Preparo ponche de pelirroja

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La única defensa que se me ocurrió fue empujarla a la ponchera. Ella previno eso y entonces quiso empujarme también para evitar terminar empapada. Por lo cual ambos termínanos impulsados hacia atrás.

Ella cayó sobre la enorme ponchera y debido a su reducido tamaño calzó perfecta. Estiró una de sus manos como si deslizara los dedos en una pantalla electrónica, unas llamas se precipitaron en la punta de sus manos y despidieron una soga de fuego que esquivé heroicamente cayéndome de culo.

Los adolescentes zombis, alías ex compañeros de clases, me miraron sin inmutarse. No iban a ayudarme, contar con ellos no era una opción y no sólo porque estaban hipnotizados o algo por el estilo. La chica se levantó a trompicones de la ponchera, sus ojos relampagueaban de furia y chorreaba agua de color rojizo.

Desenvainé a anguis pero sin mucho entusiasmo porque no iba a usarla contra ellos. Por lo general la espada convertía en cenizas o polvo a mis enemigos, eso no había venido en el manual de instrucciones cuando me la regalaron, por lo cual no la usaba mucho. Me pregunté si ellos contarían como posibles enemigos, aunque estuvieran hipnotizados.

El anillo se desplegó en una espada de doble hoja negra, que despedía un aura fría y paralizante como el viento de invierno. Sobre su hoja tenía una leve inscripción cincelada. Los adolescentes retrocedieron un poco alarmados al ver el filo de la espada, la música estaba más fuerte que nunca. En la multitud se formó una hendidura que me permitió meterme en ella, atravesar la sala de estar y correr al pasillo principal. Fue entonces cuando la chica pelirroja me siguió por el pasillo soltando improperios.

—¡Deténganlo! —aúllo hecha una furia.

En el momento que sus palabras llegaron a todos, la multitud se abalanzó cerrándome el paso. Corrí al comedor donde había una ventana y una extensa mesa de madera oscura donde pudieron haber comido doce personas bien acomodadas. La salté, me situé al otro lado de la mesa, usándola como escudo, estaba contra la ventana, un poco acorralado. No podía escapar ni ver hacia la calle porque habían cubierto con sábanas o mantas todas las aberturas. Un grupo de adolescentes comenzó a trepar la mesa extensa y refinada, le di una parata y la volqué con ellos encima derribando las primeras filas de la falange de chicos.

—¡Alto! —aulló la pelirroja y se abrió paso empujando a los adolescentes como si no fueran más que perros molestos.

Su melena rojiza ahora estaba totalmente empapada, tenía el labio erizado de furia pero se esforzaba por calmarse. Sus esfuerzos no parecían ser suficientes. Respiró gravemente y me señaló con el dedo como si no supiera que iba a dirigirse hacia mí. O tal vez me estaban apuntando, después de todo, sus armas eran sus manos.

—No puedes escapar Jonás, no sólo de mí, de todo. Ya se acabó. Eres mío por el resto del día.

Una chica se abrió paso en la multitud pidiendo disculpas y sonriendo amigablemente. Su piel oscura y falda corta me hizo saber que era Ann. Se había maquillado excesivamente el rostro para la fiesta como para parecer que llevaba una máscara encima, tenía la mirada un tanto perdida casi como si pensara en algo que no recordara.

—Sí, con respecto a eso... si quieres matarlo o secuestrarlo procura hacerlo antes de que lleguen mis padres.

—¿Y a qué hora es eso? —espetó la pelirroja.

—A las ocho.

—Bueno —corrigió ella—. Eres mío hasta las ocho. Es más difícil hipnotizar, o como algunos le dicen embrujar, a los adultos. Pero no te preocupes terminaremos mucho antes.

Respiré fingiendo alivio:

—Gracias por decirlo ya me estaba preocupando —ella comprimió los labios enfadada y proseguí—. Oye, voy a intentar razonar contigo. Mira, no estoy seguro del poder que tengo, pero si sé una cosa: Gartet no debería tenerlo. Ese tipo está loco, quiere ser el dueño de todos los mundos, eso no está bien. Pareces una chica inteligente como para saber que Gartet no puede apoderarse de todo lo que quiere sólo porque puede ¿Alguna vez viste cómo sus colonizadores tratan a los nativos? Si quieres dinero te ayudaré a conseguirlo. Pero créeme cuando te digo que quiere matar a cada ser y sólo dejar trotamundos en los pasajes.

