El Cementerio Olvidado (I)

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Me detengo al final del sendero al observar un enorme campo de tulipanes: en los extremos hay tulipanes amarrillos, luego naranjas, rojos, violetas y en el centro negros. No conocía tulipanes de un color tan oscuro pero aquí nada es lo que parece. Tampoco parece ser un cementerio, no hay ninguna tumba, ni neblina, ni soledad. Camino por un angosto sendero de tierra ennegrecida, esperando que al final esté la Montaña Escondida, pero lo dudo, si es tan inmensa como dijeron, debería ser visible desde donde estoy.

Los colores me relajan, no del modo que lo hacían cuando mi madre me llevaba a su invernadero y me explicaba el valor de las flores, sino de otra manera porque no huelo a peligro y la asesina está en calma. Nada significa que no pueda aparecer un demonio o el mismísimo Edaxnios, no obstante, mientras acaricio los tulipanes me remontan a mis mejores recuerdos con mi madre.

Me detengo al recordar que hablé con ella, y me entristece que lo haya olvidado, y que ahora su voz sea un recuerdo vago y lejano. Sin embargo, ella me dijo que busque a Lecia y eso haré. No tengo la menor idea de quién se trata, no obstante, no le fallaré de nuevo a mi madre.

Sigo por el mismo sendero, asumiendo que todo depende de mí y que de algún modo todos me estan ayudando. Me resistí, aun todavía lo hago, a ser el adolescente que cambiará los tres mundos de la forma en la que se los conoce. Sin embargo, soy el único que lo puedo hacer y no quiero que las almas puras sufran por mis indecisiones.

Un tulipán es la excepción a todos, es blanco y se encuentra entre medio de los oscuros. ¿Será el ejemplo perfecto de que la luz, por más pequeña que sea, siempre está entre las penumbras? No lo creo, una semilla, con ayuda del viento cayó en el lugar equivocado. Y si es así, ¿por qué no puedo dejar de verlo? No lo sé, presumo que se trata de un hecho único en un lugar perfectamente armonioso y este tulipán destruye esa armonía. Sería un error cortarlo para olerlo y sería aún más grave desviarme del camino para pisar los tulipanes y quedarme con el diferente, con el único blanco de este hermoso lugar. Sin embargo, una fuerza suprema quiere controlarme y me obliga de una forma poco convencional, haciendo que mi brazo se levante, a ir a buscarlo; me niego con fuerza y logro controlar mi pierna derecha que casi pisa un tulipán. Me doy dos golpes en la cabeza para reaccionar, guardo la asesina roja en su funda y comienzo a correr. No puedo evitar que mis manos acaricien las flores, que mi nariz sea invadida por aroma a nuez que es el perfume característico de esta flor. «Deberían modificarles el nombre», decía mi madre cada vez que las olía. Mis oídos solo escuchan un leve canto agudo de algunas ave que estan ocultan en algún lugar inhóspito, ya que no hay árboles, ni montañas, nada que les sirvan como guarida.

Nada me va a detener, no hasta que llegue a la montaña escondida, mi collar no me señala ninguna dirección y eso me desconcierta. En el bosque tramposo, no dejó en ningún momento de mostrarme el camino que debería seguir. ¿Por qué ahora no? No lo sé, lo que sí sé, es que si no me apresuro será peligroso, tan así, que podría destruir los tres mundos.

Me freno; una imagen invade mi cabeza de manera repentina y es tenebrosa. Me veo parado en un risco sosteniendo una espada que no es la asesina roja, que en su punta contiene un líquido amarillo que cae en forma de grandes gotas al suelo. El cielo es naranja, con nubes oscuras que se elevan hacia las alturas en forma de grandes montañas. Todo desaparece, quedo con mi piel erizada y sudando.

Camino dos pasos y me detengo de nuevo; otra imagen suprime mis ganas de seguir andando, debajo del risco hay cuerpos muertos de miles y miles de seres mágicos. Dos hadas se arrastran en el suelo, no tienen sus alas, ni piernas. Un gigante yace recostado sobre su gran barrote y un gran charco de sangre que lo empapa. A su lado, hay un pequeño niño, que tiene dos cabezas, llorando desconsoladamente mientras lo intenta despertar.

Los árboles se queman con furiosas llamaradas azules; algunos caen rendidos por el poder de ese fuego diabólico. El suelo tiene enormes cráteres, y en la gran mayoría de ellos hay cuerpos de seres mágicos destruidos.

Un animal escuálido y cansado camina tambaleando su cuerpo de un lado a otro, como si estuviese borracho. Parece sediento, su lengua descansa a un lado de su hocico. Finalmente cae y su cuerpo deja de moverse, de respirar. Un ave, parecida a Igniscan aparece en frente de mí, envuelta en una gran bola de fuego, mueve sus alas y luego desaparece cuando, con un leve movimiento de mis manos, la divido a la mitad. Una sola pluma chamuscada cae melódicamente hasta que se posa en mi pie y luego se desvanece en cenizas.

