Capítulo 32: La última verdad

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DIARIO NUEVO DE MARLENE FRANCESTE

Parte 2

1 de diciembre

Thelma sostuvo el objeto cortante y lo alzó al aire. Marcó a Decalle, atravesando su pecho de forma cruel, provocando que las gotas escurrieran por su pecho. Al terminar lo incrustó en su cuello, imposibilitando una recuperación. Todavía recuerdo cómo reía Zafiro antes de clavarse la misma daga en su estómago y rendirse a la vida. Entrelazó sus manos con el viudo, en un último intento por rogar su cariño. 

Mucho después, Vaneshi nos confirmó que la mujer nunca estuvo embarazada y tan solo era producto de sus delirios. 

El amor era peligroso y cruel, podría desgarrar la piel o sacarle los ojos a cualquiera. Lo cierto era que Uril ajusticiaba su fama de desgraciado y espantoso pueblo. Por dentro me pregunté dónde estaba la Guardia Real, puesto que se necesitaba con urgencia. Existía una emergencia, se violaron los derechos humanos y racionales. La situación era un intento de arreglo que desembocó en una tragedia.   

No soporté observar la escena. Era muy espantoso para que mis ojos se dirigieran a ese sitio. Acaté a sentarme a un lado, esperando que todo acabara. Me apuñé y cubrí mis oídos con fuerza. No parecía real, ¿realmente vivía lo que describí? Nunca imaginé que fuera posible presenciar un asesinato, menos lo que atestigüé. 

La Sra. Lapsley me contó que el gentío continuó vociferando, múltiples seguidores se llevaron los cuerpos, vaciando la tarima y que el padre Celestino huyó. La vieja comentó que era hora de actuar, ya que aguardaban por el carruaje. Este jamás llegó al escenario, lo que nos indicó que el grupo fue exitoso. 

Me incorporé sin cuestionar y me aventé a la aventura. Corrí hasta las tablas ejecutoras de la tarima y surgió la valentía de mi pecho. No supe qué pensaba en ese instante, puesto que aquellas mujeres nos traicionaron. La circunstancia ameritaba medidas desesperadas, grité con vigor: «Luchemos por todas las esposas del pueblo que no tuvieron voz y fueron asesinadas por brujas, ¡aquellas que murieron por causa del sacerdote Celestino! ¿Queremos vida? ¡Debemos tomarla!». Las damas levantaron sus brazos ocultos en las túnicas y atacaron a los hombres.

La Sra. Lapsley realizó una seña para que yo bajara, me aproximé a ella para movilizarnos. El punto se tornó un desastre y cuando me marchaba, los esposos estaban atados a las cuerdas de las que colgaba Jorge, lo demás, era invención de ellas, quienes decidieron tomar venganza de un clérigo que les perpetró los peores crímenes. 

Avanzamos para adentrarnos en el bosque. Al arribar nos encontrábamos en las profundidades, en los lados en los que la luz desaparece. El aroma era de pasto mojado con algunos toques de terreno, la luna relumbraba desde su punto más alto. Mis finos zapatos se colmaron de esta tierra y por ello me fastidiaban. A lo lejos atisbamos a Vaneshi, Antel y Anna. Armando Lapsley sostenía a mi hermana entre sus robustos brazos mientras se recostaban a un gran árbol.

Me dirigí hacia ellos atribulada, me abalancé sobre Anna y la tomé en un abrazo cálido. Ella casi que no era capaz de sostenerse en pie, lucía débil y adormecida. Los huesos de su cuerpo se notaban por completo, proyectando una imagen  muy poco saludable. Abrió un poco sus inmensos luceros, por lo que me animé a decirle algo.

—¡Anna! —Varias lágrimas cristalinas salían de mis cuencas y se atoraban en mi rostro—. ¡Estás aquí! Por fin te hallamos. Creí que estabas muerta, y-yo... —Con ambas palmas recuerdo palpar sus facciones delgadas, como si intentara verificar que esa era la mujer que tanto había buscado. Apenas si entendía que estaba en ese lugar conmigo.

