💤CAPÍTULO 2 - ¡IRALIMPIADAS! (PT. 2)💤

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Desde las cámaras de los drones era fácil ubicar a los equipos que huían despavoridos por la pradera inicial más allá del estadio. Cada uno parecía tener una idea distinta, aunque hubo quienes coincidieron en su desconcierto. Las bailarinas de hierro de Amanda sabían justo a qué zona boscosa debían ir para estar a salvo, y las sicarias rusas de Satanás hacían lo mismo, pero dirigiéndose hacia un valle montañoso cercano. Seguían un rumbo fijo, algunas en línea recta hasta las cavernas seguras, otros zigzagueando por los frondosos bosques de serpientes.

Ruz y yo liberamos las trampas tal y como se nos ordenó desde la organización. La multitud desde las carpas en el exterior del estadio estallaba en alaridos feroces apoyando a sus equipos. Se podían oír desde la comodidad de la sala de mando, por lo que debían estar dejándose las voces por el triunfo.

—Ya verás qué decepción se van a llevar los franceses cuando su equipo llegue a la ciénaga. No sé por qué se les ha ocurrido meterse en ese fregado. —Fruncí el ceño.

Mi compañera asintió, colocando las piernas sobre la mesa en la misma postura incómoda que yo.

—Porque no saben lo que les espera. —Se encogió de hombros ella, revisando su teléfono para evitar ver la carnicería de los monitores.

Tal y como creíamos, en cuanto los primeros tres candidatos franceses se adentraron en el barro de la ciénaga, un par de plantas de extraño aspecto expulsaron un gas en forma de nube. Se extendió por el aire. Al inhalarlo, los participantes comenzaron a toser. Sus rostros se tornaron morados, se llevaron las manos a las gargantas y cayeron de rodillas. Hilillos de sangre brotaron de sus ojos como lágrimas granates. En cuestión de segundos, se quedaron inmóviles.

El resto del equipo, aunque afectado, decidió cambiar la ruta con rapidez. Se deslizaron hasta una zona más amplia sin obstáculos.

Por otro lado, el dron que perseguía a las bailarinas de hierro españolas mostró un acontecimiento que no concebíamos: mientras usaban el sigilo para recorrer una colina empinada entre maleza y árboles de troncos gruesos, un dardo proyectado por un pistón se clavó en el cuello de Lidia. Ella cayó tiesa, de espaldas. Sus compañeras la vieron morir, pero no pudieron hacer nada.

Amanda acababa de entrar en la sala de mando cuando ocurrió. Al verlo, apretó los puños y se acercó a nuestra posición.

—¿Cómo coño ha pasado eso? —Señaló la pantalla y tanto Ruz como yo nos encogimos de hombros—. Mierda. Les avisé de las trampas.

—No sé si fue buena idea implicarte tanto con ellas. Sabías que esto podía pasar, que Lucifer iba a querer un espectáculo a costa de vidas humanas —respondí antes de que ella me agarrara de la pechera con fuego en la mirada.

—No me lo recuerdes —gruñó, soltándome y volviéndose.

Se dirigió a su asiento con furia, contemplando la gigantesca pantalla que el público podría observar para ver el desarrollo de las Iralimpiadas.

Volvimos a centrarnos en la competición. A lo largo de las siguientes horas, se mantuvo una calma temporal. El resto de muertes fueron causadas por desprendimiento de rocas, aguas contaminadas que los participantes ingirieron o infecciones por heridas venenosas.

De cara a la primera noche, gran parte del público se había alojado en las carpas para descansar. Hubo quienes se quedaron viendo las cámaras con un interés atronador, como si la situación de su equipo fuese el oxígeno de sus vidas.

En la sala de mando, por otro lado, los Pecados Capitales no mostraron la misma pasión. Lucifer se retiró rápido para seguir haciendo negocios. Amanda se había traído una manta para dormir en su asiento. Se la veía entristecida, seria. Compartir tanto tiempo al lado de sus guerreras le pasaba factura.

La suerte de que Ruz y yo durmiéramos tanto era que siempre habría alguien despierto a las cuatro de la mañana y a las seis de la tarde, o a las ocho de la mañana, o a las once de la noche. Nos turnábamos para verlo y avisábamos al otro si era necesario con codazos.

Los problemas empezaron cuando las redes sociales se llenaron de memes contra los participantes y los gobiernos saltaron en rechazo de las Iralimpiadas por su naturaleza macabra. Hubo quienes se burlaron de los primeros franceses que entraron directos a la nube venenosa usando imágenes de Napoleón. Ningún país esquivó la bala del humor. Como jueces del torneo, Ruz y yo honramos a la América Latina por su puntiagudo estilo a la hora de bromear sobre sus propios países.

Cuando la mayoría dormía, a las dos de la madrugada, se oyó una explosión. Me fijé en la cámara del equipo lituano y vi que una bomba casera había hecho estallar por los aires a la mitad de sus miembros. Comprobamos con el dron que no se hubiese tratado de un incumplimiento de las normas, pero no fue así. El accidente habló por sí mismo.

Por curiosidad, me metí a mirar lo que sucedía entre Roman y Elena, los dos pecados que se ofrecieron a participar. Los dos seguían con vida, alimentándose de las sobras de comida que robaron del equipo italiano. Si hubiesen estado los mellizos Asmodeus presentes, los habrían intentado asesinar.

Echaba de menos a Cass y a Thiago. Los había llamado dos veces ese día, y en ambas me habían explicado que se encontraban en Noruega. Investigaban la nueva profecía de la que nos hablaron. Al parecer, unos sellos debían romperse y ellos sabían que el primero se encontraría en una región nevada. Los escandinavos no participaron en las Iralimpiadas, así que tendrían a su disposición lo que el gobierno nórdico les pudiese ofrecer con su visita.

Bostecé. Le pegué aquel gesto a mi compañera y en ese instante percibí que estaba despierta. Me sonrojé.

—Eh, ¿cómo lo llevas? —pregunté, iluminado por la luz azulada de los monitores ante nosotros—. ¿Tienes equipo favorito ya?

—Españita, siempre. —Levantó el puño con gesto forzado—. Aunque no sé si mis tremendas reinas van a sobrevivir. Lo de la chica del dardo en el cuello las ha dejado tocadas. Hay una de las trillizas que no ha comido en todo el día.

—No me extraña. Ha debido ser traumático. —Suspiré—. Oye, ¿qué te ha traído hasta aquí? Ahora que Lucifer no nos oye, puedes contármelo.

—Sentirme comprendida por gente como yo —confesó con un bufido y dándose golpecitos rítmicos en el vientre—. Estaba cansada de ser el bicho raro en clase. Y de serlo en general. Siento que aquí se nos va la olla a todos.

Solté una carcajada y ella me acompañó. Asentía porque era justo lo que pensaba de los demás. Éramos una mezcla explosiva si se nos sacaban los trapos sucios. No podía negarlo.

—Te entiendo. Creo que no podría sentirme más identificado contigo. Y mira que yo vengo de una familia de buenas personas, pero no compartían mis objetivos de vida —contesté, recordando el pasado con la mirada perdida—. Ellos querían que fuese abogado como mi padre, pero yo adoraba la informática. Me fui de casa pronto porque el SSI me contrató por hackear a la policía —titubeé unos instantes, entrecerrando los ojos como si así fuese a recordarlo mejor —o la seguridad de un banco, ya no me acuerdo.

—Con lo que duermes, me extraña que saques tiempo para el trabajo.

—¿Lo dice la estudiante? —Un rizo rubio me cayó por un lateral al ladear la cabeza.

Touché —rio la chica—. ¿Y cómo te gustaría vivir en el futuro?

Me quedé pensativo, aprovechando que las cámaras no mostraban apenas actividad en la arena de combate. El primer día era el más tranquilo, el que ubicaba a los participantes en la crudeza del entorno más hostil que podían pisar. A partir del segundo se habilitaría la caza y la sangre se derramaría.

