Las hermanas, anfitrionas, secuestradoras y actrices que más detesto

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 Sólo había dos opciones para algo como eso o se iba a practicar un ritual allí dentro o se les había ido la luz y la mujer era corta de vista. Todo estaba iluminado por decena de velas que hacían bailar a las sombras. Un círculo de velas rodeaba una mesa donde estaban ubicados Miles, Dante y Berenice. El resto de las llamas se encontraban en estanterías o sobre muebles.

Miles estaba con semblante irritado, Dante tan amedrentado y nervioso que me sorprendió que no le haya dado un ataque al corazón y Berenice se encontraba hecha una fiera, comprimiendo su labio en una fina línea para no estallar y limando sus uñas contra los apoyabrazos de la silla. La sala estaba colmada de estanterías repletas de baratijas como si fuera el nido de una rata. Había de todo, juguetes, ropa, plumas, cajas, relojes, utensilios de cocina, herramientas, juegos de mesa, un twister colocado en la pared, mapas, instrumentos de latón y bronce que parecían astrolabios sofisticados y un montón de otras porquerías.

Junto a mis amigos había una persona que se movía de manera extraña y cada uno de sus movimientos implicaba un crujido de huesos y chasquidos de articulaciones rotas. Era un hombre vestido con una levita roja, una camisa negra y arrugada con un pañuelo que le colgaba como una corbata. Sus brazos se movían en ángulos que ningún brazo debería moverse, caminaba tan desgarbadamente que por poco creí que era una marioneta de tamaño humano. El hombre tenía la barbilla afeitada y unas cejas finas sobre un rostro que no parpadeaba, era calvo y sonriente pero en realidad sólo mostraba los dientes como si no supiera lo que hacía. Llevaba consigo una bandeja con las galletitas más podridas que alguien podría cargar.

—¡Hermana! —saludó teatralmente la mujer, extendiendo los brazos a ambos lados pero su sonrisa completamente hermosa se esfumó al observar al hombre—. ¿Ya cambiaste otra vez? —preguntó dejando caer los brazos como uno de sus catatónicos—. ¿Qué no te cansas de destruir a mis hermosas criaturas? Te dije que no ocupes a nadie más. Eres una descuidada en los asuntos materiales, esa comida se encuentra muy pasada para nuestros invitados.

El hombre parpadeó desconcertado. Se estaba inclinando sobre Miles ofreciendo la bandeja de plata, Miles arrugaba sus cejas rojizas y se alejaba lo más que podía sentado en un sillón orejero. La espalda del hombre estaba torcida en un ángulo que demostraba su columna partida en el medio, el hueso sobresalía como una protuberancia.

—Sólo creí que necesitarían reponer las fuerzas de esos hermosos y jóvenes cuerpos —soltó aspaventosamente la bandeja sobre la mesa y las galletitas se desparramaron soltando un puñado de bichos que hizo estremecer a Dante—. Por favor, tomen asiento, cualquier trotamundos que sirve a Gartet es amigo de nosotras.

—¿Nosotras? —pregunté contemplando todas las ventanas con los nervios en punta.

Quería salir corriendo de esa choza pero no sabía qué hacía un hijack exactamente para defenderse, tal vez se convertía en un monstruo de tres metros con varias bocas o tal vez te arrojaba piezas de su colección de basura en la cabeza. Por la actitud de todos no había posibilidades de ganarles en una pelea, incluso Berenice tenía su cuchillo enfundado y trataba de seguirles el juego con ambas manos tiesas sobre los apoyabrazos. Tomé asiento, pero me inquietó que nuestros anfitriones continuaran de pie.

Sentí los magullones de mi cuerpo como leves nudos de dolor y procuré ignorarlos.

Agarré un panecillo para actuar con naturalidad, estaba tan duro como una roca, pude haber matado al hijack con eso, es más pude haber demolido toda la casa y derrotado a Gartet con ese panecillo. Le quité el polvo puliéndolo con mi remera. A mi lado había un catatónico con un arma. Me dijeron que me sentara como en casa pero en casa no me apuntaban con una escopeta cuando comía.

La mujer lo echó al ver que me incomodaba. Escuché las garras de Escarlata corretear por el suelo. Lo busqué intentando localizarlo, recorriendo los objetos que seguramente pertenecerían a otras personas pero no pude encontrarlo.

—La hijack de allí es mi hermana mayor —dijo la mujer y señaló al hombre de extremidades rotas, los pies del hombre estaban al revés lo que le dificultaba mucho caminar—. Aunque no es muy buena eligiendo atuendos.

El tono con el que pronunció la palabra atuendos me hizo saber que no se refería a ropa.

