III. Entierro a una nueva amiga

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No fue difícil escabullirnos del corredor sin ser vistos, lo hicimos cuando Balboa Rock afirmaba a un grupo de hombres que esa tarde morirían. Tuvimos que llevarnos nuestras palas porque estaba la posibilidad de que descubrieran que nos fuimos al ver cuatro palas abandonadas en el suelo.

Dante agarraba la suya como si nunca hubiese sostenido una. Miles la habían apoyado sobre sus hombros y descansaba las manos en la madera. Dagna empuñaba la pala como si fuera un hacha y yo había roto mi maltratado pantalón al tratar de colgarla al cinto.

La sala donde guardaban los manteles parecía un ático, no había ventanas, solo andamios con manteles colgando o plegados en anaqueles. Esa sala parecía en proceso de construcción, claro si hubieran detenido el proceso hace casi trescientos años. Olía a jabón y estaba muy oscuro. No había nadie custodiando esa sala, al parecer cuando un monstruo, devora almas bondadosas, atacaba el castillo nadie se preocupaba por los manteles limpios.

Miles descolgó un mantel, se cubrió con él como si fuera un manto, afirmó sus pies y actuó como si fuera el sacerdote. Me miró con desprecio.

—¡Tú, ínfimo sirviente! ¡Muérete o desaparece de mi vista!

Descolgué un mantel y me cubrí con él mientras exclamaba.

—¿A quién llamas sirviente sabandija? ¡Yo soy el sacerdote en jefe!

Miles me miró con una sonrisa y los ojos chispeantes pero no respondió. Arqueó las cejas y se inclinó ligeramente en mi dirección, no me había oído.

—¡Yo soy el sacerdote en jefe! —repetí más alto.

—¡No, yo lo soy! —sacudió con autoridad su capa-mantel-túnica sagrada.

—¡No, yo lo soy!

—Ya paren con eso —exclamó Dante con nerviosismo observando la puerta—. Se supone que esperamos a un traidor, no queremos parecer unos idiotas.

—¿Qué no lo ves Álvarez? —inquirió Dagna—. Ellos no parecen idiotas, son unos idiotas.

Vi el movimiento de su mano dejando un mantel, ella había estado a punto de unírsenos cuando Dante dijo lo evidente: debíamos esperar en silencio. Me quité el mantel, lo colgué cuidadosamente porque yo lo había lavado hace unas horas y desenvainé a anguis. El aura oscura y siniestra se propagó como si el metal largara humo. Los demás hicieron lo mismo.

Pasaron unos largos quince minutos en donde Dagna dijo que estaba segura que esa puerta sería atravesada por uno chico llamado Peter Funke, según ella él había abandonado el Triángulo hace un año para unirse al comercio de madame Tay pero de seguro todo eran mentiras.

—Shh —nos reprendió Dante desde su puesto. Estaba de cuchillas detrás de una pila de manteles color malva, sosteniendo un plumero que había encontrado por ahí.

Sabía que había dejado todas sus armas con su mochila pero no podía imaginar cómo se defendería del traidor con un plumero. Tal vez quería sacudir las plumas sobre su cara y hacerlo estornudar hasta la muerte.

—¡TENGO MUCHA HAMBRE! —se quejó Miles.

—¡SHH! —lo reprendimos todos y él se encogió como si le hubiésemos tirado agua.

De repente la puerta se abrió. Una silueta musculosa fue iluminada por la luz del exterior, sus hombros eran anchos y su cintura tan pequeña que parecía EL porte de un modelo de ropa interior. Agradecí para mis adentros no haber pensado eso en voz alta frente a Miles y Dagna. El chico dio un paso adelante.

Sentí una agradable sensación de encontrarme flotando en mitad de un mar, de aguas frescas donde no había límites. Un Abridor. Me cosquillearon los dedos al saber que un trotador que podía tomar clases conmigo se estaba acercando. Un traidor. Tenía un montón de preguntas que hacerle pero la primera sería «¿Por qué?»

Dante tenía un puño rígido alzado en el aire, esperamos la señal, él era bueno en tácticas de ataque, había sido nombrado subcomandante en las clases de paintball. Tomó aire, contuvo sus nervios e hizo la seña. Todos nos abalanzamos hacia la sombra. Dagna enarboló su pala como una guerrera de anime. Miles lanzó un grito de batalla o sólo quiso decir algo. Dante tropezó con un mantel y el plumero salió volando por los aires, lo salté con resolución y cargué contra la silueta misteriosa hasta que la voz de Walton dijo:

—¡Tranquilos, soy yo! —la silueta alzó las manos— ¡Auch, cáspita!

Dagna le dio un palazo en la espalda que lo derribó y le dejó en el suelo a un lado de Dante. Me detuve a recuperarme de la sorpresa, envainé la espada y los ayudé a incorporarse a ambos.

—¡Walon! ¿Qué haces aquí?

—Vi su nota en la habitación. Fui a merodear después de arreglar los destrozos que había causado el malignum. Encontré su nota en la basura y vine para acá.

Dante se puso de pie y restregó su mentón mientras se escondía detrás de un andamio.

—Entonces podemos atraparlo aun, regresen a sus puestos...

—No, no entienden —insistió Walton—. Encontrar una remera del Triángulo no significa nada...

—¡Pero también había cartas con nuestros nombres! —insistió Dante y Dagna asintió dándole fuerza a sus palabras.

—Sí, pero eran cartas de un colonizador. Oigan, yo encontré la remera y en parte fue mi culpa no contar cómo la encontré. Estaba en un baúl con muchas otras pertenencias como diarios de gente desconocida, muñecas y joyas...

—¿Y eso? —pregunté.

Walton suspiró perdiendo la paciencia.

—Que entre esas cosas encontré la ropa del Triángulo, manchada de sangre y rota. De seguro ese cofre tenía trofeos, trofeos de las victimas que seguramente el monstruo mató.

—¿Y si al traidor le costó llegar hasta el Triángulo y se cambió de ropa aquí? Eso también explicaría porque la remera estaba rota, además —agregó Dagna—. No me sorprende que tenga joyas o muñecas, Miles me contó que hasta tenía ropa de mujer y de hombre. Estoy segura de que es Peter Funke, el siempre se vestía como...

—Oigan, les dije que encontré la remera para que se asustaran y se alejaran de las habitaciones no para que planearan una emboscada. Chispas, están mal.

—Lo que están mal son tus insultos, olvida eso de chispas y cáspita y lo arreglaremos luego —dijo Dagna juntando la pala que había arrojado al suelo y luego pareció meditarlo mejor—. Lamento golpearte, creí que eras un traidor.

Walton nos examinó sorprendido como si fuéramos un espécimen extraño y una sonrisa furtiva se asomó por sus labios.

—Cálmense, no hay traidor, al menos no en este mundo. Lo único que están haciendo es entregándose a un monstruo que quiere atraparlos y sí escribe cartas sobre ustedes. Además, encontré la carta en un recipiente de basura, no creyó las palabras o no tiene muy buena relación con Morbock, como sea no se hagan pasar por él dos veces seguidas.

Sonaba creíble. Walton era el mayor y por alguna razón siempre se sentía con la responsabilidad de protegernos. No me sorprendía mucho que al encontrar una remera del Triangulo nos lo haya dicho pero guardándose la parte de que lo había encontrado junto con otro montón de pertenencias que parecían recuerdos de cacerías. Había querido asustarnos para que mantuviéramos distancia pero no nos conocía demasiado.

—Aguarda —interrumpí, todavía quedaba un cabo suelto—. Antes de venir aquí, investigué en libros el paradero de Babilon. Agarré el libro que hablaba de sanctus y estaba guardado en la biblioteca. Y la única página que mencionaba al mundo de Babilon estaba rayada. Explica eso.

Dante y Dagna sonrieron triunfantes. Walton nos miró extrañado como si hubiéramos sacado un ojo de más, pero sonreía como si encontrara ese ojo adorable.

—Estás hablando de un libro que agarraste de una biblioteca pública para adolescentes con problemas de disciplina —rio—. Todos los libros de ahí están rayados o escritos. Mi libro de mate tiene pelotas en cada esquina.

Me sentí un poquito tonto. Dante meditó en eso y Dagna rio.

—Esa fui yo —dijo con una triunfante sonrisa boba—. Al libro de Berenice le hice flores, todavía sigue culpando a Sobe por eso.

Walton nos preguntó a qué actividad de limpieza nos habíamos saltado y cuando señalamos las palas, no obligó a continuar con el papel como una mamá mandona y cariñosa. Nos dejó marchar después de que le prometiéramos no volver a hacer nada como eso. Dagna cruzó los dedos, Miles fingió no entenderlo, Dante lo prometió con sinceridad, y yo sólo prometí no volver a tratar de atrapar a un traidor del Triángulo, para lo demás tendría que hacer una promesa diferente.

Walton se ató el cuello con la bufanda y su aspecto volvió a ser el de un anciano de mediana edad.

