Parte 35: Fin del Segundo Reto

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El sábado por la mañana, Joseph y Hans se encontraron en la plaza mayor de Laseal. Joseph consideraba que su amigo era el único medio que tenía para poder cumplir el reto a tiempo. No obstante, sabía que era ilógico pedir su ayuda sin explicarle en qué consistía la situación. Por ello, Joseph decidió contarle parte de la verdad.

—Por ciertos motivos, deseo ayudar a que Henry y Karl puedan reconciliarse —explicó, ante la mirada confundida de Hans.

—¿Karl? ¿Karl el vagabundo?

—Él es el verdadero padre de Henry. —Joseph lo pensó por unos segundos—. Su historia es algo complicada de contar, para ser sincero.

Joseph hizo su mejor esfuerzo en narrar lo que recordaba sobre la trágica vida de Karl. Hans no llegó a comprender por completo lo que iba sucediendo, pero al final indicó que le parecía que Joseph hacía lo correcto al intentar ayudarlos.

—No obstante, aún no sé de qué forma podría hacer que se encuentren y hablen —se lamentó Joseph, con pesadumbre.

Hans cerró los ojos, reflexionando a profundidad. Luego de un par de segundos, comenzó a hablar, con un gesto de inseguridad:

—Esta noche Henry va a celebrar su cumpleaños. Mi padre ha recibido una invitación, por lo que mi familia va a asistir al evento.

—Entonces, con un poco de suerte, Karl y yo podríamos colarnos... —Joseph chasqueó la lengua—. Pero no creo que nadie en su sano juicio permita que alguien con la pinta de Karl ingrese a una fiesta así.

—Tal vez... ­—Hans aún mantenía el gesto de inseguridad en el rostro—. Tal vez podríamos ayudarlo a recuperar un aspecto decente. Así le permitirían entrar... supongo.

Joseph asintió en silencio. El chico no sabía hasta qué punto era posible darle un aspecto decente a Karl. Según la historia del viejo, había pertenecido a la clase acomodada durante su juventud en Krakovia, pero eso no aseguraba que los veinte años que había pasado en la miseria no hubiesen afectado su apariencia.

—Ahí está, Joseph —indicó Hans repentinamente, señalando con disimulo.

En efecto, Karl se encontraba a unos cuantos metros, con una gran bolsa a su lado. El hombre ponía gran esfuerzo en hurgar en unos cubos de basura y guardaba algunos objetos que le parecían útiles en su bolsa. Tal como era usual, devolvía todo lo que no le interesaba a su respectivo cubo y no ensuciaba ni desordenaba nada.

—Entonces, debemos comenzar ya —dijo Joseph—. El primer paso es convencerlo de que reciba nuestra ayuda.

Hans asintió y ambos se acercaron al viejo.

...

Al par de chicos les tomó exactamente media hora explicarle el plan a Karl. Para sorpresa de Joseph, quien había esperado resistencia y negación, el viejo aceptó el trato con suma facilidad.

­—Algo me dice que esta será mi única y última oportunidad de conocer a mi hijo —explicó Karl—. Si la desperdicio... entonces todo habrá sido en vano.

Según Hans, el primer paso para que Karl adquiriese un buen aspecto era tomar un buen y largo baño. El anciano bromeó afirmando que desde hace un par de meses que no se paraba bajo una ducha, por lo que le agradó la idea.

Se dirigieron a unos baños públicos y, luego de recibir la mirada confusa y despectiva de la persona que atendía el local, Karl pudo ingresar a bañarse.

—Tengo mi tarjeta —indicó Hans, mostrando un elegante rectángulo dorado—. No te preocupes por los gastos.

Cuando Karl salió, Joseph y Hans no notaron mucha diferencia. Aún llevaba su ropa andrajosa y sus largos cabellos, incluso limpios, parecían muy desordenados, al igual que su barba.

—Toca encargarnos del pelo —consideró Hans, estudiando la apariencia del viejo.

Se dirigieron a una peluquería que, según Hans, era reconocida en toda la ciudad. El local era considerablemente grande y su decoración era muy elegante. Tal vez demasiado elegante, desde la perspectiva de Joseph, quién no comprendía que diferencia podría haber entre cortarse el pelo allí que en cualquier otra peluquería común y corriente.

Cuando los tres ingresaron al lugar, al instante se acercaron un par de hombres que intentaron echar a Karl, asumiendo que tan solo iba a pedir limosna y molestar a los clientes. No obstante, cuando Hans les explicó, de manera muy ofendida, que el viejo era su amigo, los tipos pidieron disculpas. Joseph se sorprendió de ver a Hans tan enojado, pero se mantuvo al margen de la situación.

Luego de un par de horas que parecieron eternas, Karl se levantó de la silla de peluquería y se presentó ante los chicos.

