Visita rápida a unos animalitos

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Necesitábamos una distracción para ayudar a Petra o aligerarle las preocupaciones y que no tuviera que preocuparse por los seguidores ¿Qué mejor idea que liberar a todos los lagartos con alas para que causaran alboroto y mantuvieran a los soldados ocupados? Si el problema se convertía en grande entonces eso eliminaría a la mesnada de por medio. La mesnada que ahora era dirigida por el hijack así que con suerte el alboroto de animales también lo entretendría a él.

Me había preparado para sabotear patrullas de vigilancia, para luchar a muerte y tratar de llegar a los establos pero al parecer a nadie le importaban los dragones porque no había siquiera un soldado dando vueltas por ahí ni ningún guardia de seguridad con una placa y un rociador de pimienta.

Había establos, corrales y cuadras, algunas techadas y otras a la intemperie donde la lluvia y el sol habían dañado la madera, cuarteándola o llenándola de humedad. El suelo estaba cubierto de una sustancia olorosa y sospechosamente oscura mezclada con paja seca. Había faroles colgando de las vigas del techo pero nignuno estaba encendido, algunos animales dormían y reparé en que también había muchos caballos del tamaño de osos como Blanco.

Descolgué un farol y lo encendí con unos cerillos.

El cielo estaba nublado e intermitentemente caían gotas. Hacía mucho frío y estar mojado no mejoraba las cosas. Sentía mis dedos rígidos y me castañeaban los dientes, Dagna tenía los labios morados y Dante había perdido color. Cabe aclarar que ninguno estaba guapo.

Lamentaba haber abandonado mi abrigo cuando atravesé el portal de Canadá.

Aunque estábamos en un establo techado había goteras que creaban profundos charcos en el suelo. Miré y detrás de las vigas, una serie de cañerías servían como ductos de ventilación. Aunque esos ductos no hacían muy bien su trabajo por la ventilación dejaba que desear y la bosta de los animales no olía precisamente a rosas.

Dante se cubrió la boca, buscó desesperado un desodorante en su mochila y lo roció en el aire hasta que se terminó el contenido de la lata.

—Este lugar apesta —concluyó Dagna y se cruzó de brazos mientras contemplaba asqueada el panorama.

—Créeme que hay cosas más apestosas que estás, compartir habitación con Jonás se le compara —agregó Sobe, se colgó de un poste que separaba dos corrales y cuando un monstruo quiso arrancarle la mano de un bocado, se soltó con una sonrisa burlona.

Era cierto, el hedor a carne podrida, la comida de los dragones, me hacía querer vomitar. Pensé que el castillo tenía unos problemas de salubridad terribles, primero con los drenajes y ahora con esto.

Miles y Cam habían comenzado a abrir de par en par las puertas de las cuadras. Albert estaba discutiendo en una lengua extraña con una de las criaturas que no parecía escucharlo y Dante giraba su cabeza como un satélite para asegurarse de que no viniera nadie a detenernos.

No fue difícil abrir las cuadras, nos movimos por todos los establos y corrales abriendo puertas y derrumbando barreras pero lo único que logramos fue hacer que unos cerdos de seis patas corretearan libres por los pasillos. Cam y Alb se pusieron a jugar con los cerditos.

Cuando tratábamos de empujar a los animales fuera de los corrales querían mordernos, patearnos o se alteraban tanto que hacían mucho ruido sin moverse de su lugar. Era inútil, todos seguían encerrados como si estuvieran encadenados.

—¡Vamos, muevanse! —le pedí a un lagarto y abrí reiteradas veces la puerta por si no me había visto—. ¡Tienes que causar líos! ¡Rompe algo, vamos!

El bicho era como un camaleón de tamaño jurásico con unas alas de murciélago creciendo en medio de sus omóplatos. El color de sus escamas variaba con la proyección de la luz. La bestia me miró, se volteó enseñándome el trasero y sacudió molesto su cola.

—No está funcionando —exclamó Miles corriendo fuera de una cuadra cuando el caballo se encabrito y alcanzó ocho metros de altura.

—Tenemos que alterarlos —opinó Dagna.

—Con fuego —añadió Sobe con un brillo enfermizo en los ojos.

—¡No vamos a matarlos! —declaré.

—Claro que no, pero sí los alteraremos —aclaró Sobe y se dirigió a Miles—. Júntame un montón de paja seca y yo le quito el combustible a las farolas...

—¡No vamos a incendiar los establos! —terció Dante realizando un gesto de negación con ambas manos.

—¿Y si usamos música? —preguntó Cam que estaba sentado en el suelo, reprimiendo una risa y alejando a un cerdito que le hacía cosquillas en el cuello con su morro—. Albert y yo usamos la musica para acabar con los soldados.

—Lamento decepcionarte Cam, pero lo que acabó con los soldados fue la tonelada de roca que tiraron cuando chocaron el camión con la pared de la cárcel —dije alumbrándolo con la farola y escurriéndome agua del cabello.

—Pero la música es buena idea —agregó Dagna y revisó en la mochila de Dante mientras este le desprendía una mirada insegura.

