Parte 5: Reunión

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Joseph, Sia, Lilian, Edward y Hans se habían conocido durante la secundaria. En aquel tiempo, Joseph solo consideraba a Sia como su amiga y no confiaba en ninguna otra persona fuera de su familia. Había sido Sia quien prácticamente "forzó" a Joseph para que aceptara hablar con los demás. Rápidamente, el chico descubrió en ellos grandes compañeros con los que podía charlar sin cansarse sobre temas terroríficos.

En aquel entonces ya tenían una vaga idea de que formaban una especie de club, pero de manera no oficial. Ya que no tenían un salón propio en su escuela donde pudieran reunirse, acostumbraban rotar de casa en casa. Sin embargo, era incómodo para cinco personas acomodarse en un cuarto o, cuando decidían reunirse en la sala de alguna de las casas, siempre eran interrumpidos por los miembros de sus respectivas familias.

Debido a todos estos contratiempos, habían buscado desesperadamente algún punto neutral donde pudiesen reunirse de manera cómoda y sin ser importunados. Consiguieron encontrarlo gracias a Hans, cuyo padre era dueño de la empresa inmobiliaria más importante de la ciudad, de manera que tenía acceso a la información de la mayoría de edificaciones del lugar. Gracias a esa información, descubrieron la existencia de una mansión abandonada de estilo barroco ubicada en una colina cercana a un espeso bosque, la cual era perfecta ya que no solo les permitía reunirse sin complicaciones, sino que también representaba el símbolo terrorífico que representaba su grupo.

La llamaron la Casa de la Colina y se convirtió en la base secreta del Club del Terror. Joseph y Sia habían estado encantados con esta elección, ya que dicha mansión quedaba muy cerca de sus casas. Por otro lado, representaba un gran viaje para los otros tres miembros del club, pero tampoco tenían otro lugar de modo que no discutieron la decisión.

Justamente, luego de que Joseph aceptara reunirse nuevamente con el Club del Terror tras la muerte de Sia, él y Lilian se dirigieron a la Casa de la Colina donde ya los esperaban los otros dos miembros restantes. Se acomodaron en la sala principal de la mansión, la cual era increíblemente espaciosa, a la vez que lúgubre y tétrica. No había luz eléctrica, pero la luz de la luna que se colaba por la multitud de ventanales era más que suficiente para iluminar cada centímetro del lugar.

Joseph se colocó cerca a uno de los ventanales y observó la ciudad a través de este. Los demás se sentaron alrededor de una gran mesa de aspecto victoriano y se miraron los unos a los otros.

—Entonces... —empezó Lilian, juntando las manos—. ¡Es hora de comenzar la reunión del Club del Terror!

—Para ser sincero, no esperaba una reunión esta noche —comentó Edward con la mirada seria—. Especialmente tras lo que le sucedió a Sia.

—¡Justamente por eso debemos estar reunidos! —indicó ella—. Están corriendo rumores... Dicen que es probable que la muerte de Siara tenga alguna relación con lo paranormal.

Edward chasqueó la lengua y meneó la cabeza.

—Recién ha pasado un día y ya hay rumores estúpidos... De todas formas, es la policía la que debe esclarecer los hechos, no nos compete a nosotros.

—¿Cómo que no? ¡Somos el Club del Terror! —exclamó la chica, levantándose con energía—.

—Justamente por eso —afirmó Edward ácidamente—. Nosotros solo nos dedicamos a comentar libros y películas de terror... No somos cazadores de hechos paranormales ni nada por el estilo.

Lilian retrocedió un paso.

—Pero...

—¿En serio piensas discutir? —continuó Edward con aburrimiento—. De todas formas, es imposible que lo paranormal tenga alguna relación con Sia, ya que no existe nada como eso.

—Pero... —repitió Lilian con voz débil, mientras volvía a sentarse con suma lentitud.

—Venga, ya es tu turno de intervenir —dijo Edward dirigiéndose a Joseph—. Tú eres el más práctico de todos nosotros.

Joseph meneó la cabeza y se encogió de hombros con desgano. Edward chasqueó la lengua, tras lo que miró a Hans.

—¿Y tú? ¿Piensas seguirle el juego a Lilian y ser igual de irracional?

—Bueno, yo creo que... —murmuró Hans mirando a Edward y Lilian respectivamente—. No lo sé con seguridad... aunque Lilian tiene razón al decir que el caso parece muy misterioso...

Edward lanzó un largo suspiro y levantó los brazos, considerándose derrotado. Lilian sonrió con suficiencia y juntó las manos a la altura de su pecho.

—Nosotros cuatro conocimos bien a Siara y no creo equivocarme al decir que ninguno puede aceptar que ella se haya suicidado —comenzó la chica mirando a cada uno de sus amigos, los cuales asintieron en silencio—. Sin embargo, Siara no murió de forma natural, de modo que la única posibilidad es que...

—... alguien la haya asesinado —murmuró Joseph, sin dejar de mirar por la ventana.

—¡Exacto! —confirmó Lilian dando un pequeño salto—. Y nosotros, como amigos suyos, tenemos el deber de descubrir al culpable.

—Pero, ¿no sería algo peligroso? —comentó Hans, frotándose las manos—. Si en verdad hay un asesino rondando por la ciudad, debería ser la policía la que dé con su paradero, ¿verdad?

—Tienes razón, Hans —opinó Edward asintiendo—. No sé a lo que quieres llegar, Lilian.

La chica frunció el ceño y cerró ambas manos.

—¡Nosotros debemos investigar! ¡Si no lo hacemos, nadie podrá!

—No digas estupideces —masculló Edward levantándose y mirando fijamente a su amiga—. Esta no es una novela ni una película de misterio. Esta es la vida real.

—¡Por eso mismo debemos hacerlo nosotros! —exclamó Lilian con los ojos húmedos—. ¡Ella era nuestra amiga!

La discusión de Edward y Lilian continuó por unos minutos más, sin que Hans pudiese hacer algo para detenerlos. Joseph, por su parte, se mantuvo silencioso observado el exterior, hasta que su mirada se dirigió a sus amigos.

Joseph consideró que era mejor mostrarles la creepypasta del Embaucador para conocer su opinión, por lo que comenzó a sacar su laptop del maletín que llevaba. Sin embargo, Joseph no pudo decir nada, ya que en ese mismo momento Lilian perdió los estribos.

—¡Esta misma noche iremos a la casa de Siara para observar la escena del crimen con nuestros propios ojos! —exclamó la chica, lanzando una mirada retadora a los demás—. ¡Y no acepto discusiones!

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