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J.G.D.V

Uril de Vayamerta de Costa.

Goya de la VillaTenue 

10 de julio de 1605

Sr. Franceste:

Informar sobre un trágico suceso es el objetivo de esta carta. Como es de conocimiento general, hay una enfermedad mortal desconocida para nuestros mejores galenos y por un infortunio, mi esposa fue infectada hace unos varios días. El hecho fue una experiencia que dista de la noción previa de la mujer que conocí por tantos años, aún más, concierna que haya sufrido bajo las condiciones que la aquejaban. Le aseguro por mi sagrado Dios que llamé a quien tuve la oportunidad, con el fin de que nos asistiera de manera imperante. Sin embargo, mi voz o la de mis esclavos no fue lo suficientemente alta.

Luego, decidí tomar en brazos a mi amada para trasladarla en carruaje al hogar del Dr. Vaneshi. De quien dicha preparación anteceden grandes figuras médicas, lo que me llevó a confiar en la gran escuela de Dansfo como cuna de los mejores líderes de la industria.

Al concretar el paso hacia el pórtico, una mujer afligida abrió la puerta y comenzó a lanzar gritos insulsos que ofendían a los tímpanos de quien escuchara la melodía. Sus desconcertantes fonemas impactaban a todos aquellos que se encontraban esperando ante la luz de la luna. Cada miembro espectaba la impactante situación. Era muy evidente que yo no era capaz de sostener el peso de mi querida esposa por tanto tiempo, así, perdí los estribos al exclamar fuertemente a la que pareció ser la sirvienta de la familia, una mujer de cabello negro, piel morena y un traje monocromático.

—¡Señor Vaneshi! —espetaba la sirvienta a voces en una nívea noche de julio.

Seguíamos de pie junto a la madera de abedul con mi querida en los brazos agonizando. A los minutos pude observar un Dr. Vaneshi en sus ropas de noche, este se apresuró a encontrarnos para indicarme que colocara a la Sra. Decalle en algún mobiliario de su casa. Mi adorada amada no tuvo reparo en exponer temblores, gotas de agua salada que recorrían su frente y unos ojos medianamente cerrados, no obstante, mostrando una pequeña abertura color blanco. El especial galeno me miraba con un rostro deslumbrante de temor e ignorancia.

—Tiene la enfermedad de Frebritil. —Se arrodilló sobre la extensa madera fina del suelo—. Para el momento que precisamos, la Sra. Decalle está en su etapa más cercana a la vil muerte. En unos cuantos minutos, es probable que fallezca. Le externo mi consejo al esposo de despedirse antes de que sea demasiado tarde.

En ese instante me encontraba afligido, burdamente lleno de confusión. Me arrodillé sobre esas tablas de lujo, al lado de las cortinas blancas que dejaban pasar la luz y justo frente a su hija, quien estaba a punto de dejar el deseo de la vitalidad. No digo imprudencias si le hablo de que fui capaz de sentir cómo se iba poco a poco, observando la fina tela blanca que se colocaba afuera de sus párpados, esperando a que ella tomara vuelo.

Por tal, le extiendo esta carta como notificación del fallecimiento de la maravillosa Sra. Decalle quien tendrá su ceremonia fúnebre en una semana, porque se trata del tiempo necesario para el viaje de Goya a Uril. Tengo por suposición que esta carta enviada el 10 de julio, estará en sus manos el 17 del mismo mes. Aunque lo que le indico no se refiere al funeral, sino a un evento externo para mostrar condolencias de aquellos que no pueden presentarse mañana.

Mi esposa insistió toda su vida en que su hermana era quien debía de recoger sus preciadas pertenencias y bajo las circunstancias actuales, no me atrevo a pecar contra la voluntad de un posible espíritu. Por ello, traslado la responsabilidad de revisar las posesiones de mi esposa a la Srta. Franceste. Las indicaciones para la ceremonia y este acto, se las daré personalmente el día que se encuentren en Uril. Les desea un viaje ameno:

Jorge Guillermo Decalle Villa

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