Parte 72: Desgracia Inminente

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Joseph se encontraba sentado en uno de los sillones de la Casa de la Colina. Había regresado a Laseal hace tan solo un día y se había sentido sumamente abatido desde aquel entonces. Si bien aún abrigaba el ardor de la venganza corriéndole por la venas, sabía que no podía hacer nada más contra Mercurial. Dependía de otros impartir la justicia necesaria.

—El Orbe Azul salió satisfactoriamente del territorio de Maverick —informó Envy, quien se encontraba sentada a su lado—. Debo felicitarte por haber cumplido el reto tan rápido. ¡Cumpliste con mis expectativas!

—Solo conté con ayuda y suerte... como siempre.

—El fin del Juego está cada vez más cerca. Me resulta increíble que hayas llegado tan lejos. Mis otras formas apostaron a que no pasarías del tercer reto.

—Me da igual lo que pienses de mí —espetó Joseph—. ¿Cuándo me darás el octavo reto?

Envy emitió una risilla y se levantó del sillón con un salto.

—Déjame pensar... Si estás tan apurado entonces te lo daré ya. Veamos. —La niña pelirroja se colocó un dedo en la comisura de los labios y observó a su alrededor—. Considerando lo mucho que te has esforzado hasta ahora, te daré un reto sumamente sencillo para que puedas desfogar tu aflicción.

—Déjate de rodeos y suéltalo.

—Lo único que tienes que hacer —Envy sonrió—, es quemar este lugar, la Casa de la Colina.

...

Joseph caminaba por las solitarias calles de Laseal con la mirada perdida. Sus ánimos estaban por los suelos y no se sentía capaz de hacer algo. Si bien el reto que el Embaucador le había dado era simple porque la Casa de la Colina estaba hecha mayormente de madera, le parecía que quemarla sería como destruir una parte esencial de su alma. Aquel lugar había visto los inicios del Club del Terror y los había acompañado en todas sus aventuras, como si de un miembro más se tratara.

No obstante, no solamente era la preocupación por la mansión abandonada lo que lo afligía. Joseph aún tenía demasiado fresca la muerte de Kathe, y no encontraba forma de quitarse aquel inmenso pesar de la cabeza. La idea de que, tal vez si hubiera sido más listo o fuerte habría tenido la oportunidad de salvar a su hermana le carcomía la conciencia sin piedad. Y todo empeoró cuando comenzó a pensar a futuro. Al fin y al cabo, a diferencia de Sia a quien podría recuperar derrotando al Embaucador, Joseph tenía la seguridad de que nunca más volvería a ver a Kathe.

Un repentino pitido causó un sobresalto en el chico, obligándolo a despertar de su depresivo ensimismamiento. Rebuscó en sus bolsillos hasta encontrar su celular, el cual no paraba de emitir el molesto sonido. Joseph chasqueó la lengua al percatarse de que estaba recibiendo una llamada de Lilian, pero no contestó ya que no contaba con los ánimos necesarios para hablar con nadie.

Continuó caminando, pero unos metros más adelante su celular volvió a sonar, siendo Hans quien lo llamaba esa segunda vez. Joseph no contestó, pero casi al instante recibió una llamada de Edward. Exasperado, el chico apagó su celular y se lo guardó en un bolsillo, con la intención de continuar su solitaria caminata en paz.

El sol estaba cerca de ocultarse, lo cual no hizo más que amargar aún más a Joseph. Decidió andar sin rumbo hasta el anochecer. Posiblemente podría reunir los materiales necesarios para cumplir el reto en el camino y, en medio de la noche, se encargaría de hacer arder la Casa de la Colina.

...

Lilian, Edward y Hans habían organizado una nueva reunión del Club del Terror pero, por más que se esforzaron, no habían sido capaces de contactar a Joseph. No respondió a ninguna de sus llamadas y cuando lo buscaron en su casa descubrieron que no estaba. Por ello, a pesar de que lamentaban la falta de su amigo, decidieron que podrían aprovechar la situación para hablar de él y del extraño comportamiento que había manifestado recientemente.

—En realidad no creo que su actitud sea extraña dado todo lo que le ha pasado —opinó Edward, sin el más mínimo rastro de su usual tono irónico—. Perdió a Sia y ahora también a su hermana... Si yo fuera él estaría aún peor.

—¿No podemos ayudarlo de alguna manera? —preguntó Hans, desolado.

—Vayamos a buscarlo otra vez a su casa —propuso Edward, levantándose del sillón en el que había estado sentado—. Dada la hora ya debe de estar allí. Hay que sacarlo a la fuerza si es necesario y obligarlo a animarse de alguna manera.

—No será necesario —afirmó Lilian, revisando su celular—. Le mandé un mensaje y me acaba de responder que está en camino. Hay que esperarlo.

—¿En serio? Creí que tenía el celular apagado.

Lilian se limitó a sonreír y se dirigió a los ventanales. Se detuvo un segundo a apreciar la magnífica vista que tenía de Laseal desde allí, tras lo que cerró todas la ventanas.

—Ahora que lo pienso mejor —dijo Edward repentinamente—. Puedo comprender que Joseph esté deprimido y eso, pero... desde hace un buen tiempo que me parece que está metido en algo que no nos ha contado.

—Yo también lo creo —opinó Hans, recordando el momento en el que Joseph le había pedido perdón—. La última vez que hablé con él me dijo que era su culpa que Sia se hubiese ido, pero que estaba haciendo todo lo posible por arreglarlo.

—Así que sí se trae algo entre manos. —Edward sonrió—. Debe ser sumamente importante para que no querer contárnoslo.

—Se debe de estar esforzando mucho...

—Ese maldito antisocial... siempre queriendo hacer las cosas por su cuenta. Pero supongo que debemos confiar en él. Logrará sea lo que sea que se haya propuesto, estoy seguro.

Lilian se había mantenido silenciosa durante toda aquella conversación, observando con curiosidad a los chicos. Repentinamente, un ligero pero creciente humo negro que comenzaba a esparcirse por el techo llamó su atención.

—Creo que... —Hans tosió—. Creo que huele a quemado. ¿Lo sienten?

Edward olisqueó el aire y su rostro se contrajo en un gesto de repugnancia.

—Maldición, lo único que faltaría es que la Casa de la Colina se incendiara —espetó Edward, dirigiéndose a la puerta principal—. Debemos salir a investigar por si...

—Nos quedaremos aquí —afirmó Lilian con una sonrisa, parándose frente a la entrada.

—Pero, Lilian... —Hans se calló un segundo y observó detenidamente el rostro de su amiga—. ¿Desde cuando tienes los ojos verdes?

Ella se limitó a sonreír aún más abiertamente y no contestó, mientras que su mirada refulgía con un enfermizo tono esmeralda

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