Capítulo XIII

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—¿Dónde está Ellestha? si mal no recuerdo, mencionó que te iría a buscar para...— pregunta un niño de verdes ojos y rubio cabello.

El azabache inclina la cabeza y contesta sin tener una idea —no me dijo nada al respecto.

—Me parece extraño que no esté aquí contigo — Shalnark jadea, su rostro colapsa debido al mohín de incógnita que le invade — ¡Kuroro! tal vez... se ha ido...

El corazón del pelinegro se agita de repente mientras intenta ignorar la angustia que comienza a mortificarlo, entonces, ocupa su mente, especulando en tal posibilidad—en todo caso... Ellestha estará bien. Sabíamos que eso sucedería tarde o temprano. Los miembros de la mafia pueden venir cuantas veces quieran y comprar a cualquiera de nosotros.

Un angustioso semblante en el rostro del rubio mientras el azabache pretende controlar sus emociones que amenazan con delatar su gran inquietud — pero...

—Pero, si lo pienso de ese modo, es mejor así. Odiaría verla partir. ¿Recuerdas cómo te sentiste cuando se fueron los otros niños?

—Lo recuerdo, pero... aun así, Ellestha es nuestra amiga. Deseaba despedirme de ella antes de...

—No hay nada que se pueda hacer — Kuroro interrumpió al rubio y elevó la vista al cielo.

—Kuroro, ¿Ella te gusta? Machi lo dijo el otro día. Si es así...

Kuroro soltó una risita — ¿estás loco? ¿qué te hace pensar que me gustaría una niña tan rara y callada?

Y antes de que la noche los cubriera con su negro manto. Retornaron al refugio en el que vivían.

Kuroro fue el primero en entrar por la puerta —¿Ellestha? — Llamó a la niña de diez años, quien petrificada y con un semblante de horror, temblaba frenéticamente.

—¡Ellestha! ¿Qué le pasó a...? — Shalnark cortó su estúpida pregunta. La ropa de Ellestha estaba arruinada. Sabía lo que había ocurrido.

—Ese bastardo... — Kuroro siseó entre dientes. La rabia que sentía electrizaba sus venas —¿es esto lo que pretendía hacer y luego marcharse...?


"Había lluvia en esos grises ojos. Su espíritu yacía roto. Más roto que la desordenada ropa con la que pretendía cubrir su piel desnuda."

"Ciudad Meteoro, el lugar del rechazo, en donde miles de personas son abandonadas como desperdicios por otros seres humanos."


Kuroro Lucilfer despertó de repente. La respiración agitada y su rostro empapado por el sudor. La persona a su lado mirándole con hastío.

Todavía se sentía soñoliento cuando recordó aquel día, la tarde en que Kurapika eliminó las restricciones de nen. Pero... ¿por qué motivo lo recordaba en este momento?


Aléjate de mí, si das otro paso yo...

¿Qué harás? ¿dictarme una petición? Está bien, desistiré de examinarte siempre y cuando retires la condición de mi corazón. Corrección, las condiciones de nen, me refiero a la que me obliga a obedecerte, además, también deseo que anules la que le impusiste a Shalnark, deja que seamos libres de usar nuestras habilidades.

N-no... puedo...

—De acuerdo, como quieras.

¡E-está bien! pero detente ahora mismo.

Entonces tenemos un acuerdo...


"Muy posiblemente estoy relacionando ambas cosas porque... su expresión en ese momento era como la de Ellestha...sin embargo, no estoy muy seguro de lo que vi, aunque ha pasado poco tiempo, no lo recuerdo con claridad..."


— Y yo que creía que los asesinos no tenían pesadillas — el kurta rio ligeramente, desairaba a la araña. Con aquellas palabras, Kuroro finalizó con su soliloquio mental, luego miró a la persona en el otro asiento.

El siniestro Lucilfer tuvo un mal sueño durante su pacífico vuelo, honestamente, aquello originó sorpresa y curiosidad en Kurapika.

Lucilfer devolvió la burla —No somos tan diferentes después de todo — sus ojos obsidiana se cerraron lentamente — sé que las pesadillas en tus sueños son recurrentes, pocas noches consigues dormir plácidamente — terminó de hablar con un tono neutro.