La chica me vislumbró un segundo, con una voz muy delicada y apenas abriendo los labios expresó:

—¿Marlene? ¿Qué haces... 

—Lo que siempre debí, protegerte como la hermana mayor que soy. —Estrujé nuestros cuerpos, aferrándome a su existencia. Convenciéndome de la veracidad de la carne que rodeaba sus huesos. 

—Lo lamento, no era mi intención —sollozó en tractos, empapando el ambiente con su tristeza. 

—¿De qué hablas, Anna? Si soy yo la que he cometido el error de caer en un odio que no sostenía sentido. Pero no digas nada más, resiste para poder llegar a la Hacienda; sí, hermana, nos iremos. —Me separé con cuidado de no molestar su fisionomía—, ¿qué esperamos?

Ninguno de los presentes ansiaba decir nada y yo conocía esos rostros, supe que sabían algo que no querían relatarme. Por lo que comencé a insistirle hasta que soltó el nudo en su garganta. Cómalo cometió otro acto infame, que merecía lo peor, pues advertí la información sobre la desaparición de Anna. ¡La tomó de rehén! ¡Ese maldito mozo! Mis deseos entre el cariño que le tenía y lo que, en el caos, hizo, me destrozaban. Lo que realizaba confirmaba las sospechas de las demás personas, no ayudaba a mis esperanzas por su oculta bondad. 

Luego de esperarnos un momento, decidimos emprender camino hacia nuestro destino. No, sin antes, escuchar el comentario de la madre de Lapsley, quien no tenía reparos en mostrar que no le agradaba la chica. 

—¡Dejemos botada a esa ladrona! —exclamó la anciana con vigor, frunciendo el seño—. Todavía debemos ir a la casa para subir al carruaje y que se larguen. Está esa loca de la prostituta corriendo por todos lados y que no la encuentre. ¡Como si en el pueblo no supiéramos que era la distracción del Decalle!

—¡Madre! —interrumpió Lapsley—. Si no fuera por Dana, la Srta. Franceste no estaría a aquí y seguiríamos rogándole a las esposas de Uril que se levantaran en rebelión. ¡Si tú misma no deseaste hacer ese papel, es mejor que omitas criterio!

La ascendiente quedó con su boca sellada entre muchas telarañas. De la misma manera, mantenía sus delgados brazos detrás de la huesuda espalda y su cabeza agachada. Si es que la Sra. Lapsley no se detenía de hablar de que hiciéramos actividades dudosas, era mejor que siguiera el consejo de su hijo. Salvar a Dana también era imperante, después de todo, le debía mi vida. Ella fue quien me sacó de la casa Decalle, con el fin de que Vaneshi me revisara. No podía dejarla fallecer en la maldad del abandono.

Me mantenía aterrada Cómalo y contemplé su verdadero ser, estaba abatatada, ¿con qué bases secuestró a Dana? La lógica de la circunstancia se desvaneció, deshaciendo los motivos de la locura. Mi cabeza intentó fabricar excusas; no obstante, no existía.

—Dana... —Anna susurraba el nombre a duras penas, a la vez que entreabría sus ojos en busca de algo, tal vez de su amada. Su aliento se agitaba un poco, pero volvía a bajar en unos segundos.

No quise decirte a mi hermana para que se rompiera su corazón, aquello era cruel y sinsentido. La joven era importante, tuvo un papel relevante en el proceso, por lo que en el fondo no fui capaz de desligarme de la nada. Decidí conquistar el valor que me restaba en el alma y decidir ir por la ex viuda, aun así, me preguntaba su ubicación exacta. 

No comprendo qué planeaba; adquirí el deseo heroico de enfrentarme a lo que fuera. Con la emoción no me detendría un arma, sable, espada o cañón; al contrario, me alentaba la idea de triunfar. Me di cuenta que tan solo era una dama débil y sin fuerzas sin oportunidades de trabajo físico. Fui maleducada como una mujer consentida. 

