La batalla en el desierto de la irrealidad (V)

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Levitando está Ingnisute con una capa roja, el mismo aspecto de siempre y su sonrisa macabra hace que me coloque en posición de batalla. Mi pierna derecha de forma automática se posiciona detrás de la izquierda, empuño la asesina roja y analizo la situación. Estoy en completa desventaja. Hintam me mira con furia y sonriente, sabe que no saldré con vida al enfrentarme al demonio más fuerte y perverso de los ocho. Igniscan convulsiona en el suelo, creo que se está recuperando, sin embargo, no tengo tiempo para esperar que él se una a la batalla.

—Nos reunimos de nuevo, haz hecho algo muy malo guardián —niega moviendo con lentitud su dedo índice—. Derrotar y destruir el cuerpo de uno de mis Hellish preferidos es un acto de completa deslealtad.

—¡Ustedes no pueden hablar de lealtad! —Exclamo furioso.

—Guardián, guardián, no puedes hablarme así. —Con el mismo dedo que negó, lanza un rayo blanquecino que impacta cerca de mi pie. Si no hubiera saltado tal vez me hubiese herido.

—Tus súbditos no te obedecen y quieres lastimarme por tu propia frustración —sonrío nervioso.

—¡YO LOS ENVIÉ! —Grita.

—Los dos sabemos que eso no sucedió querido Ingnisute —lo señalo con la espada.

—¿Quieres morir? —Comienza a descender y cuando llega al piso camina a mi encuentro.

—No, bueno mucho no me importa, alguien me reemplazará y acabará con todos ustedes.

—¿Hablas de la otra guardiana? —Pregunta sonriente.

—Sí, ella puede ser la correcta, tú viniste aquí porque no quieres que encierre a todos tus súbditos. La verdad, esa actitud es de cobarde, ¿me llevarás a Reiga?

—¡Mmm! —gruñe sorprendido—, no lo había pensado, pero... gracias, iremos a ese lugar.

—¿Tanto miedo tienes? —digo mientras él se detiene cerca de mí. Su altura de tres metros, sus brazos fuertes y su mirada profunda hacen que me invada un miedo avasallador. Sin embargo, no puedo mostrar esa emoción, Ingnisute la huele.

—El gran demonio del dolor y la venganza no le teme a nada, ni a nadie, he batallado toda mi vida contra los guardianes y es el momento de mostrarte mi poder, y ahora que no estamos en la habitación sin salida, podré dejarlo salir en su mayor esplendor.

Su pie derecho golpea el suelo, generando una onda expansiva que me arroja varios metros hacia atrás. Si con un solo movimiento logra tanto, no quiero suponer qué poder se esconde en esa alma perversa.

Se acerca sonriendo, me levanto, arremeto e Ingnisute detiene la espada con su dedo meñique, y me arroja con un soplido. Mi rostro recibe todo el impacto, varios cortes sangran.

—La diferencia de poderes es superlativa, y la verdad no me gustaría aniquilar al guardián más débil de todos. —Hace crujir su cuello cuando lo mueve de derecha e izquierda—. Me divierte pelear, nací para hacerlo, porque de la pelea nace el dolor y la venganza. No obstante, muchachito no puedo arriesgarme a que nazca todo tu poder, ahora que estás solo en el desierto de la irrealidad, tendrás que morir —En su mano aparece un tridente y sobre el mismo impactan varios rayos naranjas provenientes de unas nubes oscuras que se encuentran por encima de su cabeza—. No me gustan los conjuros o maldiciones, tengo un poder propio y tienes que estar agradecido de recibirlo.

—¿Has venido solo a hablar? —pregunto sonriente.

Quiero ganar tiempo para que mis amigos se curen y puedan escapar.

—Adiós guardián, basura del mundo de los sueños —me apunta con el tridente—. Ray mortiferum —Cierro los ojos.

Escucho una explosión, quejidos y una caída. Abro los ojos y veo a Igniscan chamuscado en el piso, moviendo lentamente sus alas y mirándome con tristeza. Me coloco de rodillas a su lado, no creo que pueda renacer luego de recibir el peor ataque de Ingnisute. Yo no merecía su sacrificio; nunca entenderé la lealtad de los animales, pura y eterna. Varias lágrimas recorren mi rostro y la brisa busca secarlas. Por mis corre el enojo, la desolación y la necesidad imperiosa de venganza. Lo que Ingnisute vino a buscar. Me miro las manos, con sus líneas perfectas dibujadas en mis palmas, intentando comprender lo que acaba de suceder. Subestimé al demonio más poderoso, por un momento me invadió la vanidad y debido a eso, mi amigo lo pagó con su vida. No es justo, no debería estar sucediendo esto, no a mí, no a Igniscan. No volveré a cometer el mismo error, ya no permitiré muerte de inocentes por más justa que sea la causa. Si me han elegido, si han decidido que yo sea el que proteja a las almas puras, así lo haré.

—Amigo, Igniscan, te pido disculpas por no haberte defendido, por ser débil y no protegerte. Ingnisute pagará con su vida lo que te ha hecho. Ahora descansa —Chilla y cierra sus ojos—. Adiós querido amigo. Adiós —me seco las lágrimas.

Me levanto y miro furioso a Ingnisute; la asesina roja presenta una llama rojiza que se torna anaranjada en la punta. Por mi cuerpo recorre la misma energía, la misma ira, la misma fuerza que en la prisión. Salto y quedo levitando en el cielo, observo colérico a Ingnisute. Ya nada importa. Estoy en completa desventaja, eso no me interesa, en mi vida siempre lo estuve y este demonio no vendrá como un brabucón a quitarme todo por lo que peleo, no perderé de nuevo.

—¡SE TERMINOOOÓ! —Grito y una gran bola energética celeste me envuelve, cierro los ojos y siento como mi cuerpo comienza a transformarse. Mi cabeza arde, mi rostro también y mis músculos laten.

—¡Ataca Hintam! —Escucho que Ingnisute ordena a su súbdito pero creo que no se anima a hacerlo.

En la esfera de energía en la que estoy me siento seguro, como cuando era un bebe y estaba en los brazos de mi madre, la seguridad de estar en una zona protegida lejos del afuera, de los peligros y de las perversiones.

—¡Basta! —Grito rompiendo la esfera y secándome las lágrimas.

Apoyo mis pies en el suelo, con un profundo dolor estancando en el lugar más recóndito de mi corazón y con la necesidad imperiosa de salvar las almas de mi familia.

—Ustedes dos conocerán la condena por sus acciones —los señalo con la asesina roja que brilla furiosa.

—Tu no... —empezó a hablar Hintam pero antes de terminar le doy cuatro golpes en su abdomen y luego una patada en su pecho. Sale despedido con sus ojos llenos de terror. Impacta contra una roca y queda boca arriba intentando respirar. Mi velocidad es superior a la que alguna vez imaginé. Mis manos arden por la ira.

Mientras camino a la búsqueda de Hintam para encerrar su alma, mi cuerpo arde por completo y siento que estoy perdiendo mi identidad. Nunca obré manipulado por el enojo o la ira, pero en este momento, no puedo pensar en otra cosa que aniquilar a Ingnisute y Hintam. No puedo permitir que el demonio siga absorbiendo las almas puras por diversión. No.

¡Suficiente!

Me detengo a su lado, él no deja de escupir sangre violeta, y me mira con sorpresa y en sus ojos puedo percibir el miedo, puedo olerlo. Ahora comprendo el poder de generar temor, de que la otra persona o ser, supliquen clemencia. No perdonaría ni en mil años la maldad de aniquilar a los diferentes, a los inocentes y a los que solo quieren vivir para cumplir sus sueños.

No puedo evitar pensar en uno de los brabucones que me golpeaban en el colegio, luego de haberme metido la cabeza en el inodoro, apareció mi hermano mayor y le dio una gran golpiza. Tom, el brabucón, lloraba en el piso y pedía disculpas: «No... por favor... no me golpees más». Mi hermano lo miró con furia y lo desmayó de una patada en la cara. Nunca pude olvidarme de los ojos desesperados de Tom y luego la camilla que lo retiraba del colegio. De Tom nunca supe más nada y mi hermano sufrió una suspensión de un mes.

—Hintam recuerda bien mi rostro porque, aunque tenga catorce años, en mi cuerpo corre la sabiduría de todos los guardianes y por eso te condeno al sufrimiento eterno —Lo apunto con mi mano—. Extium encerra... —Un rayo lanzado por Ingnisute golpea a la asesina roja y se entierra a cinco metros a mi derecha.

—¿Crees que permitiré que encierres a un súbdito en frente de mis ojos? —Pregunta molesto.

—Valía la pena intentarlo, entonces... Tendré que derrotarte primero a ti —Camino en búsqueda de mi espada. Me muevo con velocidad hasta donde está Hintam y él aún esta inmovilizado por el miedo. Entierro mi mano en su hombro saco mi daga.

—Volvió el guardián soberbio —blasfema Ingnisute—, parece que por más que reencarnen, nada cambia.

—No es soberbia Ingnisute, es la necesidad de proteger a las almas puras y que ustedes comprendan que los humanos no somos títeres de sus deseos más perversos.

—Bla, bla, bla —dice en torno burlesco—. Di lo que quieras, haz lo que te plazca, pero los demonios seguiremos dominando los sueños, las pesadillas y las almas. Ustedes los guardianes, son sólo un apósito para una herida profunda. Nunca podrán acabar con esto —Levanta sus manos—. A ti jamás te dijeron toda la verdad y cuando Marcus la supo, se unió a nosotros. Espero que en algún momento te la enseñen y llegues a Coelum para ayudarnos a gobernar.

—Bla, bla, bla —sonrío—. ¿Crees que me importa la verdad? Solo quiero liberar a mi familia de la esfera de la repetición.

—Nosotros podemos cumplir tus deseos, es algo sencillo liberarlas, solo debes entregar la mitad de tu alma y vuelves a ver a tu familia.

—Interesante propuesta —trago saliva.

—No... lo... hagas —dice con dificultad Azura estirando sus manos golpeadas y se desmaya.

—¡Tú cállate! —Le ordena Ingnisute.

—Entonces, digamos que, me voy contigo y salvo a mi familia.

—Así de sencillo es —sonríe.

—Ok, vender mi alma al diablo para obtener la salvación y condenar a las almas puras a un sufrimiento eterno.

—Por ellas no tienes que preocuparte, seguirá sucediendo hasta que Edaxnios destruya a los humanos, consiga las partes de Akuma para así lograr crear la nueva especie: los Jomadián. Entonces el universo se equilibrará y reinará la paz.

—Reinará la paz —repito con desconfianza—, reinará la paz. Mi madre me dijo una vez que nunca hay paz si se construye con sangre y sufrimiento. Las guerras no trajeron paz sino muerte, pobreza y destrucción. Y ustedes me dicen que no me preocupe por los niños y niñas que morirán, entregando sus almas para un bien mayor: saciar el hambre de Edaxnios y darle el poder necesario, en conjunto con mi sacrificio, para crear otra especie. Una leal al Dios oscuro, que entregará en forma a sus hijos e hijas para no sufrir la destrucción.

—Algo así... Sí. No puedes negar que todo es fantástico, igual —menea su cabeza— extrañaré a los humanos, a su continua necesidad de autodestrucción.

—Los dioses siempre creen que hacen todo para proteger a sus creaciones y Edaxnios apesta —sonrío.

—¡NO INSULTES AL DIOS OSCURO! —Me lanza un rayo y lo desvío con mi espada.

—¡Haré lo que se me dé la gana! —lo miro, sonrío y le lanzo la espada. Intenta esquivarla, pero la asesina roja, luego de pasar a su lado, gira y se incrusta en su espalda, cae quejándose del dolor. La verdad, no sé por qué ataqué de esa manera, pero funcionó para detenerlo un momento.

Me acerco a Hintam que sigue escupiendo sangre y no se está curando como los demás. Lo apunto con mi mano.

¡Extium encerrade!

Aparece otra caja de madera; su dibujo es un pequeño camaleón con la cola más corta de lo común. No grita, no se queja, mientras la fuerza en forma de viento lo arrastra adentro. Se cierra con un golpe seco y retumbante. La caja desaparece y me siento liberado. Sin embargo, quien acabo de encerrar no es Hintam.

—Ja, ja, ja —ríe a carcajadas Ingnisute—, ¿Crees que mi súbdito más leal y poderoso vendría aquí a batallar? Caíste en mi trampa, Hintam descansa en Reiga.

El cielo está encapotado, repleto de nubes negras y violetas. Ingnisute eleva sus manos y recita palabras que no entiendo, pero que ya he escuchado en nuestro primer encuentro.

Tibi anima mea, nunc, et in patiatur Reiga. —Las nubes responden con truenos y rayos—. Tibi anima mea, nunca, et in patiatur Reiga. —Un gran rayo impacta sobre su cuerpo y me lo lanza.

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