Ella se encogió de hombros desinteresada como si la estuviera empezando a aburrir.

—Por mí bien, soy una trotamundos.

—Pero...

—Mira, no me interesa el futuro ni la guerra, además esta batalla todavía no es conocida en todos los mundos —explicó ella—. Eso quiere decir que todavía Gartet no es tan fuerte como parece, de otro modo no repartiría volantes y daría recompensas por ti, vendría a buscarte con sus ejércitos. No es tan fuerte.

—¡Pero lo será si me consigue a mí o a un Creador! ¡Quiere esclavizar nuestro mundo y apoderarse del Triángulo entonces será imparable!

—Eso no es asunto tuyo.

—Sí lo es, este mundo es mi hogar, aquí está mi familia y amigos, no dejaré que lo toquen, mucho menos que me obliguen a destruirlo.

La palabra familia no pareció hacerle gracia y hogar tuvo el mismo resultado en su semblante. Me fulminó con la mirada.

—¿Tu hogar? —inquirió desdeñosa como si me preguntara que lado de mi garganta quería que ella corte primero.

—Sí y también podría ser el tuyo.

Ella largó una carcajada y curvó su espalda. Sin duda esa chica tenía el sentido del humor muy atrofiado. Luego la risa se le fue tan rápido como vino y me contempló. Parecía estudiarme, los ojos inyectados en una demente parsimonia o tal vez sólo estaba pensado en lo que le dije. Hubo una leve vacilación en sus ojos, casi imperceptible, lo suficiente como para hacerme dudar si la inseguridad cruzó su mente o sólo estuvo en la mía.

—No, no otra vez —respondió dándome la espalda y haciendo un gesto de mano para que los demás adolescentes me alcanzaran y detuvieran.

Todos se abalanzaron sobre mí como si fueran perros feroces liberados de la correa.

No sabía si la ventana tenía barrotes porque estaba cubierta pero me arriesgué a atravesarla. La embestí con todas mis fuerzas y sentí como los cristales crujían. La manta me sirvió de protección para que las esquirlas de cristales sólo cortaran la tela y no mi carne. Caí al césped desconcertado y me libré de la manta hecha girones a manotazos justo a tiempo para ver a un chico precipitándose y abalanzándose sobre mí como un mariscal de campo. Rodé sobre el suelo y lo eludí.

Me paré a trompicones y corrí fuera de la casa.

Apoyada sobre la valla de latón había una bicicleta. Seguramente pertenecía a una de las chicas de la fiesta, pensé que podría perdonarla por intentar matarme si me la prestaba. Monté la bicicleta mientras una estampida de personas evacuaba la casa como si estuviera cubierta de llamas, saltando fuera de la ventana rota o atravesando la puerta de entrada. La música se desplazaba ahogada en la acera y las luces de colores apenas llegaban a atisbarse.

Emprendí retirada sin mirar atrás.

La bicicleta tenía canasto y una pintura metalizada con algo de brillos pero también contaba con dos ruedas que marchaban más rápido que la turba bulliciosa de adolescentes, que seguían mis pasos con un ánimo siniestro. Todos corrían como una manada de lobos buscando su presa, algunos tenían pulseras o tubos fluorescentes que blandían como lanzas, otros portaban espuma en aerosol o bonetes de colores. Si lo veías de otra perspectiva parecía un grupo de adolescentes felices que festejaba de la vida mientras querían acabar con una.

Anguis se había convertido nuevamente en un anillo, por lo general solía suceder cuando ya no lo necesitaba, entonces se plegaba otra vez emitiendo un chasquido metálico. Aunque con tanto alboroto ni siquiera lo había notado hasta aferrar los manubrios de la bicicleta.

Escarlata se presentó a mi lado, tenía sus curtidas y puntiagudas alas extendidas. Remontó una corriente de aire, miró hacia atrás y abrió sus ojos como diciendo «Problemas ¿Eh?»

—Sí, bueno algo como eso.

—¡Oye esa es mi bici! —gritó una chica en la multitud que me perseguían cada vez más lejos y gritaban cosas a modo de: Quédate en la fiesta, todavía no se terminó, vuelve, ¿quieres venir a mi casa?, oye olvidaste tu bebida, ven aquí, esa es mi bici, seamos amigos.

