Capítulo 26

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

DIARIO DE LAMBERT VANESHI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

THELMA ROSSI

Anoche, una pesadilla perturbó mi sueño y en ella se encontraba la prostituta. Soñé que su mítico vestido blanco se tiñó de rojo, que sus dientes se astillaron y sus ojos se tornaron de negro. Dudé del significado de las imágenes que abordaron mi cabeza. Respiré hondo tratando de borrar esa mujer de mi cabeza, ¡era imposible! Secuestró mi entidad y no quería soltarla. 

Era una señal del divino, debía asistir a su encuentro. Por lo que, luego de desayunar, me encaminé a la calle Bretry. La joven trabajaba por las noches y en los días deambulada por los pasillos de la avenida. Los adoquines que decoraban los suelos la conocían a la perfección, pues era la única que los pisaba más de mil veces al día. 

Conocí a Thelma hace demasiados inviernos, creo que, incluso, vi a su madre cargarla en brazos apenas nació. Eso decía más de mí que de ella. Su progenitora dejaba qué desear, con sus noches repletas de hombres y alcohol para sacudir la verdad de su circunstancia. No se supo quién era su padre, se rumoreaba que se trataba de un viajero de una noche; otras veces se contaba que era un caballero de alcurnia y, lo cierto, de seguro era mucho menos fantasioso. Lo común radicaba en algún cliente insignificante de la señora. 

La Srta. Rossi o Belleza, como solían llamarla, era tan hermosa que encandilaba la vista. Sus curvas, grandes y delicadas eran objeto de deseo; sus senos, firmes y preciosos; sus piernas, lisas e impolutas. Caminaba contoneando sus muslos, despertando la lujuria de todos. Hasta que llegó su primer y único embarazo: Thelma. La impecabilidad que la caracterizaba desapareció, no tuvo más de aquellos clientes que hacían filas por horas. Culpó a Zafiro su vida entera, convenciéndola de que le habría destrozado el negocio. 

Murió antes de cumplir treinta años. 

Era viejo, demasiado, ¿qué significaba serlo? Siempre creí que tenía que ver con lo blanco de mi cabello o mi piel caída en el cuello y mejillas. Pero, al convertirme, me enteré de lo que representaba. Era enfrentar las consecuencias de mis propias decisiones y aceptar lo impredecible. Era enfrentar las causas de mis desgracias y cargar con ellas. Era enfrentarme al espejo en las mañanas. 

¡La vida está desequilibrada! En ocasiones la concibo como una mujer de grandes pómulos, ojos soñadores y huesos tan gruesos que le pesaban. Sin embargo, la existencia no poseía cuerpo y jamás caminaría hacia mí. Lo más cerca que estaría de palpar la gloria de la cordura, serían estos diarios. Si pudiese examinarla, le diría que mi locura se ha deslizado por sus balanceadas caderas o que se escurre rodeando sus estructuradas rodillas. 

¿Y qué respondería? 

...

Thelma marchaba sin rumbo de un lado a otro, observé sus labios murmurar al aire. Así era ella, tan loca como me convertiría yo mismo. Nació en ese burdel y moriría entre sus paredes. Cuando era una niña se notaban los primeros síntomas de su enfermedad, la que mi maestro llamaba solus loqui. Conversaba consigo misma, como si alguien más estuviese frente suyo. 

Me aproximé con pasos lentos, no ansiaba asustarla. Se situaba de espaldas a mi presencia, mirando al burdel. 

—Zafiro —susurré rozando su hombro. 

—¡Ah! —Me dirigió una cachetada.

Coloqué mis manos enfrente de mi cuerpo para evitar otro golpe y me anuncié. Sin embargo, la chica comenzó a vomitar sin sentido alguno. Dos marcas azuladas reposaban bajo sus ojos, lucía languidecida por completo. Tambaleó un par de veces, así que la sostuve con fuerza. Le pregunté sobre su estado, pero no supo darme ninguna respuesta.

La situación me remontó a Anselmo Franceste, quien poseía síntomas similares. ¿Zafiro podría haberse enfermado como el señor? ¿Cómo? ¿Cómo? Estaban en lugares distintos y no guardaban razones aparentes que las relacionaran. ¿Cómo? ¿Cómo? 

¿Y si...? No. Lo apuntaré antes de olvidarlo, de cualquier forma. 

¿Y si existía un vendedor de carne contaminada en el pueblo? Ante la mayor ignorancia podría asemejarse a un ejemplar en buen estado. Los precios son mejores y nunca expresan la condición del producto. Si es así, no solo Thelma se infectó. Aunque sería bueno preguntarse por qué únicamente una persona de la casa Decalle se enfermó. 

Zafiro recobró la cordura luego de unos minutos. Me observó con esa locura que la caracterizaba. 

—Thelma, ¿ha consumido usted carne de algún comercio nuevo estos días? —La tomé de los hombros y la sacudí con vigor—. ¡Responda! Mucha gente de Uril podría morir. 

—¡Suélteme! Tengo que matarlo —dijo con desesperación. 

¿Matar? No sabía si deducir si aquello era parte de su mente descontrolada o una idea suelta apunto de cometerse. No era mi juicio como doctor; no obstante, me preocupaba. Por lo que retiré mis manos de su existencia para calmar el ambiente. 