—En una casa apartada de la sociedad, dos gatos y acceso a internet. Me da igual que haya mosquitos, lo que quiero es paz. —Me imaginé la escena en mi mente. Me encantaría poder invitar al resto de pecados para crear sesiones de rol.

Se ve que lo dije en voz alta, pues Ruz abrió los ojos como platos al escucharlo. Me dedicó una sonrisa de oreja a oreja y deslizó la silla hasta donde estaba de un empujón. Se colocó sus gafas, que le quedaban adorables, y se apoyó en mí.

—Soñar es gratis, pero me has leído la mente. Moriría por tener una vida así con alguien. —Contemplaba el cielo y yo notaba su calidez.

Era cómodo. Su cercanía no me disgustó. De hecho, me generó una extraña sensación en el vientre. Me estaban bombardeando el estómago y no entendía por qué me notaba así. ¿Así se sentía la gente cuando se enamoraba? ¿Cómo? Si apenas la conocía de unos meses. No tenía sentido que me estuviera ocurriendo. Pero tampoco lo tenía que le diera tantas vueltas. Sentía atracción, era evidente.

Una alarma sonó desde los monitores. Dimos un vuelco del susto y hasta Amanda dio un brinco en su silla. Se frotó los ojos y se acercó a nosotros. Los tres miramos al unísono al dron que emitió el ruido.

El equipo colombiano estrechaba lazos con el equipo portugués. Se dieron las manos y colaboraron. Pero lo más interesante no fue su alianza, sino cómo la mostraron. Se colocaron máscaras de demonio oni que resultaban peculiares. La reencarnación de la ira se inclinó para verlo mejor. Me tuve que apartar para que su perfume no me invadiera.

—Esa máscara no pertenece a las Iralimpiadas, chicos. —Señaló lo que llevaban. Se ataron nudos amarillos al brazo para mantener claro el signo visual que debían seguir para no matarse—. ¿Se puede buscar de dónde las han sacado?

—Podemos rastrear los últimos puntos ciegos —dije sacudiendo la cabeza para combatir el sueño—. Teniendo tantos drones, alguno habrá captado de dónde las han sacado.

Me puse a teclear para mostrar las grabaciones previas. Justo cuando aparecieron en cámara los brazos que les dieron la caja de máscaras, una estática nos sorprendió. Acababan de destruir el dron para evitar que lo viéramos. Fuera quien fuera, sabía que podríamos descubrir la identidad del responsable y prefirieron evitarlo. Por tanto, debía ser un Pecado Capital.

—Me cago en su vida —gruñó Amanda, rechinando los dientes—. Si podéis, ponerle una trampa a esa alianza. Lo que sea que les haya dicho el infiltrado, lo van a usar en el segundo día.

—¿No sería ir contra las reglas? —Se sorprendió Ruz, alzando una ceja sin dejar de mirarla.

—Es lo mismo que ha hecho esa persona. —Señaló a las pantallas antes de marcharse—. Y tengo una idea muy precisa de quién ha podido ser.

Nos quedamos en silencio tras oír el portazo. Si se refería a Satanás, existía una alta probabilidad de que fuese el responsable. De ser él, no estaría en su puesto de entrenador. Sin embargo, a través de las cámaras de seguridad del coliseo pude comprobar que dormía en su dormitorio con placidez.

—Me huele a chamusquina —susurré, sin terminar de fiarme.

—A mí también. —Ruz se fijó en lo que veía con atención—. ¿No te parece raro que haga el mismo gesto con la mano cada cinco segundos?

Era cierto. La grabación estaba alterada para que pareciera estática. Sonreí, orgulloso. Choqué el puño con mi compañera y le mandé un mensaje a Amanda para advertirle de que llevara cuidado con Satanás.

La mejor idea que se me había ocurrido en aquella competición había sido poner cámaras de videovigilancia en los posibles dormitorios donde Satanás fingiría alojarse para engañarnos. Era astuto, pero no tanto como un equipo de agentes especiales del Servicio Secreto de Inteligencia Internacional.