Esa vez sí que notaron la diferencia. Incluso con la ropa andrajosa, el hombre parecía completamente nuevo. Sus ojos y sus rasgos afilados mostraban una gran seguridad, y las patillas blancas le conferían un aspecto imponente. Inclusive, parecía haber rejuvenecido unos cuantos años. Joseph consideró que, de no conocerlo, habría asumido que se trataba de algún actor en medio de la grabación de una película.

—En verdad es muy parecido a Henry —le susurró Hans a Joseph mientras salían de la peluquería.

Antes de proseguir con su misión, los tres decidieron comer algo ya que había llegado la hora del almuerzo. Joseph se sorprendió por el rápido transcurrir del tiempo, pero agradeció que, hasta el momento, todo parecía estar yendo bien.

El último paso y, al parecer, el más complicado, era elegir la ropa adecuada. Joseph supuso que Hans los llevaría a otra tienda exclusiva, donde se encargaría de elegir alguna que otra ropa elegante para Karl. No obstante, esa vez fue diferente.

Visitaron una tienda, pero luego de mucho buscar, Hans concluyó que no había nada interesante y se dirigió a otra. Joseph, un poco confundido, soporto dicha situación durante dos ocasionas más y luego intentó discutir con Hans, argumentando que cualquier traje formal bastaría para darle buena apariencia al viejo.

Joseph nunca se habría podido imaginar que, en lo que se refería a moda, Hans podía llegar a ser aterrador. Su amigo escuchó pacientemente los argumentos de Joseph, pero luego contestó citando diversos estudios sobre el vestir que exasperaron aún más a Joseph y lo obligaron a rendirse y mantenerse callado.

Por su parte, Karl parecía muy animado con lo que iba a aconteciendo y se dejaba guiar sin mostrar reticencia.

Finalmente, y luego de visitar más de veinte tiendas distintas de ropa, Hans encontró un conjunto que, desde su perspectiva, encajaba perfectamente con Karl. Joseph agradeció al cielo que tal tortura hubiese terminado y que por fin pudiesen preocuparse por el verdadero problema.

Al salir de la tienda, la luna los recibió en todo su esplendor. Se habían demorado tanto en escoger la ropa del viejo, que la noche ya había llegado. En eso, Hans recibió una llamada que se apresuró a contestar. El chico se mantuvo apartado, hablando por su móvil durante unos minutos, luego de los cuales regresó junto a Joseph y Karl.

—Mi padre me ha informado que la fiesta iniciará pronto —informó Hans—. Mi familia ya está en camino, pero yo le dije que iría por mis propios medios.

—Entonces... —Joseph observó a Hans y a Karl con inseguridad—. ¿Simplemente vamos?

Hans observó a Joseph de arriba a abajo.

—Ni en sueños te dejarán entrar así, Joseph.

El chico observó su propia vestimenta. Llevaba unos pantalones vaqueros descoloridos y una casaca marrón encima de un polo blanco. No se veía de manera informal, pero era obvio que no estaba preparado para ir a una fiesta exclusiva.

—Aunque tampoco me dejarían entrar a mí así como estoy —opinó Hans, quien llevaba ropa casual pero de marca—. Mejor vamos a mi casa a ver cómo lo arreglamos.

Joseph asintió, agradecido de que Hans continuara tomando las riendas de la situación. Nunca habría imaginado que su amigo pudiese llegar a tener tal don de liderazgo, pero era algo realmente conveniente.

El grupo se dirigió a la estación para tomar un tren que los dejó cerca de la casa de Hans. No tardaron mucho en llegar a su destino y, mientras Karl tomaba un pequeño lonche en el comedor, Joseph acompañó a Hans a su habitación.

—Puedes usar este —dijo Hans, alcanzándole un elegante traje a su amigo—. No te preocupes por devolverlo, te lo regalo.

—Malditos ricos, que pueden regalar ropa a diestra y siniestra —bromeó Joseph, asintiendo con agradecimiento—. Bueno, al menos ahora tengo dos juegos.

—¿Ya tenías un traje formal?

—Claro. Lilian me regaló uno hace un año.

Hans no contestó y se apresuró a cambiarse.

Cuando por fin estuvieron preparados, los chicos se reunieron con Karl en la recepción. Hans los guio hasta el inmenso garaje de su casa, en donde ya lo esperaba un chofer listo para llevarlo a la fiesta.

Durante el trayecto a la mansión de Henry, Karl comenzó a frotarse las manos con nerviosismo. Joseph y Hans se miraron entre sí, intentando descubrir alguna manera de calmar al viejo.

—Tranquilo, señor Karl —dijo Hans con suavidad—. Estoy seguro que a su hijo le alegrará verlo.

—Solo dile la verdad y por todo lo que tuviste que pasar ­—añadió Joseph.

Karl asintió y dejó de frotarse las manos. Se irguió en el asiento y aspiró una gran bocanada de aire.

