El Triángulo es un lugar genial si no eres yo

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Después de procurar intentar liar los cables de teléfono por tres horas y sin conseguirlo lo abandoné en el suelo, cubierto de pelos, de Adán, procurando hacer el mayor desorden posible. 

 Me consolé pensando que tal vez era mejor que no supiera que me encontraba bien, después de todo, había sicarios buscándome y cazas recompensas, si ella se alejaba de nuestra casa o la casa de mis abuelos entonces tal vez estaría a salvo. Y eso haría al saber que desaparecí, como la primera vez. Pero también tenía que advertirle, necesitaba decirle que se mantuviera alerta. No saber si mi mamá se encontraba a salvo o en apuros me volvía loco.   

 Me apunté a las clases de ese día preguntándome cómo haría para conseguir un mapa de todos los portales que había en Canadá. Era imposible entrar a la Cámara así que tenía que valérmelas por mí mismo, además de que no podía transcurrir mucho tiempo buscando un portal. Mis hermanos habían pasado allí un año, no podía esperar más tiempo, lo último que había sabido de ellos era que no debía buscarlos, un dato que cada vez que recordaba me daba ganas de golpearme la cabeza contra una pared. Se supone que estaba destinado a participar en la guerra contra Gartet no a encontrarlos y algo así me había dicho Narel y Eco la última vez. 

 Encontré allí a Dante y Dagna. Las clases se separaban por edades así que Sobe, Berenice y Miles estaría en las lecciones para los adolescentes de dieciséis y diecisiete años.   

 Subí los peldaños del salón escalonado y me deslicé en los bancos donde ellos estaban. Dagna observaba la descomunal pizarra sin interés, sólo captando algunas palabras aisladas y observando las agujas del reloj que pendía sobre la pizarra como si intentara que trascurrieran más rápido; por su parte Dante tomaba notas a toda máquina incluso de los comentarios que el profesor Wegener de Mecánica pos-apocalíptica, creía graciosos: 

 —Entonces chicos, esto va para los Cerradores, si se quedan atrapados en un pasaje donde la electricidad es el dinero arrojen todas sus pertenencias de valor, incluso un reloj puede costarles la vida. Pero eso no es de importancia, aquí sólo aprenderemos a crear un biogenerador con basura, lo digo para que lo tengan en cuenta. No se cierren a las posibilidades. 

 Los Abridores rieron porque ellos podían ir de un lado a otro cuando quisieran pero a los Cerras no les dio tanta gracia. Me decliné en el asiento y adopté la misma postura que Dagna. Ella me lanzó una mirada divertida e imitó al chico que tenía delante, repantigado en la silla rascando sus partes intimas. Sofoqué una carcajada y emulé la energía frenética con la que Dante copiaba sobre el cuaderno de notas como si intentara quemar la hoja con la punta del boli. Luego las clases transcurrieron rápidamente.  

 Después de eso caminamos por la espesa selva asistiendo a las lecciones de la profesora Mónica Platten. Las clases de ellas eran geniales porque podías hacer todo tipo de cosas, no se especificaban en nada, podía enseñarte a pilotear un helicóptero como a escalar montañas o preparar un estofado y además no había límite de edad. Aunque casi siempre utilizaba sus horas para que limpiaras la isla o hicieras servicio comunitario. Así se mantenía la isla, con trabajo duro y organización. Una vez con Cameron tuvimos que pelar rábanos para casi doscientas personas.    

 Sobe, Berenice y Miles se nos sumaron en el camino. Estábamos todos preparados, con protecciones, cascos o armaduras. Los adolescentes y niños al avanzar emitían un repiqueteo metálico. Se nos unieron al trote. Me preguntaron cómo me había ido con Adán y señalé lo lindo que estaba el día. Berenice comprimió los labios y dijo: 

 —Conseguiremos ese mapa Jonás, te lo prometo.  

 Platten nos explicó cómo percibir los portales, una nueva técnica que según ella había descubierto, aunque la mitad no entendió lo que dijo pudimos atravesar uno, nos obligó a hacer grupos donde fueran cuatro Abridores y un Cerra. Atravesamos el portal a un pasaje donde el suelo era de arena negra y las nubes estaban a unos metros sobre nuestras cabezas. Caminamos por unos minutos buscando gusanos orgen para darle de comer a las aves de tres metros que comenzaron a anidar en el patio trasero del instituto. Pero al no encontrar nada nos aconsejó que evitáramos esa zona hasta que los guardianes se las arreglaran para bloquear ese portal porque de otro modo nosotros seríamos la cena de las aves. 