Les llevaba una manzana de distancia, sus gritos eufóricos casi ni se oían. Huí a toda máquina. Había algunas estrellas en la noche, el cielo se había despejado, el aire olía a césped recién cortado y yo continué distanciándome de la turba furiosa, pensando en que Berenice tenía razón.

Me habían encontrado.




Cuando llegué a casa por suerte mi madre se había ido a hacer compras o estaba haciendo cualquier cosa que no involucrara estar allí. No provoqué ruido porque mis abuelos dormían, ellos se iban a acostar con la luz del sol.

Cerré la puerta de la entrada con cuidado y me deslicé por ella respirando agitado. Miré la escalera que estaba muy cerca de la entrada y trepaba al piso superior donde dormían mis abuelos. No hubo movimientos de ese lado, así que me permití relajarme un poco más. Sólo un poco.

No podía creer que me hubiesen encontrado, ni que la hechicera haya podido hipnotizar a todos mis compañeros de clases. Seguramente continuaban corriendo o buscándome por la cuidad. Pegué un salto ¿Y si alguno de los chicos sabía donde vivía?

—Oh no, esto está mal, esto está muy mal —mascullé y Escarlata me observó desde el otro lado del pasillo, sus ojos brillaban como linternas sangrientas.

Comenzó a lavar sus zarpas terrosas mientras yo me estremecía pensando que en cualquier momento podía venir alguien allí. Si me encontraba en el mismo lugar que mi familia entonces lo más probable era que la hechicera los utilizara a ellos como un arma contra mí «Ven conmigo y no los mataré». No, definitivamente no iría con ella o con cualquier otro caza recompensas.

Sobe y yo no podíamos permitirnos que nos atraparan, sabíamos que Gartet quería usar nuestros poderes, así como usaba a los otros trotamundos. Pero en nuestro caso era diferente, si él procuraba controlar los poderes de Sobe y los míos entonces no necesitaría ejércitos, armaduras, recursos ni nada como eso. Seguramente piensas que es demasiado pero Sobe es un Creador, él es muy poderoso, a veces hasta a mí me cuesta creer lo que hace sin si quiera darse cuenta.

La idea de que me secuestraran y me llevaran a otro mundo con un maniaco me daba nauseas. Pero tampoco podía fingir como que nada sucedía, si continuaba en mi casa vendrían más personas y no podría valerme de la misma suerte dos veces.

Escarlata comenzó a hurgar entre los trastos de la cocina buscando algo que comer y también delatando que había alguien en el piso de abajo, creando un alboroto. Los pensamientos se atropellaron en mi cabeza, me levanté como una bala y fui corriendo a la cocina donde él arrojaba algunas cacerolas que suspendían por encima de la barra. Tal vez pensaba que era divertido balancearse allí pero esta se suponía que no era una noche de diversiones. Me subí a la barra, rodeé su barriga con las manos y comencé a jalarlo hacia abajo mientras él bufaba como si dijera «Oye chico, por qué siempre eres tan aguafiestas» Los ruidos que hace Escarlata son lo que más altera a las personas, parece una mezcla entre gruñido de oso y el sonido ronco y sibilante de algunos reptiles.

—¡No, chico malo! ¡Quieto! —él se soltó adrede y caí al suelo sobre las cacerolas que ya había arrojado.

Mis abuelos tenían el sueño pesado, habían podido demoler la casa y ellos ni se hubiesen dado cuenta.

—¡Jonás! ¡Qué haces ahí! —Escarlata escuchó la voz de mi abuelo, elevó sus orejas puntiagudas, siseó y se alejó a la oscuridad. A veces era un chico inteligente.

Mi abuelo bajó las escaleras del piso superior. Me encontró sentado en el suelo, cubierto de sudor alrededor de un montón de sartenes y cacerolas de acero. Le dediqué una sonrisa que seguramente se habrá visto demencial.

—Lo siento no quería despertarte.

Llevaba un pijama de dos piezas de seda con sus iníciales como si olvidara que era suyo si no tuviera su nombre. Me miró ceñudo en el principio de la cocina, arrugó su nariz aguileña intentado comprender la situación, un gesto que también era particular en mi mamá.

—¿Qué estás haciendo?

—Un omelette. Tenía hambre.

—¿Y por eso tiraste todo al suelo?

—Había una... araña. Muy grande.