Ella sacó un Ipod al momento que cerraba la cremallera de la mochila y accedía a la lista de canciones. El Ipod, que era uno de los últimos que habían estado agotados por más de un mes, tenía una funda de Pikachu y las pokebolas. Las pokebolas estaban en un lugar que horrorizarían a los adultos. Sobe silbó, sin duda eso le habría costado mucho dinero, me pregunté qué tan rica era su familia adoptiva.

—¿No tienes alguna hermana adoptiva disponible? —inquirió Sobe peinando su alborotado cabello.

—No —masculló él.

Dante se colocó detrás de Dagna y observó por encima del hombro de ella. Le indicó vagamente una lista y Dag hizo que sonara. El sonido era como una licuadora tratando de batir tornillos mientras echaba chispas.

—Esa sección es de música electrónica, Miles la descargó cuando estábamos en Rinconcito del Mar —Albert levantó la cabeza como si lo hubieran llamado, dio un suspiró nostálgico y Miles pateó resignado un montón de paja seca porque no podía oír nada.

La música en sí era horrible, estoy seguro de que incluso alteró al tipo de la disquera cuando la grabaron pero sonaba muy bajo. Sólo estaba alterando a los animales que sí podían oírla. No era suficiente. Dagna detuvo la música.

—Tengo un parlante inalámbrico —explicó Dante—. Pero no será suficiente.

Sobe se encogió de hombros.

—Lo intentamos. Acepto nuevas ideas, sobre todo de ti Jonás.

—¿Qué?

—Sí, tú fuiste el de la idea de los establos. Soluciónalo.

—Creí que todos correrían por su libertad cuando vieran la puerta abierta —justifiqué lanzándole una mirada de reproche a los caballos y lagartos jurásicos.

Se alzó un silencio que sólo era quebrado por las risas de Cam y los gruñidos de los cerditos. Eran regordidos y rosados, hacían ruidos graciosos y parecían jugar al corre que te pillo con su espalda.

—Conmovedor —exclamó Sobe—. Si pudiéramos salvar este mundo con ternura, Cam, entonces ya nos habríamos ido hace días.

—Si tú tuvieras que salvar este mundo con ternura —comentó Dagna desviándole una sonrisa divertida a Sobe— estaríamos años enteros sin resultados.

—Oigan, concentrémonos en las ideas —recordó Dante.

—¿Pero soy tierno? ¿Verdad?

—¡Nadie aquí es tierno ni lindo! —estalló Dante y con sus manos estiró frustrado la piel de sus mejillas hasta que se le vio su parpado interno—. ¡Son adolescentes horribles!

—Oye, yo sólo soy horrible porque quiero dar miedo y no me molesto en realzar mi belleza —exclamó Dagna.

—Sí cómo no —dijo Sobe cruzándose de brazos—. Yo sólo soy cojo porque me molesta que los demás vean lo rápido que en realidad soy.

—¿Cómo dices? —ella comprimió los puños.

—¡Ideas! —recordó Dante.

—¡Ya te di una idea! —Sobe señaló con sus manos las numerosas farolas pero parecía que trataba de apartar un enjambre de abejas—. ¡Fuego!

Todos estallaron en una discusión. Dante exigía tácticas, Albert preguntaba si podíamos regresar al barco, Dagna y Sobe reñían en quién era el más tierno después de Cam, a la vez que Miles preguntaba por qué hablaban de quién era materno. Me fijé en una cosa.

Uno de los cerditos se había metido en la cuadra de un lagarto y estaba chillando presa del miedo cuando el animal quiso atraparlo. El cerdito estaba acorralándose contra una pared y la empujaba como si la madera fuera a ceder y darle un escondite. El escondrijo donde se encogía y temblaba era un rincón al lado de un ducto, sus grititos reverberaban por todos los establos, retumbaban en cada cañería y sonaban graves. Me incliné debajo de la valla, estiré el brazo lo cogí y me lo llevé mientras continuaba chillando alarmado.

Lo abracé esperando que se calmara, su corazón iba tan rápido que me pregunté si es era normal en un animal de otro mundo. Si Escarlata estuviera allí se hubiera puesto celoso y habría querido comerse al cerdito, la última vez que había acariciado al gato del vecino se había enfadado tanto que hizo añicos mi almohada, destrozó las cortinas de mi cuarto y no dejó que lo tocara por días.

El silencio me sorprendió. Recordé el grito del cerdito y la manera en que se había oido a través de los ductos de ventilación como si fueran megáfonos. Instantáneamente se me ocurrió la idea. Dejé al cerdito en el suelo y corrió hacia sus hermanos y Cam, que continuaba sentado en el suelo. Albert estiraba las piernas sobre el piso, reía con aire flipado mientras observaba corretear a los puercos.

Les dije rápidamente mi idea mientras agarraba el Ipod y el parlante inalámbrico que tenían el mismo valor que mi casa y corría hacia la escalera que llevaba al techo del establo. Había dos plantas pero el nivel de arriba no contaba con cuadras, era una especie de bodega abierta donde guardaban sillas, riendas, bozales y bolsas con comida que Albert se dirigió a inspeccionar. Una vez en la bodega trepamos una escalera hasta la trampilla que te guiaba a la terraza.  

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