Una chica de unos dieciséis años llamada Verónica Montes creyó encontrar un orgen, se acuclilló delante del animal que reptaba y lo elevó del suelo con la punta de los dedos pero resultó ser una serpiente venenosa que la persiguió por medio minuto mientras ella chillaba y corría por su vida. Luego de eso Dante observaba el suelo como si caminara sobre minas. 

 Volvimos cuando atardecía. La profesora Platten estuvo veinte minutos tomando lista porque faltaba un Cerra llamado James River. Después de descubrir que unos Abridores le hicieron la broma de dejarlo en el otro lado, lo trajo de regreso con las mejillas tan rojas como el atardecer, dio algunos castigos y cada uno se fue a cumplir su horario. 

 Los acompañé al helipuerto donde les enseñaban a Sobe, Berenice y Miles a pilotear drones en los cuales cabías perfectamente, eran de tamaño humano y tenían cabinas aunque te hacían conducirlo mediante control remoto por precauciones. El helipuerto era una vasta explanada de concreto con trazos blancos y amarillos de pintura que indicaban las rutas de despegue y aterrizaje, algunos talleres de chapa se esparcían en el extremo sur junto con enormes garajes donde guardaban algunos aviones. 

El profesor Smith me encomió a que intentara pilotear un dron ya que era trotamundos y algún día necesitaría saber cómo hacerlo, agarré los controles y sin saber cuando sucedió, la máquina salió de curso, dio unas piruetas en el aire y colisionó encima de los drones que estaban a un costado sin utilizar.  

 Para entonces mi moral no estaba en lo más alto. Después de que todos los drones ardieran en una columna de humo y llamas, Smith dio por finalizada la clase diciendo que eran máquinas de un mundo llamado Orutuf y que tardaría mucho en recuperarlas. Dicho eso cada uno regreso al Instituto para hacer de las suyas, mascullando maldiciones y mi nombre.  

 Todos estaban de buenas porque era viernes, algunos chicos como James River se internaron en la espesura de la selva para colarse en algún pasaje y pasar allí el fin de semana, algunos hicieron una carrera al embarcadero para surfear o pescar, otros corrieron a la sala de estar en el instituto y muchos se prepararon para la fogata en la cueva.  

 Sobe se me adelantó, tenía la piel perlada de sudor y espantaba algunos insectos que revoloteaban alrededor. Colocó las manos en su pechera militar y me dedicó una sonrisa cómplice: 

—¿Sabes que estaba pensado?   

—¿Qué soy malísimo en los drones? 

—No, estaba pensando que todos irán a la fogata de esta noche y nadie vigilará la valiosa cámara y los valiosísimos mapas. 

 —Olvídalo Sobe, no podemos entrar —dije mientras eludía un grupo de niños menores de diez años que se dirigían con traje de baño, tablas de surfear y armas a la playa. 

 —Técnicamente sí —apuntó Miles adelantándose unos pasos, sacándose un casco militar, sacudiéndose con una mano sus cabellos anaranjados y con la otra sosteniendo el casco—. Podríamos robar pociones de la armería, ahora que son libres las artes extrañas está repleta de cosas interesantes y pensé que si la asaltamos podría aprovechar y robarme.., ejem tomar prestadas algunas. Puede que una, tal vez, desintegre la puerta. 

—¡Oh, me gustaría ver eso! —anunció Dagna con una sonrisa atravesando su carnosas mejillas y volviendo la cabeza hacia nosotros. 

 Estábamos acercándosenos al instituto, el edificio que se parecía a un castillo alemán con un nombre tan extraño que ni siquiera Izaro podría pronunciarlo.

La estructura contaba con numerosas torres, torrecillas, almenas y ventanas empuntadas, tenía tejas azules, columnas talladas como árboles y se abría de brazos a los visitantes a través de arcadas. Una torre gruesa y fornida se alzaba en el medio del edificio, era tan alta que desde la punta se podría ver toda la isla y su sima tenía una forma cóncava. Era el observatorio del Triángulo. A veces algunos Abridores se sentaban allí a contar historias de mundos escondidos y extraños o nos enseñaban lo que habían encontrado en esos recónditos lugares, a veces también componían música de pasajes extraños con cosas que jamás creíste usar como una aspiradora (créeme que hay mundos en donde se toca y suena de maravilla). Muchos de los adolescentes también se dirigían allí.