Llegaron a su destino al cabo de pocos minutos. Tal como Joseph había presupuesto, se trataba de una mansión tan ridículamente vistosa como la de Michelle. Joseph chasqueó la lengua, preguntándose qué llevaría a las personas de esa clase social a malgastar el dinero en tales excentricidades.

Gracias a la influencia de Hans, pudieron ingresar incluso sin invitaciones al interior del lugar y comenzaron a buscar a Henry de inmediato. No obstante, lo encontraron rodeado de gente de aspecto importante, de modo que descartaron la idea de saludarlo directamente.

—Creo que mi padre está en el grupo —dijo Hans—. Tal vez él pueda hablar con el señor Wallet por nosotros.

—Me pareció ver que este lugar tiene terraza —indicó Joseph—. Karl y yo estaremos por ahí. Envía a Henry allá para que puedan hablar a solas.

Joseph y Karl siguieron el plan y se alegraron de que, afortunadamente, la terraza se encontraba vacía. Se dirigieron a unas sillas y se sentaron a esperar.

—¿Sabes que vas a decir? —preguntó Joseph, temiendo que el anciano hubiese vuelto a ponerse nervioso.

—Lo he sabido desde hace veinte años.

Joseph asintió, pero antes de que pudiese añadir algo más, escuchó que Hans lo llamaba. Dirigió su mirada a la entrada de la terraza y encontró a su amigo en compañía de Henry. Joseph y Karl se levantaron al instante y se acercaron a él.

—¡Hola, Irolev! —saludó Henry cordialmente—. Espero que te hayan puesto un sobresaliente por la entrevista del jueves.

—Sí, fue algo así —respondió Joseph encogiéndose de hombros.

Henry dirigió su mirada a Karl.

—Buenas noches, señor. Me dijeron que tiene algunos asuntos que tratar conmigo. Estoy abierto a cualquier idea de negocio interesante, así que no dude en contármelo todo.

Karl no respondió y miró a con confusión a los chicos. Hans tomó a Joseph de un brazo y, luego de despedirse respetuosamente, lo jaló fuera del lugar.

—Será mejor dejarlos solos.

—Sí, sí, como sea.

—Bueno, ahora depende del señor Karl. —Hans se levantó una manga para observar su reloj—. Lo siento, Joseph, pero mi padre quiere que esté cerca para presentarme a sus socios. ¿Estarás bien solo?

Joseph asintió en silencio y observó cómo Hans bajaba al piso inferior, donde se estaba dando la fiesta. Cuando su amigo desapareció, Joseph ingresó a la terraza por otra entrada pero, en lugar de buscar un lugar idóneo para espiar a Karl y Henry, prefirió apoyarse en la baranda y observar el cielo nocturno.

—¿No vas a ver cómo van las cosas? —preguntó el Embaucador, que había aparecido a su espalda, en su forma infantil.

—Me da igual, yo hice lo que pude.

El Embaucador ladeó la cabeza, mirando a Joseph con curiosidad. Luego de unos segundos, despareció en una explosión púrpura, lanzando una risilla burlona.

Joseph estuvo observando el negro cielo por más de media hora, sin pensar en nada en específico. Decidió volver al piso inferior ya que comenzó a escuchar cierto ajetreo que le llamó la atención. Al llegar, se percató que habían preparado un estrado en el que Henry estaba preparándose para hablar.

—Muchas gracias a todos por venir a mi fiesta de cumpleaños —comenzó el hombre, luego de aclararse la garganta varias veces—. Hoy han pasado exactamente cuarenta años desde que vine a este mundo y... bueno, la verdad es que había preparado un discurso para este día pero... —Henry paseó la mirada por todos los presentes—. Creo que alguien más lo dará por mí.

Dicho ello, Henry se apartó del estrado, dejando a todos los invitados muy confusos. Luego de unos segundos, el estrado fue nuevamente ocupado por un hombre maduro, con rasgos faciales muy similares a los de Henry, pero mucho más marcados.

—Buenas noches a todos —dijo Karl—. Mi nombre es Karl Novinsky, pero dudo que alguien me conozca. Hoy quiero contarles la historia de un hombre que, en el pasado, era muy cobarde...

Joseph no continuó escuchando el discurso y salió de la mansión. Comenzó a caminar bajo el cielo nocturno, con el rostro inexpresivo.

—Felicidades, Joseph Irolev, haz cumplido el segundo reto —informó el Embaucador, quien se encontraba caminando a su lado—. Pero... ¿por qué no pareces feliz por ello?

—Porque no vale la pena sentirse feliz por lo que hago. —Joseph chasqueó la lengua—. No estoy realizando buenas acciones, simplemente estoy manipulando a los demás para conseguir mis propios intereses.

—¡Y eso es lo que lo hace más divertido! —contestó el Embaucador, explotando en una gran niebla morada que cegó a Joseph por unos instantes.

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