Por alguna razón, el rostro de Kurapika enrojeció sin remedio. Entre titubeos y furia contestó —¡Te equivocas! Ambos somos muy distintos. Ni se te ocurra compararme con un tipo tan miserable como tú— siseó castigando con sus orbes casi rojizos al líder del ryodan.

Kuroro contestó casi con descaro y simplicidad — de acuerdo, desistiré de discutir, no serviría de nada, no cuando tienes un punto de vista tan certero. Olvidaba que eres un chiquillo bastante extraño. Tienes toda la razón, no tenemos absolutamente nada en común — Kurapika le fulminaba con la mirada, a Kuroro le divirtió ver su expresión facial tan contrariada debido a la mezcla emocional de bochorno y enojo. Entonces, no se detuvo e intentó sin éxito finalizar la conversación con lo siguiente — ¿sabes algo? tus cambios hormonales de niña hacen que tus reacciones y rabietas sean mucho más intensas.

—¡Cállate ya maldito imbécil! —gruñó con ira a la vez que alistaba su puño para cerrarle la boca a la araña con un golpe en cualquier momento.

—Vamos ¿no me golpearás aquí o sí? a la vista de tantas personas — murmuró el pelinegro muy cerca del hombro del menor.

Quizá, Kurapika se arrepentiría algún día de lo que estaba a punto de decir, no obstante, le fue imposible contenerse —¿¡y qué si lo hago!? sólo debería gritar que eres un macho infiel y estúpido, incluso la mayoría de las personas estarían satisfechas si te rompo la cara... — la inexpresión en el rostro de Kuroro provocó que su corazón se saltara un latido. Avergonzado y sintiéndose como un idiota, Kurapika se volvió hacia el frente y se quedó así por un par de segundos, se hallaba totalmente inerte en el asiento.

El hombre de la cruz sonrió con inevitable sátira, sus ojos clavados en los ya escarlatas del rubio — toleraría que me golpeara una linda chica, pero tú... — el pelinegro retrocedió y se recargó cómodamente en el respaldo — además, dudo que algún ser vivo en esta aeronave interprete que tú y yo somos una pareja o algo parecido. Por más "femíneo" que seas, no habría manera de que me sintiera atraído o mínimamente interesado en ti. Honestamente, creo que tienes un carácter de los mil demonios, eres descomunalmente insoportable — Kuroro retiró los ojos de Kurapika y miró hacia adelante para ignorar el temblor en las manos del menor. Poco le importaba si el kurta se sentía ofendido o impotente. De igual forma le tenía sin cuidado si de verdad se atrevía a golpearlo a pesar de las personas a su alrededor.

Kurapika no hizo otra cosa que voltear hacia la ventana y quedarse mirando el firmamento azul que se asomaba por ahí. Por un segundo, se preguntó si los pasajeros contiguos habían escuchado su conversación con Kuroro. Tragó saliva con nerviosismo e intentó restarle importancia a su incógnita. ¿Qué importaba ya? si habían escuchado o no, nada se podía hacer para cambiarlo. Porque a pesar de no haber elevado excesivamente la voz, ambos fueron descuidados y bastante obvios.

La desazón en Kurapika menguó conforme los minutos restantes para llegar a su destino continuaron. Kuroro se mantuvo ocupado leyendo un libro mientras ignoraba su presencia, y, aunque no quisiera aceptarlo, Kurapika se sintió aliviado por eso. Luego de discutir pasó a ser un cero a la izquierda, al menos hasta que su transporte arribó y desabordaron.


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—Por lo pronto, nos alojaremos en esa posada — Kuroro señaló un edificio con el dedo índice — Debo contactar con los prospectos que desean comprarte — el kurta no se dignó a verle, tampoco dijo nada. Pese a eso, Kuroro prosiguió con naturalidad — anularé momentáneamente el lazo en nuestras muñecas, requiero arreglar ciertos asuntos, saldré y te quedarás solo en la habitación. Únicamente serán un par de horas — explicó — como bien sabes, no confío en ti, así que, te ataré en un buen lugar — jaló del brazo de Kurapika para seguir avanzando.

—¡Yo tampoco confío en ti! — cantó a la defensiva.

Los labios de la araña se retorcieron hacia arriba, formando una leve sonrisa — lo sé.

Poco después, Kurapika y el líder atraviesan la puerta del edificio. Una vez en el interior, una hermosa chica, la recepcionista, los atiende y aloja en una de las habitaciones del tercer piso. Entrega un juego de llaves con la copia correspondiente, luego se retira dejando a los huéspedes solos.

El líder se encarga de aprisionar a Kurapika como es debido. En esta ocasión, ata sus muñecas, brazos en dirección de su espalda, también lo hace con ambos tobillos, asegurándolo en un pilar que divide la cocineta de la sala.

—¿Prometes permanecer en silencio o prefieres que te ate la boca?

Kurapika responde con la mirada bajo su fleco dorado — no tengo la intención ni la posibilidad de escapar ¿o sí? — tras una pausa, el kurta eleva su rostro, enfocando los oscuros orbes del otro hombre —pero, ya que desconfías tanto en mí. Te aconsejo que mejor me mantengas en silencio.

Kuroro dudó por milisegundos. Al final, decidió colocar la mordaza. No sabía si las palabras del kurta eran una advertencia o un simple reto. De cualquier manera, no se arriesgaría.

Minutos más tarde, el pelinegro emergió de la habitación. Una vez se quedó solo, Kurapika se limitó a sobrecargar su espalda contra el muro contiguo. A pesar de su restricción y secuestro, la ausencia de la araña le traía un poco de paz. El rubio suspiró recapacitando en lo paradójico de las circunstancias. En ocasiones, Kuroro era impermeable e hiriente, pero, en otras, si bien no era parte de su imaginación, y aunque sólo ocurriese en exiguos intervalos, la actitud de la araña se tornaba más dócil y de cierto modo, sus defensas caían y dejaban de protegerlo totalmente.

El rubio agitó la cabeza para deshacerse de tan tontas reflexiones. Ese tipo no era más que un asesino sin escrúpulos. Sólo debía esperar y ser vendido a otro hijo de puta como el mismísimo Kuroro. Sentía una gran necesidad por alejarse del bastardo. Lo anterior seguramente no le traería calma, aun así, lo tomaría como un diminuto logro.

Las horas pasaron tan lento que para Kurapika el tiempo a solas comenzó a perturbar su cuerpo y mente. Estaba con los ojos casi cerrados luego de luchar contra el agotamiento corporal, sin embargo, cuando estaba a punto de quedarse dormido así atado y amordazado, escucha el chirriar de la puerta. Obviamente era Kuroro.

El pelinegro asomó la cabeza y lo primero que vio fue a su rehén, su blanca piel reseca, de hecho, su rostro lucía pálido.

—Aunque dormiste durante el camino hacia acá, no descansaste debidamente — Kurapika le miró sin decir nada — te comprendo, mi cuerpo reclama un baño con agua caliente y un largo y cómodo descanso — colocó tres bolsas de papiro en la mesilla de café de la salita recibidora — traje comida y...

Kurapika parpadeó lánguidamente asegurándose de no apartar la vista de aquel hombre. No podía hablar o responder, pues su boca mordiendo la tela se lo impedía.

El hombre de la cruz en la frente se quita su gabardina oscura y la coloca en el perchero que está junto a la entrada. Se acerca al rubio y lo primero que hace es aflojar los nudos de sus manos, dejando así, sus delgados brazos en libertad. Posteriormente, procede a retirar la limitación de su boca. Kurapika percibe que hasta su respiración se torna más fluida y ligera, sus labios, de hecho, se sienten hinchados y ásperos, es incómodo, pero no prestará mucha atención.

Tras considerarlo por un par de segundos, el de mirada obsidiana desiste de deshacerse de la cuerda que ata los tobillos del rubio.

—Cuando sea de noche y debamos dormir, decidiré qué hacer con tus piernas — dice y se aleja del kurta, quien masajea sutilmente sus muñecas y las comisuras de su boca para atenuar la tensión que permaneció ahí por horas.