—Olvídenlo chicos. Adán no nos permitirá otra de esas cosas como escaparnos o robar —dije intentando encubrir la angustia de mi voz, no me había tragado el rollo de vivir en un calabozo pero por el momento no quería pensar en ello— y mucho menos cuando dicen que somos unos traidores. Tengo que entrar pero no de esa manera.  

 Todos parpadearon consternados y cerraron la boca produciendo un silencio incómodo que Sobe se vio forzado a rasgar. 

 —No hagas caso a lo que dicen. Las personas dicen muchas cosas, como que no soy apuesto ¿Podrías creer tal disparate? Es decir, mírame, o mira la foto de mi hermano, él era un chico apuesto ¿Por qué yo no lo sería?

 Nadie respondió y la conversación se vio finalizada.

 Tomamos un corredor. Subimos una escalera amplia que dictaba el final del pasillo y desembocaba en el primer piso. El primer piso constaba de corredores donde se podía ver salas escalonadas repletas de pupitres y pizarrones alargados. 

 Subimos al segundo piso y la escalera dio lugar a un amplio recinto desmedidamente enorme con galerías, plataformas y pasarelas que las conectaban. El lugar era ocupado por todo tipo de cosas para pasar el rato como bibliotecas, consolas o juegos. De las vigas del techo pendían naves, helicópteros u otras cosas de tamaño real, suspendiéndose por encima de las pasarelas. Las paredes estaban hechas de madera como si nos encontráramos en el interior de una cabaña descomunal. 

 Era la sala de estar donde podías pasar el tiempo después de clases. Unas chicas tenían un duelo de pinpong en plena entrada. Un grupo de niños con cascos estaban alrededor de una planta diminuta y la miraban como si fuera a estallar, la mitad cargaban escudos y el resto se refugiaba detrás de muebles. Uno de ellos nos arrojó una mirada nerviosa. 

—No se acerquen si quieren vivir.   

Me dirigí a mi habitación. La única semana que había estado allí compartí recámara con Sobe y técnicamente continuaba siendo mía, razón por la cual él tenía habitación propia casi todo el año. Las cosas seguían como antes, afiches nuestros de se busca, mapas, libros de países, una consola, videojuegos y una pequeña nevera que habíamos conseguido de un mundo en ruinas hace unos meses. No había dejado mucha ropa sólo un par de calcetines y no eran del mismo color así que me tomé una ducha y me puse el uniforme con la chaqueta negra curtida. 

 Busqué un libro de Canadá, me arrojé en la cama superior y comencé a leerlo por si encontraba algo extraño que me dé indicios de un portal. Necesitaba encontrar un mapa pero no podía arriesgar mi suerte en el Triángulo, yo no vivía allí sólo mis amigos y entrar a la Cámara prohibida por segunda vez, cuando se rumoreaba que éramos espías, no era muy buena idea. Iba a entrar pero necesitaba una distracción lo suficientemente grande como para que nadie lo notara. Necesitaba un mejor plan que desintegrar la puerta con ácido. 

 Sobe salió del baño en el momento que Miles y Dante entraban en la habitación. Miles llevaba un balón de rugby en la mano y en la cabeza un gorro de lana gris. Se paró en el umbral y se lo arrojó a Dante que estaba dentro de la habitación. El receptor intentó atrapar el pase perfecto pero el balón transitó un metro hacia su izquierda y salió volando por la ventana. Dante se asomó por ella gritando a un grupo de chicos: 

 —¡Lo siento! 

 Miles se arrojó de bruces a la cama y casi me tiró al suelo. 

 —¡Vamos, nada de lectura! ¡Es viernes por la noche, día de fogata! —canturreó tratando de quitarme el libro y riendo.

Forcejeamos.

 —Noche de fogata —lo corrigió Dante mientras cerraba las ventanas como si no quisiera recordar que había perdido un pase perfecto—. Además, es obligatoria, dicen que tienen noticias para darnos.

Una niña de nueve años se asomó a la puerta y golpeó sobre la madera con timidez, tenía dos coletas azabaches, piel oscura y unos ojos marrones y cálidos. Era Adeline Manson. 

 —¿Miles Harris? —preguntó retraída y observó las puntas de sus zapatos jugueteando con su pequeño vestido.  

 —¿Sí? —preguntó Miles parándose de un salto y soltando mi libro. 

 —Quiero ver la luz verde en el cielo negro —confesó ella. 

 Él sonrió. 

 —Acompáñame a mi habitación, estás de suerte hoy es día de rebajas ¿Te conté de lo nuevo que tengo de Luza? Puede ser un gran suvenirn para tus padres, es mejor que una carta con una postal aburrida... 

 Continuó hablando y haciendo que Adeline soltara risillas tímidas mientras partían de la habitación. Ella era muy pequeña, le llegaba a la cintura.   

 —¿Miles continúa vendiendo cosas de afuera y otros mundos? —pregunté. 

En el Triángulo no había ciertas cosas que podías conseguir en las tiendas de afuera como cómics, dulces, o artículos de este mundo que no fueran armas como tabletas electrónicas o dispositivos que te conectaban a internet, artefactos que estaban totalmente prohibidos en el Triángulo. 

 Sobe asintió y se calzó su chaqueta de aviador.

—Sí —dijo tirándose colonia, mucha, me miró en el espejo y esplicó—. Es una táctica, Jonás, verás, el amor involucra todos los sentidos, yo ya deleito visualmente, hablo y complazco auditivamente —sacudió la colonia—, esto es para la nariz —arrugó los labios.

Salimos del edificio. Hicimos unas canastas con Dagna en la cancha de básquet pero los tres no pudimos contra ella, por tener piernas y brazos rollizos se movía con velocidad felina, así que nos internamos en la selva y tomamos el camino que conducía a la cueva. Yo llevaba el libro de Canadá y lo leía mientras podía, decidiéndome que si en una semana no encontraba un mapa iría de todos modos con la esperanza de encontrarme aquel gigante Kilian y ver hacia donde iba con el cargamento de veneno.    

 La cueva era de piedra caliza y estaba rodeada de vegetación, parecía que alguien la había cubierto con un manto de plantas y moho. Por dentro contaba con un gran número de cuevas internas, pasajes y grutas con cavidades que permitían filtrar montones de luz y plantas dentro de la misma. Las hierbas y enredaderas suspendían del techo como guirnaldas y en algunas partes el suelo estaba revestido de pasto. Al entrar había un gran antro circular donde se podía ver el cielo como si fuera el techo de un observatorio. Debajo del antro había bancas escalonadas y arqueadas como un anfiteatro y en el centro crepitaba una enorme fogata donde algunos chicos como los hermanos Perce y Travis Branson asaban fruta. Un grupo de niñas tejía coronas de flores y otros trataban de convertir unas rocas en insectos mediante las artes extrañas.  

 Si te internabas dentro de la cueva podías salir a la playa, había un rincón con arena y olas donde a veces se solían hacer acampadas. Algunos chicos vinieron de esa gruta riendo y corriendo con trajes de baño o remeras empapadas y pegadas al cuerpo. Ese era el sitio favorito de Berenice, le encantaba sentarse en la arena, debajo del techo y observar cómo las aguas cristalinas rosaban sus pies y cómo la luz allí se filtraba a raudales. Muchos dicen que ese lugar se parece a las cuevas Batu de Malacia porque la cueva también contaba con edificios internos que asemejaban a templos pero en realidad eran escondites de resistencia por si el Triángulo era atacado algún día. Uno de los edificios se encontraba al final de una ladera rocosa y frondosa muy cerca de la entrada. 

 Miles estaba sentado en el segundo escalón de las bancas hablando con unas chicas que preparaban brochetas para la fogata. Me senté junto a él, una de las chicas era Amanda Peeters su cabello cobrizo estaba mojado y se le vertía por los hombros, le estaba explicando cómo hacer una brocheta apropiadamente cuando llegué. Sobe se sentó a mi lado. 

 —Yo prefiero hacerlas con fruta —dijo ella sonriendo—. Son más saludables y deliciosas. 

 —¿Has probado el congrí? —preguntó Sobe asomándose a la conversación—. Eso sí es delicioso. 

 —¿Q-qué? —preguntó Amanda descolocada. 

 —El congrí, mujer. Una comida cubana para chuparse los dedos —apuntó relamiéndoselos de verdad. 

 —N-no, no la he probado —respondió un tanto incomoda—. Oigan me llaman —repuso Amanda señalando hacia un rincón vacío—. Ya vuelvo.

—¡Esta bien, buena charla! 

 Miles fulminó con la mirada a Sobe y él se encogió de hombros. Adán entró en la cueva junto con Emma y Chia. Chia tenía veintidós y la piel tan oscura como la noche, su cabello ensortijado lo tenía apretado en un moño y trataba a los estudiantes como si fueran sus hermanitos, aunque la mayoría de sus «hermanitos» pensaban que era una chica totalmente ardiente y tenían fantasías con ella. El profesor Bright de la clase de supervivencia iba con ellos. Caminaba con paso seguro, grandes zancadas, tenía unos ojos duros, una barba insipiente, una nariz aguileña y comprimía la mandíbula como si los dientes se le fueran a caer.  

 Chia puso orden entre los adolescentes y todos se sentaron alrededor de la fogata o en las bancas. Los últimos grupos de chicos que venían de la playa, la selva o el helipuerto se acomodaron. Berenice vino con ellos. Tenía una remera blanca y húmeda y debajo un traje de baño de dos piezas. Sonrió al verme, lo que no era muy común en ella últimamente, se quitó la arena de los pies y se sentó al lado de Sobe y Dagna. 

 —Estudiantes —vociferó Adán enmudeciendo a la multitud—. Tengo un anuncio que darles. No sólo han venido aquí para pasar el rato como todas las noches de los viernes.  

 —¡Aguafiestas! —gritó un adolescente morrudo y Adán lo fulminó con la mirada lo suficiente como para que decidiera cerrar la boca y observar sus pies. 

 —Cómo sabrán en los mundos está creciendo una guerra que hasta menos de un año no sabíamos de su existencia. Esta secta, si es que podría llamarse así, la ha iniciado un grupo de trotamundos que usan sus habilidades y poderes para el caos, muchos de ellos son expertos en las artes extrañas, razón por la cual es imposible descubrir lo que harán. Se sabe que son seguidores de Gartet, un trotamundos del cual desconocemos su edad pero sabemos sus intenciones. 

 Adán había implantado el silencio en la cueva de modo que sólo se oía el crepitar del fuego, sus pasos lentos de un lado a otro y el chirriar de los grillos.  

 —Él quiere apoderarse de todos los mundos que existen, suprimirlos si no son de importancia y explotarlos si lo son. Es amo de millones de monstruos y cuenta con colonizadores, peones, que actúan por él. Una vez que toda la existencia esté bajo su poder pondrá por objetivo en marcha: exterminar todas las razas que no sean trotamundos Y conectar todos los pasajes. Eso es lo único que logramos descubrir de él, ya que unos chicos el año pasado se fugaron del Triángulo y liberaron a uno de esos mundos, obteniendo una cantidad de datos de importancia.  

Todas las miradas se clavaron en nosotros. El ceño de Dagna se incrementó y las mejillas de Dante perdieron color como si se encontrara encerrado en su peor pesadilla, llamado la atención de todos. Pero Sobe y Miles se dedicaron a lanzar sonrisas a modo de «Sí, yo fui»  

 —Esta batalla lleva años dándose y sus tropas son tan escurridizas y poderosas que nunca podemos revelar nada útil de ellos, emboscarlos o plantarles cara. No voy a mentirles, nosotros somos uno de sus puntos finales para atacar, con ustedes planea dar su último golpe. El problema es que no sabemos qué golpe será ese. Pero la incertidumbre se acabó —dijo un tanto más fuerte con los hombros duros—. El Consejo ha determinado oficialmente que el Triángulo estará inmerso en esta guerra. 

 La multitud enmudeció y Perce Branson dejó caer una fruta asada al suelo. Sobe tragó saliva y se frotó las manos preocupado pero yo no podía hacer nada más que pensar en el mapa. En que las cosas empeorarían si nos involucrábamos en la guerra. Tenía que irme cuanto antes.  

 Chia, Aurora y el profesor Bright intercambiaron un puñado de palabras, tenían una radio aferrada en la mano y al parecer estaban discutiendo un asunto que no podían resolver. Aurora farfulló un puñado de palabras y se fue seguida por los otros dos. La voz de Adán continuó como si nada hubiese pasado para él y de hecho así era.   

 —No se la tomen a la ligera —prosiguió Adán—, aunque nadie se lo había tomado a la ligera—. Esta no es como las guerras que hayan leído o vivido. Esta es un tipo de batalla de la que ningún libro hablará y de la que ningún libro ha hablado. Se trata de una guerra de mundos que no se conocen pero que comparten una amenaza mutua, la cual tampoco conocen.  Desde el principio de los tiempos fue deber de los trotamundos hacer que las cosas permanecieran en su lugar, somos los guardianes de los portales, protegemos a los habitantes de cada pasaje y no permitimos que monstruos o bestias aniquilen mundos ajenos. Ahora nos encontramos con un nuevo monstruo al que debemos derrotar: Gartet. 