—¿La mataste?

—No.

—Ah, bueno en ese caso si quieres puedo ayudarte con eso del hambre ¿Eh amigo? —Caminó un tanto adormilado al refrigerador e inspeccionó con aire critico el contenido como si la mitad de los alimentos pudieran hacerme daño—. ¿Por qué tu abuela compra tantas porquerías?

—Deja, ya se me fue el hambre —dije levantándome del suelo y guardando todo rápidamente.

Tenía la cabeza ofuscada y estancada de ideas. Como si cada pensamiento fuera un automóvil y hubiera un embotellamiento en la carretera Jonás. No podía ir a ningún lado, sentía que sólo había una solución pero no quería hacerla.

—Como quieras, de todos modos solamente hay porquerías y basura en ese refrigerador como en el gobierno ¡Qué va! Como en el mundo entero.

—Ya lo creo, todo es una basura.

—Hablando de basura ¿Cómo te fue hoy en la escuela?

—Este... bien —dije encogiéndome de hombros.

Él me palmeó la espalda, en una muestra de afecto y movió su labio procurando una sonrisa. Eso era equivalente a un abrazo fuerte.

—Buenas noches, Jonás.

—Buenas noches, abuelo.

Estaba por irse, de hecho, ya se había ido de la cocina sólo pude divisar su sombra dibujada en el suelo de madera cuando lo detuve. Me cosquillearon las puntas de los dedos y sentí una oleada de pánico recorriéndome todas las venas del cuerpo. Sabía que si decía esas palabras no habría vuelta atrás.

—Abuelo.

—Dime.

—Te... este... te quiero.

Hubo unos segundos de silencio, tal vez estaba demasiado dormido para asimilar mis palabras o simplemente no sabía qué responder. Creí que ese silencio no acabaría hasta que su voz gruñona se suavizó un poco:

—Yo también te quiero, Jonás. Este... si gustas prepárate algo, no había tanta basura en el refrigerador —quiso añadir algo más pero se contuvo.

Dicho eso se fue y yo también me fui.

Corrí a mi habitación, agarré mi mochila, la vacié completamente vertiendo los libros de estudio en el suelo. Metí en ella algunas mudas de ropa, dinero, un surtido de Tim Tam, algunos comics y objetos de valor que tal vez podría intercambiar. Metí la mano en mi bolsillo y noté que continuaba teniendo la fotografía de mi familia, la dejé allí. También empaqué mi cuaderno de dibujos, el que llevaba a todos lados.

Me movía tan apresurado y dinámico que dejaría impresionado a un bombero a la hora de abandonar el cuartel. Me arrojé literalmente de bruces al suelo y busqué debajo de mi cama, entre el colchón y las vigas de madera. Allí había un calibre que le había robado al agente Tony de La Sociedad, cuando mi padre lo había enviado para secuestrarme. No me traía buenos recuerdos pero me daba gracia pensar que era de mi papá, si lo sé, tengo peor sentido del humor que la pelirroja.

Me la colgué en el cinturón, no tenía pensado usarla, la verdad era que nunca había encontrado la fuerza para usar las armas que empuñaba. Sólo amenazaba con ellas y tenía la suerte de tener una mirada demencial que combinaba perfecto con mis cabellos alborotados y mis ojeras de desvelo. Todos al verme armado pensaban que hablaba en serio, pero nunca era así.

Ya tenía todo listo pero el que no estaba listo para hacer eso de nuevo era yo, me había pasado los últimos meses en la calle buscando portales pero nunca me había molestado porque sabía que podía volver. Pero ahora todo era diferente. Tragué saliva un tanto cabizbajo. Fui a buscar una de mis libretas con notas de viajes y garabateé un mensaje a mi madre, agudizando el oído por si alguien entraba a la casa.

Taché algunas cosas y arranqué muchas hojas hasta encontrar las palabras precisas y exactas. Busqué a Escarlata en el pasillo, estaba planeando sobre el sofá como un cuervo que vuela en círculos alrededor de su presa. Susurré su nombre y se apoyó en mi hombro plegando sus alas curtidas, guardándolas dentro de su cuerpo y emitiendo un crujido de huesos.

Me calé la capucha, metí mis manos en los bolsillos y abandoné la casa caminando solo por la acera, mirando atrás cada un par de pasos. Pensando en que jamás volvería a ir a una fiesta.  

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