—¿A quién? ¿De qué habla? —dije aterrado, levanté mis cejas y...

—De mi Jorge. —Sus globos oculares se mostraron ante mí por completo, acompañados de una malévola exposición de sus dientes. 

—No suelte locuras tan a la ligera, Zafiro. Si el padre Celestino escucha que amenaza a su pupilo, las cosas se tensaran. —Hundí mi tono. 

El hombre era terrible, un asco de ser humano que merecía un castigo profundo.  ¿Merecía la muerte? Dejar que la chica continuara cultivando el plan de asesinarlo era peligroso. Quise tener las cosas en claro, la mujer no ayudó en nada. Balbuceaba el nombre del viudo con ímpetu a la vez que se retorcía en el suelo. Luego de unos minutos decidí alejarme del lugar, pues sabía que no la convencería de desistir. Tampoco razoné si advertiría a Jorge de la inminente amenaza. 

Tal vez sí o tal vez no. 

El joven Decalle era objeto de alarmas a diario. No era posible ser exitoso y mantenerse fuera de los ojos de la envidia, el egoísmo o la codicia. Las personas del pueblo se hundían en las ganas de deshacerse de él y robar cada una de sus pertenencias. Entre los bajos círculos se comprendía la estrategia para realizar el gran golpe, aunque nunca nadie lo ejecutó.

En la mansión Decalle se resguardaban reliquias familiares tan costosas como el peso del pueblo en oro. La mitad de las posesiones de los antecesores del señor, se ubicaban en el Museo Manus Decalle. Se rumoreaba que el viudo dormía en una sábana con la tela más fina que jamás se viera. Allí acunaba los pensamientos perversos que conocíamos. 

En el camino, encontré a Amadeo Casanova en la Calle Tremor. Este era su sitio preferido para permanecer. Él se aproximó con una enorme sonrisa en el delgado rostro, me tomó la muñeca e hizo una reverencia. Su actitud era propia del personaje que desempeñaba en esa avenida desde que regresó del centro psiquiátrico. 

—¿Por qué tan alegre, Amadeo? —cuestioné sin dudar. Ese rostro que cargaba en este día específico era distinto a los demás. 

Se conocía que se sentaba en una de las esquinas sin la voluntad para levantarse, en ocasiones se incorporaba para agitar su espada en el aire. No era muy activo en general, comía de las sobras de los basureros de las cantinas y se cobijaba con el sereno de la madrugada. Sus huesos del rostro se desgastaron de dormir con las facciones en la fría calle. Su pómulo derecho se aplastó del concreto, el final de su ceja era inexistente y no movía con facilidad su mandíbula.

 Lo atendía con frecuencia, ya que era frecuente que malos habitantes lo patearan. Algunas buenas acciones se necesitan para balancear la crueldad de los otros seres vivientes. 

—Haré algo diferente. —Saltó un par de veces—. Sabe, le he reclamado por años a Jorge que se deshaga de Celestino. Ese sacerdote es un demonio, ¡lo santo lo posee en la túnica! 

—¿Y? —Intenté alentarlo a proseguir.

La maldad del clérigo no era secreto para ningún miembro de la comunidad. No, era bien conocido. 

—¡Iré a enfrentarlo! —Desenfundó su espada y frunció la frente—. Le pondré mi arma en el cuello y lo obligaré a liberarlo. ¡Es hora de que me levante y lo defienda! 

—No, no —declamé entre dientes, apretándolos hasta desencajarlos. 

—Sí, piénselo. Si ese don salvador se va de aquí, seremos felices de nuevo. Jorge volverá a... Bueno, que es injusto que domine de esa forma. ¿No cree? Es más, si lo matara, a nadie le importaría. Lo imaginaré como un dragón tratando de llevarse a mi príncipe. Le sacaré las entrañas y las serviré en un plato. —Una sonrisa retorcida adornó su expresión. 

¡El pueblo enloqueció! Ahora resultaba que todos querían liquidarse entre sí. ¿A quién avisaba? ¿Debía escribirle a Celestino o a Jorge? Sólo una de las cartas llegaría a tiempo. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Quién merecía la verdad? ¿Quién era el dueño de la justicia? ¿A cuál de los locos detenía? ¡Porque ambos estaban insanos! ¿En qué nos convertimos que valorábamos la muerte como una solución?

¿Cuánto valía una vida? ¿Se pagaba el precio de tomar una? ¿Era un crimen o una indecencia?

No repliqué una palabra a Amadeo y corrí a mi casa. Entré golpeando la puerta de mi casa, la que rebotó contra la madera oscura de mis paredes. Subí a toda prisa, causando un escalofrío en el aire. 

«En las hendijas se esconde la bondad

porque la maldad se halla a simple vista».

CELESTINO ERA LA OSCURIDAD

THELMA ERA LA OSCURIDAD

AMADEO ERA LA OSCURIDAD

¿Existía claridad?

«Dr. Lambert Vaneshi 

Casa Vaneshi (Calle 34A) 

Casa... 

Es un disgusto escribir este telegrama. Mis deseos son de su bienestar, aunque no poseamos la mejor historia.»

... ¿A quién debía redactar el mensaje?

...¿Debía redactar el mensaje?

...¿Redactaba el mensaje?

...¿Qué mensaje?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro