegría se hizo presente en mi corazón. Después de todo lo que viví desde que llegué a Francia con Amanda, la Serpiente, Sophie y Geneviève, me daba igual lo que sucediera conmigo. Sólo deseaba hacer una cosa antes de entregarme a la apatía y esa petición no podía realizarse mientras mis hermanas estuvieran aquí.

—Te sacaremos de aquí, Emily —habló Jane después de permanecer tanto tiempo en silencio.

Su mirada era expectante, supongo que estaba esperando mi respuesta. Tenía la sensación de que se vio obligada a repetir las palabras de Jennifer porque se sentía responsable por todo lo que pasó. Al fin y al cabo, era su firma la que aparecía en el papeleo de mi ingreso.

—Bien —dije, dejando caer mis hombros con desinterés.

Jennifer sonrió apenas moviendo la comisura de sus labios y Jane se mantuvo con su postura maciza.

—Está bien —dijo Jennifer—. Supongo que eso es todo, ¿no? —concluyó, viendo a Jane.

—¡Ganaste el concurso literario! —soltó la menor de repente.

Las mariposas en el estómago me invadieron. Creí que esta reacción ya estaba muerta en mí, pero había renacido con esa simple frase.

—¿Qué? —cuestioné sin poder creérmelo.

Jane no agregó una palabra más.

—Sí, ganaste —añadió Jennifer. Eso es imposible, pensé—. Llamaron varias veces a tu departamento, pero les dijimos que aún seguías internada en el hospital... —¿por qué demonios le contaron a los editores que estaba encerrada en un manicomio?— Aun así, la editorial quiere publicarte y esperarán a que salgas de aquí para empezar el papeleo. ¡Les fascinó tu novela, Emily, así que aguardarán hasta que tú estés estable para publicarla!

Sé que toda esa información debió animarme por completo, pero la chica que había escrito esa novela ya no habitaba este pobre cuerpo. La mujer escritora, soñadora e imaginativa ya llevaba muerta mucho tiempo...

—Bien, me alegro —hablé sin ganas.

Los rostros de mis hermanas se apagaron completamente.

—Te sacaremos de aquí —recalcó Jennifer otra vez como si de esa manera fueran a salvarme, no esperó a que yo contestara. Luego las dos se levantaron de sus asientos y acomodaron las sillas como las habían encontrado—. Bueno, espero que pronto vuelvas a casa, hermana —se despidió la mayor con poco de nostalgia en su tono.

Jennifer se quedó un momento, esperando a que le respondiera, pero sólo moví la cabeza en signo de agradecimiento. Al verla parada frente a mí, me di cuenta de que ella había empezado a temblar y que sus ojos se hallaban cristalizados. Sospeché que estaba rogando porque la dejara abrazarme, pero no planeaba hacerlo. No me encontraba lista para sentir nuevamente el calor afectuoso de alguien que me importaba. Después de unos segundos, mi hermana se fue hacia la puerta, mordiéndose el labio, con la cabeza gacha y los brazos sobre el abdomen.

—Nos vemos —fue lo único que agregó Jane antes de darme la espalda y dirigirse al umbral.

La más pequeña de mis hermanas giró el picaporte para que ambas pudieran salir del recinto. Jennifer le murmuró algo a las enfermeras, pero no pude escuchar nítidamente lo que comentó. Deborah cerró la puerta casi después para dejarme sola en el cuarto.

Tuve la impresión de que pasó mucho tiempo desde la salida de mis hermanas a la entrada del siguiente visitante, pero de seguro lo sentí así por mi ansiedad. El estómago me hormigueaba y mi corazón latía con brutal violencia. Las manos comenzaron a sudarme y tuve que dar algunas patadas al aire para no gritar de pánico. Esto sería más difícil de lo que pensé.

Peter ingresó a la habitación después de unos minutos de total nerviosismo. Se había cortado un poco el cabello, sus ojos parecían más cansados que de costumbre y su nariz estaba roja. Traía puesto un suéter verde oscuro con sus típicos pantalones y zapatos negros. Lucía más lindo de lo que recordaba que era. Me vio con una mirada que hizo que mi corazón casi se me saliera del pecho, despertando a esa rara sensación que no emanaba de mí desde hace una eternidad. Segundos después se acomodó en el asiento donde había estado Jennifer. No pronunciamos ni una palabra, sin embargo, mantuvimos el contacto visual casi sin pestañear. Me pareció tan hermoso, que me dieron ganas de llorar, pero me contuve, tensando mi cuerpo. También tuve que reprimir mi intenso deseo de tocarle tan solo la mano para verificar que era real y no una ilusión.

Septiembre, octubre, noviembre, diciembre, enero, febrero... Todos esos meses y sólo había podido verlo una vez, fugazmente, mientras me revolcaba en mi locura. ¿Cómo es que había sobrevivido a todo esto sin él? Dios mío, ¿cómo podría expresar lo que estaba planeando decirle sin derramar lágrimas?

—Te he extrañado... mucho —confesé sin pensarlo.

Solamente manifesté lo que salía de mi corazón.

—Yo también —respondió, sonriéndome con añoranza.

—Han pasado cosas horribles —le dije al borde del sollozo.

—Lo sé, mi amor, pero pronto estaremos en casa y todo se pondrá bien.

Las primeras lágrimas cayeron con delicadeza sobre mis mejillas, traté de tranquilizarme para no desatar un caos.

—He estado muy mal, Peter —hablé, evitando que la voz me temblara—, muy mal. Tú no mereces esto.

—Em, por favor, no empieces con ese tema. Tú jamás vas a ser una molestia para mí, yo te amo.

—Yo también te amo —declaré— y por eso no permitiré que ardas en el Infierno conmigo. No es justo para ti —una voz dura y melancólica se manifestó—. Esto no es algo temporal, la esquizofrenia estará conmigo de por vida y tú no mereces que te arrastre hasta el abismo.

—No, no, no sabes lo que dices. No me importa lo que haya pasado o lo que vaya a pasar, ¿está bien? Yo te amo y siempre te voy a apoyar en lo que sea. Estás enferma y siempre lo estarás: Lo acepto, puedo vivir con ello. No necesito que me adviertas de los peligros y las pérdidas para tratar de convencerme de que me vaya porque no lo haré. Yo estaré bien mientras esté contigo, Emily.

—Pero yo no —repliqué con severidad—. No voy a arriesgarme, ¿me entiendes? ¡No voy a perderte a ti también! —la paranoia me invadía— Ahora la esquizofrenia es parte de mí..., creo que siempre lo fue con esos sueños de profecía y alucinaciones, así que no pienso aventurarme para saber qué sucede. Tú y yo ya no podemos continuar con esto, no así, no con mi locura incontrolable —su rostro reflejaba sufrimiento por las palabras que escuchaba—. Por favor, respeta mi decisión. Es necesario que te mantengas alejado de mí, sólo así podré protegerte.

Pensé que refutaría más, pero se quedó callado, pensando, mientras esbozaba gestos de dolor que me rompían el corazón. Después de un largo silencio, su rostro se endureció.

—No estoy de acuerdo contigo, en nada; sin embargo, te amo, y si continuar con la relación no hará más que angustiarte, respetaré tu decisión —habló con un tono verdaderamente apagado.

Me quedé petrificada ante sus palabras. No pensé que cedería tan rápido; nunca lo hacía ni yo tampoco, esa era la principal razón por la cual nuestras peleas duraban mucho tiempo. No obstante, me sentí aliviada porque, por primera vez, se había rendido muy pronto. Nuevamente, la quietud se presentó. Él me veía como si quisiera grabar en su memoria cada parte de mi ser; y yo le dedicaba una mirada llena de aflicción, despidiéndome en silencio e ignorando por completo a los deseos de mi corazón.

—Creo que ya tengo que irme —enunció después de un rato.

—Supongo que sí —respondí, observándolo fijamente.

Se puso de pie con normalidad, acomodó la silla en su sitio y salió de la habitación sin siquiera mirarme.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro