El Cementerio Olvidado(VIII)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Siento pesadez en mis ojos, y a pesar de eso me obligo a abrirlos porque de alguna manera debo llegar a la Montaña Escondida. La furia y la transformación, por suerte han desaparecido y eso me reconforta. No me siento bien conmigo mismo luego de haber asesinado a dos sirenas, sé que deseaban comerme, pero no es parte de mí lastimar a las personas o en este caso, seres mágicos.

Con mi espalda en el suelo frío me nace la necesidad de levantarme, jamás me gustó tiritar y en este momento mis dientes golpean entre sí. Sin embargo, no puedo dejar de ver la imagen que se forma en el techo. Es como una nube que gira sobre su eje y forma círculos blancos, y algunos destellos que iluminan el lugar. A mi lado esta la asesina roja que parece muerta, no tiene el mismo color de siempre, ni late, y las inscripciones se borraron. Todo son indicios de que no está orgullosa de mis actos, y la verdad, no es para menos, ahora soy el guardián más sanguinario de la historia.

Las palmas de mis manos se apoyan en el suelo, hago fuerza para levantarme, el dolor es soportable, lo que no lo es, es el cansancio que llega hasta la punta de mis cabellos. Mi vista, por momentos se nubla y observo todo difuso como si una neblina los cubriera cuando quiero enfocar mejor. Apoyo todo el peso sobre la asesina roja y giro mi cuerpo para darme con la sorpresa de que ya no estoy en la cueva de las sirenas sino en un lugar desconocido y diferente: la caverna tiene en la gran mayoría de la cima estalactitas de gran grosor y se ven enfrentadas a las estalagmitas pero no se tocan, pocos centímetros las separan. Parecen ser enamorados que pronto se darán el beso que selle su amor por la eternidad. En medio de esas figuras de minerales, hay un sendero por donde ingresan algunos rayos de luz que iluminan el único lugar que puedo recorrer. A sus costados solo hay humedad, excremento de algún animal que anida aquí y unas plantas con hojas largas, finas y parecen venenosas.

Camino arrastrando mi espada y atento a cualquier peligro, solo quiero confiar en el rombo de cristal que brilla desde que empecé a caminar y me indica que siga el sendero. Al final del camino, hay una entrada circular completamente oscura, como el telón de un escenario. Al llegar a ella un poco agitado y sudoroso, me detengo, respiro profundo y lo cruzo.

Un brillo invade mis ojos y solo tiendo a cubrírmelos. Poco a poco, abriéndolos y cerrándolos dejo de sentir las punzadas penetrantes que me lastimaban y puedo contemplar perplejo lo esplendorosos del lugar: la cascada en el medio cae a tanta velocidad que no sé si el agua sube o baja, su color es amarillento con destellos de un verde esperanza; a su lado descansan varios animales, muchos de los que jamás conocí o supe de su existencia: uno es parecido a un lobo, con su pelaje marrón que roza el suelo, con tres grande cuernos blancos y sus ojos rojos, que parecen calmados; aves de diferentes colores que tienen un par de alas y en su espalda una aleta dorsal parecida a los tiburones, suben con sus alas recogidas y luego caen en picada al pequeño lago, saliendo con algunos peces; rocas de diferentes tamaños invaden el lugar, césped amarronado y flores de las mejores variedades y colores. Quiero continuar pero a la vez no me quiero olvidar de ningún detalle de este bello paisaje

El ruido de mis pasos es amortiguado por el espesor de las hierbas y no sé a dónde dirigirme, el rombo indica que siga hacia adelante, pero si voy hacia allá, caeré en el lago y la verdad, no sé nadar.

—Busca otro camino rombo —le ruego.