La mujer se colocó detrás del respaldo de mi silla y reposó sus manos sobre mis hombros, acariciándolos en movimientos circulares. Sentí sus finos dedos descender hasta mi pecho como si fueran agujas. Jamás creí que me aterraría tanto que una chica hermosa me hiciera masajes. Petra le calvó la mirada, estaba sentada en el otro extremo de la mesa, en la cabecera.

—Estás muy tenso trotamundos, eres el único que tiene una mirada...

—... de loco —murmuró Sobe clavando la vista en la mesa como si no pudiera guardarse el comentario.

—¡Modales! —exigió indignada la mujer y negó con la cabeza—. Ese comentario es lo único de poco juicio. No, no, tú tienes...Tienes una mirada fiera trotamundos, casi melancólica y perdida como si estuvieras pensando en otra cosa todo el tiempo. Eres el único que parece... volátil, como si no fueras siempre la misma persona. Ah, cómo me deleitan las miradas, son las puertas del alma ¿saben? Me gusta atravesar esas puertas ¿a ustedes no?

Nadie respondió.

—¿A ustedes no? —preguntó otra vez.

—Yo prefiero jugar a Super Mario Bros pero atravesar las puertas del alma no suena mal —opinó Sobe.

La única puerta que quería atravesar yo era la de salida.

—También me deleita el teatro —continuó hablando mientras su compañero revolvía entre cajas y baúles buscando una cosa—, fingir sentir algo que no sientes y pretender ser alguien que no eres tiene cierto sentido poético. Es como si pudieras meterte en la piel de cualquiera a voluntad, sin restricciones, límites o acuerdos. Lo lamento, no puedo contenerme cuando de teatro se trata, escucho una cita o un guión de una obra y siento que se esfuman todos los problemas. Mi hermana y yo en ocasiones solemos montar obras de teatro ¿Quieren ver una? Es breve, sólo dura unas cinco horas.

—No —respondí.

—¿Sólo no? —preguntó la mujer muy áspera.

Estaba insistiendo en los modales otra vez.

—No, gracias. Muchas muchísimas gracias. Estamos retrasados, pero gracias de todos modos, señora. Y gracias por recordarme decir gracias, me siento muy agradecido cuando una persona con gracia me recuerda mis modales. De verdad muchas gracias. Gracias —dije lo más cordial que pude.

La mujer me miró como si la hubiera insultado. Petra negó con la cabeza levemente y antes de que vuelva a decir otra cosa se anticipó.

—De verdad nos gustaría una obra, pero no queremos importunarlas ni abusar de su hospitalidad al fin y al cabo tenemos un largo camino que emprender. Es por esa misma razón que mi amiga —dijo dirigiéndole una mirada sonriente a Berenice— se encuentra molesta, ella no quiere fastidiarlas, está más que agradecida con que la dejen estar en esta... morada. La hospitalidad y los modales son lo que más le gusta.

—¡A mí también me gustan los modales! —anunció la mujer radiante.

—Siiii... —Berenice estudió la mirada de Petra y comprendió rápidamente lo que tenía que hacer, esbozó una sonrisa convincente y fingió con habilidad como lo había hecho cuando íbamos a liberar a Albert—. Amo los modales y la actuación, también me apasiona descubrir las mentiras... las mentiras y las verdaderas intenciones de una persona.

Las últimas palabras fueron pronunciadas con una mordacidad que el hijack no pudo advertir.

—Tal vez compartimos muchas cosas en común, más de las que crees —dijo la mujer sentándose en el apoyabrazos de la silla de Dante, dejando caer una pierna a un lado y balanceándola.

—¡Lo encontré! —canturreó el hombre que hablaba muy extraño como si no supiera articular las palabras porque tenía la lengua entumecida.

En sus manos tenía un frasco repleto de polvo color peltre, sus dedos estaban torcidos y totalmente rotos. La mujer abrió los ojos como platos y se abalanzó hacia el frasco.

—¡Esas cenizas no! ¿Qué quieres matarnos a todos? —inquirió arrebatándoselo de las manos y acunándolo entre sus brazos como si fuera un bebé. Se volvió hacia nosotros y sonrió apenada—. Disculpen la discusión, pero este frasco contiene los vientos de Otirg.

—Pero es polvo —advertí.

La mujer parecía confundida. Frunció levemente el ceño, sus labios rojos como la sangre se comprimieron y oscurecieron. La luz de las velas hacía que su piel se vea cálida e infernal.

—Pues claro el viento de Otirg es polvo. Deberías saberlo es una reliquia lo que contiene este frasco. El mundo Otirg es uno de los primeros que conquistó Gartet. Cualquiera de su ejército sabría de lo que hablo.

—Permítame recordarle que él es nuevo —le mencionó Petra.

—Y estúpido —susurró Sobe.

El recelo del hijack desapareció rápidamente.