El resto de la noche se desarrolló con el mismo tono tranquilo. Me levanté para ir al cuarto de aseo y, al salir, me encontré con Bela hablando por teléfono. Parecía estar entristecida, pero en cierto modo ilusionada. Sus ojos rasgados brillaban con melancolía.

No podía perderme el cotilleo. Me quedé asomado para ver qué decía y logré escuchar un "...pero estoy mucho mejor ahora que he conocido a Mario y me ayuda con el tema de la adicción...". Sonreí. Los había visto reír durante la ceremonia de apertura. Entre los males que le generaba no haber sido valorada como cantante en los conciertos, aquel apoyo le daba ánimos.

Descubrí que estaba hablando con Cass en cuanto colgó. Le mandaba besos y abrazos, pero al notar la expresión en su rostro me percaté de que la echaba más de menos que nadie. Hacía aquel parón para reflexionar en silencio, inmersa en sus pensamientos moviendo el pie en círculos. Le prometió que la acompañaría en su viaje en cuanto se sintiera mejor de la adicción. Lo sabía porque vivía dedicándome al trabajo y a descubrir lo que sucedía en mi entorno, en cualquier ámbito, informándome hasta el detalle de las vidas personales de mis amigos —y más aún de mis enemigos—.

—¡Ay! —Fingí asustarme al verla parada en el pasillo de vuelta a la sala de mando—. Bela, ¿qué haces despierta? Son las seis de la mañana.

—He madrugado para hablar con Cass, ¿tú a qué hora te levantas? ¿Tan raro es? —Su interrogativa expresión me heló el cuerpo.

—Levantarse antes de las nueve me parece un ataque contra mi identidad. —Me acerqué para darle un abrazo de saludo. Ella lo recibió con afecto. Se había maquillado, supuse que para mandarle una foto a la melliza—. Además, tengo que vigilar las Iralimpiadas. Poco puedo dormir.

—¿Poco puedo dormir? —Puso una mueca asqueada, dándome varios manotazos furiosos—. Pero si te pasas el día sobado, ¡cabrón!

—Bueno, vale, vale. —Levanté las manos para formar una tregua—. ¿Y qué tal les va a los mellizos Magallanes?

Soltó una carcajada al escucharlo. Se cruzó de brazos, evitativa.

—De momento son más turistas que investigadores. En algún momento dejarán de visitar clubs de alterne, digo yo. —Rodó los ojos, frustrada—. Ojalá estar con ellos y no con esa puta de Lise incordiando. No para de hacer comentarios de zorra engreída. Ojalá volver a estamparle una botella en la cabeza.

—Se la estampará ella sola a este paso. Amanda la lleva a rajatabla. Como se ponga intensa, igual la manda a un calabozo. —Me escondí las manos en los bolsillos, desganado—. O peor.

—Eso espero. —Se rascó la nuca con incomodidad—. En fin, voy al camerino de las cantantes. He oído que Eminem y Rihanna han aceptado colaborar así que necesito presentarme. —Sacudió las manos con emoción. Dio una vuelta sobre sí misma—. ¿Estoy arreglada?

Iba vestida con estilo, debía admitir. Adoraba llevar rebecas largas sobre tops y en esa ocasión conjuntaban con sus cabellos. Reflejaba la viva imagen de las Iralimpiadas, por lo que no dudaba que la reconocerían al instante.

—Perfecta. —La agarré de las mejillas y le di un beso en la frente como un hermano mayor.

Ella me dio una bofetada. Yo le respondí con el mismo gesto, esquivando su ira mañanera. Me escapé en cuanto pude gritando a los cuatro vientos "me voy a vigilar el torneo que me cortan la cabeza, suerte".

Al llegar a la sala de los monitores, vi que Ruz daba un mensaje por el altavoz, apoyando los codos sobre el escritorio.

—Atención, el participante del equipo australiano que ha asesinado a un participante japonés queda descalificado —informaba mientras el aludido gritaba al dron que lo apuntaba. Empuñaba un hacha ensangrentada e iba sin camiseta—. No habrá daño hasta el segundo día. Son las reglas y eso significa que, hasta las cuatro de la tarde de hoy, no está permitido.