Cuando volvimos al pasillo Balboa Rock continuaba esperando órdenes y diciendo que todos moriríamos. Nadie notó cuando nos fuimos ni tampoco nos notaron llegar. Estaban todos esperando alrededor de la puerta. Después de unos minutos llegó alguien corriendo, le susurró una autorización a Rock y se marchó igual de rápido que vino.

Él suspiró y repitió que moriríamos.

Yo no quería volver a trabajar. Prefería esperar a un traidor que no existía que enterrar cadáveres.

Rock abrió la puerta y la multitud retrocedió un paso exhalando un suspiro de sorpresa y aferrando la pala como si fuera un escudo. Nadie se movió. Silencio. Dagna puso los ojos en blancos y atravesó el umbral mientras Balboa fingía observar algo en el corredor que lo demoraba.

La puerta desembocaba a una plaza... o lo que antes era una plaza. El granito del suelo estaba completamente cubierto por hierbas, sólo podías verlo cuando la raíz de un árbol lo alzaba. El techo estaba entretejido con jirones de musgo como si fuera la tela de una araña, el aire parecía viejo y las paredes no podían verse.

Había estatuas de reyes con espadas y armaduras pero tampoco eran muy visibles. Balboa nos explicó que era el rincón más antiguo del castillo, que fue tomado hace unos cien años. Dijo que si avanzábamos por el angosto sendero de azafranes y abedules blancos entonces encontraríamos un enorme umbral que desembocaba a un puente que atravesaba el río trasero del castillo.

Fuimos los primeros en la fila. Avanzamos por el puente que estaba casi perdido debajo de unas rocas y unos sauces que creía sobre el río. Entonces nuestros pies pisaron tierra húmeda. Estábamos en la parte norte del bosque.

—Unos minutos más al norte de donde estas —me indicó Dagna por encima del hombro—. Y chocas con el campamento de Gartet, es decir con lo que dejamos del campamento —corrigió con suficiencia.

—¿Es muy potente ese veneno que llevarán a Ozog? —preguntó Dan.

—Claro que sí. Es más lo mantienen en camiones, en contenedores que enganchan a los camiones quiero decir. No pueden sacarlo del contenedor, es peligroso. Además, es líquido e inteligente.

—¿Inteligente?

—¿Sabe restar y sumar? —pregunté pensando qué tan inteligente podía ser un veneno líquido.

—¿Qué? ¡No! Ni siquiera tiene manos o mente. Digamos que es mágico y entiende las lenguas habladas. Primero tienes que llamarlo, creó que se llama Potione. Le susurras o le das una pequeña muestra de lo que tiene que asesinar y él lo hace. Puedes soltarlo en un mar y decir que sólo corroa el metal de los barcos y eso es lo que se propondrá como si lo... programaras —que Dagna hablara de magia como computadoras me hizo recordar al sanctus y me dio escalofríos—. Pero debes ser cuidadoso porque él no tiene amo y si tu enemigo le da una meta el veneno la seguirá siempre que el fin sea matar. No le importa otra cosa que causar daño.

—Vaya suena a mi ex novia —dijo Dan.

—Tú nunca tuviste novia —exclamé.

—¿Tienen que contradecirme en todo?

De repente unos hombres morrudos aparecieron detrás del grupo. Aunque eran formidables no quitaban los ojos del bosque y de los aullidos, gruñidos, aleteos, zumbidos y bramidos guturales que resonaban en su interior. Traían carretillas con...

La peste me dijo con qué, olía a sangre coagulada y baño público. Eran cuatro carretillas. Repletas de cadáveres, apiñados como fardos.

Entonces reconocí un rostro, pude unir sus rasgos como antes habían sido. El cuerpo estaba mojado, tal vez lo habían sacado de una fuente en el jardín.

Dagna me susurró que nos fuguemos cuando nadie nos viera y verifiquemos si el campamento había podido solucionar los problemas del comandante desaparecido, un tal Kilian. Dijo algo como que no permitiría que el veneno matara a un pasaje entero y que no era problema cargarse a unos soldados antes de la merienda. Dante estuvo de acuerdo. Miles los seguiría por inercia. Pero yo no los escuché mucho, sus voces retumbaban como en una cueva vacía. Les dije que se fueran sin mí, que quería estar sólo.

Porque estaba mareado. Porque la había visto.

Ella tenía una sonrisa ligera en los labios como si hubiera esperado eso por muchos, muchos años.

Tuve que enterrar a Ofelia.   

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