Hizo una pausa. 

 —Pero este monstruo, o trotamundos, tampoco es como los que ya conocen. No sabemos dónde vive, cuan longeva es su vida, qué tan fuerte es su poder ni cómo destruirlo. Pero una cosa es segura: debemos detenerlo. Debemos cumplir nuestro papel y proteger a los portales sin que ellos sepan la existencia de otros mundos. Siempre procuramos ser arbitrarios para que guerras como estas no sucedieran y deberemos tener la misma posición en esta batalla si queremos que no se repita. Así que menos de la mitad de los mundos que son atacados se enterarán que son atacados, haremos que esta guerra quede en el anonimato. Podemos pelear con los civiles pero nunca revelar nuestra identidad, ni que venimos de otro pasaje. Si tienen dudas respecto a ello pregúntenle a los chicos que se fugaron el año pasado y movieron masas nativas. Ninguno de los nativos, a excepción de una ―dijo desprendiéndole una mirada a Berenice― se enteró de donde venían. Sólo los ayudaron y se fueron. 

 Más miradas extrañas dirigidas hacia nosotros. Todos éramos iluminados por la luz de la fogata que despedía un fulgor anaranjado y danzarín sobre sus rostros. De repente mis amigos, cada uno de ellos se veía incómodo.  

 —Debemos actuar pero no podemos arrojarnos a un mar cuando ni siquiera sabemos qué es el agua —dijo lanzándome una mirada despectiva—. Es por eso que debemos obtener información de Gartet, algún dato de importancia y cómo muchos sabrán eso se encontrará en el libro de Solutio. Pero fue extraviado hace años sino, de otro modo, hubiésemos estado preparados para esto.  

 —¿Qué es el libro de Solutio? —pregunté inclinándose hacia Dante pero él me siseó así que me incliné hacia la derecha, donde tenía a Sobe—. Oye, qué es el libro de Solutio. 

 —Un libro creado por Heródoto... —me susurró. 

 —¿El historiador? 

 —Sí, era uno de los nuestros de dónde crees sino que sacó la idea de registrar todo lo que sucedía: en otro pasaje —asentí asimilando la idea y me pregunté que otros personajes de la historia eran de los nuestros—. Pero también era bueno en las artes extrañas así que con sus colegas crearon ese libro para la comunidad de trotamundos. Solutio contiene un montón de predicciones, te dice qué sucederá y cómo arreglarlo, sus páginas fueron creadas con conjuros. Se lo llama el libro de las soluciones. También, si le preguntas, te dice soluciones de tu propia vida. 

 —¿Como dónde estarían mis hermanos? 

 —Sí —respondió cortante y comprimió los labios apenado—, pero está perdido sería más fácil buscarlos a ellos que al libro. Estaba en el Triángulo, guardado en la biblioteca pero un día alguien lo robó y se desvaneció. No saben muy bien qué pasó ni donde se halla ahora —sonrió—, lo gracioso es que no lo vieron venir...

 Dante nos chitó. 

 —... es por esa razón que haremos cuatro misiones, cuatro grupos, para encontrar respuestas y puntos débiles de Gartet. Dos buscaran a un sanctus... 

—¿Qué es un sanctus? 

—Shhh —me sisearon todos, incluso Sobe. 

 Suspiré y me desplomé en el hombro de Berenice quien me empujó por molestarla y me hizo volver a mi lugar. 

—Esos dos grupos tendrán un papel importante ya que se encaminarán para descubrir el paradero del libro Solutio —continuó hablando Adán— y los otros dos buscaran un sanctus para sacarle información sobre Gartet, algún punto débil o lo que sea. Para eso deberán darle algo a cambio, los sanctus son seres caprichosos, longevos y místicos, no los ayudarán si ellos no sacan provecho a pesar de que el destino de todos los mundos esté en juego. 

 —Muy bien, los temas se discutirán cuando sepamos quienes serán los integrantes de la misión... 

 Los dedos me picaron. No sabía con exactitud qué era un sanctus pero necesitaba encontrar el libro de Solutio o cualquier ser que me diera información sobre dónde estaban mis hermanos o dónde se halla el portal a Canadá. El estomago me dio un vuelco y la cabeza se me inundó de pensamientos. Me paré como una bala sin saber muy bien lo que hacía y dije: 

 —Me ofrezco para la misión.  

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