Detrás de mí estan mis protectoras con sus rodillas izquierdas apoyadas en el suelo y sus cabezas bajas, es la misma forma de reverencia que le hacen a un rey. Los ochos demonios llegan volando y también se colocan a mis espaldas. Todo completamente en silencio, pero la falta de sonido, no le quita lo tenebroso al lugar. Elevo mi espada, un rayo impacta en la punta y luego apunto a los cuerpos de los seres divinos y todo se ve envuelto en una gran explosión que destruye el suelo, dejando solo un lugar árido, sin vida, ni muerte, solo desolación.

Despierto de mi sueño, en mi mano esta el tulipán blanco y los tulipanes negros estan aplastado por mis pisadas. El olor de la flor es rancio, parecido al hedor de la carne podrida dejada mucho tiempo al sol. Me apoyo sobre mis rodillas intentando no llorar, no caer en un pozo profundo del que nunca saldré. No puedo retirar de mi mente el sueño premonitorio que me enseñó el peor futuro posible.

El tulipán se torna negro y de sus pétalos sale una melaza cristalina como si fuese almíbar. Al caer, su color se modifica a rojo sangre y el fuerte olor a hierro invade mi nariz. Arrojo lejos el tulipán, y me alejo asustado. Vuelve a aparecer en mi mano; lo tiro aún más lejos y vuelve a aparecer. Lo guardo en mi bolsillo esperando que eso lo detenga, pero no, reaparece en mi mano. Intento destruirlo con la asesina roja, pero mi arma pesa una tonelada y no puedo moverla. La dejo caer y se hunde en el piso, como si el suelo fuese arena movediza. Esquivo el cráter que se forma y corro despavorido mientras algunos tulipanes desaparecen absorbidos por el agujero y otros se elevan por los aires buscando atacarme.

Mis pies se mueven más rápidos que mis pensamientos; escucho pequeñas explosiones, no me daré vuelta, no quiero observar la destruición que provoqué. Algunos tulipanes caen delante de mí y al estallar arrojan grandes oleadas de aire que intentan detenerme, no lo lograrán. Prometo algún día volver y arreglar el desastre que hice, si es que sobrevivo a la guerra.

Un enjambre de langostas se acerca a una velocidad atroz y yo solo busco la forma de desviarlo sin que ningún insecto muera. Son enormes, verdes y parecen hambrientas, vieron una gran oportunidad para devorar el campo. Me arrojo al piso cuando pasan a pocos centímetros de mi cabeza, el sonido de ese enjambre es parecido al sonido del motor de un camión antiguo. Sigo corriendo al percatarme que el último insecto pasó a mi lado. No tiene sentido seguir un camino que no me lleva a ningún lado, pero mis pies opinan diferente. El collar sigue dormido, la asesina roja enterrada y yo asustado.

Me detengo, miro hacia atrás y todo está desapareciendo en el cráter, hasta las mismas langostas y si no encuentro la salida, me sucederá lo mismo. Busco la entrada al bosque tramposo, pero ha desaparecido. Nada es igual que al comienzo. He hecho un verdadero desastre y mi tiempo se está terminando.

Pienso en volar, en que mis alas hagan su aparición triunfal. Pero no sucede, no mientras mi espada no esté conmigo. Maldigo, grito y me quedo estático. El sueño reaparece mostrándome solo la desolación, los gritos de victoria de los demonios, que aunque intente no puedo distinguir sus rostros con nitidez.

—¡Ha nacido el salvador, ha nacido el que nos dará la victoria! —Exclama con algarabía una voz ronca y tenebrosa.

—He venido al mundo a teñirlo de muerte y desolación. Soy el noveno demonio, el demonio de la muerte —digo mirando el desierto que creé—. Nadie se escapará de mí y ahora que Edaxnios no existe, prometo ser benevolente con quienes me sirvan.

—¡No lo haré! —niega furiosa la princesa Tai.

—Lástima por ti —respondo sonriente—. Adiós —doy un chasquido y se desintegra en cenizas.

Vuelvo al campo, al que no deja de destruirse y yo tiemblo de miedo. Acabo de ver un futuro, el futuro de la semilla que crece en mi corazón.

—¡Asesiné a la princesa Tai! —grito asustado.

No lo permitiré, no mientras aún pueda cambiar mi destino.

Corro con todas mis fuerzas buscando alguna salida; el camino se torna más y más estrecho, hasta que se termina y me freno en un barranco. Miro hacia abajo, solo hay oscuridad y misterio. No puedo tirarme, sería mortal, no obstante, tampoco puedo volver sobre mis pasos, ya que el cráter se agranda a una velocidad peligrosa. Las dos opciones son completamente descabelladas y mi mente no me ayuda a elegir la menos mortal.

El agujero está atres metros de absorberme, ya no queda nada casi en el campo, más que algunostulipanes que se contorsionan hacia el gran pozo atraídos por su fuerza, igualque yo y mi túnica. Cierros los ojos, será lo que deba ser, o no será nada. Mearrojo al agujero y soy absorbido.

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