Parte 58: Tour Nocturno

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Joseph caminaba rodeado por el silencio nocturno, teniendo solo a la luz de la luna como acompañante. No tenía ni la más mínima idea de lo que podría hacer al momento de encontrarse cara a cara con el Cosechador de Sangre, pero le parecía peor perder aquella noche. Consideraba que lo mejor era acabar con aquel reto cuanto antes, ya que no estaba seguro sobre cuánto duraría su fuerza de voluntad.

Si bien Joseph reconocía y apreciaba el esfuerzo que Rachel había puesto en convencerlo de no meterse en la Zona de Sangre, lo cierto era que había tenido el efecto contrario. Ver el brazo monstruoso del Cosechador en el sótano de la granja, en lugar de asustarlo y disuadirlo, le había demostrado a Joseph que la bestia a la que debía enfrentarse era vulnerable y podía ser dañada por métodos convencionales. Si el bisabuelo de Rachel había sido capaz de mutilar al Cosechador de Sangre, entonces Joseph tenía la oportunidad de eliminarlo de una vez por todas.

Mientras caminaba intentando idear un plan factible, a Joseph le pareció escuchar un lejano ronroneo a su espalda. Hasta aquel punto no había oído ningún tipo de ruido, ni siquiera de insectos nocturnos, de modo que aquel rumor llamó su atención al instante. Joseph volteó con cautela y se percató de que una luz se acercaba por el camino de tierra que lo había llevado hasta allí.

El sonido se hizo más fuerte y el extraño objeto se hizo más claro tras unos instantes, mostrando que se trataba de una camioneta muy anticuada. Joseph esperó a que el auto se acercara, adivinando qué es lo que estaba sucediendo.

—¿¡Acaso estás loco!? —le recriminó Rachel quien conducía el auto, al estacionar al lado del chico—. ¿Cómo se te ocurre caminar de noche tan cerca de la Zona de Sangre?

—Es mi problema —respondió Joseph, encogiéndose de hombros—. Tengo cosas que hacer aquí, ya te lo dije.

Rachel abrió la boca para continuar discutiendo, pero se contuvo y lanzó un largo suspiro.

—Sube —dijo la chica, señalando el asiento del copiloto—. Si tanto te obsesiona ir allá, te llevaré.

—No es necesario —contestó Joseph al instante. En su memoria se aglomeraron recuerdos difusos de Wilson y Jana, y el temor de ser causante indirecto de más muertes lo llenó de aflicción—. Puedo ir caminando y volver al amanecer.

—No tienes ni idea de la distancia que hay de aquí hasta la Zona, ¿verdad? —Rachel sonrió, comprensiva—. Solo iremos hasta la frontera. No soy tan estúpida como para meterme allí de lleno tan tarde. Sube y te daré el mejor tour turístico que podrías desear.

Joseph chasqueó la lengua, pero concluyó que no tenía excusa de rechazar la oferta. Aceptó que, de cierta forma, le resultaba muy útil analizar el camino que lo llevaría hasta la Zona de Sangre, para estar preparado más adelante. Así, Joseph asintió y subió a la camioneta, la cual partió al instante.

—La Zona de Sangre es una prisión natural —comenzó a explicar Rachel, sin despegar los ojos del camino—. Está completamente rodeada de montañas, por lo que solo se puede llegar a ella tomando el camino al oeste de Volob.

Joseph observó por la ventanilla del vehículo y constató que a lo lejos se podía distinguir las siluetas borrosas de gigantescas montañas negras.

—Según la poca información que conseguí —continuó Rachel—, hace muchos años construyeron algo ahí.

—¿Algo?

—Fue cosa del gobierno, no sé de qué se trató, pero parece que era confidencial o algo por el estilo.

Tras avanzar un tramo considerable, Joseph comenzó a ver multitud de carteles y avisos colocados a ambos lados del camino. Al fijarse bien, consiguió notar que la mayoría de ellos eran señales de peligro y otros contenían símbolos relacionados, como signos de interrogación y calaveras apoyadas en huesos cruzados.

—Creí que la gente de Volob no se atrevía a venir por aquí —dijo Joseph, con la mirada aún fija en el interminable desfile de carteles—. ¿Quién puso esas cosas?

—Yo misma los planté a lo largo de los años —contestó Rachel—. Lo hacía básicamente para probar hasta qué punto era seguro adentrarse en la Zona de Sangre. Luego me di cuenta de que no era necesario.

—¿No lo era?

Rachel negó con la cabeza.

—Sea lo que sea que habite en la Zona, ha delimitado bien su territorio de caza. Ya lo verás.

Joseph tragó saliva y se recostó en el asiento, intentando imaginar qué clase de horrores indescriptibles podría haber ideado el Cosechador para demostrar su presencia. Luego de unos minutos, Rachel detuvo el auto y Joseph pudo ver el grotesco espectáculo en la realidad.

Se trataba de una extensa colección de cadáveres humanos y animales. Estaban empalados, boca abajo, en unas estacas de madera clavadas al suelo terroso a cada lado del camino. Lo más perturbador de aquel cruento escenario se centraba en el hecho de que los cuerpos poseían un aspecto muy extraño como si de secas momias se tratase.

—Creo que se trata del depósito de desechos de la cosa que vive en la Zona de Sangre —comentó la chica, intentando no ver los restos clavados—. Nunca me he atrevido a avanzar tras este punto.

Joseph no contestó, observando atentamente los cadáveres. Le parecía increíble que el Cosechador se hubiese tomado el trabajo de empalar a cada una de sus víctimas, y no podía explicarse qué razones podría haber tenido para hacerlo. Joseph consideró que, tal vez, el Cosechador no era un simple depredador sediento de sangre, sino que tenía algún nivel de raciocinio que lo impulsaba a seguir algún tipo de ritual o algo igual de complejo.

—Espero que esto sea suficiente para que te des cuenta de lo peligroso que es este lugar, Joseph —añadió Rachel, mirándolo fijamente.

—Nunca... nunca me imaginé algo como esto —afirmó Joseph, fingiendo miedo, aunque la verdad era que había esperado algo aún más aterrador y repulsivo—. Creo que lo mejor será irnos. Lamento haberte hecho venir hasta aquí para mostrármelo.

­—Mientras comprendas lo peligroso del lugar, no hay problema.

Rachel dio media vuelta con la camioneta y condujo todo el camino de vuelta hasta llegar a la entrada oeste de Volob, donde Joseph bajó del vehículo.

—Ya no tienes intención de ingresar a la Zona de Sangre, ¿verdad? —dijo Rachel antes de irse.

—Para nada, es mucho peor de lo que esperaba. Soy curioso pero no suicida.

Rachel asintió con una enorme sonrisa en el rostro y partió, internándose en la oscuridad de la noche.

Joseph, por su parte, se dirigió al hospedaje, consciente de la enorme mentira que acababa de decir. Tal vez los retos anteriores lo habían vuelto insensible, ya que no sentía temor ante la idea de confrontar al Cosechador, sino una creciente preocupación en cómo conseguir derrotar a su adversario sin perecer en el intento.

Con dicho desasosiego carcomiéndole la mente, Joseph se acostó dispuesto a terminar con el reto al día siguiente.    

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