Sin embargo, terco como la princesa Tai, no cambia de opinión, solo logra que mi ansiedad crezca. Me detengo en la orilla y veo mi reflejo en el agua. Ese líquido que tanto miedo me generó y aún lo hace, desde el momento en que un juego de niños, una travesura, casi termina en tragedia cuando me empujaron a una pileta profunda. El respeto se convirtió en un miedo, en una fobia inconmensurable. Nunca me olvidaré lo que sentí en ese momento, fue lo más cercano a la muerte, más aún que el accidente. La superficie parecía inalcanzable, y mi cuerpo no respondía, sino que se hundía más y más. Parecía que estaba encerrado en una caja de cristal llena de líquido y aunque intentara salir no lo iba a lograr. No era como los escapistas de los programa de televisión, donde con su cuerpo atado por completo, lograban su cometido y el público aplaudía hasta que las palmas quedaban rojas. Aquí era un niño de solo ocho años hundido en una pileta de dos metros de profundidad y los causantes de la broma esperaban entre risas que yo saliera a flote. Eso jamás iba a suceder y mis pulmones se llenaban de agua, perdían su capacidad de oxigenar mi cuerpo y comencé a perder fuerza y vitalidad. Tengo un recuerdo vago de observar en la lejanía una luz muy brillante y luego escuchar un golpe, como si algo hubiese caído al agua. Cuando desperté lo único que hacía era escupir líquido, sentir mis pulmones cansados y mi torso dolorido. La mirada de preocupación y desesperación de mi padre desapareció para convertirse en un gran abrazo. Me llevó en brazos hasta mi casa y jamás volví a acercarme al agua. No me animé a superar mi miedo, a comprender que solo debía aprender a nadar y no a escapar.

El lago parece un lugar esplendoroso y profundo, con peces que se dividen creando otros y dos pequeñas anguilas que serpentean en la superficie. Aunque sé que el destino depende de mis acciones no puedo arrojarme, no puedo hacerlo, moriré antes de llegar. El collar sigue apuntando al frente y no hacia abajo, sigo sin comprender cuál es el verdadero camino: más allá del lago hay paredes, rocas y oscuridad.

—No comprendo, moriré si no eres más específico —indico sabiendo que es una completa locura hablarle a mi rombo de cristal con la sangre celeste de Okami.

Cae sobre mi pecho; se rinde al saber que no comprendo su mensaje o me ve como un completo cobarde.

—Collar no me dejes solo —le ruego—, no quiero morir aquí, no quiero que los seres mágicos sufran mi furia.

No me responde y la asesina roja escapa de mis manos y desaparece en la oscuridad del final de la cueva. Ahora sí, cuando asumí que todo seguiría un rumbo más pacífico, se ha convertido en desolación total.

Entonces si todos los que me rodean se han dignado a abandonarme, tomaré el camino que no quiero porque no deseo lastimar a nadie más. Dejo un pie sobre el agua, suspiro comprendiendo que no saldré con vida del lago. Cierro los ojos imaginando lo que sucedió en esa pileta y doy el paso hacia el lago.

Quedo de pie, no me hundo, es como si estuviese parado sobre un vidrio. Sin embargo, no puedo caminar, tengo miedo que todo sea un equilibrio peligroso y que un paso en falso destruya el espejismo y me hunda.

Los peces se iluminan, y otros se oscurecen, como si en las profundidades sonara música y ellos juegan con las luces. Rojo, verde, celeste... Rojo, verde, celeste... son los colores que se iluminan, uno a la vez, y cuando el rojo se apaga, aparece el verde con fuerza y brillantes, para luego dar lugar a un celeste apagado y distante. Los juegos de luces, como si fueran un árbol de navidad, me dibujan una sonrisa y hace que mi sudor se seque.

«La felicidad siempre apaga a angustia», decía orgulloso el capitán luz.

Las anguilas arrojan rayos amarillos y el lugar que tanto terror me generó por desconocerlo, ahora es lo que me regocija el alma.

La cascada se vuelve blanca, los animales aúllan y las flores elevan sus tallos y a abrir sus pétalos. La oscuridad, la poca que había, da paso a una luz brillante y acogedora.

Giro observando el esplendor del lugar, la belleza en la que se ha convertido simplemente por un paso mío, un paso que asumí que me llevaría a una muerte segura. La cascada cae, desaparece de un momento a otro, como si alguien hubiese cerrado un grifo imaginario. El lago se convierte en un suelo agrietado y seco. Los animales desvanecen en cenizas y las flores solo se evaporan. Todo se convierte en un lugar árido y desolado.

Delante de mí, donde esta la asesina roja, en la pared, aparece un círculo dorado con relámpagos blancos. Un pata gigante gris aparece y luego otra. Mi corazón late a toda velocidad, estoy cerca de conocerlo.

—Nunca confíes en tus ojos —dice una voz grave detrás de mí y caigo hacia delante golpeando con mi rostro el suelo, sintiendo un calor agobiante en mi espalda y un miedo desolador. De nuevo, he caído en otra trampa, seguro es un demonio que viene a transformarme o a devorar mi alma.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro