La Montaña Escondida (VII)

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Observo con plenitud a lo que debo enfrentarme. Me asombro al ver que este lugar está iluminado por el centro de la flor. Su núcleo, parecido al de un girasol, brilla con intensidad, como un gran foco eléctrico y no puedo mirarlo por mucho tiempo sin que mi vista se vea afectada. Está rodeado de grandes pétalos que se superponen y los más bajos caen al piso de varios puentes de piedra. No tiene sentido que existan esos puentes si nadie tiene el derecho a acercarse a la flor, igual, presumo que debe ser para Primeo que descansa dentro de este lugar. A los costados de la flor hay millones de hoyos oscuros, y cuando esta libera un pequeño destello las paredes de la cueva se tiñen de color dorado como si este lugar fuese un panal gigante. Y allí es donde debo ingresar, quiera o no.

Cerca de mi pie izquierdo descansa la escalera que está anclada al borde del agujero y debe tener cerca de cincuenta escalones de madera vieja. Creo que Primeo no quiere de cierta manera que cumpla mi misión, si uno de los peldaños se rompe y cae, despertará a la flor y ella a las abejas y será mi fin. Todos los finales que cruzan por mi cabeza terminan en el mismo lugar, mi cuerpo traspasado por un gran aguijón de una furiosa y protectora abeja.

Mis pies descienden uno a la vez, mientras mi espalda esta desprotegida ante cualquier ataque y mis manos van rítmicamente al compás del descenso. Algunas maderas crujen haciendo un sonido chillante y que por suerte no retumba en el lugar. En mi cintura, atado con una soga que cruza mi túnica, está el pájaro que va de un lado al otro en los palitos colgantes de su jaula. Comprendí que no debo soltarlo, sin embargo, no es justo que él no conozca la libertad y deba usarlo para salvar mi vida.

La misión es suicida, tengo poco tiempo para descender, para que aparezca, si es que lo hace, el néctar, y todo en completo silencio. Si nada de eso sucede, o las abejas me matan o se despierta el demonio que aniquilará este mundo y mi familia se quedará encerrada por la eternidad.

Mis pies llegan en puntillas al puente, al camino que decidirá si mi travesía continúa o si todo termina hoy mismo. Si mis protectoras están viendo lo que me sucede, espero que entiendan que estoy poniendo mi mayor esfuerzo. El lugar por suerte sigue iluminado y las abejas durmiendo, espero que sigan así soñando y no me ataquen.

Mi forma de caminar es lo más sigilosa posible intentando no causar más que un sonido sordo y disperso, como lo hacen las gotas de agua que caen desde una grieta hasta un charco en mitad del puente. Me canso de andar en puntillas y ahora voy de la forma natural.

El estuche de la asesina roja se suelta, logro agarrarlo a pocos centímetros del suelo y por mi frente desciende una gran gota de sudor. Casi ocurre una tragedia y aún no llegué ni a la mitad del camino. La dejo apoyada en ese lugar y la retiro de su estuche por si la llego a necesitar. Sé que si me defiendo será peligroso, porque la amenaza de Primeo es bastante seria, pero tampoco es una buena opción esperar morir y que almas puras sufran. Sus ojos no mentían, sin embargo, no entiendo por qué me dejó solo sabiendo que si el noveno demonio aparece, no quedará nada de este lugar.

La flor gigante de Kaprá vibra produciendo un temblor en el puente y quedo tieso, por el miedo de caer al abismo. Me recuesto temeroso y cubro mi cabeza entrelazando mis manos. Recuerdo lo que sucedería si me transformo. Eso, sumado a que debo ser otro adolescente, hace que me levante, no es momento para ser cobarde, no es malo serlo, pero hoy tengo que batallar contra mi cobardía para defender mi vida.

La flor libera un haz de luz brillante al cielo, las nubes escapan despavoridas y un hueco amarillento ocupa su lugar. Todo sucede sin sonido, como si estuviera sordo o simplemente el silencio es el mejor acompañante en este lugar. Primeo no me dijo que sucede con esta flor, ni la forma en la que sabré cuándo beber el néctar.

Observo al pájaro que grazna intensamente. Su movimiento es energético. Su cuerpo golpea contra la jaula hasta que se voltea y sus patas quedan apuntando al cielo. Parece no respirar, parece que su tortura en una jaula ha acabado. Lo dejo en el suelo. Su sonido, aunque retumbo en toda la cueva, por suerte no despertó a las abejas. Respiro aliviado.

—Perdón amiguito, tengo que dejarte aquí, no te utilizaré para salvarme. Descansa en paz, luego buscaré un lugar donde enterrarte.

Pero no está muerto, al contrario, su pequeño torso sube y baja con lentitud, sus ojos misteriosamente estan cerrados y mueve su ala derecha dos veces. Fingió para que lo deje en paz y eso haré.

—Adiós —me despido y el ave deja de mover su ala.

El camino luminoso entre el cielo y la flor finaliza abruptamente. La oscuridad se vuelve una penumbra en la que ni siquiera puedo verme las manos. Será imposible que logre caminar y llegar a ella. Tanteo el suelo buscando como seguir caminando. La princesa Tai me enseñó hacerlo, y sé que puedo, sin embargo, bajo tanta presión y estrés se vuelve difícil caminar sin tener el miedo a caer. No es lo mismo en una batalla o un entrenamiento que aquí, en un lugar completamente desconocido. Doy un paso a la vez, respirando agitado y sudando en exceso. Mis manos están en posición de cruz buscando la forma de equilibrarme, buscando la forma de asumir que estoy caminando en forma recta. Los miedos a caer me presionan el pecho, el corazón, de una manera desleal, buscando enseñarme que en este lugar mis pies no deben pisarlo. Me detengo al escuchar el eco de una roca golpear en el fondo del precipicio. Mis manos tapan mi boca en el momento que casi chillo del susto. La oscuridad nunca es leal cuando se combina con el terror y la necesidad imperiosa de llegar a estar protegido. Otro eco tenebroso suena en el precipicio y eso hace que siga caminando. Tengo que llegar, después lidiaré con mis miedos a la oscuridad.

La flor se ilumina pero su brillo es diferente, es metálico, es azul y solo muestra su gran tallo y pétalos. Yo llego a distinguir las pequeñas líneas de mis manos y el camino parece ser el mismo, solo que ahora es una sombra larga y oscura. La luz de pronto se torna cálida y acogedora, cambiando a un blanco tenue con un brillo que invade a la flor como si fuesen luciérnagas.

Mis pies comienzan a andar por más que mi mente no quiere que lo haga, pero la acción es más fuerte que la razón. No es la primera vez que una penumbra y la luz tenue pelean una batalla para mostrarme el camino hacia mi destino.

La luz se concentra en un pétalo en el que apunta al puente donde estoy y una bola verde brillosa se mueve buscando llegar al extremo.

No comprendo qué es ese brillo verde...

—¡Oh! Es el néctar y yo me encuentro a mitad de camino —digo susurrando y corro sin importarme que me suceda. No creo que llegue, será mi fin, el fin de todos.

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