—No me olvidaré de Dana, es mi amiga y mi esposa. Ella no merece morir. Es posible que sea muy peligroso que estén solos; ese hombre está loco. No hay demasiadas razones por las cuales la encerró y tampoco creo que sea algún deseo carnal, ¿cuál es el motivo? —Antel forzó su garganta tanto, que las venas se le notaban a los lados del cuello, seguía muy enfermo. Renegaba por dejarla atrás, no lo concebía del todo, lo que lo llevó a discutir con la anciana—. Tal vez torturarla.

—¿Con qué fin? Ni Jorge ni Cómalo parecen ser malos por naturaleza como el sacerdote Celestino, sino que hay razones tras sus actuaciones. Decalle trató de asesinarme porque estaba en peligro su reputación en Uril y a Dana por su situación con la esposa de este. Incluso lo que le hacía a otras familias era bajo la coerción del clérigo —declaró Antel. Él se mantenía hermético en una esquina, con un chaleco color gris y el cabello alborotado. Ambos de sus pies se cruzaban encima de la tierra, mantenía una mano sobre su cuadrada barbilla.

—¡Dejen de decirle sacerdote! Si ustedes saben que no lo es —La Sra. Lapsley no poseía un límite en sus palabras, por lo que regalaba estos datos importantes e impulsivos. 

El comentario me descolocó en el momento. Todo se basaba en la iglesia y en el hecho de que Dios habría nombrado como un salvador a Celestino, por tanto, ¿por qué lo suponían? Ese helado hombre se colocaba con una túnica, dentro de un templo, con sus monaguillos, ofrendas; ¿cómo me iban a decir que no era sacerdote? ¿Y los rituales que hacía? Los sermones, las reinterpretaciones, ¿es que todo era una farsa? Así que tiempo después envié una carta a quien se suponía era su superior y respondieron a mi llamado en un breve periodo.  

«A. D. S. M

Vibena de Compus

Goya de Villatenue

Srta. Franceste:

Desde nosotros, como institución, le deseamos que Dios le bendiga. 

Soy el padre Santiago de San Martín y quisiera hacer la honesta contestación a su simple solicitud. En vista de lo consultado por su persona, nos vemos forzados a admitir el hecho de que en la santa iglesia de Uril se asignó al hermano Gabriel, con el objetivo de suplantar la muerte del anterior encargado. Sin embargo, recibimos informaciones posteriores de los abogados Villermo y Lapsley, sobre un supuesto sacerdote Celestino. En realidad, hicimos la investigación correspondiente y el hombre que, en realidad, enviamos continua desaparecido. Es por esto que lamentamos lo ocurrido. Se nos escapa de las manos la utilización de nuestro nombre, sin la debida autorización. Nos informaron acerca de los hechos y tomaremos cartas en el asunto. Atentamente:

Padre Santiago de San Martín

17 de noviembre»

No era un sacerdote y no poseía el poder de nada, pero se notaba como un varón seguro de lo que anunciaba, así manipuló a un pueblo entero a contradecir las arraigadas costumbres del propio lugar. Les dijo a todos su profesión y le creyeron, incluso asesinaron por él. La influencia que se le da a una persona en una masa de gente es increíble. ¿Qué tan lejos estábamos dispuestos a llegar por las ideas de los demás?

El ser humano es egoísta y los esposos averiguaban su beneficio propio, sin pensar en nadie más. Mientras tanto, el diablo se escondía a repartir rosarios por las moradas de cada persona, averiguó que querían y se los dio a cambio de lealtad.

—Entonces, lo importante no es la razón, sino ir tras ella. ¿Saben a qué sitio puede haber llevado a Dana? —pregunté desesperada por una respuesta que me liderara a la mujer.

—Cómalo no tiene ningún punto aparte de la mansión Decalle, puesto que allí creció. Si está escondido, es ahí —dijo Armando Lapsley—, pero Antel no es capaz de ir y yo tampoco voy dejar a mi madre.

—¡No me andas cuidando! Que el di'abajo hasta me tiene miedo —exclamó la mujer y su hijo evadió la mirada—. Es más, —Sacó una daga y me la entregó—, para que también te tenga terror.

—Yo iré a la mansión Decalle —afirmé alzando mi voz. 

Luego de la escena, me dirigí hacia la mansión. Pasé por las vacías calles del corredor, por lo que todas las casas me miraban con desdén. Yo, Marlene, iba en camino a lo que no era nada bueno para mí. Debido a que Cómalo me pensaba muerta, ¿qué pasaría si es que me veía?, y ¿qué haría? Yo venía por Dana, a pesar de eso, dudaba de que la liberara de una manera tan fácil, parecía que era algo imposible de que pudiera suceder en la vida real y no guardaba fe en la esperanza.

Ahora me aterraba Cómalo y la escena de Amadeo no dejaba en paz mi cabeza, sentía la puñalada en mi pecho, como si el joven me estuviera estropeando el alma y el interior y la vida. Lo cierto era que me destrozó por completo, arrancándome el corazón. Yo quería irme, hallé a mi hermana y no planeaba dejarla de nuevo, no importaba con qué versión de Cómalo me topara.

Así que a lo lejos vi la casa, tan hermética, como siempre. Estaba diferente a la primera vez que la observé, ya no tenía ese esplendente brillo, esa divina luz que destellaba por las ventanas y bajaba desde el cono del techo. Ahora estaba oscuro, triste, vacío y sin vida, por lo que al pisar una de las tablas, se escuchó el eco por todo el lugar. Me acerqué y toqué dos veces la puerta.

—¡Cómalo, soy Marlene! —grité con la fuerza absoluta de mis pulmones.

Por un momento hubo silencio y luego escuché pisadas fuertes. Alguien se acercó a la puerta para abrirla: Cómalo, el moreno de palabras escurridizas. Rememoro que se quedó mirándome de arriba a abajo, luego se acercó y con ambas cálidas manos me tomó el rostro. Decía: Marlene, Marlene, Marlene, estás viva. Yo estaba atónita, por un segundo me congelé y cuando volví de mis pensamientos, solo pude ofrecerle una agria sonrisa.

La mansión se hallaba fría, mientras que tomé la valentía que poseía y crucé el pórtico sola, sin ayudas de ninguna persona. Era de noche, por lo que la iluminación era escasa, consistiendo en unas pocas velas que observé a lo lejos, así como lo que apenas entraba por las ventanas de la antorchas externas. Pisé un par de tablas que rechinaban al hacerles presión, aquello no era un buen augurio. Así, no había más que nosotros dos y las heladas brisas del frío azotador. Escuché un mar de pueblerinos a lo lejos, sin embargo, entre más cerca de mí, menos se encontraban. 

Estaba dudosa, aun así, la furia me atacó de golpe cuando sus ojos simulaban inocencia. Mi descontento se mantenía oculto, de manera estratégica, no quería obviar el deseo de no volverlo a ver o el arrepentimiento de haber confiado. 

—Sí, yo estaba... eso no importa. ¿Estás bien? Me preocupé mucho al no saber si te había pasado algo malo —Me repugnaba tocarlo, las arcadas pasaban por mi garganta al momento, sentía miedo y asco en un mismo segundo, aunque mis facciones reflejaran falso interés. Todo era por mi mayor objetivo, a razón de esto no pensaba desistir con el fuego que me quemaba por dentro de no abandonar a Dana, el abismal amor de mi hermana. 

Por los siguientes minutos le expresé lo mucho que importaba, hasta que me dijo que si nos iríamos juntos de una vez, que me buscó por todos lados. Él no me iba a dejar sola y continuó:

—Marlene, por fin hallé a la dama ideal, no pienso dejarte ir. Supuse que te perdía, que estabas muerta y yo no podía razonar bien. Era imprescindible hacer algo, era mi deber encontrar un culpable y ¡cobrarle! Pero eso no importa más, porque ya estás aquí. Te siento, te veo y espero que quedemos juntos. Puedo conseguir el transporte a Palente, sin embargo, vas a tener que esconderte.

—¿Estamos solos? —comenté, buscaba algo para que me dijera de Dana, no obstante, conseguí estar frente a una pared. Decía que estábamos aislados, así que tuve que imaginarme algo más y allí me acordé de la daga, lo que me llevó a pensar que tendría que amenazarlo. En ese segundo que levanté mis enaguas, pude sentir el congelado peso del ambiente, provocando que cada vello de mi cuerpo se erizara, de esa forma, las yemas de mis dedos bajaron su calor al tocar la cuchilla y comencé a temblar sin control. 

Cómalo se dirigió a la entrada, al mismo tiempo que yo "arreglaba" mis zapatos, por tal la tomé por debajo del vestido y la coloqué en mi mano. La levanté a la altura de mi cabeza y la apunté hacia su espalda.

»Sé que mientes, Cómalo. Necesito llevarme a Dana y me han dicho que tú la tienes.

—¿Qué dices? No inventes cosas, Marlene. Baja eso, no hay necesidad de que uses una daga de ese tipo. —Ambas de sus manos estaban arriba, al frente, tratando de evitarme. Estábamos a pocos metros, lo cual era extremo—. Celestino dijo que ella te traería a mí.

—Claro que sí, ¡dame a Dana! —El instrumento temblaba en mis manos. 

Se abalanzó encima de mí y no tuve fuerza alguna para mantener el cuchillo sobre mis manos, por lo que salió por los aires. Intenté alcanzarlo y no pude. Cómalo me agarró las piernas abajo del vestido, lo que provocó mi inmovilización y moretones futuros. Me impulsó hasta estar debajo de él, levantó sus manos y las colocó sobre las mías.

—¿Por qué actúas así? —dijo triste—. No me obligues a hacer cosas que no quiero. Si algo te pasa, será tu culpa.

Lo pateé con mi rodilla varias veces hasta que removió su cuerpo del mío, después, trató de sostenerme del brazo, y mordí uno de los suyos, por lo que me soltó y me arrastré hacia el cuchillo. Sostuve el afilado instrumento con el fin de tomarlo con la poca fuerza que poseía. Al voltearme, lo encajé en su pectoral derecho, grité y cerré mis ojos por un segundo. Por su parte, Cómalo trató de aprisionarme de nuevo, a lo que volví a incrustarlo en el centro de su pecho y se echó para atrás. El joven cayó a mi lado, por lo que con mis pies lo empujé hasta tirarlo al otro sitio.

Corrí por los cuartos, llegué a la antigua habitación de Anna, en el suelo se encontraba Dana casi sin vida. La tomé entre mis brazos y a lo que pude la llevé a la entrada, luego, traté de alzarla por pocos hacia la casa de Vaneshi. 

Allí estaban todos, por lo que el Dr. Vaneshi revisó a la viuda. Me preguntó lo pasado, pero yo no había visto lo sucedido con la Sra. Villermo. Es así, que le palpó una herida grande en su espalda, estaba envuelta en tres trapos. Enseguida, Dana murió en el piso de tierra, por ese motivo Antel cayó al suelo para gritar de dolor. Sus sollozos llegaban a mis oídos como tortura, yo lo traté y fui a enfrentar a mi demonio más grande. Es una lástima que fuera tan tarde.

Anna se encontraba muy débil como para decirle, aunque días después se lo comenté. Fue desgarrador y cruel, no esperaba menos. Se inclinaba por las noches a llorar en el lado que estuviera, decía que le lastimaba el pecho, aquella fue una parte de mi hermana que nunca logró curarse. Más pronto que tarde, subimos al carruaje de los Lapsley, miré por la pequeña abertura. 

Alejándome de mi vida, con Anna. 

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