—Ah, lamento haberlo olvidado. En ese caso no sabrás que el viento de Otirg aúlla de tal manera que si este frasco se rompiese la persona que esté más cerca se quedaría casi sorda. Perdería la agudeza de su audición porque el viento de Otirg no quiere que nadie lo oiga ¿Una contradicción no les parece? Además el viento es tan fuerte que lo más probable es que destruyera...

—La casa entera —susurró Sobe recordando el mundo de donde provenía aquel viento y abrió los ojos como platos, miró alrededor de la mesa topándose con nuestros rostros—. Por favor, chicos —dijo de forma mecánica—, que nadie rompa ese frasco. Nadie. Rompa ese frasco.

Intenté decirle que deberíamos llegar a ese frasco y él me lanzó una mirada de «Ya los sé, idiota» la mujer tenía clavado los ojos en nosotros.

—Sí, por eso vamos a dejarlo lejos. Aquí —dijo elevándose de puntillas y colocándolo en una repisa a un lado de un vestido de novia colgado de una percha que se veía como un fantasma suspendido y rodeado de flamas—. Este viento podría arruinar la cena. Dime hermana, querida, para qué lo sacaste de su baúl.

El hombre quiso encogerse de hombros pero lo único que logró fue dislocar ambos brazos.

—Sólo estaba buscando la medicina para ese muchacho —dijo señalándome—. Tiene un corte fresco cerca del ojo y sabes que no soporto ver cuerpos dañados.

—Es evidente que no —masculló con ironía la mujer y revoloteó los ojos—. Permítanme, la medicina está en la caja roja, como la sangre y mi vestido —se volvió hacia nosotros—. Mi color favorito.

—Qué lindo gusto —comentó Petra nerviosa.

De repente las hermanas comenzaron a murmurar porque no encontraban la caja. La habitación era extensa, un desván repleto de tantas cosas que no podías ver el final ni las paredes. La mujer se internó en el tumulto de baratijas, regañando a su hermana por dejar todo desordenado y se alejó unos metros.

—Dante ¿Qué son estas cosas? —pregunté susurrando e inclinándome hacia su silla sin el valor para levantarme.

—Son hijacks ¿Sabes lo que significa hijack en latín? Secuestrar... bueno... algo como eso. Los hijack son monstruos invisibles casi incorpóreos que se cuelan en cuerpos. Puedes matarlos si matas el cuerpo físico que están ocupando en el momento pero se mueven a velocidades impensables, si intentas levantarles un dedo se meterán en tu cuerpo y lo controlaran antes de que llegues a ellos.

—Lo peor de todo es que no te matan —susurró Sobe—. Sigues consciente en el fondo de tu mente, puedes ver lo que él hace con tu cuerpo, por suerte no sentirlo, solamente lo ves como si fuera una película. Son lo peor que existe.

De repente observé la espalda de la mujer, era enjuta y tenía unos finos omoplatos que se movían debajo de su carne con una ligera elegancia. Entonces comprendí por qué era tan hermosa. La había elegido por su belleza, el hijack seleccionó ese cuerpo en muchos, tal vez lo buscó.

—Hay una leyenda que dice que si un hijack ocupa tu cuerpo puedes asesinarlo desde dentro —susurró Miles inclinándose levemente hacia mi dirección—. Matar o esclavizar su alma... cómo te guste llamarlo. Es más dicen que si matas al hijack te llevas sus poderes. Sólo debes descubrir su más oscuro secreto o su mayor miedo. Pero nunca nadie ha podido.

—¿Y cómo saben que sucede eso si nunca nadie ha podido? —pregunté desprendiendo una mirada de refilón a las hermanas hijacks.

—También tienen un poder de persuasión muy afilado —añadió Dante susurrando y tartamudeando, ignorando mi pregunta—. Na-nadie sabe cómo son sus verdaderos cuerpos, dicen que son invisibles y flexibles aunque son rumores. Lo que sí se sabe es que para conseguir nuevos sólo basta con que te lo pidan. Por... por eso hay tantos catatónicos aquí, seguramente sólo les pidieron con gentileza que no se vayan para que sean sus cuerpos de reemplazo. Aunque ese poder sólo funciona en confronteras o algunos monstruos. No pueden aplicarlos con los trotamundos. Es decir, que puede pedirnos algo, pero no nos veremos obligados a obedecer como sucede con otros.

—¿Por qué no? —pregunté.

Dante se encogió de hombros.

—¡No lo sé Jonás, nadie se ha puesto en un laboratorio a analizar porque los hijacks no pueden persuadir a los trotamundos!

—¿Hablando de mí, eh? —preguntó el hijack con la voz melodiosa de la mujer.

