II. El viento que grita también golpea.

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 El cuerpo de la mujer cayó flácido sobre la alfombra pero ya era demasiado tarde. El cristal oscuro se reventó en miles de pedazos y el polvo se esparció por las tablas de madera.

Súbitamente se alzó una nube de polvo que me empujó hacia atrás como si se hubiera detonado una bomba. Vi la silueta de Miles escudándose los oídos con las manos y me pregunté qué era lo que no quería oír. Entonces una fuerza me golpeó como un puñetazo invisible que vino acompañado de millones de aullidos, era como si el viento mismo gritara de dolor. Pero el ruido no era humano, sonaba como garras contra una pizarra, cristales partiéndose y revolviéndose en una licuadora con la música que Ann había elegido para la fiesta.

Chirridos agudos abrumaron mis oídos a la vez que un remolino de polvo me aventaba contra cajas y un puñado de instrumentos musicales. La cota de malla suavizó el impacto, pero aun así sentí que mis órganos se revolvían. La ventisca me arrastró por la habitación. Intenté aferrarme de algo pero no pude. Me encogí y choqué con un refrigerador que me cortó el conocimiento por unos segundos.

Me golpeé con algo macizo, se sentía como metal pero de seguro eran uno de los panecillos.

Entonces sentí que flotaba en una calma pacífica y silenciosa donde nada podía perturbarme como si estuviera en una nave espacial donde la gravedad no existía. Hasta que alguien comenzó a sacudirme el hombro. Abrí los ojos, parpadeando.

El aire rielaba a mí alrededor y detrás de ese brillo trémulo se encontraba una oscuridad que se desplazaba como nubes de tormenta. Era el polvo, el viento sacudiéndose y arrastrando los objetos acumulados por el hijack que había desaparecido. Me encontraba dentro de una cúpula, un muro de protección de Petra. A mi alrededor estaban mis amigos con magullones en la piel, intentando despertarme. Sacudiéndome como si quisieran que se me rompiera el cuello.

Detrás del muro protector el viento se sacudía con fuerza. Era como encontrarse en el ojo de un huracán.

Sentía todos los músculos agarrotados. El cuerpo me pesaba, cada movimiento era un desafío algo así como cuando tienes que levantarte de tu cama a la mañana. Pero la adrenalina me hizo reaccionar.

—¡Ophold stadig! —aulló Petra, realizando un movimiento descendente con su báculo y de repente los vientos se aplacaron, desapareciendo por completo.

Como sucede cuando se dispersa un tornado, los trozos de concreto, maderas filosas y los objetos comenzaron a caer del cielo como meteoritos. Una lluvia estridente retumbó en mis oídos y me encogí por instinto. Dante y Miles hicieron lo mismo cuando una viga cayó sobre el muro protector de Petra y se hizo añicos levantando una nube de polvo.

El muro que hacía temblar al aire parpadeó hasta desaparecer. Estábamos en el medio de un remolino de los restos de la casa, ropa, catatónicos inconscientes, hojas de libros, metal abollado, y cuerdas de instrumentos. El hijack había desaparecido o tal vez lo vientos la habían aventado muy lejos de allí, seguramente había perdido su cuerpo y tardaría en encontrar otro porque todas sus criaturas habían sido barridas con los vientos.

Me contenté imaginando cómo volaba lejos de allí y cómo luego caía rudamente al suelo, en un charlo de lodo, preferentemente.

El cielo tachonado de estrellas alumbraba débilmente el basurero que nos rodeaba como si quisiera recordarnos que no había transcurrido ni una hora y ya habíamos estado a punto de morir dos veces. Algunos grillos chirriaban en la oscuridad y a unos metros se encontraba la callejuela sudada por la que habíamos venido, la luz de la luna resplandecía sobre sus lozas húmedas.

—Vaya qué porquería —susurró Berenice quitándose el polvo del cabello y fulminando con la mirada a los cuerpos de los catatónicos.

—¡Berenice! —gritamos todos al unísono, percatándonos de que había vuelto a ser ella, la que observaba torvamente al mundo y no sonreía a no ser que finjiera o algo vergonzoso le sucediera a Sobe.

—Creí que te perderíamos... oh chica, no nos vuelvas a hacer eso —suplicó Petra respirando aliviada y cerrando sus ojos.

—Casi me desmayo cuando escuché que te quería a ti sólo por ser una confronteras —informó Dante haciendo a un lado una silla hecha añicos.

Pero nadie lo tomo en serio porque él casi se desmaya por todo, hasta cuando se acababa el cereal.

—Casi te desmayas por todo lo que escuchaste en la cena —resopló Sobe ayudando a su Romeo con una repisa que quería apartar.

Berenice les sonrió a ambos, al menos lo que era una sonrisa para ella: un imperceptible movimiento de labios.

—Sí... bueno —dijo ella encogiéndose de hombros y ocultando lo incómoda que se sentía—, supongo que son los aspectos negativos de tener amigos trotamundos y ser la única sin poderes.

—¡POR QUÉ SÓLO MUEVEN LOS LABIOS! —el rostro de Miles se desfiguró en una mueca de pánico— ¡¡CHICOS EL VIENTO LOS DEJÓ MUDOS!!

—No, Miles el viento te dejó sordo a ti por ser el primero que lo oyó —gritó Sobe y Miles se inclinó hacia él arqueando su mano alrededor del oído— ¡El viento de Otirg casi tiene vida! ¿Lo recuerdas? Es de polvo, nadie puede habitar ese mundo porque el viento mata a cualquiera que llegue ¡Es maligno! ¡Y grita!

—¿Qué negrita? —preguntó frunciendo el ceño.

—Eh ¿se quedó sordo permanentemente? —pregunté con un espanto creciendo en mi garganta, no quería que Miles quedara así para siempre.

—No, sólo por un tiempo —respondió Sobe con aire de experiencia como si viera casos como esos todos los días—. Como cuando te explota una bomba en la cara y los siguientes días escuchas mal, pero luego tu oído se va recuperando.

—Nunca me explotó una bomba en la cara —dije.

—Entonces puedes considerarte un chico con suerte, no como mi hermano —afirmó Sobe—. Eso... eso lo mató.

—Debemos irnos rápido, si no queremos que el hijack venga por nosotros —informó Petra haciendo a un lado un baúl, y vadeando una cama volcada—. No creo que Dante y Sobe conozcan tantos fragmentos de obras.

—¡Yo me sé los diálogos de Hamlet de memoria! —informó Dan con orgullo como si al mencionar aquellas palabras perdiera toda la inseguridad.

—Yo sé como ignorar ese comentario —exclamó Sobe observando con indiferencia hacia otro lado—. Oigan para recordarles, nadie del Triángulo se enterará que sé de memoria Romeo y Julieta. Tengo una reputación que mantener.

—Descuida, Julieta. Ahora concentrémonos en regresar al campamento —dije recordando dónde nos encontrábamos, aunque el peligro se había ido, de momento no era buena idea permanecer en el mismo lugar—, recojamos nuestras cosas.

—¿Sobe, puedes guiarnos a través de la montaña de noche? —inquirió Petra.

—No lo sé, nos daremos cuenta que no puedo cuando nos perdamos —respondió deslizando el mapa fuera de su bolsillo y calándose la capucha de su cota de malla.

La callejuela estaba deshabitada y el pueblo parecía más oscuro y abandonado que antes. Escarlata emergió de la oscuridad, sobrevolando sobre nuestras cabezas, descendió en picada y me revolvió el cabello con sus garras filosas. Era su manera de llamar la atención y decirme que estaba allí.

Nos pusimos en marcha mientras le decía a Miles que no estaría tanto tiempo con la audición dañada.

—¿BAÑADA? ¿O BAÑANDO? SÉ QUE APESTAS PERO NO ES MOMENTO PARA DUCHAS, JO.

— ¡¡Tu audición está dañada!!

—¿Qué cosa está arañada? —preguntó molesto conmigo mientras corríamos hacia el campamento y hacíamos a un lado las malezas— ¡HABLA CLARO JONÁS PORQUE NO SE TE ENTIENDE NADA!

Regresamos al campamento corriendo a toda máquina y explicándole a Berenice qué había sucedido mientras ella se encontraba encantada por los modales del hijack. Sus ojos brillaron cuando le dijimos que Dante y Sobe habían recitado fragmentos de Romeo y Julieta para distraer a la mujer y cómo Miles había corrido heroicamente por el frasco de vientos, sin que nadie le dijera nada. Aunque Miles no pudo escuchar los halagos y agradecimientos que le dimos, se disculpó por haber dicho mi nombre.

Después de todo uno de los hijack había escapado de los vientos y estaba camino a la ciudadela para decirle a Morbock dónde nos encontrábamos y hacía dónde íbamos. Me pregunté si Morbock seguía vivo y si nos buscaría. Tal vez se toparía en los bosques con Izaro y aliarían fuerzas para cazarnos, como un súper escuadrón del mal. La idea me provocó escalofríos. Izaro era demasiado insoportable sola, no quería imaginarla con la serpiente.

Llegamos al campamento. Recogí el libro de historias de Canadá. Me colgué la mochila y corrimos hacia el interior de las montañas.

Ya habíamos tenido suficiente de Catatonia. 

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