Kurapika suspira con los labios entreabiertos, posiblemente estaba a punto de maldecir a la araña, no obstante, ésta le habla de improvisto — todo este tiempo intenté ignorar tu posición, sin embargo... ¿habré sentido pena? ¿o es consideración por alguien más que no sea yo mismo? — el pelinegro murmuró como si estuviese hablando consigo mismo, más Kurapika le escucha perfectamente a pesar del fino volumen en su voz.

—¿Qué diablos estás diciendo? — el rubio replica, su entrecejo arrugado en señal de confusión.

El líder del ryodan se aproxima al rubio tras haber tomado una de las tres bolsas. Entonces, con una mirada penetrante y algo rara, explica brevemente — además, supuse que, con ese tratamiento hormonal, tu temperamento cambiará para mejor — dicho esto, deposita sin cuidado la bolsa sobre el regazo del menor.

Cuando Kurapika supera su desconfianza y obstinación, se aventura de mala gana a echar un vistazo en el interior del empaque que Kuroro le entregó. Sus ojos bien abiertos y llenos de sorpresa en cuanto reconocen lo que hay dentro. Tres pequeñas cajas con los comprimidos que utilizaba para contrarrestar los cambios y progresos hormonales que la condición de intersexualidad induce en su cuerpo.

Y, sin embargo, a pesar del vago "alivio" que se expande en su interior, sus manos están apretadas con fuerza, arrugando con rudeza la bolsita de papel kraft — ¿q-qué significa esto...? — logra decir pese a la irritante tensión en su mandíbula y su obnubilada forma de dirigirse a la araña —no esperes que agradezca este absurdo acto de compasión...

Tras suprimir su enorme deseo de rodar los ojos en blanco, el hombre de piel nívea se permite caer lánguidamente sobre el sofá individual de la pieza — no espero un agradecimiento de tu parte ni mucho menos. Que te quede claro que jamás actúo por caridad. Ya lo había dicho ¿o no?, es sumamente agotador soportar tus descorteces cambios emocionales. Y como si no fueras ya lo suficientemente molesto, eres peor cuando...

Kurapika deja de usar su cabeza y sin pensar en nada más que en el desagrado que siente por la araña arroja la bolsa con los comprimidos en su dirección, asestando cerca de su hombro.

Kuroro se inclina para coger la bolsa y mirándola en su mano derecha, dice —¿piensas rechazar el tratamiento que amablemente conseguí para ti? — observa al rubio darle la espalda para no verlo, ignorándolo casi satisfactoriamente, sin embargo, Kuroro sabe que Kurapika no puede deshacerse de él con sólo eso —te advierto que no te ayudaré en tu próximo periodo como las veces pasadas. No iré a comprar compresas ni nada que precises. Allá tú si no piensas aceptar esto— tras agitar una de las cajas, dirige la vista hacia el rubio, quien tiembla ligeramente, pero con notoriedad, probablemente por la cólera acentuándose en su ser.

—¡Deja de llamarlo periodo, maldición! — replica con fuerza sin modificar la posición de su cuerpo, alejado totalmente del enfrentamiento cara a cara con el otro.

¿Y si se olvidaba de su venganza? ¿Era necesario tolerar a ese mocoso tan temperamental? Se reía de sí mismo por pretender venderlo y creer que al hacerlo obtendría una gran compensación. ¿Quién de los dos era la víctima y quién el victimario? en este punto, quizás ya no importaba de qué manera se deshiciera de él, mientras lo hiciera...

—De acuerdo — Kuroro dijo simplemente y se levanta del asiento — ¿en qué momento creí que sería una buena idea? — débilmente cuestiona al aire.

—Nadie te pidió que hicieras nada... ¡deja de actuar como si te importaran mis problemas! — Kurapika traga saliva y aprovecha la pausa para humedecer sus labios, Kuroro a unos dos metros de él está inactivo y probablemente ensimismado — y a todo esto... ¿quién demonios es esa tal Nastia? — Kuroro intenta disimular inútilmente el pasmo que siente de repente y Kurapika definitivamente observa cómo la estoica armadura del pelinegro se fragmenta, mostrando ahora un frágil e inestable cascarón. Una vez medianamente satisfecho, el rubio prosigue sin contenerse lo más mínimo — mencionaste su nombre varias veces mientras dormías y después...

Kuroro agudiza la mirada e incrustando sus iris azabaches en los marrones del kurta, le interrumpe diciendo las siguientes palabras — ...y después, me escuchaste cuando dije que me inquietaba el aparecido que existe entre ustedes — el pelinegro había acertado y el rostro de Kurapika lo confirmaba — claro, ahora entiendo. A eso te referías cuando mencionaste que padecía de pesadillas.

—¿Por eso me odias? ¿porque te recuerdo a esa persona? — el kurta agacha la cabeza y pregunta sin convencimiento, entre arrepentido y confuso.

Kuroro sonríe, aunque no es por diversión y mucho menos por burla —¿odiarte? — suspira y sólo entonces, cierra los ojos pausadamente — te equivocas, el único que siente odio aquí, eres tú.

—¡Asesinaste a mi familia! acabaste con todo lo que era importante para mí... ¿¡para alguien como tú es tan difícil comprender que asesinar a personas inocentes está mal!? ¡responde, maldito asesino! — la voz del rubio tomó una entonación provocativa.

—Después de todo, sólo eran personas que no tenían nada qué ver conmigo — Kurapika rechina los dientes, sin embargo, se abstuvo de refutar visceralmente al instante — es el mismo sentimiento que todos ustedes guardan por quienes provienen de Ciudad Meteoro. Los habitantes de ese sitio son personas que durante años han vivido excluidas en aquellas pirámides nauseabundas y repletas de desperdicios. Todos ellos son tratados como viles costales de basura... incluso peor, ¿consideras que es justo vivir así? ¿todavía piensas que ustedes son los únicos inocentes en este mundo? — el pelinegro respira hondo, como si estuviese terriblemente cansando. Kurapika no percibía lamentación alguna o dolor en las palabras de ese hombre, quizá, ese era el factor que lo indignaba más que cualquier otra cosa — no lo negaré, sé que soy un asesino—entrecierra los ojos y continúa—y tú siempre olvidas que te has convertido en uno ¿no es así? — rivaliza con un semblante frío, pero sereno a la vez. 

Kurapika encorva su espalda y cubre sus oídos con sus manos, pero sin obstruir completamente su audición — nada de lo que dices tiene sentido... — contiene el inoportuno sollozo que desde su pecho amenazaba con surgir — ¿cómo te atreves a comparar dos cosas que no tienen ninguna relación? ¿estás justificando tus acciones con ese ridículo discurso? ¿qué te hicieron ellos para que los masacraras con el único objetivo de robar sus ojos escarlatas? — la mirada escarlata suplicaba por una respuesta tras una tenue capa de humedad.

—Quizá... debas irte de una maldita vez — Lucilfer habló imperturbable y entonces procedió a desatar los tobillos del kurta. Después de apartar las ataduras y mirarle con desazón, ordenó templadamente a pesar del revoltijo de emociones que manaban en su interior —eres libre, ahora largo.

Kurapika contempló sus propias piernas ahora libres, tenía las manos apoyadas sobre sus muslos apretando la tela de su pantalón, ningún otro sentimiento lo perturbaba más que la impotencia de ese instante.

El rubio contuvo la respiración —Aun así, te seguiré odiando y buscaré la forma de vengarme de todos ustedes... — amenazó. Pero su ronca voz impidió que lo dicho sonara como una verdadera amenaza.

—Será mejor si te tomas éstas porquerías y regularizas tus radicales cambios de humor — por segunda ocasión, el pelinegro le lanzó a Kurapika la bolsa con las pastillas, quien le miró con agravio.

—No quiero tu compasión... — siseó con rebeldía.

—Haz lo que te venga en gana.

Kuroro terminó con todo desapareciendo por la puerta del dormitorio. Kurapika respiraba con dificultad. Estaba molesto y bastante embrollado después de tan turbulenta e inusual escena.

¿Qué fue toda esa mierda de Kuroro Lucilfer?

Se sentía perdido, incluso más que antes.

Sin embargo, ahora era libre...

Libre para marcharse y olvidarse de todo, o libre para continuar y posiblemente, consumar su venganza.

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