Al ver la negativa del candidato a rendirse, vimos aparecer a un Ángel de la Muerte supervisor. El mercenario australiano se enfrentó a él. Se abalanzó con el hacha. El ataque fue un soplido de aire para la criatura. El vigilante sacó sus alas a relucir, desenvainando una navaja con la que apuñaló a su rival sin piedad.

Desde las carpas pudimos oír los gritos de injusticia. Se quejaban y montaban espectáculo sin remedio. Nuestra policía personal tuvo que aplacarlos para evitar que se rebelaran contra los Ángeles de la Muerte. Las tensiones aumentaban y la multitud empezaba a generar malos rollos.

—¿Qué pasó al final con Amanda? ¿Te has enterado? —pregunté a Ruz, que hizo más agudo su tono de voz al hablar conmigo. Me llamó la atención el cambio.

—No encontró a Satanás en su dormitorio así que está hablando con Lucifer para ver si puede descalificar al equipo ruso por su entrenador —dijo, curiosa—. Pensaba que el retrete te había engullido.

—Habría estado gracioso. Alguna vez me he quedado dormido ahí. Es cuando nacen las mejores ideas y los peores sueños —admití, volviendo a sentarme en la silla—. ¿Vas a anunciar las muertes del primer día?

—Creo que es mejor que esperemos hasta el mediodía para que la gente no se altere. Todavía queda tiempo. Puede palmarla mucha peña.

Y así lo hicimos. A las doce de la mañana, Lucifer apareció por las puertas de la sala de mando con ira en la mirada. Lo siguió Amanda insistiendo en que debía tomar la decisión adecuada.

—¿Quién es el rey? —Se giró él de forma brusca, a escasos centímetros de ella.

—Tú no, por lo visto. Un rey lo mataría sin dudarlo —replicó la joven mientras Bela y Mario llegaban con bolsas de patatas fritas a la reunión—. ¿Es que no lo entiendes? Satanás se ha infiltrado en la arena de combate para hacer trampas. Está jugando con nosotros.

—Yo soy quien hace las normas y quien decide, ¿entendido? Ya os avisé de qué ocurriría con la insurrección. —La agarró de las mejillas y ella frunció los labios. Le devolvió el agarre por la pechera—. Como vuelvas a alzarme la voz, ese samurái loco no será el único en morir.

La soltó y ella se apartó. Chistó.

—Jefe, tenemos los resultados del primer día —le dije con neutralidad, como quien entregaba el pedido de comida rápida a un cliente.

—Trae, joder. —Me obligó a darle el papel impreso con los datos.

Agarró el micrófono y se asomó al balcón del palco. La muchedumbre lo esperaba con ansias. El estadio volvió a llenarse con cientos de miles de cánticos en los diversos idiomas presentes. Fue un espectáculo idílico. Las alas del ángel caído se abrieron y el público enloqueció.

—¿Cuándo va a dejar la tontería esa de las alas? —musitó Ruz a mis espaldas. Me giré conteniendo la carcajada para que permaneciera en silencio.

—¡Damas y caballeros! —anunció el monarca, sonriente. Leyó el documento con rapidez—. ¡Aquí tenemos los resultados de cada país en este primer día! De los cuarenta y ocho países que se presentaron, todavía quedan cuarenta y uno en pie. Los caídos han sido Francia, Lituania, República Checa, Uruguay, Marruecos y Ucrania. El resto de países ha sufrido pérdidas, de igual modo.

Fue enumerando cada uno de los fallecidos por equipo, pero cuando llegó a la muerte de la bailarina de hierro de Amanda, ella se acercó a las reencarnaciones de la gula. Lo hizo con un gruñido, suspirando. No quería seguir presenciando aquello. Su ira se incrementaba por momentos. Les dio indicaciones firmes pese a las dudas que parecían mostrar ambos. Tenía seguro que pensaba darles su bendición de la ira a su propio equipo, otorgándoles armas para el segundo día.