Tenía las mejillas ligeramente encendidas y cruzaba los brazos sobre el vestido rojo que tan bien le calzaba. Repiqueteaba sus dedos con impaciencia. Aunque estaba molesta y arrugaba desconforme su semblante, continuaba viéndose hermosa. Pensé en la verdadera dueña del cuerpo y sentí pena por ella, encerrada en aquella mente. Odié tanto al hijack que no pude contenerme.

—¿Crees que es de mala educación o no? Hablar de ti a tus espaldas ¿te molesta? —pregunté conteniendo una risa sardónica—. Pues para mí es de mala educación usurpar cuerpos ajenos. Como si fueras simple agua que llena un vaso. Supongo que a cada uno le molestan cosas diferentes.

El otro hijack se acercó casi arrastrándose, agarrándose de percheros o estanterías para no caer. Tenía absolutamente todo el cuerpo roto y tensionarse empeoraba las cosas.

—¿Cómo te atreves...?

—¡Alto hermana! —dijo la mujer elevando una mano firme aun con los brazos cruzados, clavó su mirada furibunda en mí y no la apartó hasta que comenzó a caminar—. Él es un trotamundos modelo, de los que generan eternamente está pelea de razas. Crees que nosotras somos unas injustas que sólo plantan temor y desequilibrio en los mundos pero siempre se enfocan en lo negativo de nuestras acciones. Nunca ven que también otorgáramos bendiciones. Tus amigos tal vez no te contaron que el cuerpo que ocupo no envejece ni se enferma, goza de una eterna juventud y salud.

Iba a decir que el cuerpo del hombre no parecía muy sano pero por la mirada de mis amigos supe que me matarían si protestaba. Dante tenía ganas de llorar.

—De ahí viene la estúpida idea de que si pueden derrotarnos se llevan nuestra inmortalidad. Todas mis criaturas, al menos la mayoría, cuentan con salud ya que imparto mi fuerza a ellos. La chica de este cuerpo ahora esta dormida, lleva dormida muchos años, ella cree que lo que ve es sueño. Jamás despertara de ese sueño, es una muerte piadosa. Te vanaglorias al saber que eres un trotamundos y crees que todos deberían mantenerse a un lado por eso. Pero les diré una cosa, nosotros podemos hacer lo que se nos venga en gana con los confronteras, después de todo ustedes hacen lo que le viene en gana con los portales, manteniendo los mundos separados.

—¡Pero eso está a punto de cambiar! —pronunció el hombre de una manera tan desgarbada que casi no comprendí lo que decía.

—Sí, sí —dijo la mujer con tono cansino como si su hermana le diera jaqueca, agitó una mano y masajeó sus sienes sentándose en una silla—. Gartet conectará todos los mundos y espero que solucione los problemas de desigualdad. Porque él también tiene cierto favoritismo con los trotamundos al fin y al cabo es uno de ellos.

—Lo lamento —se anticipó Petra—. Sólo le estábamos aclarando unas cosas a mi amigo, él es nuevo en todo esto. No comprendía lo que sucedía y le alteraba la manera en que tu hermana ocupa ese cuerpo.

La mujer se volvió hacia el hombre y suspiró mostrando comprensión.

—Nunca fue buena ocupándolos, es demasiado brusca para los cuerpos humanos.

—¡Tengo oídos! —protestó el hombre alisando los pliegues de su levita con indignación.

—Sí, porque todavía no los has roto. En fin, los disculpo por aquella intromisión de malos modales. Ten —dijo con voz seca y elevó de su regazo una caja de primeros auxilios que la deslizó por la mesa—. Cósete la cara hermosura.

Agarré la caja de primeros auxilios con la furia bullendo en mi interior. Sentía a mi piel ardiendo de cólera, jamás me había disgustado tanto alguien. Incluso Izaro era como una prima en comparación con ella. Hice todo el ruido posible mientras revolvía las agujas, vendas y frascos de medicina sin buscar nada en específico. Sobe me despidió una sonrisa que murió en el acto como si admirara mi valentía pero no encontrara el valor para decírmelo.

No planeaba cocerme la herida, porque eso supondría terminar con la cara como un muñeco vudú.

Debíamos llegar al frasco de vientos del mundo Otirg pero para eso tenía que distraer a las hermanas, alejarlas del frasco lo más posible y no se me ocurría nada, sólo cabrearlas. Y era bueno fastidiando a la gente. Pero primero pensé darle una oportunidad al plan de Petra y Berenice y seguirles la corriente para que nos dejaran marchar.

Seguir la corriente. Se suponía que yo era nuevo en el ejército de Gartet, no sabía nada y estaba lleno de preguntas. También la hijack fingía una genuina educación conmigo, respondería todas mis preguntas y trataría de hacerme sentir cómodo aunque me detestara. No pensé mucho lo que hacía y pregunté elevando la mirada.

—¿Qué sabes de Cornelius Litwin? 

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