Parte 61: "Proverbios 3:21-24"

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Joseph se sentía sumamente agotado y se negaba a abrir los ojos a pesar de que acababa de despertar. Lo único que quería en aquel momento era continuar durmiendo un rato más.

—Joseph

El chico, incluso escuchando aquella voz familiar que lo llamaba por su nombre, continuó en su infructuoso intento de volver al mundo onírico. Estaba muy aturdido, por lo que consideraba sensato alargar cuanto pudiera la paz que le generaba mantenerse acostado con los ojos fuertemente cerrados.

—¡Joseph, despierta!

Viendo que no podría continuar en aquel estado, Joseph finalmente abrió los ojos y se llevó una gran sorpresa al ver que el rostro de Sia se encontraba a pocos centímetros del suyo. La chica se apartó la instante, sumamente ruborizada e intentó fingir su nerviosismo esbozando una amplia sonrisa.

—Estaba a punto de besarte para obligarte a despertar.

Joseph, muy confundido por su despertar forzado, se sentó en su cama y dio un largo bostezo.

—Tuve una pesadilla muy extraña.

—¿Una pesadilla? ¿Sobre qué?

—No lo recuerdo. —Joseph se pasó una mano por el cabello—. Pero sé que era atroz.

—Eso te pasa por ver tantas películas de terror. —Sia meneó la cabeza y dirigió una rápida mirada a su reloj de pulsera—. ¡Santo Cielo! ¡Es muy tarde! Cámbiate rápido, te esperaré abajo.

La chica salió rápidamente de la habitación, dejando a Joseph solo. Él observó las paredes de su cuarto, adornadas con los posters y figuras coleccionables relacionadas al terror, pero ver todo aquello le produjo una sensación extraña. Algo le decía que esas cosas no deberían estar allí, pero Joseph no encontraba razón para pensar eso, ya que su cuarto había mantenido aquella estética desde hace muchos años.

Tras terminar de prepararse, Joseph bajó al primer piso y encontró a Sia esperándolo sentada en un sillón de la sala. El chico se extrañó de que, hasta ese momento, no había visto a nadie de su familia, pero supuso que posiblemente estarían durmiendo.

—¡Ya era hora! ¡He estado esperando durante siglos! —se quejó Sia en son de broma al verlo.

—Creo que aún sigo medio dormido. —Joseph miró a su alrededor—. ¿Ya desayunaste?

—No. ¿Tú vas a desayunar?

Joseph se percató entonces de que no sentía ni la más mínima pizca de hambre. Aquello era extraño debido a que, si bien el chico no era alguien realmente aficionado a la comida, no podía evitar necesitar de un buen desayuno todas las mañanas para despertar por completo.

—De todas formas, no tenemos tiempo —afirmó Sia, tomando a Joseph de un brazo y arrastrándolo hacia la puerta principal—. Nos vamos ya.

Caminaron en silencio por las tranquilas calles de Laseal hasta llegar a la estación de trenes. El lugar entero estaba completamente vacío, al igual que lo había estado el camino que habían recorrido para llegar allí. Joseph de manera automática se dirigió a la boletería, pero Sia lo apartó de allí e ingresaron a un tren que, luego de unos minutos de espera, partió sin más pasajeros que ellos dos.

Tras otra caminata llegaron a la universidad, y Joseph se sorprendió de no ver a Edward, Hans y Lilian esperándolos como normalmente lo hacían.

—Parece que hoy solo seremos nosotros dos —dijo Sia, suspirando.

Al ingresar al recinto y recorrer los pasillos de algunos pabellones, Joseph pudo confirmar las palabras de la chica. No había absolutamente ningún otra persona en todo el lugar, incluyendo el salón en el que, supuestamente, les tocaba clase.

—Supongo que tendremos este día libre —afirmó Sia, emocionada—. ¿Vamos al centro comercial?

Joseph, intrigado por el peculiar desenvolvimiento de los hechos, aceptó la propuesta y salieron de la universidad. El chico había comenzado a percatarse de que todo lo que estaba sucediendo debía de tener una razón y, aunque no recordaba cómo había llegado hasta allí, no le parecía mala idea quedarse a disfrutar de aquella paz el mayor tiempo posible.

Luego de caminar entre las tiendas vacías, Joseph y Sia se sentaron en una banca a descansar.

—Dime, Joseph —dijo la chica, acomodando su sedoso cabello castaño—. ¿Cómo le está yendo al Club del Terror?

Joseph suspiró con cansancio.

—No creo que las cosas estén bien entre nosotros.

—¿No?

—Lilian se ha vuelto demasiado exasperante últimamente...

—Ella siempre ha sido muy enérgica y no puede evitar ayudar a quienes la necesitan.

—Ni siquiera sé si Hans sigue considerándome su amigo —continuó Joseph, abatido—. Aunque tiene buenas razones para odiarme y no sé cómo arreglar el problema.

—Hans es un buen chico, si hablas con él te comprenderá.

—No tengo ni idea de lo que está pensando Edward...

Sia sonrió.

—Él es muy inteligente, pero a veces no sabe cómo expresar sus sentimientos.

—Creo que el Club del Terror dejará de existir pronto —concluyó Joseph, mirando el piso.

—Confío en ti, Joseph —respondió la chica, tomándolo de la mano—. Sé que serás capaz de solucionarlo todo.

—Yo... no puedo hacer nada. ­—Joseph apretó la mandíbula—. Siempre busqué vivir una experiencia aterradora, pero nunca pedí algo como esto. Es demasiado para mi... —Miró a Sia fijamente a los ojos—. Si aún te tuviese a mi lado podría soportarlo, pero siendo solo yo...

—Lo siento mucho. —Sia comenzó a sollozar débilmente—. Te prometí que siempre estaríamos juntos y aun así me fui...

Estuvieron mirándose mutuamente en silencio durante unos instantes, disfrutando de la tranquilidad que aquel mundo vacío les brindaba. Joseph miró a su alrededor, notando que la falta de gente daba un toque siniestro al lugar. Una ciudad vacía era una ciudad fantasma, y Laseal llegaría a serlo de no ganar el Juego del Embaucador.

—¿Todo esto es real o se trata solo de un sueño?

—Obviamente es un sueño —contestó Sia, sonriendo—. Pero eso no quiere decir que no sea real, ¿no?

Joseph ladeó la cabeza, incapaz de comprender el significado de aquella afirmación.

—Debes despertar ya, Joseph —añadió Sia, tomándolo de ambas manos—. Algún día nos volveremos a ver.

El chico intentó decir algo más, pero justo en ese instante el sueño acabó.    

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