—Esta noche hemos detectado la presencia de máscaras no autorizadas en el campo de batalla por parte de Colombia y Portugal. Rogamos que el responsable salga a la luz y se atenga a las consecuencias. En concreto, nos gustaría que el Pecado Capital Satanás se presentara para dar explicaciones por su ausencia nocturna —los vítores se llenaron de silbidos de odio, como si Lucifer hubiese convencido a la multitud de que el samurái era mala influencia en un chasquido de dedos— o de lo contrario nos veremos obligados a descalificar al equipo ruso.

Mientras aquello sucedía, Ruz y yo contemplamos al último miembro del equipo polaco que deambulaba por un desierto con un estado físico demacrado. Según las retransmisiones, el resto de sus compañeros fue atacado por serpientes venenosas o murió quemado vivo por las trampas del desierto improvisado al oeste de la isla. El único superviviente lloraba, frágil, destrozado. La chica y yo nos lanzamos una mirada cómplice, asintiendo.

—Bela. —Giré la cabeza para mirarla. Ella alzó el mentón en mi dirección—. Concede la bendición de la pereza al polaco. Que encuentre un refugio. Igual hasta sobrevive.

Me dio una señal positiva con el pulgar y volvió a enfocar la vista sobre la mesa de regalos. Los drones llegaron poco después para entregar sus mercancías. A cada uno de los bendecidos se les ofreció nuestra aprobación. La carpa de Polonia saltó en gritos de emoción. Necesitábamos crear espectáculo, no torturar a personas hasta la muerte. Aquello mejoraría la opinión de los gobiernos.

De pronto, una organizadora del evento llegó a la sala de mando, jadeante.

—Doña Amanda, tenemos un problema.

La maestra de la ira se irguió, tensando los músculos. Deslizó los ojos hacia las cámaras, pues la multitud acababa de iniciar un extraño canto que nos dejó impactados. Llegamos a levantarnos de las sillas debido a la sincronización de las palabras.

—¡Oni! ¡Oni! ¡Oni! —gritaban sin pausa al ritmo de tambores de guerra.

Mediante la vigilancia de los drones pudimos analizar lo que ocurría.

Desde una cueva aparecieron los miembros de la alianza colombiana-portuguesa con sus máscaras ilegales. Y al frente, dirigiendo a los asesinos con una catana rociada de gasolina, un samurái pelirrojo sin camiseta llevaba la máscara más grotesca de todas. El demonio japonés logró reclutar a los Yakuza que participaban en el equipo de Tokio y, con los tres bandos unidos, se golpeaban en el pecho al canto de "oni".

Lanzó un mensaje en su idioma natal. No muchos lo entendieron, pero Amanda y yo sí.

—¡Sangre, hierro, honor! —aulló con el pecho plagado de cicatrices y manchas de sangre.

Sus ojos escarlatas parecieron fusionarse con el foco de la cámara y, por unos segundos eternos, fue como si nos mirara a la cara a través de la madera tallada con cuernos que cubría su rostro de maníaco.

Por suerte, la cámara de las bailarinas de hierro no fue desesperanzadora; el equipo de danzarinas rusas y una coalición de italianos y estadounidenses se unió para formar una segunda alianza. Llevaban lazos negros en los brazos, pero sus rostros estaban al descubierto.

—Si quiere guerra, yo se la daré —murmuró Amanda antes de alejarse de la sala de mando y desaparecer por el pasillo. Le bailaba un ojo por el nerviosismo.

Si uno había incumplido las normas, el otro lo haría. No había modo de evitarlo y aquello generaría más espectáculo.

Vi cómo Lucifer se dejaba caer en su trono, decepcionado y enfurecido.

—Se va a liar pardísima. Lo sabes ¿no? —preguntó Ruz en mi oído.

—Espérate a que mamá oso llegue al campo de batalla —respondí, volviendo a depositar la mirada sobre Satanás y sus súbditos.

En cuestión de cuatro horas empezaría el segundo día. Y la sangre salpicaría hasta teñir el cielo y los mares de escarlata.


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